
KOSMOpolita
El predicador
No te des por vencido, ni aun vencido, no te sientas esclavo, ni aun esclavo; trémulo de pavor, piénsate bravo, y arremete feroz, ya mal herido. Ten el tesón del clavo enmohecido que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo; no la cobarde estupidez del pavo que amaina su plumaje al primer ruido. (Almafuerte)
Ricardo era un adolescente cuando creyó que estaba a punto de morir, como si de repente un ladrón le hubiera robado hasta los huesos. Una enfermedad extraña galopaba por su sangre. Las fiebres habían consumido su cuerpo. El único médico a bordo, después de intentar lo que estaba a su alcance, se dio por vencido. Rogó, al menos, que el pasajero lograra arribar con vida al puerto de Buenos Aires. Pasaron los días y el viaje llegó a su fin. El enfermo comprobó que tenía el mundo en contra, estaba solo y se convenció de que al desembarcar lo iba a abrazar el vacío.
Pero no todo estaba perdido. Por suerte lo esperaba la voluntad solidaria de un ignoto empleado del viceconsulado español en Argentina. El funcionario se apiadó de Zabalza Elorga. Gracias a sus contactos, fue internado en el hospital de San José. Lograron salvarlo. Pasó tres semanas dentro de la penumbra de la habitación, postrado en la cama, mientras afuera el sol caía a plomo sobre la ciudad, las casas ardían y el aire olía a infierno.
Tenía 15 años, era el primogénito de varios hermanos y la nostalgia comenzó a hostigarlo sin cuartel. En sueños, o quizás en sus delirios, se sintió flotar sobre la tierra, convencido de estar viendo desde las alturas, con el alma desgajada, las verdes y dóciles montañas que rodeaban la silenciosa aldea donde había nacido. La aldea se llama Erratzu y la podemos encontrar en el valle navarro del Baztán, muy cerca de la muga fronteriza con Francia.
Su padre era un médico rural y la situación económica de la familia muy pocas veces había sido estable. Don Lázaro, dentro de su catolicismo, era un hombre con ideas progresistas para la época y aunque su carácter fuera pacífico, muchas veces debió de enfrentarse con la ceguera y el hostigamiento de los caciques y del clero local. Por esa razón, vuelta a vuelta se veía obligado con su familia a levantar el consultorio y fijar nuevas residencias, con los contratiempos que acarreaban esos trasiegos a su profesión.
El matrimonio contaba con familiares en Argentina que habían hecho una sólida fortuna en la zona de Azul, precisamente en el poblado de Cacharí, donde poseían, además de grandes extensiones de tierra, varias propiedades y un par de almacenes de ramos generales. En sus cartas, insistentemente, solicitaban la presencia de Ricardo, que si bien aún no había finalizado el magisterio, estaba muy avanzado en los estudios. En un principio, fueron reacios a aceptar esa propuesta, pero terminaron cediendo. Fue así que, en la postrimería de 1913, el jovencito marchó a América con la promesa de trabajar en la administración de los negocios de los Zabalzas “americanos”.
Una vez recobrada la salud y para no andar con los bolsillos vacíos se animó, confiado en su fuerza vascona, a ingresar al mundo del trabajo. Nada menos que a hombrear bolsas de cereales en el puerto de Buenos Aires. Allí conoció la crueldad de la explotación, la primera escabrosa experiencia pese a que para entonces, como afirma Natalia Paula Fanduzzi: “Los trabajadores portuarios habían constituido un gremio líder dentro del movimiento obrero argentino debido a su posición estratégica dentro del modelo económico nacional”. Pero la indiferencia para hacer valer sus derechos o, al menos, tener el conocimiento de su existencia, sumado a la falta de trabajo y a un Estado que se desentendía de estas cuestiones, llevaron a que los muchos trabajadores continuaran siendo vulnerables a los excesivos atropellos patronales.
Dicen que la realidad tiene que ser cruda y áspera, tiene que incomodar y doler para que la llama se avive. Ese cuadro de situaciones le hizo ver la importancia que tenía la adhesión formal de los obreros en las actividades gremiales. Y sobre todo, sintió la necesidad de brindar oportunidades para que lograran una mayor formación cultural. No por nada había estudiado para maestro.

Ricardo Zabalza durante su estadía
en Punta Alta (Argentina).
Aunque todavía le faltaba mucho por recorrer y conocer. Nada era como se lo habían imaginado sus padres y él mismo.
