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Valores para el desarrollo de la ciudad: urbanismo y seguridad
Director General de Bilbao Metropoli-30
Hace bastantes años que la Asociación Bilbao Metropoli-30 identificó los valores sociales como la clave para el óptimo aprovechamiento de las infraestructuras y equipamientos de la ciudad. La puesta en marcha del Metro de Bilbao en 1995 y del Bilbao Guggenheim Museoa en 1997, junto a la constatación de que los principales proyectos estratégicos estaban en marcha, marcaron el punto de inflexión en el proceso de revitalización del área metropolitana de Bilbao. El siguiente paso consistía en propiciar la plena comprensión por parte del conjunto de la sociedad de los avances logrados, de forma que se rentabilizaran al máximo los esfuerzos e inversiones realizados.
Un debate emergente últimamente entre los profesionales del desarrollo de ciudades aborda las distintas formas de entender el progreso para las poblaciones atrasadas y para las avanzadas. La receta para las urbes por debajo de la media es sencilla y comienza por la construcción de las infraestructuras mínimas necesarias e imprescindibles para la dotación de los servicios públicos: agua, luz, alcantarillado, transporte, educación, salud, asfaltado de las calles… Pero, ¿cómo se desarrollan las ciudades desarrolladas, aquéllas que ya disponen de todos los servicios públicos y, además, de alta calidad? La respuesta resulta evidentemente más compleja y se vincula con la pronta incorporación de la ciudad a los ciclos tecnológicos emergentes y la correspondiente canalización del conocimiento adquirido a través de un sistema educativo excelente. Sin embargo, hay factores complementarios que deben ser tenidos en cuenta para el éxito de la fórmula anterior y se relacionan con la percepción social de su propia realidad, esto es, los valores sociales. Foto: Paulina (inarizoo@gmail.com).
Una ciudad será tanto más capaz de rentabilizar con éxito las inversiones en infraestructura cuanto mejor comprenda el porqué de los cambios y la forma de aprovecharlos individual y colectivamente. Existe un fondo de comercio implícito en toda comunidad. Los conocimientos y experiencias pasados de generación a generación conforman un conjunto de valores compartidos por los miembros del colectivo que les permite entenderse entre sí mismos y reaccionar de la misma forma ante los cambios. Históricamente, los grandes saltos del conocimiento y los avances científicos han disfrutado de largos periodos temporales para su gradual implantación social. Sin embargo, las aceleradas transformaciones urbanas y tecnológicas actuales no permiten a la población asimilar debidamente su influencia en todos los órdenes de la vida económica y social de la ciudad.
En particular, el concepto de ciudad segura aparece muy pronto en los análisis de valores. Por un lado, la seguridad como valor de la ciudad ha hecho su aparición recientemente en nuestro entorno con gran fuerza y casi siempre debido a hechos dolorosos, muy pocas veces o casi nunca por causa de acciones preventivas de amplia base social. La seguridad es un fenómeno de percepción que depende en gran medida del conocimiento del entorno urbano y sus usos y costumbres. De ahí que los turistas o visitantes se sientan habitualmente más inseguros que los residentes. Por otra parte, la seguridad es un concepto de enorme amplitud que se entiende mejor cuando la ciudad es puesta en una perspectiva global. En algunos lugares, la seguridad está relacionada con la naturaleza (terremotos, huracanes) mientras en otros se vincula a las personas (delincuencia, guerrillas). Foto: Daniel T. Yara (dantada4@yahoo.com).
Hay relaciones evidentes, como que el trazado de las calles y plazas de la ciudad tiene una influencia decisiva en la seguridad del tráfico, sobre todo para los peatones. Asimismo, la iluminación de la vía pública y la evitación de rincones apartados suponen factores claves en la seguridad personal. No es tan obvia, sin embargo, la vinculación entre urbanismo y valores sociales pero es fácil intuir que no se percibe por igual la relación vecinal en la ciudad de alta densidad –centros de grandes núcleos metropolitanos- que en la ciudad extendida –barrios periféricos residenciales. Al igual que la implantación de las nuevas tecnologías requiere determinadas adaptaciones urbanísticas como la instalación callejera de antenas de telefonía móvil o “routers” para conexiones inalámbricas a la red internet. Un factor adicional que puede resultar de actualidad radica en la propagación por todo el mundo de enfermedades epidémicas, lo que obligaría la ciudad a rediseñarse en función del objetivo de preservar la salud de sus habitantes y la higiene de sus actividades. La ya familiar imagen del arco magnético de control a la entrada de los edificios públicos podría verse acompañada por otro tipo de aparato detector de enfermedades contagiosas. El urbanismo, por lo tanto, debe responder a un doble reto en seguridad: por un lado, la satisfacción de las necesidades constructivas preventivas de catástrofes naturales y, por otro, la mejora de la percepción subjetiva de la seguridad personal, teniendo en cuenta los retos de nuestro tiempo como la globalización económica, la inmigración laboral o las nuevas tecnologías, cuyos efectos se dan preferentemente en entornos urbanos y representan oportunidades de desarrollo para las sociedades que los sepan entender y aprovechar.