76 Zenbakia 2000-04-28 / 2000-05-05

Gaiak

La década del sesenta

ARANGUREN, Jorge

La década del sesenta La década del sesenta Jorge G. Aranguren La primera noción sobre los cuatro escritores que nos van a ocupar sería su coincidencia en dos aspectos fundamentales. Ellos cuatro están muy próximos en la edad. Así, Ramiro Pinilla, nacido el año 23; Martín Santos, el 24; Pablo Antoñana, el 27; y Mendiola, el 29. El segundo dato se refiere a la fecha de publicación de sus primeras novelas importantes. Las ciegas hormigas gana el Nadal del 6O y se publica al año siguiente en Destino. Tiempo de silencio aparece el 62, en Seix Barral. Mendiola gana también el Nadal en el 62, y Pablo Antoñana sale al ruedo literario el año 63 con No estamos solos. Puede hablarse, por lo tanto, de generación la del 60 si nos atenemos a las premisas que, de forma habitual, se fijan críticos e investigadores; otra cosa serían los criterios estrictamente literarios y las actitudes éticas, sociales o incluso políticas que se derivan de manera nítida o solapada de su obra y que podrían aglutinarlos o marcar las diferencias. No se me oculta la dificultad que, debido a un espacio de síntesis, conlleva este acercamiento a nuestros cuatro autores. Trataré de centrarme en aquellos puntos que me parecen insoslayables, y de arriesgar, en el caso de Pinilla y de Antoñana, alguna idea o interpretación que pueda acercarnos un poquito a dos autores postergados (gravemente, en el caso de Pinilla, por nuestra sociedad literaria y sus grupúsculos de poder). De entrada, al estudioso le asalta una tentación por otra parte legítima: la de saber qué elementos de unión existen entre estos cuatro hombres de letras, y cuáles, contrariamente, los separan, al margen de su condición de coetáneos y, si me apuran, hasta vecinos. Está claro que, de los cuatro, es Luis Martín Santos quien recuerda más al intelectual; puede que sea por su labores de investigación en el terreno de la siquiatría una disciplina tan cercana al hombre , o acaso por sus dotes de gran conversador, brillante polemista y ciudadanocomprometido con el mundo pujante y poco vertebrado de nuestra política en la década. No obstante, estos cuatro autores reconocen deudas literarias parecidas, cuando no similares. En el ámbito estricto de las letras, y mientras retrocedemos en el siglo, parece acentuarse la evidencia: el escritor es un autodidacto (nos guste o no lo peyorativo de un término que se usa para disculpar, y no para enaltecer, a quienes se aplica). Creo, sin miedo a equivocarme, que el bagaje literario de los cuatro es parecido, aunque los gustos y preferencias varíen sustancialmente. También es común a todos ellos y no podría ser de otra manera el desvelo por un país que, tras un aciago destino histórico, intentaba evadirse de su último infortunio. La Euskalerría de Pinilla, la Navarra vieja de Antoñana o el Madrid de Martín Santos no son otra cosa que trozos casi sangrantes de un país descoyuntado, acéfalo y sin norte. Ninguno de los tres porque Mendiola comienza pronto a preocuparse por otras y diferentes trascendencias hacen explícito el remedio; pero, al menos, queda la exposición y el testimonio, la denuncia hasta donde era posible, y, sobre todo, una pintura ácida, el friso de un país desamparado (y no desencantado, como ahora es el caso) donde no se veía amanecer. Son más las coincidencias que las divergencias lo que caracteriza a nuestros cuatro autores. Sin embargo, el eco de sus obras respectivas sí será muy diverso; extremadamente favorable en el caso de Martín Santos, progresivo en Antoñana y Mendiola, y cada vez más débil, por una extraña y del todo injusta relación de causa efecto, en Ramiro Pinilla, siendo éste, de todos ellos, el escritor de más extensa obra, con libros de una palmaria riqueza de significados.De manera menos detectable, estos autores, a través de su narrativa, se ayudaron a vivir, lucharon para no perder su albedrío en una coyuntura histórica donde lo fácil era la renuncia a la dignidad propia y colectiva: días de silencio para aceptar lo establecido,doblar el cuello o aventurarse, a ojos cegarritas, por los senderos más gratificados. DE UN LENGUAJE INVISIBLE Hace