Meses después, lo encontramos atravesando el interior profundo de la llanura bonaerense rumbo a Cacharí, y a medida que el paisaje entraba en sus ojos, aumentaba el peso de la incertidumbre que conlleva un porvenir totalmente incierto.
Que sus patrones en el pueblo de Cacharí fueran familiares suyos no atenuó un ápice la dura situación laboral, una vez que comenzó a trabajar como simple “mozo de mostrador” y no en la parte administrativa tal como le habían prometido. De ese modo tuvo que malvivir junto con otros compañeros en el propio local comercial en jornadas que duraban 14 horas, mal pagados y prácticamente encerrados durante semanas enteras. El descanso dominical era una utopía. Entendió que aquello era una explotación caníbal y que a la semiesclavitud había solo un paso.
No se dio por vencido. La resignación era la peor pesadilla posible. Intentó organizar con los demás compañeros una delegación del Sindicato de Empleados de Comercio, pero fue testigo de la falta de interés. Por temor a perder el trabajo, falta de osadías o resignaciones encarnadas, ninguno de los compañeros respondió favorablemente. Entonces dirigió sus esfuerzos hacia otro horizonte. Junto con unos pocos entusiastas vecinos pusieron en funcionamiento la Biblioteca Popular, inaugurada en 1918 y que hasta el día de hoy aún perdura. Biblioteca que designaron, no por casualidad, con el nombre de “Almafuerte”, seudónimo del maestro y poeta Pedro Bonifacio Palacios, personaje al que Ricardo había comenzado a admirar.
Un año después marchó hacia la pujante ciudad de Bahía Blanca, harto de la explotación a la que había sido sometido y visto que poco o nada podía hacer en la desolada y aislada población donde había estado viviendo y padeciendo.
Para entonces, la ciudad austral se había consolidado como el principal punto de salida de la producción agrícola del sudoeste bonaerense y de los territorios nacionales de La Pampa y Río Negro. A la construcción de la infraestructura ferro-portuaria y la instalación de plantas fabriles tecnificadas se sumaron los molinos harineros, saladeros, pequeños talleres metalúrgicos, fábricas de conservas, muebles, jabones y licores. Este proceso de expansión económica se complementó con un crecimiento demográfico acelerado por el flujo inmigratorio, delineándose una nueva fisonomía de la sociedad, que se caracterizó por una alta proporción de extranjeros y la configuración de una clase obrera organizada que reclamaba mayores participaciones tanto en el ámbito político como en el social, lo que derivó, inevitablemente, en una alta conflictividad con los sectores dominantes.
Fue, particularmente, entre 1919 y 1921 que esas demandas adquirieron mayor intensidad no alejadas de la aguda situación económica nacional, del impacto que generó la Revolución Rusa de 1917 en las filas obreras a nivel mundial y de la voracidad patronal.
No tardó Zabalza en conseguir un empleo en una importante casa comercial de ramos generales, afiliarse al sindicato de Trabajadores del Comercio y convertirse en un animoso dirigente gremial. Una de sus primeras metas, con la premura que imponía semejante injusticia, fue que se respetara a rajatabla el descanso dominical, pese a que ese derecho ya había sido transformado en ley. Enrolado en las filas del socialismo, comenzó a sobresalir en mítines y reuniones como brillante orador e incansable escritor en el órgano de prensa Evolución, perteneciente al Sindicato de Empleados de Comercio de Bahía Blanca.
Ricardo Zabalza se hizo de numerosos amigos y seguidores gracias a la gran sabiduría, el aplomo y la tranquilidad que irradiaba y, en especial, la sencilla manera en que se relacionaba dentro de su entorno gremial y laboral. Como lo describió y recordó Marcos Nieto, peluquero de profesión y hasta no hace mucho tiempo, activo vecino de Punta Alta: “A Ricardo lo conocí muy bien. Era un vasco bien formado físicamente, de altura destacable, elegante, pintón, nunca se le conoció una relación formal con ninguna mujer durante el periodo que vivió en este pueblo. Puedo asegurar que era buena persona y un culto conservador, de larga y fundamentada argumentación, carente del deseo de dominar al interlocutor mediante malas artes retóricas o descalificaciones. Muy moderado políticamente.”
