En Europa, en torno al 74 % de su población vive en áreas urbanas (United Nations, 2019) y este porcentaje sigue creciendo. Crece su población urbana, pero también su superficie urbanizada, difuminándose los límites de sus ciudades y urbanizando gran parte del territorio. A pesar de ello, Europa continental sigue contando con una estructura urbana relativamente rica y diversa gracias a una jerarquía bastante equilibrada de sus núcleos urbanos. Contribuyen también a que se mantenga su compacidad la atracción que ejercen sus centros históricos y una ordenación del territorio comparativamente más restrictiva que en otras partes del planeta. Una compacidad que ha sido atacada por diversas propuestas urbanísticas que, desde hace más de un siglo, ensalzan el sentimiento antiurbano y que siguen teniendo un peso importante en el planeamiento urbanístico actual. Se huye de la ciudad, que se considera antagónica al campo, al que se idealiza por su contacto cercano con la naturaleza y sus bajas densidades.
Sin embargo, lo contrario de la ciudad no es el campo, lo contrario es la ciudad difusa. El campo y la ciudad se complementan. La ciudad difusa destruye la ciudad tradicional, pero también ataca al campo. No obstante, la distinción entre lo urbano y lo rural necesita ser redefinida. Sin caer en simplificaciones excesivas, alcanzar la sostenibilidad del territorio implica que las áreas rurales deben ser principalmente espacios de trabajo y de vida conectados con el territorio. Los pueblos no pueden convertirse en barrios dormitorios para residentes que llevan estilos de vida urbanos y que viven sometidos a diarios movimientos pendulares campo-ciudad.
Esto no debe entenderse como una crítica a las nuevas ruralidades donde población proveniente de la ciudad se asienta en las áreas rurales, muchas veces aprovechando las posibilidades del teletrabajo o poniendo en marcha iniciativas empresariales que no guardan relación directa con la actividad agraria tradicional. Es positivo que las zonas rurales no se despueblen por las funciones culturales, ecológicas y paisajísticas que cumplen, pero no se puede repoblar a consta de llevar lo urbano a lo rural. No se pueden trasladar tampoco las infraestructuras urbanas ni su artificialización del suelo a las áreas rurales bajo el pretexto de llevar el progreso al campo o de huir de las grandes densidades urbanas.
El sentimiento antiurbano ha sido el culpable de que, ya desde las primeras propuestas de descongestión de la ciudad industrial a través de las ideas de Ciudad jardín, la ciudad perdiese parte de esa compacidad que la caracterizaba. Los tres imanes de Ebenezer Howard, donde se pretendía formular un nuevo modelo de ciudad que integrase las ventajas del campo y la ciudad (Howard, 1902), dieron pie a incipientes procesos de suburbanización. Las ideas de la ciudad funcional que vinieron después en defensa de un modernismo malentendido hirieron a esa ciudad densa y diversa. Con la excusa del “soleil, espace et verdure” de Le Corbusier, los funcionalistas propusieron abolir la calle y construir la ciudad jardín vertical (Le Corbusier, 1933). La zonificación y separación de usos hizo el resto y el resultado fue una ciudad cada vez más dispersa, más dependiente del automóvil y más segregada. La zonificación y los grandes desarrollos urbanos también destrozaron el rico tejido urbano, reemplazándolo con frecuencia por estructuras monofuncionales y perdiendo la diversidad que caracterizaba a las comunidades urbanas.
La ciudad no es sólo un espacio objetivo, es también un espacio vivido.
En la actualidad, la artificialización del territorio es una constante que muchas veces no va a la par de incrementos de población que la justifiquen. Como consecuencia, los paisajes característicos y originales de los espacios urbanos y muchas morfologías urbanas tradicionales se han perdido o diluido. Se han ignorado siglos de evolución y las ciudades han visto cómo las redes de autopistas y las infraestructuras ocupaban cada vez más superficie y fragmentaban y dividían los vecindarios. Esto afecta al sentido del lugar y debilita las comunidades locales. El resultado de todo esto es que hoy el automóvil, que se planteaba como símbolo de libertad, es un símbolo de dependencia, los paisajes urbanos se banalizan y convierten en reflejo de los valores del consumismo, se privatiza el espacio perdiendo esos lugares comunes que crean cohesión social y surgen áreas aisladas para los privilegiados y enclaves guetificados para los más vulnerables.
