En estos tiempos globales en los que tan dados somos a denunciar entuertos ajenos y proclamar solidaridades entusiastas con las victimas de los desafueros y barbaridades que “otros” cometen en tierras lejanas, creo que es conveniente recordar aquellas injusticias que perpetramos antaño “nosotros”, los propios vizcaínos, incluso siendo contrarias a nuestro idolatrado derecho foral, pues la verdadera memoria histórica exige no solo conocer lo bueno que hicimos, sino también reconocer el mal que causamos, para no ser un pastiche mendaz, del que es imposible aprender nada.
Dado que por desgracia el conflicto en Palestina es un tema de actualidad, vamos a tratar de nuestra relación con el pueblo judío, que, disperso por todo el mundo, también tuvo a la sombra del árbol de Guernica una presencia centenaria que la mayoría de los vizcaínos durante los últimos siglos no han querido recordar.
La pregunta es sencilla: ¿qué fue de los judíos vizcaínos? ¿Los expulsaron los Reyes Católicos en 1492, como al resto de los judíos españoles? Pues resulta que no: los expulsamos nosotros seis años antes, en 1486 por motivos que son, a mi juicio, vergonzosos: quedarnos con su control del comercio.
La judería de la villa de Valmaseda destacaba dentro de la red de juderías peninsulares, siendo la segunda judería del País Vasco, sólo superada por la de Vitoria. Fue dicha judería la única que adquirió notabilidad en el Señorío de Vizcaya, existiendo además presencia judía en las villas de Abadiano y Lequeitio, la ciudad de Orduña y, de forma ocasional, en la villa de Bilbao.
Según los estudios de Ángel Rodríguez Herrero, la judería de Valmaseda estaba situada en el barrio de San Lorenzo, junto al Puente Viejo y su presencia en la villa fue posible gracias a la protección ofrecida por los Velasco, entonces condestables de Castilla.
La aljama participaba activamente en el pago de los repartimientos que se abonaban a la monarquía, como fue el abono de 2.100 maravedís en 1474, y de 1.500 maravedís y 28 castellanos de oro en 1482. Este gran desembolso, superior al de la aljama de Burgos, explicaría la protección que los monarcas castellanos ofrecieron a los judíos de Valmaseda cuando los vecinos de la misma se levantaron y actuaron en contra de esta minoría. Al respecto, podemos mencionar los motines antijudíos de 1483 y 1486.
En el primero, el concejo dispuso que ningún judío se avecindase en la villa, ni contrajera matrimonio con valmasedana. Mientras, que en el segundo, en 1486, los judíos tuvieron que refugiarse para salvar sus vidas en Villasana de Mena.
La respuesta de los Reyes Católicos se cristalizó en la Provisión Real del 1 de marzo de 1486, en la cual amparaban a los judíos de Valmaseda, decidían que la justicia los dejase vivir en la villa y ordenaban la readmisión segura de los fugitivos, hecho al que se negó el alcalde de la villa.
Los Reyes Católicos encargaron al licenciado García López de Chinchilla que facilitase la vuelta de los judíos a Valmaseda, mientras que el concejo de la villa acudió a las Juntas Generales vizcaínas, institución que en el año 1486 acordó por aclamación de los apoderados, puestos en pie proclamando en alta voz el “vala, vala, vala”, que los judíos abandonasen ya no solo la villa, sino también Vizcaya.
En dicha sesión de las Juntas “so el árbol de Guernica”, el procurador de la comunidad judía, Don Harón, aceptó en nombre de la misma (bajo evidente coacción) el que esta abandonara para siempre Valmaseda y el Señorío.
Ante esta coyuntura de hechos consumados, los Reyes Católicos acabaron confirmando el acuerdo de las Juntas el 30 de enero de 1489, que fue ejecutado por el corregidor, por lo que los judíos no pudieron volver a Valmaseda.
Pese a que los Reyes Católicos amparaban a los judíos como súbditos y vasallos, solo se logró como compensación de su forzada marcha fijar mediante una “comisión” el valor de los bienes que los judíos de Balmaseda debían dejar atrás, con la finalidad de abonarles un "justiprecio". Pero de lo que se trataba en realidad con la expulsión era de apoderarse no de sus bienes sino del control que tenían los judíos del comercio, que tras la expulsión quedó bajo nuevas manos.