Ya para junio de 1920 lo vemos integrando el Consejo Federal de la reciente inaugurada Federación Obrera Regional de Bahía Blanca (FOR), ocupando el puesto de secretario general. Hay que destacar que la FOR fue el primer intento organizativo relevante del movimiento obrero, no sólo porque en su seno se unieron corrientes ideológicas con distintas visiones sindicales, sino también por el sistemático esfuerzo realizado para mancomunar a los trabajadores de Bahía Blanca. El texto del estatuto era por demás elocuente. Estuvo precedido de una declaración de principios que valorizaba la lucha de clases y la organización sindical, dejando asentada la necesidad de vincular y coordinar la defensa y acción de la clase explotada, en virtud de los intereses comunes que hacían imposible toda desviación al capitalismo. Y lo más importante: “Las acciones de la entidad serán exclusivamente económicas, prescindiendo en absoluto de todo partido político o secta de carácter ideológico o religioso”, destaca el investigador y profesor Roberto D. Cimatti.
En octubre de 1920 los empleados de comercio y los peones y carreros de comercio iniciaron una huelga por la jornada laboral de ocho horas que le acarreó a Zabalza la antipatía de los patrones y la pérdida de su trabajo. Logró salir de esa incertidumbre, de la desesperación que causan los profundos hoyos por los que atravesaba, dirigiéndose hacia nuevos derroteros. Por su templanza, consideró que la dureza de la intemperie tenía su encanto cuando se iba fortaleciendo la idea de solidaridad con los prójimos.
Pasó a emplearse en el puerto Ingeniero White, instalado sobre la costa norte de la ría de Bahía Blanca, cuya principal actividad era el embarque de las enormes cosechas de cereales. En ese neurálgico lugar de la vida económica del sur de la provincia, todavía permanecían latentes los recuerdos de la masacre de 1907, como si el pasado estuviera pegado inexorablemente a la piel de los obreros, marcando a fuego la fiereza de la injusticia.
Lo ocurrido había sido de una violencia obscena, simple, irracional, perpetrada por los marinos de la Subprefectura prácticamente al servicio de la empresa de capitales ingleses Ferrocarril Sud. Un conflicto que se había iniciado de manera pacífica a raíz del despido de dos remachadores del muelle ferroviario y que terminó despertando la solidaridad y la adopción de medidas conjuntas de estibadores y ferroviarios, quienes sumaron a la vez reclamos de aumentos salariales y mejoras en las condiciones de salubridad, por el calor asfixiante dentro de los silos, y el espeso polvo imperante.
Más de 10 años después nada había cambiado y, con ello, nuevamente la imagen desoladora de una humanidad dañada, desatendida, que atraviesa y degrada: “Aquello era un verdadero infierno”, describió Zabalza, cuando creyó que sus pulmones no tenían aire sino arena hirviendo.
Para entonces, la suerte lo abrazó. Hizo contacto nuevamente con su amigo Higinio Gallego, activo dirigente de FOR al que había conocido apenas llegar a Bahía Blanca. El camarada dirigía un centro escolar en Punta Alta, localidad ubicada a 30 kilómetros, estrechamente relacionada con el impulso que irradiaba el Puerto Militar y los barcos con sus numerosas tripulaciones.

Ricardo Zabalza con su esposa e hijo.
Higinio no dudó en ofrecerle un puesto como profesor en la escuela Domingo Sarmiento, en un viejo edificio de la calle Luiggi al 100. Zabalza aceptó la propuesta con la condición de no abandonar sus vínculos con la Federación Obrera Regional. Sin haber terminado el magisterio pero amando el oficio de enseñar, el navarro se lanzó con entusiasmo a la docencia. Por un tiempo se puso al frente de un aula, siendo los alumnos, en su mayoría, integrantes de las capas sociales más desfavorecidas o de padres obreros enrolados en las filas del anarquismo o del socialismo gremial.
Desde los tiempos cuando cursaba el magisterio en Pamplona se había entusiasmado con las ideas pedagógicas del educador francés Célestin Freinet, creador de las llamadas posteriormente “escuelas frenetistas”, cuyo objetivo básico era que los niños “aprendieran haciendo e hicieran pensando”, reduciendo a la mínima expresión cualquier rasgo autoritario dentro de la disciplina escolar. De ahí que para muchos vecinos de Punta Alta, Zabalza fuera considerado un docente innovador porque, entre otras cosas, logró que los alumnos tuvieran su huerta colectiva, que participaran de frecuentes salidas campestres con el fin de estar en contacto con la naturaleza, los trabajos rurales y el mar, y que cualquier actividad dentro de la clase fuera, en lo posible, compartida en grupo con el fin de eliminar el individualismo y fortalecer los lazos comunes entre todos.
