
Gaiak
El poder igualatorio de un virus
2020/2021 hasta el momento ha cambiado no solo nuestro modus vivendi sino también nuestro modo de pensar y nuestros hábitos. De un individualismo a ultranza centrado en el ego, hemos pasado a valorar las personas y nuestras relaciones. Hemos descubierto que es esencial cuidar nuestra salud.
¿Quién no ha sentido su vulnerabilidad durante un largo año de confinamiento primero total y después perimetral, según los planes de las diversas autonomías, al contemplar la escalada y posterior desescalada del ya, a todos familiar, Covid 19? Si un microbio puede poner el planeta patas arriba en solo unos meses, ¿quién es tan osado de arrogarse una falta seguridad? O nos salvamos juntos o perecemos juntos. Todos navegamos en el mismo barco. Y ya no caben planteamientos individualistas del “sálvese quien pueda”. Lo que nos ha demostrado la pandemia es que somos interdependientes y que la aldea global es una evidencia. Vivimos una crisis sanitaria, social, económica y humana sin precedentes, en el inicio de la que ya se denomina, una nueva normalidad. Quizá nunca sentimos tan próximo el poder igualatorio de un virus que ataca sin piedad ni consideraciones de estatus social ni país. La verdadera democracia, según su propia etimología, surge del pueblo y, por tanto, como ciudadanos corresponsables deberemos aportar soluciones, sugerencias, solicitudes que manifestaremos y exigiremos a nuestros gobernantes.
Es este aspecto el que motiva nuestra reflexión, dejando de lado la casuística: ¿qué podemos pedir a nuestros políticos, al cabo de un año de gestión, de esta crisis sanitaria acontecida en la poderosa y segura era tecnológica?
Si los verdaderos héroes de esta pandemia han sido los sanitarios, con jornadas extenuantes, y tantos otros colectivos que han dado lo mejor de sí mismos entre repartidores, empleados de supermercados, farmacéuticos, y un largo etcétera, habrá que exigir una mayor inversión en los presupuestos en medidas de prevención, en “una cultura de cuidados” a los colectivos más vulnerables, como han sido los ancianos o personas sin medios. Ha quedado claro que las residencias de mayores no estaban preparadas para una emergencia sanitaria, como la que ha azotado nuestras sociedades europeas y, aún mucho peor, a otros países del continente americano, India, África, muchos de ellos bastante peor dotados para afrontarla. Vayamos a los datos: se ha superado la barrera de los tres millones de personas fallecidas en el mundo a causa del Covid19 y ciento sesenta y cinco millones de infectados. En España, setenta y nueve mil quinientas sesenta y ocho a fecha de 20 de mayo de este año. ¿Quién no se ha visto afectado por la muerte de un familiar, amigo, conocido o vecino en total aislamiento?

Pero una crisis, como la que estamos viviendo, nunca viene sola y arrastra otras, como la económica con tanta pérdida de empleo, educativa con más de mil millones de niños que se han quedado sin escolarización en el mundo por la pandemia. Un pacto educativo mundial conlleva un modo de educar a nuestros jóvenes haciéndoles protagonistas del cambio y en la asunción de su responsabilidad por el cuidado del planeta, donde los recursos son limitados y enseñándoles a apostar por una economía sostenible. Sin jóvenes no hay futuro y una sociedad que no los pone en el centro de sus políticas, está abocada al fracaso.
No podemos olvidar la crisis ecológica y social, que en la pandemia se ha agudizado, por la escasa sensibilización de líderes políticos en proteger el planeta del cambio climático y asegurar un futuro sostenible a tantas poblaciones empobrecidas y sin recursos. Hablar de derechos humanos implica asegurar tierra, trabajo y techo para tantos millones de personas, que, ante la crisis, se han visto golpeados en sus economías y reducidos a niveles de supervivencia.
Frente a tantas sombras, también asoman algunas luces como la solidaridad de tantas ONG y voluntarios que, al menos en España, han apostado por los que más sufren frente a la indiferencia, la soledad o el aislamiento. Dice una sentencia de Plauto: “El hombre es un lobo para el hombre y no hombre cuando desconoce quién es el otro”.
La pandemia nos ofrece una oportunidad para salir de nuestra zona de confort, mirar más allá e ir a lo esencial del ser humano. Se nos pide un cambio de mirada más empática y solidaria, para valorar la dignidad del ser humano, no por lo que tiene sino por lo que es. El poeta cubano Alex Valdés visibiliza esa empatía en su poema “Esperanza”.
La salud es un bien común primario que debe ser protegido. Por eso es un absurdo y un contrasentido plantear una ley de eutanasia sin consenso social y con celeridad en momentos en que los médicos y personal sanitario no daban abasto para salvar vidas, hace tan solo unos meses. Crecer en humanidad significa pasar de una cultura de la competencia y del individualismo, a una comunidad que acoge a los miembros más vulnerables desde los niños a los ancianos. Una cultura del cuidado a los más débiles es un síntoma de sociedad sana, que ha superado la fase infantil del individualismo, como el Principito que de pronto descubre que hay otros seres que habitan el mismo planeta. Y con ello, una revalorización del sentido de la vida y de las relaciones humanas. De este modo saldremos de la crisis vacunados, no solo contra el Covid19, sino contra la pandemia de la indiferencia que ve al otro como un competidor y no como un alter ego. En definitiva, proponemos, tras la experiencias vividas con un impasse en nuestra actividad frenética, un retorno a la reflexión para descubrir que trascender los propios intereses nos hace más humanos. Y, como decíamos antes, somos responsables de exigir a nuestros políticos una verdadera democracia que proteja los intereses de todos, sin recortar las libertades. Es posible, si cambian sus planes cortoplacistas a proyectos a largo plazo e invierten en cuidar la salud y la prosperidad de su ciudadanía.