Un interesante documento del Archivo General de Simancas, fechado en 1488 y por ello contemporáneo, expresa con claridad la injusticia cometida en Valmaseda. El texto, en versión modernizada, es el siguiente:
" ... sin hacer los judíos de esa Villa mal ni daño a persona alguna, los echasteis de ella y no les dais lugar para que vivan en la misma, habiendo (transcurrido) ya más de cien años (desde) que ellos y sus antecesores vivieron y moraron en ella."
Los acuerdos injustos de una institución parlamentaria pueden y deben denunciarse y derogarse.
Más aún si, como en nuestro caso, el antisemitismo ha sido durante siglos una de las señas de identidad de los vizcaínos y vascos en general, y ha perdurado de forma soterrada hasta muy recientemente, cuando incluso un respetado experto en nuestra historia foral en una de sus obras sobre el humanismo y libertad en nuestros fueros intenta edulcorar el acuerdo de expulsión de Guernica de 1486, como si fuera un rasgo de magnanimidad vizcaína con gentes extrañas, afirmando que las Juntas Generales “atendieron” a los judíos de Valmaseda en vez de decir lo que realmente se hizo con ellos pese a ser tan vizcaínos de nacimiento como cualquier otro, solo que de otra religión: expulsarlos contra derecho y bajo coacción.
Hoy en día, en la propia Balmaseda del siglo XXI, se banaliza a veces la expulsión de los judíos como un número más en los “mercados medievales” que se celebran en mayo.
Por dos veces presenté como miembro de las Juntas Generales de Bizkaia entre 1999 y 2019 iniciativas para derogar el acuerdo de expulsión de los judíos de 1486, por su carácter injusto y contrario al Fuero, al actuarse en contra de toda una colectividad vizcaína sin existir causas concretas, ni individuales ni colectivas, y solo en razón del afán de lucro y de arrebatarles el control del comercio.
La primera vez propuse una Proposición No de Norma para que las Juntas Generales rechazaran “expresamente y declararan nulo el acuerdo tomado en las Juntas de Villas y en Juntas de Tierra Llana en Santa María la Antigua en Gernika los días 2 y 7 de marzo de 1486, por el que se dispuso el abandono por la comunidad judía de la Villa de Balmaseda y del Señorío de Bizkaia”, y expresaran su “sincero pesar por las consecuencias que supuso dicho acuerdo para vizcaínos de religión judía cuyas familias llevaban en muchos casos más de un siglo avecindadas en la Villa y el Señorío”.
¿Se aprobó? Pues no: algunos grupos, que para otros temas de “memoria histórica” que políticamente les interesan hilan finísimo, dieron las razones mas disparatadas para oponerse.
Los dos grupos que apoyaban como mayoría el gobierno foral, nacionalista y socialista, defendieron que era mejor no entrar en acuerdos concretos de Juntas sino hacer algo más genérico sobre los acuerdos injustos que se hubieran adoptado a lo largo de nuestra historia foral, y pidieron que reformulase la iniciativa con un texto más genérico. Por ello acepté retirar la primera iniciativa, en busca de lograr la aprobación de un acuerdo.
Así que presenté la siguiente Proposición No de Norma, de carácter genérico como se había solicitado : “Las Juntas Generales de Bizkaia acuerdan expresar su pesar por los contenidos de acuerdos o normas adoptadas a lo largo de su dilatada historia afectando, persiguiendo o excluyendo de Bizkaia a cualesquiera personas o grupos humanos por su procedencia, etnia, cultura, ideas o religión.”
Efectuada la votación la nueva Proposición fue rechazada en la Comisión de las Juntas Generales al contar únicamente con mi apoyo y el del PSOE, la abstención del PP y el voto en contra del PNV, Bildu y Podemos.
No dejan a veces de sorprenderme “las razones de la sinrazón” de ciertos sentidos de voto que consiguieron que aquel 9 de octubre de 2017 Don Harón y los judíos vizcaínos fueran de nuevo desterrados del Señorío de Vizcaya por las Juntas Generales, pues destruimos al otro cuando nos negamos a recordarlo.
Por cierto, es lo mismo que se lleva tiempo haciendo por algunos con las víctimas del terrorismo y los miles de ciudadanos que tuvieron que abandonar nuestra tierra por estar perseguidos: olvidarlos como si, al igual que los judíos de 1486, nunca hubieran existido, y no fueran también nuestra propia gente.