Además, en una competencia intensa por atraer más inversión, más actividad económica y más población, se establece una nueva jerarquía de ciudades donde unas ganan y otras pierden en el juego de poderes a nivel mundial, pero donde la mayoría se vuelven más polarizadas en su interior. Las sucesivas crisis -primero, la crisis financiera mundial del 2007-2008, posteriormente la crisis de la COVID-19- evidencian la interrelación entre los sistemas financieros internacionales, los mercados inmobiliarios y la naturaleza especulativa y gentrificadora de muchos proyectos urbanos, lo que lleva a que una parte considerable de la población tenga cada vez más difícil el acceso a una vivienda digna.
Pero a pesar de todo, las ciudades probablemente siguen siendo la invención más avanzada de la civilización humana. Son los motores de la economía, concentran la innovación social y están llamadas a desempeñar un papel vital en la solución de muchos de los retos ambientales actuales más urgentes. Su esencia, como defendía el sociólogo urbano Louis Wirth (1938), se encuentra en la concentración de población de un tamaño, densidad y heterogeneidad mínimos. Por ello, las políticas urbanas están asumiendo como prioridad alcanzar ciudades más habitables y más sostenibles. Sin embargo, estos objetivos a menudo chocan de frente con las agendas de crecimiento económico. Además, el amplio apoyo del que goza la sostenibilidad en términos dialécticos contrasta con la lentitud de las reformas urbanas necesarias. La crisis ecológica actual y la exigencia de hacer frente al cambio climático antropogénico hace preciso cambiar los patrones insostenibles actuales.
La narrativa radicalmente diferente de ambos objetivos, crecimiento versus desarrollo, a veces alcanza un punto de encuentro en la economía circular, pero este paradigma muchas veces deja de lado la dimensión social. Estas prácticas están comprendiendo que la ciudad es un sistema abierto que se inserta en un marco territorial más amplio y que dialoga con su entorno próximo de forma directa. Para ser sostenible, instan a que las economías urbanas cierren sus ciclos productivos, consiguiendo que los residuos vuelvan a entrar en el circuito económico como insumos, ahorrando energía y reduciendo la huella ecológica. En este trayecto, no se puede dejar de lado la complejidad sistémica de la ciudad, pero tampoco su geografía urbana dado que el lugar importa y los condicionantes físicos y morfológicos de la ciudad influyen en su sostenibilidad y habitabilidad.
Son múltiples los parámetros a considerar: densidad, diversidad, conectividad, accesibilidad, centralidad, disponibilidad de equipamientos, servicios y áreas verdes, etc. Aunque entre todos estos, la densidad es quizá uno de los que más influye en la calidad de vida. En este punto cabría reflexionar sobre el concepto de densidad, ya que no es lo mismo alta densidad de viviendas o de construcciones que alta densidad de población y ambas no tienen una relación directa. Influyen otros parámetros como el tipo de edificación, el uso mixto del suelo o la propia cultura de las personas. Densidad no es hacinamiento, sino proporcionar a la ciudad viviendas suficientes como para que sea eficiente la dotación de equipamientos y servicios y que no se consuman recursos de forma irresponsable, principalmente, suelo y energía. Aquí es donde se plantean preguntas a las que el urbanismo ha de dar respuesta: ¿cómo podemos lograr una cierta densidad sin pérdida de calidad ambiental y paisajística? ¿cómo podemos generar diversidad? ¿cómo lograr una ciudad más justa e inclusiva?, etc.
