332 Zenbakia 2006-01-27 / 2006-02-03

Gaiak

Ordenación y gestión del territorio rural: ¿qué ocurre con nuestros paisajes?

CANO SUÑÉN, Nuria

doctoranda en Antropología Social en la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea



En las últimas décadas estamos asistiendo a una nueva y acelerada oleada de transformaciones del medio rural y periurbano, entre las cuales la “urbanalización” constituye uno de sus exponentes más visibles. Podemos definir este fenómeno como la banalización del territorio a través de una urbanización no respetuosa con la idiosincracia cultural, histórica y arquitectónica de su entorno. Merece la pena atender a esta problemática para abrir el debate de cómo manejamos la cuestión del paisaje dentro de la ordenación territorial y la gestión ambiental.

Paremos y miremos a nuestro alrededor: ¿qué vemos?, ¿qué desearíamos?, ¿qué precio estamos dispuestos a pagar? El (mal) uso y abuso del suelo, de espacios y de paisajes se va transformando en una cierta sensación de pérdida y desasosiego en buena parte de nuestras conciencias individuales y colectivas. Es lo que Edward Relph (1976) denomina “placelessness”, es decir, “la percepción de la debilitación paulatina de la identidad de los lugares hasta el punto de que éstos no sólo se asemejan entre sí, sino que transmiten las mismas sensaciones y ofrecen las mismas escasas posibilidades para la experiencia”. Pensemos en parajes que han perdido (o hay peligro de que lo hagan en un futuro) parte de su potencial como elemento de identificación individual y colectiva debido a una ocupación descontrolada del suelo. Por ejemplo, la proliferación de viviendas unifamiliares en pueblos que, en buena parte desvinculados socialmente de su entorno, acaba por banalizar los espacios donde se construyen. Foto: Michael Connors (http://www.mconnors.com).

Por todo ello se hace necesaria la gestión y ordenación del territorio, preservando los valores del paisaje en beneficio de toda la sociedad, sin que la alternativa tenga que ser a la fuerza la museificación y conservación a ultranza del mismo.

Tal y como insistía en un artículo anterior (ver Cano Suñén: 2005), el paisaje, en cuanto que forma parte de su patrimonio natural y cultural, supone un recurso valioso para el medio rural: su conservación fomenta la vinculación e identificación de los habitantes con su entorno y su medio, pilar esencial del desarrollo rural; se configura como garantía de calidad de otros sectores como la agricultura, la ganadería o la artesanía, ya que la relación entre medioambiente y producto ejerce una sinergia comercial positiva; es sostén de actividades relacionadas con el sector terciario como servicios, turismo, hostelería o actividades culturales, lo que supone la obtención de rentas complementarias y la diversificación de una necesitada economía agropecuaria en crisis.

Nuestra primera tarea es conseguir una conceptualización del término paisaje útil para la ordenación del territorio, desarrollando herramientas que incidan directamente sobre él, y no sólo de manera transversal. En estos momentos disponemos de un punto de partida como es el Convenio Europeo del Paisaje, que supone la plasmación de una sensibilidad específica y que, por tanto, debería constituirse en referente para cualquier actuación.

El paisaje no debe ser conceptualizado como un objeto, algo meramente visual, representado, estático e idealizado, ajeno a la experiencia, sino como paisaje habitado, en continua interacción con la vida diaria del ser humano, cambiante y dinámico. Incluso, por qué no, se hace necesario atender a su componente económico porque, repito, constituye un recurso útil a muchos niveles, no limitándonos a gestionar aquellos paisajes excepcionalmente bellos o que estén ya bajo la protección de alguna institución (Parques o Reservas Naturales, zonas protegidas, etc.), dejando el resto a su suerte.

Debemos estudiar los cambios paisajísticos, cuantitativos y cualitativos para poder anticiparnos, previendo y corrigiendo a tiempo (o no demasiado tarde) las consecuencias indeseadas de los mismos, analizando la viabilidad o inviabilidad económica, medioambiental, social e identitaria a largo plazo de aquellas actuaciones que introduzcan modificaciones patentes en los paisajes. El estudio y la gestión, que duda cabe, son útiles o deberían serlo. Foto: Brian McNulty (http://www.lasting-memories.ca).

Uno de los mayores aciertos del último Congreso de Estudios Vascos sobre Desarrollo Sostenible, celebrado recientemente en Bilbao, fue poner de manifiesto la imperiosa necesidad de trabajar en equipos multidisciplinares para abordar la sostenibilidad del territorio. Es indispensable abrir cauces de comunicación que pongan en común y discutan constructivamente la multiplicidad de enfoques e intereses existentes, tanto desde las distintas áreas de conocimiento (economía, arquitectura, geografía, ingeniería, antropología, humanidades), como de los diferentes ámbitos de actuación (instituciones, empresa privada, Universidad, Administración). Es necesario superar los compartimentos de saber estancos y los rígidos marcos administrativos que se muestran muchas veces incapaces de reflejar la complejidad real del territorio y del paisaje.

Pero también la ciudadanía se debe sentir corresponsable de los procesos de transformación del paisaje, por lo que es necesario articular mecanismos de participación que permitan su implicación activa, incluyendo los sentires, decires y haceres locales en torno al paisaje, las miradas subjetivas, emotivas y prácticas, poniendo en valor lo local y articulándolo en un, a veces difícil, equilibrio con las necesidades más globales.

En este sentido, el paisaje puede erigirse en una buena herramienta de comunicación y diálogo para el desarrollo sostenible entre la población rural y las instituciones. Aunque es un concepto que adolece de cierta abstracción, resulta cercano, visible y útil a la ciudadanía y es susceptible de generar menos suspicacias que otros términos como medio ambiente o sostenibilidad. Pienso que tiene la fuerza suficiente como para convertirse en un marco de referencia a tener en cuenta para articular las intervenciones urbanísticas y territoriales con lo local.

Por último, no debemos pensar que conseguir una transformación del paisaje sin que pierda su carga cultural, simbólica y medioambiental y de acuerdo a las necesidades de la ciudadanía, es algo imposible o inviable. Al contrario, el paisaje rural bien gestionado puede constituir una oportunidad para la supervivencia económica y social de los pueblos porque, como ya he defendido anteriormente, supone uno de sus más valiosos recursos.

Deberíamos pensar en el paisaje como “la vida del territorio” (Ojeda: 2003), por lo que cada intervención o modificación urbanística, infraestructural, energética o agropecuaria, debería de ir de la mano de un debate entre la administración, la ciudadanía (en muchas ocasiones también con intereses contrapuestos) y la parte técnica para convertir el conflicto en un proceso creativo, transformándolo en punto de encuentro. Las decisiones deberían de ser más o menos consensuadas y, sobre todo, no responder a intereses a corto plazo (como también se insistió en el XVIº Congreso de Estudios Vascos), normalmente pecuniarios, de algún determinado agente social, prescindiendo de toda visión de futuro y de planes a medio o largo plazo. Bibliografía:

RELPH, Edward C. (1976) Place and placelessness, London, Pion.

CANO SUÑÉN, Nuria (2005) “Paisaje y desarrollo rural sostenible en Euskadi. La importancia de su ordenación y gestión”. Actas del XVIº Congreso de Estudios Vascos, Desarrollo Sostenible-IT, el futuro. En prensa. OJEDA RIVERA, Juan Francisco (2003) “Desarrollo y patrimonio paisajístico”. Investigación financiada por el Gobierno Vasco, a través de una beca del Programa de Formación de Investigadores del Departamento de Educación, Universidades e Investigación en el Departamento de Filosofía de los Valores y Antropología Social de la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea.