
Gaiak
Navarra. El pluralismo como oportunidad para construir la convivencia
Universidad Pública de Navarra
El hecho de la diversidad en Navarra: una comunidad plural pero no polarizada
En el uso del término “pluralismo” es frecuente confundir lo que es el hecho de la diversidad con las actitudes y las políticas desarrolladas frente a esa realidad incuestionable. La pluralidad es algo dado que cabe gestionar, bien mediante opciones políticas que persiguen la homogeneidad, o bien -desde una visión positiva de ese hecho- por medio de una política pluralista, que persigue la igualdad entre diferentes como el ideal de convivencia.
Pero ¿de qué tipo de pluralismo hablamos cuando hablamos de gestionar la diversidad? Suelen distinguirse dos categorías -analíticas- de pluralismo. Uno, el que se origina en las diferentes visiones individuales respecto al modo de organizar la sociedad, la política –el pluralismo ideológico–, que se articula a través de los derechos políticos y las instituciones democráticas para canalizar los intereses: derecho al voto, elecciones libres y recurrentes, parlamento y partidos políticos, fundamentalmente. Desde este pluralismo, de carácter individual, se han ido configurando a lo largo de la historia los diferentes ejes de división social, que han cristalizado en los respectivos sistemas de partidos para trasladar ese pluralismo al ámbito de las instituciones políticas. En su segundo sentido, el término se refiere al pluralismo identitario, que ya no se origina en las diferentes posiciones ideológicas individuales, sino que surge de las diferentes identidades colectivas presentes en un mismo territorio y que genera un pluralismo de carácter grupal que merece ser atendido desde instituciones y políticas singulares, más allá de las que nos permiten gestionar la diferencia ideológica.
¿Cómo se manifiestan en la Comunidad Foral de Navarra uno y otro sentido del pluralismo?
En cuanto al primero de ellos, el pluralismo ideológico, Navarra es una Comunidad que se sitúa ideológicamente en el centro. Así lo muestra el Barómetro de Opinión Pública del Parlamento de Navarra en sus sucesivas ediciones. Pero los denominados “Navarrómetros” muestran también que, a pesar de esa tradicional centralidad, en los últimos años se ha ido produciendo un ligero desplazamiento desde el centro hacia uno y otro lado del eje derecha-izquierda. La mayoría de estos movimientos se habrá producido, muy probablemente, hacia posiciones cercanas. Sin embargo, donde se ha podido apreciar un mayor incremento relativo es en la posición más extrema por la izquierda y en la de quienes se sitúan en el 8 (en una escala de 0 a 10), por la derecha.

Fuente: Barómetro de opinión pública del Parlamento de Navarra 2019.
Donde verdaderamente se visibiliza la pluralidad es en relación con la diversidad de posiciones identitarias presentes en la Comunidad Foral: el pluralismo identitario.

Fuente: Barómetro de opinión pública del Parlamento de Navarra 2019.
En este ámbito, en Navarra existe una complejidad que la convierte en un interesante objeto de estudio. En primer lugar, se observa una identificación cercana al 50% con el parámetro “navarro”. Ahora bien, las tramas discursivas que configuran esa “identidad navarra” son, ya en sí mismas, claramente diversas. Explorar los elementos de la identidad navarra que pueden generar consenso o división es, precisamente, uno de los objetivos que persigue le proyecto “Gestión democrática de la diversidad en Navarra: convivencia”, desarrollado en el marco del acuerdo de colaboración entre Eusko Ikaskuntza y el Gobierno de Navarra.
Existe también, un alto porcentaje de identificaciones “híbridas” –en torno al 40%–, es decir, de personas que se sienten “vasco/navarro”, “vasco/navarro/español”, “navarro/español”. Esta complejidad se traduce en un sistema de partidos específico que ha servido para canalizar las diferentes posiciones en materia identitaria. Sin embargo las actitudes hacia el hecho de la diversidad y sus manifestaciones, lingüísticas y simbólicas fundamentalmente, no dejan de suponer una fuente de fricción, (más aún cuando algunas de ellas son percibidas como la base para la legitimación de un proyecto político determinado, que cuestiona el estatus actual de la Comunidad Foral). Por eso también, el citado proyecto busca encontrar instituciones, acciones y medidas que puedan incidir en la generación de actitudes favorables para la convivencia, entre ellas, la confianza.
Por lo que se refiere a las actitudes hacia el pluralismo cultural, podemos situarlas en un continuo que va (de lo más negativo a lo más positivo) desde el rechazo hasta el reconocimiento, con una variedad de posiciones intermedias. En primer lugar, el rechazo de la legitimidad de cualquier forma de entender la identidad diferente a la propia. Esta actitud sería el resultado de una “apropiación” de “la” identidad, en este caso, navarra y la consiguiente descalificación de las visiones mantenidas por otros individuos o colectivos. En segundo lugar, la tolerancia, entendida como aceptación de quien es, piensa o actúa de manera diferente. La tolerancia es un paso respecto al rechazo, pero no debería ser el ideal de convivencia, puesto que implica desigualdad (yo tolero tus costumbres como algo que no apruebo y te tolero porque puedo). Pero además, la tolerancia supone desprotección, ya que deja al grupo o a la persona tolerada a merced de la voluntad de quien tolera, ya sea un individuo o un gobierno, y no puede reclamar nada porque no es titular de ningún derecho. Por lo tanto, al cronificar esa relación de desigualdad de poder, la tolerancia enquista de alguna manera el conflicto. El respeto sería la siguiente actitud en esta propuesta de clasificación. No implica ningún derecho, tampoco conlleva una interacción entre las diferentes partes, aunque abandona esa valoración negativa que subyace a la tolerancia. Pero el verdadero punto de llegada, desde el ideal de convivencia, sería el reconocimiento de la legitimidad de otras maneras de ser, pensar y actuar, en este caso, de todas las formas de sentirse navarro/navarra, en pie de igualdad. La base de ello radica en la consideración de la igualdad en la dignidad humana y, por lo tanto, de todas las identidades que desde ahí se despliegan, siempre teniendo como inspiración y como límite los derechos humanos. Y en una sociedad democrática ese reconocimiento se traduce en igualdad de derechos, como la manera de establecer y proteger una relación entre iguales. Solo en ese contexto es posible generar confianza, porque mis/tus derechos están debidamente protegidos.
La tarea de desarrollar actitudes favorables a la convivencia se produce en un entramado de narrativas sobre la diversidad cultural. En las democracias occidentales hemos asistido en los últimos años a una normalización de un discurso político que recurre con frecuencia al miedo como herramienta de confrontación: miedo a la globalización, a la pérdida del propio estatus, al cambio en los roles de género, a la disolución de la identidad nacional o del estatus político. Ese tipo de discurso, que contiene una gran carga emocional, sirve para justificar la contraposición entre identidades, entre “nosotros” y “ellos”, con narrativas fuertemente polarizadoras que pueden tener un importante impacto en las percepciones y actitudes de amplias capas de la población, en relación con el pluralismo identitario.
Esta polarización afectiva debe situarse en un contexto más amplio. Desde hace ya unos cuantos años asistimos a altos niveles de volatilidad electoral, de importantes traspasos de votos entre unas formaciones y otras. Y los partidos se ven en la obligación de mostrar a sus votantes la fidelidad a sus principios para mantener sus respectivos caladeros de votos. De ahí el recurso tanto a expresiones de firmeza y de inmovilidad respecto a los propios posicionamientos como de descalificación del adversario. Se trata de una “política del miedo” (Wodak, 2015), que no ayuda en la búsqueda de consensos ni en la generación de confianza.