Porque tampoco hay que olvidar que la ciudad no es sólo un espacio objetivo, es también un espacio vivido. La percepción de la ciudad nos condiciona en nuestros comportamientos y el sentido del lugar y la comunidad son el alma de las ciudades. Existe además un creciente debate en torno a la ciudad justa, que, desde el punto de vista espacial, se relaciona con la igualdad de oportunidades para todas las personas independientemente del lugar concreto donde residan. Entran en juego aquí conceptos como el derecho a la ciudad (Lefebvre, 1969), pero también la idea de la justicia espacial (Fainstein, 2014) y el cuidado de los espacios públicos (Gehl, 2014). La inequidad en el acceso a servicios, vivienda y trabajo tambalea el orden social y disminuye las oportunidades de algunos grupos de población. La segregación propicia que ciertas subclases de población se distancien entre sí pudiendo llevar a ciudades fuertemente fragmentadas y polarizadas tanto en el ámbito de la vivienda, como en otros ámbitos (trabajo, educación o medios de transporte). Asimismo, la segregación se asocia con la desafiliación y puede conducir a un círculo vicioso que lleva a que la discriminación y falta de oportunidades se perpetúe en el tiempo y se herede de unas generaciones a otras. Por otro lado, la segregación residencial puede derivar en el concepto conocido como efecto barrio en el que el lugar donde se reside condiciona las oportunidades vitales de sus residentes (Nel·lo, 2021).
La ciudad del mañana ha de ser una ciudad a escala humana donde las distancias sean
caminables y los barrios autosuficientes.
Por todo esto, la ciudad debe ser diseñada por todos y para todos (Jacobs, 1961), sin exclusión. Las soluciones pasan con frecuencia por enfoques a pequeña escala, participativos y consensuados. El aprovechamiento de los espacios en desuso, el urbanismo táctico que permite soluciones reversibles, el cronourbanismo o la consideración del ritmo de vida y la dimensión temporal en el diseño urbano, la cronotopia o multiutilización de los espacios para un mejor aprovechamiento de los mismos, la ciudad de los quince minutos que reduce la dependencia de la movilidad forzada, la gestión centrada en la accesibilidad en lugar de en la movilidad, etc. son soluciones que se plantean desde un urbanismo en el que la ciudad es pensada de manera diferente.
Al fin y al cabo, la ciudad del mañana ha de ser una ciudad a escala humana donde las distancias sean caminables y los barrios autosuficientes. Donde el diseño urbano permita ciudades seguras que no coaccionen la libertad de movilidad de las personas y los ciudadanos se puedan apropiar de los espacios públicos. Ciudades policéntricas que permitan disponer de espacios no saturados y servicios básicos de proximidad. Ciudades inclusivas que sean pensadas entre todos y para todos, que den autonomía a los niños, personas con diversidad funcional y abuelos y que sean conciliadoras en las funciones del cuidado. Ciudades saludables donde se pueda gozar de un medioambiente sano y un acceso a las infraestructuras verdes. Ciudades que aprovechen las soluciones basadas en la naturaleza para ahorrar costes y ser más eficientes. Ciudades que no se olviden que la sostenibilidad ha de ser ambiental, económica y social. En definitiva, mejores ciudades para todos y todas sin discriminar por procedencia, edad, sexo o nivel económico.
Referencias
Fainstein, S. S. (2014). The just city. International journal of urban Sciences, 18(1), 1-18. https://doi.org/10.1080/12265934.2013.834643
Gehl, J. (2014). Ciudades para la gente. Infinito.
Howard, E. (1902). Garden Cities of Tomorrow. Swan Sonnenschein & Co., Ltd. http://www.gutenberg.org/files/46134/46134-h/46134-h.htm
Jacobs, J. (1961). The Death and Life of Great American Cities. Random House.
Le Corbusier (1933). La ville radieuse. Éléments d’une doctrine d’urbanisme pour l’équipement de la civilization machiniste. Éditions de l’Architecture d’Aujourdhui. https://www.errproject.org/cdrom/32.pdf
Lefebvre, H. (1969). El derecho a la ciudad. Ediciones Península.
Nel·lo, O. (2021) (Ed.). Efecto barrio. Segregación residencial, desigualdad social y políticas urbanas en las grandes ciudades ibéricas. Tirant lo Blanch.
United Nations, Department of Economic and Social Affairs, Population Division (2019). World Urbanization Prospects: The 2018 Revision (ST/ESA/SER.A/420). United Nations. https://population.un.org/wup/Publications/Files/WUP2018-Report.pdf
Wirth, L. (1938). Urbanism as a Way of Life. American journal of sociology, 44(1), 1-24. https://doi.org/10.1086/217913