pocos años, en El Escorial, un catedrático de la Complutense me preguntaba quién era a mi juicio el narrador vivo más importante de Euskalerría. Le contesté sin dudarlo. "Ramiro Pinilla", dije. Mi interlocutor, asintiendo, me preguntó seguidamente: "Pero este hombre ¿qué hace ahora?. Respondí: "Lo que todo escritor de raza: escribir..." Las ciegas hormigas es la novela más conocida de Ramiro Pinilla. Fue premio Nadal y premio de la Crítica. No es su mejor relato, aunque tenga un atractivo poderoso y se observen en él algunas de las constantes que se repetirán en el total de su obra (la acción se desarrolla en Guecho, concretamente en La Galea, al iniciarse nuestra posguerra). Pinilla es un novelista fiel a un entorno; como ocurre con Onetti, en la nebulosa Santa María, o con Faulkner en el sureño Yoknapatawa, Ramiro hace de su municipio el propio Guecho, Las Arenas, Neguri el ámbito donde se mueven sus personajes. También es fiel a un tiempo histórico concreto, que tendría su límite en el medio siglo y puede retroceder a sus primeras décadas. Ahí se siente cómodo el narrador, quien, siguiendo su costumbre de reducir espacios, repite personajes; seres como Asier, la maestra o los Baskardo reaparecen en sus novelas y enlazan con hechos y actitudes descritos anteriormente. Queda también claro que la compresión espacio tiempo otorga intensidad a estas ficciones y les concede verosimilitud. En Las ciegas hormigas se evidencia un motivo común a otros relatos; lo procura el compromiso ético del personaje central, quien, como en la epopeya, lucha con un destino irrefragable y casi siempre adverso. El héroe se deja llevar más por su intuición que por sus reflexiones. Algo profundo, genético, una especie de código instintivo que no necesita explicaciones empuja al protagonista en línea recta. Hay dignidad, no tozudez, en esta forma de dar sentido a lo que, paralos demás, sería una actitud disparatada. Es el caso de Sabas en Las ciegas hormigas, de Isidora en Verdes Valles, de Antonio en Antonio B. el Rojo, de Asier en Huesos o en Quince años; y de manera paradigmatica y casi desorbitada, de Txiqui Baskardo, el selvático patriarca que representa al vasco primigenio, no contaminado por el progreso, la gusanera del nacionalismo o el prurito étnico mal interpretado. Este héroe, que siempre hace uso inmarcesible de su libertad ("La libertad dice Pinilla es nuestro mayor bien y, a la vez, el don que más nos cuesta preservar"), este héroe, repito, siempre de extracción humilde y obedeciendo a su conciencia más profunda, es también, y aunque él no lo busque a priori, un conductor, un líder, alguien que marca una ruta de la que no va a apartarse lo más mínimo. Pero esta elección, esta seducción, va mucho más lejos, hasta el mundo animal. Así, en Recuerda, oh, recuerda, el macho dominante de un rebaño de llamas seres perniciosos trasladados a Guecho desde ultramar para escándalo y miedo del vecindario es la bestia señera que simboliza un sentimiento de autonomía no compartido por sus victimarios. Seno es otra gran historia de R.P y marca un poco el ecuador del novelista. (La herencia de un caserío dará lugar al peregrinaje de los clanes familiares hasta la playa de Arrigúnaga, donde los ancestros se apareaban entre las olas y donde, ahora, sus tataranietas parirán todas al mismo tiempo para que un infante afortunado herede la casa solariega.) Hay en Seno, una vez más, fidelidad a las leyes que impone la naturaleza y simpatía hacia quienes supieron interpretar sus normas indeclinables. Un deslumbramiento colectivo, una locura aceptada con naturalidad crearán situaciones que fluctúan entre lo patético, lo desmesurado, lo chusco y lo maravilloso. Pinilla hace gala de una sorprendente imaginación (no fantasía, que es siempre más fácil y huele a cosa banal); desborda a los lectores con la fragancia de unas fábulas entreveradas y lafulguración de personajes cuyas peripecias se complementan para darnos un mosaico de un dinamismo pocas veces igualado en nuestra narrativa. Seno es una novela construida con astucia; el tono nunca sufre alteraciones y propicia una atmósfera peculiar que, desde el comienzo, atrapa al lector y lo sumerje en parajes que