En abril de 2019, un grupo de científicos del Instituto Sanger de Cambridge mediante la secuenciación de los genomas completos de 13 individuos que vivieron entre los siglos XI y XIII en lo que hoy se conoce como el Líbano, descubrieron el origen de algunos de ellos, llegados en los días de las Cruzadas y su impacto genético en la población actual de la zona. De todas las muestras analizadas, nueve corresponden a varones hallados en un enterramiento en la ciudad de Sidón, Líbano, identificado como la tumba de los cruzados muertos durante una batalla en el siglo XIII. La datación de este enterramiento masivo, de 25 individuos en total, fue posible gracias al descubrimiento de una moneda emitida en Italia ente los años 1245 y 1250, que descansaba junto a cinco hebillas de la misma época. El estudio, publicado en The American Journal of Human Genetics, sugiere que los soldados que forman los ejércitos cruzados eran diversos genéticamente y se mezclaron con la población local en Oriente Próximo. Aunque, apenas ha quedado rastro de esta mezcla en la genética de los libaneses que viven en la actualidad.
Durante el medievo, miles de europeos emigraron a Oriente Próximo para participar en las cruzadas, libradas entre 1095 y 1291, dispuestos a liberar Jerusalén del dominio musulmán. La primera de ellas logró su objetivo, conquistar la Ciudad Santa. Los voluntarios europeos escapaban de una Europa desesperada y hambrienta por las malas cosechas. Muchos de estos voluntarios se asentaron en los recién establecidos reinos cristianos a lo largo de la costa del Mediterráneo oriental.
Detalle de los cruzados encontrados en un cementerio en Sidon, Líbano.CLAUDE DOUMET-SERHAL
Tras secuenciar el ADN de los nueve cruzados, las pruebas revelaron que tres eran europeos, cuatro eran de Oriente Próximo y dos individuos tenían ascendencia genética mixta. El doctor Haber, director del estudio señaló a la prensa que "los orígenes de los cruzados del foso son diversos, en total los clasificamos en tres grupos: cuatro individuos con ADN de origen local, tres con orígenes europeos, de los cuales dos mostraron una mezcla de vascos, franceses e italianos (el subrayado es nuestro) y uno de origen sardo".
Me siento incapaz de cuestionar a los genetistas del Sanger, aunque, eso sí, lograron despertar mi curiosidad. Recordé el viejo (y entusiástico) ensayo de Andrés Irujo Los Vascos y las Cruzadas. Y allí estaba la respuesta. Los huesos de la tumba de Tiro pertenecían a caballeros de la mesnada del rey de Navarra (que, en realidad, era medio francés, aunque se acompañó de auténticos vascones, de ADN impoluto).
Teobaldo o Thibaut le Chansonier fue el rey cruzado. Es cierto que, hasta entonces (la lectura del libro), chansonniers eran Georges Brassens (La Mauvaise Réputation), Jacques Brel (Ne me quitte pas), George Moustaki (Le Métèque),… También es cierto que su apodo traducido era “El Trovador”. La verdad es que daba gusto cuando la corona del Viejo Reyno se vinculaba a chansoniers y novelistas como la gran Margarita de Navarra (El Heptameron) abuela de aquel Enrique que ganó Paris con una misa y que, sintiéndose navarro, avaló el curato de Axular en Sara.
Teobaldo era hijo póstumo de Thibaut III, conde de Champagne y Blois, y de Blanca de Navarra, la hermana de Sancho el Fuerte (nada menos). Tuvo que pelearse por los derechos de Champagne con su tío el conde de Brienne y su tía Alice, reina de Chipre. Cuando murió su tío Sancho, le sucedió como rey de Navarra.
En agosto de 1239 partió al frente de un ejército cruzado a Tierra Santa, en la conocida como cruzada de los barones, organizada por Gregorio IX. A pesar de ser derrotado, las rencillas entre musulmanes le permitieron firmar la paz y obtener para los cristianos Jerusalén, Belén y Ascalón. Regresó de la cruzada a finales de 1240, pasando gran parte de su reinado viajando continuamente de Navarra a Champaña.
Hay un dato más que interesante sobre la cruzada del rey de Navarra. Resulta que, cuando el Papa le pidió que fuese a Tierra Santa, su respuesta fue positiva. Eso sí, puso una condición: que impidiese que castellanos y aragoneses (cada uno por su lado, en aquellos días) conquistasen su reino. Y lo logró. No así sus sucesores que tuvieron que ver como castellanos y aragoneses se hacían con él con la ayuda del Papa de turno. Ya entonces nuestro chanssonier ya sabía con quien se jugaba los cuartos.
El Chanssonier compuso cuatro canciones -conocidas como Canciones de la Cruzada- en la que justifica la defensa de Tierra Santa. Por ellas, está considerado como uno de los grandes poetas líricos del siglo XIII: su ritmo es más armonioso, su métrica es más cuidada, mientras que sus expresiones estás llenas de refinamiento y sentimiento “verdadero”. Fueron publicadas con otras composiciones en Paris por Levesque la Ravallière en 1742, bajo el título Poésies du Roi de Navarre. El mismísimo Dante habló de él en términos más que laudatorios. Andrés de Lizarra (Irujo) reprodujo en su libro dos de aquellas poesías traducidas del francés antiguo por el padre Sánchez de Gamarra (capuchino).
Resulta indudable que uno huesos enterrados, unas hebillas y la moneda ayudan a enriquecer una historia de emigrantes vascos de espadón y cruz en ristre.
Raquel Diaz, “El misterio de los cruzados vascos enterrados en Oriente Medio”, El Mundo, Madrid, 18 de abril de 2019.
Manuel Leguineche/María Antonia Velasco, El viaje prodigioso, Madrid (1995): Alfaguara.
Andrés de Lizarra (Irujo), Los vascos y las cruzadas, Buenos Aires (1946): Ekin