Cuando Gallego tomó la decisión de regresar a la península, traspasó a su amigo la dirección de la escuela, cargo que Zabalza asumió con enorme satisfacción, cuidando siempre que reinara un agradable ambiente de camarería.
Entre los profesores se destacaba, por su infatigable capacidad de trabajo y dedicación, la maestra de infantes Linares. Esta mujer era descendiente del cacique de la tribu que se había asentado con rebaños de ovejas y vacunos en las tierras de lo que más tarde sería el puerto y la población de Punta Alta, hasta que fueron desalojados sin reparos. Lo mismo que había sucedido con otra tribu de la cercanía.
Zabalza, tal como se había propuesto, prosiguió su labor en el ámbito sindical, fiel a sí mismo y a sus ideas. Su imagen apacible, unida a una gran capacidad negociadora, contrastaba con su fortaleza en la defensa de sus convicciones políticas más íntimas, aunque sin llevarlas al enfrentamiento sin sentido. Con frecuencia describió y analizó, en cuanto medio de prensa gremial pudo, la precaria situación sociolaboral de las clases trabajadoras de Punta Alta, fortaleció la delegación local de la Federación Obrera y participó, tanto como orador o simple concurrente, en los actos y protestas bastante numerosos que se dieron durante la década del veinte en respuestas al recrudecimiento de represión y los atropellos patronales. Bien sabemos que quienes abogan por cambiar el mundo no miran pasar la historia tras un vidrio blindado, más en aquellos tiempos cuando se estaban incubando los huevos de las serpientes.
No descuidó Ricardo las diversas actividades culturales desplegadas por anarquistas y socialistas, que en lo posible trabajaban mancomunados, cuando menos en Punta Alta. Así, escribió obras de teatro, sobresaliendo, entre ellas, Soñadores que con su gran calidad aportó un valioso elemento más a la conciencia colectiva.
El vasco era de los que creían que el proletario debía acercarse a la cultura con sus propios enfoques y vivencias. No a la que genera la clase dominante para instalar una orientación común a sus intereses, sino a aquella que sirva como herramienta de denuncia y visibilización de una sociedad desigual y opresiva. Tarea titánica si las hay, utopías que gotean sobre la carne cansada después del yugo, donde se condensa la totalidad de la grandeza humana.
Zabalza, a esa altura, se había convertido en un relevante personaje y en un referente indiscutible de la política sindical de Bahía Blanca y su zona de influencia. En 1928 fue uno de los principales protagonistas del nacimiento de la organización del Centro Libertad, de carácter antifascista y antiimperialista, en un momento en que el mundo veía con estupor la gestación y el avance imparable del autoritarismo más feroz.
Junto con los primeros pasos del Centro Libertad salió a la luz la revista mensual Impulso, su órgano de prensa. Como era lógico, Ricardo fue uno de los más activos colaboradores, siendo varios los artículos que escribió para ese medio, como también precisos y orientadores editoriales que sintetizaban el pensamiento libertario. Lo demuestran estas diáfanas líneas suyas publicadas en el N° 2 del mes de julio: “No hay cosa más grande que sembrar la fe. La fe de la libertad que vendrá como premio del dolor y el esfuerzo. La fe en el mañana justiciero y bueno. La fe en las realizaciones de todas las esperanzas alegres e ingenuas que palpitan hondamente en el corazón del pueblo…”.
Lo que había sido un hito en la vida cultural de Punta Alta y que había permitido para muchos de sus habitantes el primer abordaje al conocimiento de la historia de la causa obrera en el mundo, con sus mártires y sus luchas e ideas, sus fracasos y las pocas victorias, fue languideciendo hasta dejar de publicarse. Ocurrió en el momento en que Ricardo Zabalza viajó a visitar a su familia en Navarra. Si bien su intención era regresar al cabo de un corto tiempo, eso jamás ocurrió, dando fin a 16 años de existencia en Argentina, “el país que le dio la base nutriente para su formación de dirigente sindical”, en palabras de su biógrafo, Emilio Majuelo Gil. Porque, qué duda cabe que lo vivido en Bahía Blanca, Ingeniero White y, sobre todo, en Punta Alta actuó como una formidable escuela de aprendizaje, la fragua donde pudo formarse social y políticamente.