Oportunidades para la convivencia: la diversidad como un valor
Al margen de ese contexto, existen en la Comunidad Foral de Navarra una serie de puntos fuertes para el desarrollo de la convivencia. Algunos de ellos se derivan, justamente, de su pluralidad, en la medida en que la fragmentación derivada de los cruces entre pluralismo ideológico e identitario nos ha forzado a ponernos de acuerdo. Esto ha generado una profunda cultura política pactista entre las diferentes formaciones políticas que han ido surgiendo para canalizar esa pluralidad. Y esto se ha producido en dos niveles. En primer lugar, en el ámbito de la oferta electoral. De las seis formaciones políticas con representación en el Parlamento de Navarra en la actualidad, cuatro son coaliciones electorales (Navarra Suma, Geroa Bai, EH-Bildu, Izquierda-Ezkerra) (en el Parlamento Vasco, tres de seis). La última, el acuerdo electoral entre Unión del Pueblo Navarro, Partido Popular de Navarra y Ciudadanos (Na+), en torno a unos mínimos (tres puntos en relación con el estatus político de Navarra y el Convenio Económico). En segundo lugar, los pactos han permitido en numerosas ocasiones la formación de gobierno. En ocho de las trece legislaturas desde 1979 Navarra ha tenido bien una coalición de gobierno o bien un gobierno en minoría con apoyos externos. Todo ello muestra que la diversidad, lejos de ser una amenaza, constituye una oportunidad y que cuando hablamos de la pluralidad como una riqueza no son solo palabras bonitas que tienen que ver con celebraciones folclóricas, sino que posee una base real con implicaciones políticas muy concretas que han dejado su impronta positiva de cara a la construcción de la convivencia.
Junto a ello, una segunda oportunidad sería la existencia en Navarra de un tejido social importante y una ciudadanía comprometida con lo común y con los derechos humanos. Ese tejido social se ha visto activado durante el proceso participativo desarrollado por el Gobierno para la elaboración del I Plan de Convivencia y Derechos Humanos. (De hecho, la propia iniciativa del Gobierno para elaborar este plan constituye en sí misma una oportunidad). En torno a 280 personas y 67 organizaciones de diverso tipo han respondido a la invitación a participar formulada por el ejecutivo navarro. Ese sería un activo nada desdeñable de cara a la convivencia.
Conclusión: la necesidad de un compromiso cívico
No existen recetas mágicas para lograr que surja la confianza, ni para mantenerla, pero cabría explorar dos líneas de acción -de cocción lenta- a largo plazo.
En primer lugar, impulsar la participación como un medio para generar confianza social (confianza interpersonal) e institucional (confianza en las instituciones). Existen estudios que muestran cómo la participación promueve la confianza y la confianza, a su vez, impulsa la participación. En este sentido, la confianza no es solo un input de los procesos participativos sino también un output (Güemes, 2019: 78). Entre otras razones, porque permite reducir la incertidumbre que genera el desconocimiento de individuos con los que no se tiene ningún contacto social, en escenarios de gestión de la diferencia y el disenso propios de la democracia. Para ello, la participación debe ser un proceso de ida y vuelta, en el que se devuelva de alguna manera a la sociedad el resultado de los procesos participativos. Deberían procurarse también encuentros horizontales entre una ciudadanía con diferentes posicionamientos ideológicos e identitarios. Y, en cualquier caso, la participación, además del impulso por parte del gobierno, requiere, fundamentalmente, del compromiso de una ciudadanía dispuesta a cuidar de lo común, a construir y cuidar la convivencia.
Un segundo espacio de trabajo en esta línea sería el ámbito de los discursos. Quizás podría plantearse aquí un acuerdo entre partidos y medios en torno a dos principios democráticos fundamentales: el reconocimiento del adversario como oponente legítimo y la sustitución del discurso polarizado por una argumentación crítica y razonada. No se trata de limitar por ley el derecho a la libertad de expresión, fundamental en una democracia. Pero sí podría pedirse la elaboración de un código ético compartido donde se proscriban ciertas prácticas como las descalificaciones mutuas. Un código que, en este caso, presupone el reconocimiento de la legitimidad de esas variadas formas de sentirse navarro/a las que antes me refería.
Son dos líneas de acción que tienen que ver con el compromiso y las habilidades cívicas y que, además de favorecer la confianza, pueden contribuir notablemente a la mejora de nuestra calidad democrática.
Referencias
Güemes, C., Resina, J. y Cruz-Rubio, C. (2018). Participación ciudadana. Experiencias inspiradoras en España. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Wodak, R. (2015). The politics of fear. What right-wing populist discourses mean. Londres: Sage.