nos envuelven suave y tenazmente con su temperatura, sus ritmos, sus relieves y la contundencia de las imágenes. El tiempo de los tallos verdes es un relato cuasipoliciaco. Presenta a un personaje que reaparecerá más tarde en las novelas Quince años y Huesos. Se trata de Asier, muchacho tullido de las piernas, alrededor del cual se desarrollan tres historias singulares y unidas entre sí. En Quince años se dan, cruzadas e irremediables, dos historias de amor, o mejor, de amor y desencanto; ambas tocadas de la perentoriedad y la incomprensión que suelen ser substrato de la infancia y de la adolescencia. Asier resurge, junto a los maestros y el vecindario de Las Arenas, en Huesos, novela corta de indudable plasticidad, donde la ternura de las gentes buenas y humildes, las secuelas de nuestra guerra, el miedo más visceral y los afectos no confesados configuran una historia que roza el virtuosismo. Aquí, la vertebración de la novela, el desarrollo de la anécdota y los diálogos se complementan de tal modo que forman una síntesis perfecta en la que nada sobra y nada falta; es un ejercicio de maestría que pasa y no podría ser de otro modo por la naturalidad, el equilibrio y esa fría pasión, o esa fe, que todo gran novelista pone en sus criaturas. La novela está trazada con unas pocas líneas, aunque, eso sí, firmes y vigorosas. La ausencia de retórica es una virtud, y las personas no dan razón de sus sentimientos: cuanto acontece habla por ellas. Las descripciones responden a lo estrictamente necesario; tienen un carácter funcional, nunca decorativo. Parece como si el novelista hubiera alcanzado, en este último relato, la máxima eficacia con el menor número deelementos. Es una especie de "minimal" (si me permiten ustedes la comparación con un "ismo" pictórico) construido con un lenguaje que el propio novelista llamará "invisible", renunciando a mecanismos verbales que no sean más que eso. Es la sencillez no la simplicidad elevada a su enésima potencia. No quiero dejar de lado la importancia de una novela que Pinilla publica (editorial "Libropueblo"), en la década de los ochenta:Verdes valles, colinas rojas. Es el primer libro de una trilogía cuya segunda parte está ya corregida; y la tercera, comenzada. Nuevamente Guecho, sus vecinos y, una vez más, el enfrentamiento entre el mundo agrario bueno en sí mismo o, al menos, inocente y el desarrollo imparable de la economía industrial y de la vida urbana. EnVerdes valles se cuenta la derrota del caserío ante la fábrica, la sumisión de la economía de subsistencia ante el dinero, y también la pérdida de identidad de toda una raza con sus constumbres y tradiciones más queridas por mor del progreso y de sus tentaciones (Esaú y el plato de lentejas). Hay, sin embargo, en Verdes valles una abierta simpatía hacia el proletariado, hacia los tristes inmigrantes de la orilla izquierda, sometidos a los patronos y enfrentados a las primeras escaramuzas huelgas, paros, manifestaciones para su paulatina redención. Contrapuesta, la figura de la dueña del caserío una etxekoandre acomodada y con dengues bucólicos aparece como el emblema del nacionalismo en su dimensión más empobrecedora. Hay un miedo enfermizo al mestizaje que supone contaminación y repudio a quien viene de fuera o aparece por una esquina con otro rostro y otra sangre. Es un miedo particular, egocéntrico, de raíz religiosa. Nace de la propia comodidad, de la hegemonía que se ejerce como derecho. "El nacionalismo no se explica, no hay palabras", dice un personaje de Pinilla. No obstante, este pequeño mundo nacionalista y aristocrático adolecerá de venalidad, será el primero en venderse a la incipiente industrialización;pasará, con el mismo sustrato de intolerancia, orgullo e hipocresía, de la yunta de bueyes al despacho de dirección. Celoso de sus verdes colinas, las trocará, sin atrición, por atardeceres bituminosos; sobre su cabeza no cantarán los mirlos, va a resonar, con su horizonte de billetes, el rumor de la correa transportadora. Porque hablamos de nacionalismo y no debemos olvidar que el novelista, comprometido a muerte con los mitos de su país, nos legará la figura impresionante, distorsionada a fuerza de ejemplar, de ese