
Gaiak
Tiempos de anomalías y nuevas preguntas
Son tiempos de anomalías, de singularidades que plantean nuevas preguntas. Tiempos revolucionarios, porque la verdadera revolución no surge de las nuevas respuestas a las preguntas ya conocidas, sino de la capacidad de plantearnos nuevas preguntas… y responderlas. Nuestro mundo es un mundo en transformación, en el que las personas y las organizaciones se enfrentan, cada día, a nuevas demandas, se ven interpeladas por nuevos paradigmas y perciben con claridad una situación de verdaderas encrucijadas, en donde parecen faltar las necesarias referencias. Una nueva era, la Era de la Anomalía, en la que lo singular y lo fuera de lo normal será la norma dominante.
En el mundo actual la complejidad es el verdadero desafío. Para conocer ese mundo debemos analizar las principales fuerzas que se manifiestan y construir un modelo de interpretación de las mismas. Se trata de tendencias que operan como corrientes de fondo a través de todo lo que nos pasa, condicionando nuestro día a día. Destacaremos la globalización, el desarrollo tecnológico y la transformación digital, las relaciones a nivel planetario, la demografía, la creciente demanda de seguridad, la dimensión social de las organizaciones, el impacto de los cambios en el empleo y en las relaciones laborales,… Junto a estas corrientes de fondo tenemos unas fuerzas tractoras, entre las que destacan el aprendizaje y el conocimiento, la innovación y el emprendimiento, y las nuevas demandas con las que se enfrenta la competitividad desde la perspectiva del bienestar de las personas.
Todo ello se produce dentro de un cambio de paradigma. El nuevo paradigma relacional centra su atención en las relaciones entre las personas, los conceptos y las cosas. Y pone su foco en la cooperación. Un tema recurrente que no acabamos de comprender en profundidad y que nos cuesta interiorizar y dominar. Quizá esto sea así porque no hemos dado con la fórmula mágica que la explique. Esta búsqueda del “algoritmo de la cooperación” es una búsqueda con final incierto, pero necesitamos perseverar en la misma.
Tenemos algunas dificultades para poder afrontar las transformaciones necesarias en el nuevo escenario. Hablamos de los prejuicios, los sesgos confirmatorios y las profecías que se auto-cumplen, presentes en nuestro quehacer diario y que pueden condicionarnos en nuestra actuación. Además, nos encontramos con una superficialidad que lleva al declinar de las formas, a la falta de consistencia y de seriedad, y a la promesa de una inmediatez que todo lo puede. Por otra parte, no falta la ambición desmedida, que se traduce en especulación y creación de burbujas económicas llenas de promesas. Junto a ello tenemos una estupidez galopante y una verdadera dictadura de la mediocridad, que hacen que las cosas se pongan realmente difíciles. Con el acompañante del pesimismo que desmoviliza, se completa un coctel explosivo.
Pues bien, esta situación de dificultades añadidas supone una verdadera interpelación a los principios y los valores, que están presentes en toda actividad humana y marcan nuestra manera de ser y de actuar. Son fundamentales para cooperar, para aprender y generar conocimiento, para innovar, para emprender, para desarrollar la capacidad competitiva, para aspirar al bienestar compartido y sostenible… En fin, lo impregnan todo y lo determinan todo.

“La (nueva) era de la anomalía”, José Luis Larrea.
Editorial Pirámide.
Sobre la base de los valores y los principios conviene que nos centremos en las fuerzas tractoras que podemos aspirar a poner en marcha para transformar el mundo. La primera es la innovación. Necesitamos “revisitar” el concepto de innovación, actualizarlo y enriquecerlo desde la perspectiva transformadora y la importancia determinante del paradigma relacional. La innovación es en sí misma transformación y esto forma parte de la naturaleza de un mundo en transformación. Un mundo que lo mueven y lo protagonizan las personas. Me preocupa que la innovación, el emprendimiento, el talento… se conviertan en palabras huecas que pierdan todo su poder movilizador, porque las necesitamos para construir el nuevo relato.
Si la innovación y el emprendimiento resultan claves, lo mismo podemos decir del aprendizaje y el conocimiento. Sabemos que el conocimiento es fundamental, pero nos olvidamos de su relación con el aprendizaje y la innovación. Por eso conviene recordar que el conocimiento es el fruto de un proceso de aprendizaje transformador, de manera que el conocimiento y el aprendizaje se constituyen como fuerzas transformadoras desde el momento en que son en sí mismos procesos de transformación e innovación. Además, la expresión del conocimiento a través de formas explícitas de tecnología pone en juego las fuerzas necesarias para hacer frente a las necesidades de las personas.
Así, se llega al propósito de las fuerzas que queremos poner en marcha para progresar y avanzar. Y el propósito no debe ser otro que el bienestar de las personas y, por añadidura, de las sociedades. En este sentido, el debate del bienestar supone ir “más allá del PIB” a la hora de medir el progreso de una sociedad, lo que implica un verdadero desafío a la competitividad.
En general, la visión clásica de la competitividad está trufada de una percepción desde el territorio y desde las organizaciones, sobre todo desde las empresas. Visiones de la competitividad –la territorial y la empresarial– que tienen un cierto sesgo al enfocar la competitividad como un fin en sí misma, en vez de un medio para alcanzar un fin. Pues bien, la competitividad revisitada debe abordarse desde la perspectiva de las personas, como una capacidad al servicio de su bienestar, en donde son claves los valores y los principios, el aprendizaje y el conocimiento, la tecnología, la cooperación, el liderazgo y la gestión del tiempo.
De esto va el nuevo relato: de transformación del mundo, de las personas, de las comunidades. De una transformación que debemos aspirar a protagonizar, para lo cual es fundamental que cada uno de nosotros, como personas y como organizaciones, tomemos conciencia de nuestra posición en el tablero del mundo y de nuestras aspiraciones y objetivos para construir el futuro. Una posición que sea fruto, también, de un proceso de discernimiento, en este caso estratégico, para fijar el propósito, una misión y una visión de lo que queremos. Porque necesitamos de nuestro relato para caminar en el nuevo mundo en transformación.
Nadie tiene soluciones para cada cosa que vaya a pasar en el camino, porque nadie sabe, nadie, las dificultades concretas que vamos a tener que superar. Nadie sabe cómo se van a producir las cosas en el futuro. Pero sí sabemos que hay unas corrientes de fondo y también unas fuerzas que si activamos nos permitirán enfrentar los desafíos. Porque, como decía Antoine de Saint-Exupéry, “en la vida no hay soluciones, sino fuerzas que se ponen en marcha. Es preciso crearlas y las soluciones vienen”.
Por eso, el nuevo relato no es un relato de soluciones; es un relato de preguntas y de fuerzas en marcha. Fuerzas que debemos poner en juego todos y cada uno de nosotros. Porque si algo está claro es que necesitamos poner nuevas fuerzas en marcha, porque las respuestas que nos sirvieron en el pasado no nos sirven para el presente y menos para el futuro. Porque, además, están cambiando las preguntas…