En la aragonesa localidad de Jaca, a escasos kilómetros de Burgui, donde residían sus padres y hermanos, y cuando estaba abocado en la formación de la Liga Laica de Huesca, pasó a ser llamado y conocido con el apodo de “El Predicador”. “Apelativo -a juicio de Majuelo Gil- que posiblemente le encaja mejor que a cualquier otro de los que solían hablar sin saber bien lo que decían”.
Así comenzó su intensa historia en España Ricardo Zabalza Elorga, coincidiendo con la caída de la Dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la Segunda República y el fin de la monarquía. Fue imparable, incansable. Se abrió paso, sin rodeos, para lograr alcanzar un mundo mejor. Recorrió miles de kilómetros por la península, iluminada por el pueblo llano en un estado emocional incandescente. Todo parecía posible en unos momentos en los que aún no se había perdido la inocencia, aunque tras las puertas de las casonas de los pudientes, iglesias y mansiones se escondía la desconfianza y la madre de todas las furias que es el odio.
Ahora imaginen la electricidad y la disposición de este hombre. Una muestra a grandes rasgos para no ser extenso. Vean.
En 1932 se trasladó a Pamplona para trabajar en la organización de los obreros agrícolas desde la sección provincial de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra de UGT, donde ocupó el puesto de secretario en febrero de 1933. Fue uno de los que lucharon por la Reforma Agraria. Con otros camaradas fundó ¡¡Trabajadores!!, órgano de prensa de la UGT Navarra, el espacio propicio para escribir numerosos artículos. En 1932 representó a la Federación Socialista de Navarra en el XIII Congreso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), siendo secretario de la sesión de clausura. Participó en el XVII Congreso de la UGT. Decidió presentarse como candidato del PSOE por Navarra en las elecciones generales de 1933 sin resultar elegido. Ubicado ideológicamente en el sector de la izquierda del PSOE, recorrió gran parte de España, con preferencia hacia las regiones agrícolas de Extremadura y Andalucía, explicando el alcance de la Ley de Reforma Agraria y la extensión de mejoras laborales y sociales para los trabajadores agrícolas implantadas por el ministro de Trabajo, Francisco Largo Caballero. En enero de 1934 mediante la votación de los afiliados, fue nombrado secretario general de la Federación Española de Trabajadores de la Tierra de la Unión General de Trabajadores (UGT). Pasó a ser vocal de la Comisión Ejecutiva de la UGT desde enero de 1934 a octubre de 1937.
Como máximo dirigente de los obreros agrícolas socialistas se puso al frente de la huelga campesina de junio de 1934. Escapó a Francia para no ser detenido, pero la policía francesa lo repatrió, entregándolo en Canfranc (Huesca) y desde allí lo trasladaron a Madrid, estando encarcelado hasta principios de 1935. Al salir de la prisión, se casó con Obdulia Bermejo Oviedo, compañera de militancia, 11 años más joven que él.
Meses después obtuvo la banca de diputado del PSOE por Badajoz en las elecciones generales de febrero de 1936. La sublevación militar del 18 de julio lo sorprendió en Madrid. Participó en la toma del Cuartel de la Montaña; era la primera vez que empuñaba un fusil. Viajó a la provincia de Badajoz a organizar y poner en marcha el batallón campesino “Pedro Rubio”, tras el avance de las fuerzas sublevadas. Por esas fechas, recibió la dolorosa noticia del terrible martirio y posterior fusilamiento de su hermano Javier, asesinado en Escó por franquistas de la ciudad de Jaca. Había tenido suerte hasta allí, pero ahora la muerte galopaba en su sangre.
El 28 de septiembre de 1936 ocupó el cargo de gobernador civil de Valencia, en el que permaneció hasta el 14 de julio de 1937. En ese periodo fomentó el cooperativismo agrícola, impulsando el Congreso de Cooperativas Agrícolas y logrando la creación de la Unión Central de Cooperativas Agrícolas (UCCA). En 1938 nació Abel, su único hijo y en ese mismo año fue elegido vocal de la Comisión Ejecutiva del PSOE.
Durante los primeros meses de 1939 cayó derrotada la República a manos de los fascistas. Fin de un inmenso sueño colectivo. El puerto de Alicante se transformó en uno de los últimos escenarios del espanto más cruel. Miles y miles de republicanos se apiñaron desesperados a la espera de ser rescatados por mar. Los barcos salvadores nunca llegaron o, en el mejor de los casos, fueron insuficientes.