Txiki Baskardo, descendiente de los cuarenta y ocho vascos primitivos, de los ancianos que se reunían bajo las ramas del roble de La Galea y dictaban leyes naturales y benignas. Llegará un día en que Txiki Baskardo, abandonado de los suyos, se quedará solo, con la única compañía de sus hijos, convertido en cimarrón, en máveric, en leyenda viva y algo tenebrosa del País Vasco (en la playa de Arrigúnaga, la marea que sube ha borrado sus huellas). Como siempre, Txiki sigue fiel a la naturaleza, a sus ciclos y mudanzas, a las viejas leyes; pero descubre un día que el roble primigenio fue sustituido, allá en Guernica, por otro más joven y pujante. Alrededor del nuevo tronco, los vascos descendientes de aquellos cuarenta y ocho fundadores se inclinan para reverenciarlo. Estos vascos sumisos pactaron con el desarrollo, viven en ciudades, su forma de trueque es la moneda y apenas si entre ellos se reconocen. Sus hijos y sus nietos se engendran sobre colchones de muelles, no en las rompientes que blanquean la playa. ¡Han perdido tantas cosas! Y así, el último Baskardo arranca el roble de la Galea y lo arroja al mar con una furia silenciosa. Ni ramas, ni tronco, ni raíces; quedará sólo el olvido.Txiki Baskardo, personaje clave en las ficciones de Pinilla, supone la nostalgia del escritor por las formas de vida primigenias, próvidas y rebosantes para él de dignidad y de nobleza. Mito del buen salvaje, del hombre libre físicamente y en el terreno espiritual: un seren busca de pureza. Txiki denuncia la transgresión, las adulteraciones de toda índole que, para la humana convivencia, produce un exacerbado nacionalismo en cualquier espacio, colectividad o geografía. Debo señalar como notorios los rasgos épicos de alguna de estas novelas. Los personajes se enfrentan, casi siempre, con problemas definidos que parecen rebasarlos. Éstos no se resuelven tras una serena introspección; por el contrario, decide una voz profunda, casi inconsciente, que sobrenada los niveles más hondos de la conciencia: casi pura biología. De semejante forma actúa Sabas, llevado por una fuerza elemental, conducido, inducido; sólo cuando acaba la novela, y ante el hormiguero, se permite un sombrío comentario. O bien Nerea, la niña perturbada por sus celos, o el maestro de Guecho, dispuesto a espiar hasta sus últimas consecuencias el daño que causará en Asier espectador involuntario una esporádica y ajena refriega erótica. Seres, por lo tanto, clavados a su destino, movidos por ese fatum del que no logran desprenderse. Y la épica se funde con la moral; los personajes no escapan a los dictados de una conciencia inamovible, no moldeable, que actúa con un rigor casi despótico. Parecería contradictorio hablar de humor en las novelas de Pinilla, pero este rasgo subyace mitigando la aridez o el dramatismo de ciertas situaciones en amplias zonas de aquéllas. Seno tiene personajes de una indudable comicidad, como los tiene La guerra secreta de doña Toda o El Salto. La ironía es el catalizador que con mayor frecuencia emplea el novelista para aliviar rigideces, perfilar mejor un personaje o edificar una metáfora de algo que sólo así adquiere su auténtica dimensión. Conviene señalar la simpatía por una escritura elíptica; lo sugerido, lo no dicho, lo circular y en sombra tienen gran importancia. "No es lo mismo decir que contar", me comentó el autor alguna vez. Y luego: "Decir nos aproxima al periodismo; contar, a la literatura con mayúsculas. Sin misterio queda muypoco; el misterio lo que adivinamos que el escritor ha querido traspasarnos con sutiles referencias es el secreto, lo cercano a la poesía, lo que nos puede emocionar". Ramiro Pinilla sabe nos lo acaba de decir que los libros pueden llegar a ser una de las más apasionantes y gratificadoras experiencias humanas. LA PASIÓN BAJO EL SILENCIO Un escrúpulo me alcanza a la hora de referirme a Luis Martin Santos. Pocas veces, una obra tan exigua ha despertado tanto interés y ha originado comentarios tan vastos y precisos por parte de ensayistas, profesores y estudiosos de nuestra literatura. Aportar ideas originales se me antoja, cuando menos, pretencioso. Opto por señalar algunas de las notas más sobresalientes que se han