266 Zenbakia 2004-07-03 / 2004-09-10
(Premio Eusko Ikaskuntza-Caja Laboral, 2002) Jon Kortazar
Traducci?n: Koro Garmendia
Jatorrizko bertsioa euskaraz
Cuando en el año 2002 se hizo pública la noticia de que el premio Eusko Ikaskuntza-Caja Laboral le iba a ser concedido a Bernardo Atxaga, pensé cuán acertada había sido la elección del galardonado, habida cuenta del personalísimo estilo que durante los últimos años ha venido caracterizando al escritor asteasuarra.
Conocí a Bernardo Atxaga en Bilbao, cuando no éramos más que unos “pardillos”. Jesus Etxezarraga me invitó al restaurante del Teatro Arriaga donde se daban cita los escritores vascos de la Banda Pott, tras haber dejado de congregarse en el mítico Bar Cantábrico, así como, de vez en cuando, algún que otro autor que prefería expresarse en lengua española. Juan José Ibarretxe, Juan María Otaegi, Bernardo Atxaga y Juan José Goiriena de Gandarias en la entrega del Premio Eusko Ikaskuntza-Caja Laboral.
Aquel día, la Banda Pott ofreció su actuación en la Escuela de los Jesuitas, un peculiar enclave para cultivar la literatura vanguardista. Pero, sobre todo, aquel día conocí a una persona que sabía perfectamente en qué consistía ser escritor.
Soy consciente de que la relevancia de Bernardo Atxaga se extiende incluso al plano sociológico, puesto que se dice que ha sido él quien ha dibujado la literatura vasca en el mapa de la literatura europea, quien ha dado a conocer nuestras leyendas, y quien se ha adentrado en las páginas de nuestra identidad e historia.
Pero lo que yo verdaderamente aprecio es la persona que subyace bajo la imagen pública, esa persona que ha terminado por convertirse en un auténtico escritor. El mismo día en que lo conocí pude comprobar que Bernardo Atxaga conoce las claves de la escritura o, tal como diría Kirmen Uribe, que de entre las múltiples posibilidades que se le ofrecen sabe escoger un solo camino y descartar los demás. Yo conocí a Atxaga en su faceta de lector, y reconozco que su lectura por aquel entonces era, cuanto menos, curiosa. En primer lugar, desarrolló un estilo absolutamente personal en el que destacaba su predilección por las expresiones orales decimonónicas que lo apartaban de la literatura vanguardista. Al poco, demostró que su vocación no tenía límites: fascinado por la idea de convertirse en un escritor profesional, examinó minuciosamente todas las opciones que le permitirían alcanzar su deseo. Bajo la finalidad de instruirse en autopoética y adquirir una sólida imagen del mundo estudió Filosofía en Barcelona, trabajó arduamente, aprendió a expresarse perspicazmente, y estableció vínculos con escritores y editores, siempre con maneras formales y afables. Desde el primer momento supo que iba a necesitar de los servicios de un agente, y, consciente de que para poder editar obras personales y minoritarias tenía que integrarse en un sistema literario, escogió a un vasco.
Primero analicé su compleja Etiopia (1978), devoré Bi anai (1985), admiré la maravillosa Obabakoak (1988) -pese a haber sido publicada en uno de los momentos más difíciles de mi vida-, y caí rendido ante sus Poemas & híbridos (1990). Más tarde, cuando comenzó a fusionar la Ética y la Estética, pude observar cómo se atrevía a romper sus propios moldes y a discurrir con audacia por nuevos derroteros, inaugurando de tal forma el denominado ciclo realista. En el transcurso de los Cursos de Verano de 1990, Bernardo Atxaga anunció que se disponía a cambiar de estética, y si bien es cierto que durante aquella época se entregó a los brazos de la poesía, teniendo en cuenta sus ulteriores producciones pienso que en sus declaraciones se refería también a la prosa. Con la publicación en fechas recientes de su obra Soinujolearen semea (2004) ha completado una trilogía sobre nuestro carácter e historia, de la que forman parte las novelas Gizona bere bakardadean (1991) y Zeru horiek (1995).
Pero olvidemos nuestras valoraciones y gustos personales, dejemos de lado la vana discusión sobre nuestras inclinaciones literarias, y centrémonos en lo verdaderamente importante: Atxaga se ha volcado en indagar en las dolencias de este país. En sus comienzos, Bernardo Atxaga era un escritor; luego pasó a ser un gran autor que dedicaba un especial cuidado a dar cumplimiento a todos los detalles que implicaba la condición de escritor; y, en estos momentos, es el escritor más importante que mora allí donde la Ética y la Estética se funden. En torno a la figura de Bernardo Atxaga. (Joxemari Iturralde). MenuaGAIAK Aurreko Aleetan Inicio > EM 266 > Gaiak -->
2004/09/03-10