Los gobiernos de Francia e Inglaterra habían reconocido a Franco y comenzaron a retacear cualquier ayuda humanitaria para los derrotados. Abandonados a su suerte, el suicidio comenzó a ser la más contagiosa de las enfermedades en aquellas circunstancias.
Detenido por los sublevados en el puerto de Alicante, Zabalza fue llevado a los campos de concentración de Albatera y Los Almendros. De allí, a la cárcel de Orihuela donde fue salvajemente torturado. Terminó su vía crucis en la prisión de Porlier, en Madrid. Al cabo de dos años, lo sentenciaron a morir fusilado.
Llegado el momento, escribió como si mascara vidrio, algunas cartas a la desesperada, despidiéndose de los seres queridos. Una fotografía de la compañera y del pequeño hijo de dos años lo acompañó en esos momentos difíciles: “Abel, hijo mío, cuando escribo estos renglones delante de tu fotografía y de la de tu madre estás bien lejos de comprender el drama que lejos de vosotros vive tu padre, al pensar que no pueda veros nunca más. Como todos los padres, yo he soñado en conducir tus pasos, en forjar tu voluntad y tu carácter para verte, andando los días, convertido en un hombre justo, bueno, trabajador, solidario…no podrá ser… Y estas líneas que en la cárcel escribo, entre otros muchos compañeros condenados a muerte, lo mismo que yo, han de sustituir mi voz ausente, cuando tu inteligencia sea capaz de comprender.”
Al amanecer del 24 de febrero de 1940, Ricardo Zabalza, fue conducido a una de las tapias del cementerio Este de Madrid. Marchó junto con tres compañeros hacia el mismo destino. Las noches de insomnio habían pasado por su cara como un rastrillo, dejando impresas en ella profundas arrugas. “Como si el dolor estuviera hecho de paciencia, cordura, afirmación de lo irremediable”, al decir de Guillermo Saccomanno. Aunque no había rebasado los 42 años aparentaba muchos más.

Tapia del cementerio Este de Madrid donde fue fusilado el dirigente socialista.
Empezó a despedirse lentamente mirando las primeras claridades del día. El frío era intenso y el cielo de cristal, sin una nube. Sus ojos claros tenían una fiereza de alucinado. Hubo un atronador estampido y sintió la sangre caliente a borbotones que lo iba ahogando. Minutos después, el tiro final y así partió, sobre un aire espeso de tristeza infinita.
Fuentes:
Majuelo Gil, Emilio, “Ricardo Zabalza Elorga (1898-1940). Semblanza de un dirigente sindical”. Cuaderno del Sur- Historia. N°.34 Bahía Blanca 2005
Majuelo Gil, Emilio: “Ricardo Zabalza Elorga, un dirigente obrero de Punta Alta (1921-1929)”, Cuaderno del Sur-Historia, El Archivo, año VI – N°15 de mayo 2006.
Cernadas Mabel, Marcilese José, “Política, sociedad y cultura en el Sudoeste Bonaerense”, Actas de las V Jornadas interdisciplinarias del Sudoeste Bonaerense, -1a ed. - Bahía Blanca, Univ. Nacional del Sur - Ediuns, 2009.
Weinberg, Félix, “Historia del Sudoeste bonaerense”, Plus Ultra, Buenos Aires 1988
Vitale Cristian “Un poeta popular y suburbano”, diario Página 12, 28/2/2017, Buenos Aires.
Majuelo Gil, Emilio. “La generación del sacrificio: Ricardo Zabalza 1898-1940”, Txalaparta, Tafalla (Navarra) 2008
Chalier, Gustavo, “La Punta de la historia (Punta Alta y su historia)”, Editorial Universidad Nacional del Sur, Cuaderno N° 1 dentro de la Colección, Cuadernos de historias del sur bonaerense, Bahía Blanca, 2010
Cimatti, Roberto, “La Federación Obrera Regional Bahía Blanca. Los socialistas y el movimiento obrero bahiense (1919-1921)”. D. XI Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Tucumán, San Miguel de Tucumán, 2007.
Fanduzzi Natalia Paula, “El lugar de los trabajadores portuarios en la historia laboral (Argentina, 1880-1930)”, tesis doctoral, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, 2011.
Revista Impulso, editada por el Centro Libertada, julio 1928, Año I, N° 2, Punta Alta, Bahía Blanca, Buenos Aires.
Crónicas Proletarias, “La masacre de Ingeniero White”, Buenos Aires, 8 de mayo de 2013.