apuntado y que comparto sobre la novelística del autor donostiarra. Luis Martín Santos ve con ojos críticos la sociedad de su tiempo. Digamos que la ve con desasosiego y con dolor, pero no sin esperanza. Esta esperanza en su posible regeneración le llevará a escribir Tiempo de Silencio, que, ante todo, será una crítica acerba de las miserias de su tiempo; ritos y mitos puestos en solfa. Tiempo de Silencio tiene voluntad moralizadora. Late en el novelista una perplejidad a veces, rabia no disimulada ante el dolor, ante los muchos males que padecemos. Y son explicables estos sentimientos en un hombre sensible, enfrentado (no olvidemos que es siquiatra) con las zonas oscuras de nuestra conciencia. Sus exegetas han señalado la influencia en su obra del pensamiento existencialista. Creo que, dentro de ese ámbito, serán los pensadores franceses Sartre o Camús quienes más lo impregnarán; y supongo que también conocería dada su gran erudición parte de la obra de Jaspers o Heidegger, a pesar de la innegable complejidad y las dudosas traducciones. El protagonista deTiempo de Silencio es un ser débil y desasistido en una sociedad donde lo absurdo tiene unos perfiles casi reales, cotidianos, que se pueden palpar. Enajenado o alienado, Pedro llega a decir, conun convencimiento masoquista, que el castigo es el único consuelo para la culpa, y su auténtica redención. Se nos ha dicho que Tiempo de Silencio es una novela de arquitectura tradicional, que arranca de modelos latinos y emparienta con haceres de nuestro siglo de oro. Goza también del interés por lo histórico, de apoyos culturales y de esa querencia por el cruce de planos, perspectivas y enfoques que la aproximan a la novela ensayo. (Es notable la decidida intervención del narrador en repetidas digresiones, siempre alejándonos del cauce argumental.) Pero, por muy clásica que ahora nos parezca, por entonces comienzos del sesenta , la novela española llevaba otra derrota, y la irrupción de Tiempo de Silencio fue como abrir una ventana al campo, desatascar los grifos o, para muchos, recibir una desacostumbrada ración de proteína. Martín Santos cree en los procesos dialécticos para llegar a la verdad (Hegel y Marx están ahí, como no podría ser de cualquier otra forma). Además, él se pregunta por el mecanismo que modifica nuestro comportamiento; desde luego, una buena cuestión para un siquiatra. Nuevamente y gracias a esta novela vuelve a recuperarse el gusto por la subjetividad, arruinada bajo la cámara de Robbé Grillet y los objetivistas, y vuelve el hombre, héroe o antihéroe, con su bagaje de sentimientos, a ser el eje o el núcleo de la novela y a decir: "Estoy aquí y soy más importante que esa silla, ese sonido o la sombra de mi brazo; estoy aquí para contarte lo que me pasa, porque sigo viviendo y necesito decírtelo". Tampoco debemos olvidar finalmente que, cuando irrumpeTiempo de Silencio, los narradores españoles estaban escribiendo, si no lo habían hecho ya obras muy apreciables. Recordaremos, sin irnos muy atrás, a los citados objetivistas, con Sánchez Ferlosio a la cabeza; en esa línea, a García Hortelano, Fernández Santos o Jorge Cela Trulock. Sigue dando el realismo social buenas novelas, como en el caso de Aldecoa, Juan Goytisolo, Carmen Martín Gaite, RamónNieto o Luis Romero; y hay una novela de clasificación más problemática y de un mayor lirismo (citemos el Alfanhuí de Ferlosio o los relatos conmovedores de Ana María Matute). Pronto llegaría la literatura latinoamericana con los hombres del celebrado "boom" para calentarnos el paisaje. Nos queda en el tejado la posible influencia de Tiempo de Silencio en la narrativa posterior. Ésta, rápidamente, comenzaría a ensayar nuevos procedimientos. En cualquier caso, la novela del donostiarra forma, con El Jarama y La familia de Pascual Duarte, tres hitos insoslayables. AGILIDAD E INTELIGENCIA En el año 1962, José María Mendiola gana el prestigioso premio Nadal con la novela Muerte por fusilamiento. Dos años antes, a un cuento del mismo autor: Diez mil cigüeñas, se le concedió el primer premio de relatos "Ciudad de San Sebastián". Debo decir, y no creo engañarme, que este joven concurso cobró, a partir de entonces, una importancia