Dolores Ibárruri perteneció a la primera generación de militantes comunistas, aquella que, deslumbrada por el resplandor de Octubre, rompió con una socialdemocracia hundida por la inmolación de la clase obrera europea en las trincheras de la Gran Guerra para volcarse en la construcción de un partido revolucionario capaz de replicar la Revolución bolchevique. De la mano del minero Julián Ruiz, con quien se casó con 20 años en la parroquia de Gallarta el 19 de febrero de 1916, la hija de Antonio y de Juliana, aquella joven que vio frustrada su vocación de formarse como maestra cambió los rituales católicos en el Apostolado de la Oración por la militancia en el PSOE, en el que ingresó en diciembre de 1917. Desde 1919, la Agrupación Socialista de Somorrostro, a la que pertenecían, preconizó la incorporación a la Internacional Comunista y en 1920, tras la escisión desencadenada el 15 de abril por la dirección de las Juventudes Socialistas, se unieron al Partido Comunista Español, que el 14 de noviembre de 1921 se fusionó con el Partido Comunista Obrero Español (fruto de otra división en el PSOE) para alumbrar el Partido Comunista de España.
Hasta su designación como miembro del Comité Central en marzo de 1930, Pasionaria (seudónimo que desde 1918 empleaba para firmar sus artículos en la prensa izquierdista) fue una militante más en la cuenca minera vizcaína, en una década marcada por la muerte temprana de sus hijas Esther, Azucena, Amagoya y Eva, víctimas de la miseria que azotaba a aquel modesto hogar. Fueron unos años críticos también para un Partido Comunista golpeado por la represión de la dictadura de Primo de Rivera y debilitado por su radicalismo y sectarismo, hasta el punto de que fue incapaz de comprender la trascendencia de la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931, día en el que, sin embargo, Dolores Ibárruri llevó a sus hijos, Rubén y Amaya, a la plaza del Ayuntamiento de Muskiz para compartir la alegría popular.
El 30 de septiembre de aquel año, dejó atrás la vida de ama de casa en Vizcaya, puso fin a su matrimonio y llegó a Madrid para trabajar en Mundo Obrero, el periódico del PCE. Elegida diputada por Asturias en la candidatura del Frente Popular en 1936, fue en las primeras semanas de la guerra cuando empezó a forjarse, en medio de la epopeya del primer pueblo que levantó las armas para detener el avance del fascismo, el mito de Pasionaria. Y con el impulso del potente aparato de propaganda de la Internacional Comunista su figura se convirtió en el icono universal de la resistencia republicana, acompañada de aquella consigna que sobresalía en el llamamiento del PCE que ella leyó ante los micrófonos de Unión Radio Madrid el 19 de julio de 1936: ¡No pasarán!
El Partido Comunista se transformó en una organización de masas y por su disciplina y sus posiciones políticas y militares en el eje de la defensa de la República democrática, no sin tensiones con la ortodoxia ideológica que lo identificaba. Su papel fue crucial, por ejemplo, durante la dramática defensa de Madrid en octubre y noviembre de 1936, cuando Dolores Ibárruri protagonizó mítines en los cines Capitol o Monumental, en una ciudad bombardeada sin piedad por la aviación franquista.
Dolores Ibárruri es una de las grandes figuras del
movimiento obrero y comunista del siglo XX.
La guerra terminó de la peor manera posible para la República, tras el golpe del 5 de marzo de 1939 encabezado por el coronel Segismundo Casado, Julián Besteiro y Cipriano Mera contra el Gobierno de Juan Negrín y su aliado más leal, el PCE. Al día siguiente, la dirigente comunista llegó en avioneta a Orán y un mes y medio después a Moscú, donde junto con sus camaradas se sumergió en un debate autocrítico acerca de las causas de la derrota. El estallido de la Segunda Guerra Mundial comprometió al PCE con los intereses del Kremlin. Tras la invasión de la URSS por la Alemania nazi el 22 de junio de 1941, a través de los micrófonos de Radio España Independiente (La Pirenaica) y de las emisoras soviéticas casi a diario Dolores Ibárruri leyó comentarios que llamaban a la unidad contra el fascismo en una guerra que el 3 de septiembre de 1942 le golpeó en lo más íntimo, con la muerte de su hijo Rubén en los primeros combates de la batalla de Stalingrado. En aquellos años 40, cuando los sucesivos intentos por reconstruir el partido en el interior de España y forjar una resistencia a la dictadura, también desde el maquis, naufragaron ante una represión implacable, muchos comunistas se situaron dignamente ante los pelotones de fusilamiento invocando a Pasionaria.
La Guerra Fría originó la proscripción del PCE en Francia en septiembre de 1950 y los últimos procesos del estalinismo en Europa oriental afectaron incluso, de manera indirecta, a Irene Falcón, una de las personas más próximas a Dolores Ibárruri. En 1956, tres años después de la muerte de Stalin, el “informe secreto” de Nikita Jrushchov en el XX Congreso del PCUS acerca de sus crímenes conmocionaron al movimiento comunista internacional. Pasionaria fue la primera dirigente del PCE que lo leyó y fue en septiembre de 1968, en la importante reunión del Comité Central que valoró la posición de condena adoptada ante la invasión de Checoslovaquia por las tropas del Pacto de Varsovia, cuando expresó sus sentimientos con mayor crudeza. Desde 1956 jamás volvió a citar a Stalin ni en sus discursos públicos, ni en sus artículos.
En junio de aquel año el PCE lanzó su Política de Reconciliación Nacional, que a partir de los años 60 le permitió convertirse en el “partido del antifranquismo”. Con Santiago Carrillo como secretario general desde diciembre de 1959 y Dolores Ibárruri como presidenta, los comunistas tuvieron un papel decisivo en la creación y estructuración de las Comisiones Obreras, en las luchas estudiantiles, en las reivindicaciones del movimiento vecinal, en la alianza con los sectores católicos que se desgajaban de la base social de la dictadura y en la atracción de profesionales, sectores de las clases medias e intelectuales al largo combate por la libertad. “No habrá fuerza humana que pueda impedir el restablecimiento de la democracia en nuestra España”, proclamó Pasionaria en Roma el 14 de diciembre de 1975 ante Enrico Berlinguer, secretario general del PCI, y las veinte mil personas que llenaban el palacio de los deportes con motivo de su 80º cumpleaños.
Muerto Franco, aún debió permanecer un año y medio más en Moscú, con la angustia de morir en el destierro. Regresó a Madrid el 13 de mayo de 1977, cinco semanas después de la legalización del PCE aquel “Sábado Santo Rojo”, y su figura quedó estampada en algunas de las imágenes icónicas de las Cortes que aprobaron la Constitución de 1978. Más de doscientas mil personas asistieron a su funeral el 16 de noviembre de 1989, siete días después de la caída del Muro de Berlín y dos años antes de la extinción de la URSS. Dolores Ibárruri fue la mujer que en el siglo XX encarnó el ideal y la causa del comunismo en el mundo.