notoria entre los certámenes que se convocaban en el país. Diez mil cigüeñas es un cuento emblemático, de una insólita perfección; tanto es así que todavía hoy lo recordamos admirativamente. Diez mil cigüeñas basa su anécdota en un hecho real: la concentración de cientos de estas aves acaso fueran sólo mil con el objeto de emigrar juntas hacia un destino lejano. El protagonista, entusiasmado con la idea de poder verlas pasar, se perderá el evento irrepetible al quedarse tontamente dormido. Diez mil cigüeñas es la parábola del perdedor (como se dice ahora). El héroe fracasa por su displicencia, por su debilidad; su ilusión quedará truncada para siempre. Mendiola se mueve cómodamente en este ámbito de los seres menores, de las pequeñas frustraciones, de los cotidianos desengaños. El protagonista de su cuento nos da más rabia que pena, apetece hacerle serios reproches. Está claro que, a Mendiola, el mundo le causa desasosiego; hay algo que no encaja, alguien y no sabemos quién está burlándose de nosotros. Las dimensiones del cuerpo humano esuna novela corta que gana el premio "Ciudad de Irún". Aquí, la historia está impregnada por el absurdo o, sin llegar a tanto, por la estupidez y el sinsentido. Mendiola conoce bien posiblemente por su experiencia en la gestión de empresa el área de las tareas administrativas u oficiales, los despachos, las oficinas, los pasillos y mostradores, las ventanillas; y el volátil mundo del informe, la instancia, el certificado, los impresos, las pólizas. Como ven, un laberinto donde el ciudadano se convierte en folio, ficha o dato de casillero. Súñiga, que protagoniza esta novela corta, busca tan solo una sepultura, un hueco decente donde dar descanso a los pobres huesos. La burocracia, con todo su aparato de complicados resortes, hará imposible una cosa tan elemental, y Súñiga, ante la desconfianza de los Organismos y las Corporaciones, bajo la mirada reticente de los funcionarios de diversa condición y variopinta calaña, irá entrando en un pequeño infierno donde la razón, el sentido común y la buena voluntad son sistemáticamente vulnerados. Mendiola no es partidario de lo complejo, de lo excesivamente elaborado, de la técnica por encima de todo. Poseedor de un estilo fácil, simpático, fluyente, le basta su olfato de escritor para atrapar una idea; y su buen pulso, para llevarla, gracias a una sintaxis nítida, a buen puerto. Mendiola es un escritor inteligente, capaz de adobar sus relatos con la sal y la pimienta de una ironía y una mordacidad distribuida en sus justas proporciones. En la década de los ochenta, el escritor donostiarra publicará vayos ensayos sobre temas religiosos como La vida es fácil o En busca de la experiencia de Dios, testimonios de su profunda preocupación ante la existencia. En fecha ya reciente, y tras este paréntesis en su literatura de creación, publicará varios relatos, de temática infantil y juvenil, en editoriales especializadas. José María Mendiola posee todos los elementos técnicos necesarios amén de buena información para darnos una novelaoriginal e importante. La trayectoria mercantil del País Vasco en la década de los sesenta de la que él formó parte como destacado directivo no sería un mal tema. De momento, nos conformamos con unos libros breves, despojados de cualquier ampulosidad, tiernos, precisos, donde se hacen patentes su lucidez y su desenvoltura. EL HABITANTE DE IOAR En 1996, el escritor navarro Pablo Antoñana recibió en el monasterio de Leyre, de manos del príncipe Felipe, el premio "Príncipe de Viana". Así se reconocía la propuesta de uno de nuestros escritores más singulares y sugerentes, fiel a sí mismo y a su irreductible dibujo ético, un narrador que tuvo siempre el buen gusto, el decoro, la sana disposición, de mantenerse alejado de la camorra literaria, lugar que aún se reparte entre Madrid y Barcelona, y donde se tejen y destejen casi siempre de forma harto peregrina las famas, los dineros y las conciencias del intemperante escribidor. Pablo Antoñana transita por un mundo hecho a su medida, o a la medida de una subjetividad que aflora de continuo y trasciende la anécdota del relato. Ese mundo está hecho con retazos de historia y peripecias vividas por seres que ya no están, pero que vuelven y se revelan poderosos en los recovecos de la página. Es un territorio de muertos o malmuertos que acuden a la memoria de los vivos; éstos tocados ya por esa inadvertible podredumbre de los que piden regresar y se alimentan parasitándonos. El escritor nos cuenta hazañas lacerantes, relatos cruentos protagonizados por seres que no alcanzan nunca la estatura del mito, ni la rigidez del arquetipo, pero que perduran en la mente del lector con una luz quemante y algo malsana. Casi siempre trátase de personajes que el destino zarandea; muchos de ellos, torvos comparsas de una representación en la que les ha correspondido un papel callado o vociferante, activo o soterrado, grandioso o mínimo. Ellos tienen, muchas veces, conciencia de ese fatum, de esa etopeya, y gritan para decir que no, gesticulan,se refugian en aventuras disparatadas. La mayoría, pese a su acatamiento o a su rebeldía, tienen conciencia de ser marionetas, de moverse al compás de quien soporta los hilos. Son, en palabras de Tomás Yerro que los conoce bien "seres primitivos y puros guiados por su propio y único destino". Antoñana, apasionado de los viejos documentos, de los legajos y los infolios perdidos en el sueño de las gavetas que ya nadie consulta, halla en ellos un auténtico hontanar de fábulas en las que lo doméstico, lo privado y poco trascendente, se abraza con la cosa comunitaria y pública, con los trazos gruesos que nutrirán su historia. Ha sido, pues, testigo indirecto de innumerables episodios, lector de intensos fragmentos, cada uno de los cuales abre la puerta a una novela. Quizás por eso mismo, entre otros considerandos como pueden ser sus propensiones y preferencias estéticas , Antoñana propende a una construcción acumulativa, hecha de esos mismos fragmentos, y en la cual, para aumentar aún la complejidad e inestabilidad del discurso, solapan los planos y las voces de quienes intervienen en la ficción. Antoñana, padre de la imaginaria República de Ioar, es un buen conocedor del siglo XIX y de una Navarra que durante este período se entrega, de una manera enajenada y feroz, a su tenaz y casi jubiloso aniquilamiento. Los relatos de Antoñana, sin ser costumbristas, fijan un mosaico extenso aunque formado por pequeñas unidades de lo que fueron las guerras carlistas y sus servidores: soldadesca, clérigos, santeros, iluminados, militares de fortuna y tahúres de toda laya. Parecida chusma, como en una nueva nave de los locos, va confundiendo, y amalgamando, y malversando sus vidas. Esta iconografía, que pudiera haberse disfrazado con los ropajes de un romanticismo de corte valleinclanesco, resulta, en ocasiones, tan patética, que se aleja de Valle. Aquí hay muy poca galanura, donaire corto y muy escasa gratificación. La sordidez y la brutalidad casi rozando lo teratológico va tragándoseun mundo que alguna vez pudo ser grácil, bello y condescendiente, albergue de unos seres que creyeron en la dicha. Lo caedizo, lo enfermo, lo fungible; todo lo que avisa de su próxima desaparición tiene en la prosa de Antoñana un encaje perfecto; son las cosas: luces, muebles, visiones, que acompañan a los que ya están muertos y no lo saben aún, o a quien, como el aya y casi madre devota de Gerardo María de Mayela (el bienquerido niño monstruoso) desea morir para reunirse con su amado infante: "Quiero que me lleven dice ella en su agonía allá donde tú estés". Pablo uliliza la elipsis, el contrapunto, el flujo de conciencia que avanza o retrocede, la estructura cerrándose. Añade un sabio, inteligentísimo caos ma non troppo , a situaciones y criaturas que tienen en sí mismas el germen de la desproporción, de lo irrazonable. Leer a Pablo Antoñana es como echarse al coleto un trago fuerte, casi un tósigo. Y como ocurre con los mejores venenos, nos sabrá dulce mientras nos rompe poquito a poco. Jorge G. Aranguren, escritor Euskonews & Media 76.zbk (2000 / 4 28 / 5 5) gratuita | Abonnement gratuit | Free subscription Eusko Ikaskuntzaren Web Orria webmaster@euskonews.com http://ikaskuntza.org/cgiBanner/banner.cgi?datos=bizkaia&link=www.bizkaia.net/bizkaia/Euskara/Foru Aldundia/Kultura/eu cultu.htm http://ikaskuntza.org/