749 Zenbakia 2020-04-22 / 2020-05-20

KOSMOpolita

Historia de Antonio Andrés Urbieta, desde Plentzia a Santiago de Chile

OYANGUREN, Pedro

Mi nombre es Antonio Nicolás Andrés Urbieta, nací el 22 de Septiembre de 1918, en Bizkaia, en la Villa de Plentzia. Estudié hasta los 17 años. Mi familia era muy unida, cuando falleció mi madre, yo tenía 14 años. Mi padre era albañil, quedó viudo y no volvió a casarse. Era partidario del partido político Izquierda Republicana, mis hermanas y yo somos partidarios del Partido Nacionalista Vasco. Durante la guerra civil estuvimos separados, mis hermanas, en el lado republicano, mi padre en Bilbao y yo en el frente, primero prisionero y después de soldado.

El 18 de Julio de 1936, se levanta en armas el ejército español. El 25 de Septiembre de 1936, la aviación de Mola, bombardea Bilbao durante una hora y cuarto. Yo quedo atrapado y herido entre los escombros de murallas, tabiques y ladrillos, en el primer piso de la oficina donde yo trabajaba en la calle Ripa. Un compañero de oficina me sacó de los escombros un cuarto de hora después. Yo estaba herido, la mano izquierda la tenia desgarrada, afortunadamente la bomba que cayó en la casa destruyó la mitad del edificio de seis pisos, o sea, la parte de atrás, justo hasta donde yo estaba trabajando.

El bombardeo lo hicieron aviones alemanes e italianos a las nueve de la mañana de ese día.

El 15 de Marzo de 1937, el ejército de Franco empezó la ofensiva sobre Bilbao, y el 20 de Abril del mismo año, me alisté en el batallón vasco de morteros, con sede en Begoña como gudari de dicho batallón que se llamaba “Irrintzi”. El día 25 de Mayo nos mandaron al frente de Orduña, a una posición que se llamaba San Pedro. El día 26 de Mayo, la aviación y artillería franquista a las seis de la mañana, bombardearon nuestra posición y a las dos de la tarde nos coparon por la derecha e izquierda y nos hicieron prisioneros a setenta gudaris. En los mismos carros de asalto que habían operado en ese sector, nos pusieron cinco gudaris en cada tanque, o sea, arriba de la máquina, y por todas las huertas y prados nos llevaron a Mungia, aquí nos “arengó” el general que comandaba las tropas, y desde este pueblo hasta Vitoria nos llevaron en camiones. Allí nos instalaron en el Convento de las Carmelitas.

Estuvimos incomunicados cinco días, al cabo de los cuales nos sacaron a caminar por los jardines en fila, de a dos personas y después de un paseo obligado de más o menos media hora nos volvieron a encerrar. En cada celda de este convento estábamos veinte prisioneros y al cabo de diez días nos llevaron por las calles de Vitoria para que nos viera toda la gente, cochinos, con barba, llenos de piojos, hasta la estación de ferrocarril y de allí hasta Burgos, custodiados por guardia civiles con fusiles.

Cuando llegamos al terminal del tren, nos subieron a unos camiones y nos trasladaron al campo de concentración que se llamaba “San Pedro de Cardeñas”.

El día 20 de Julio vivieron varios camiones y nos llevaron a la estación de Burgos, subimos a los vagones de carga (como las vacas) y el destino final del viaje era la ciudad de Navalcarnero. Desde allí en camiones hasta Brunete. Este contingente de prisioneros era el “Batallón de Trabajadores N° 3” y nuestra labor era hacer trincheras; nos dieron un pico, una pala y a trabajar todos los días sin descanso.

Nos mandaban a diferentes lugares siempre a hacer trincheras. Lo hacíamos en parejas, uno con la pala y otro con el pico, cinco metros de largo por un metro de profundidad y sesenta centímetros de ancho. Otros días nos mandaban a despejar la nieve en invierno y a veces sacar el barro que se hacía con el agua de la lluvia.

En la primera quincena del mes de Abril de 1938, estábamos en un pueblo abandonado que se llamaba Majadahonda y un día domingo a las ocho de la mañana nos formaron para ir a sacar la nieve de las trincheras, pues había nevado toda la noche.

Cuando llegamos a la posición que se llamaba “Vértice Cumbre”, yo me subí arriba de la trinchera para ver a los “rojos” que estaban como a quinientos metros pues había salido el sol y se veía todo muy claro, y de repente sentimos el disparo de un cañón de ellos y justo calló encima de nosotros. Me hirió un pedazo de metralla en el hombro izquierdo; me llevaron a un hospital del frente, después a otro más lejano y por fin quedé en el último hasta que cerró la herida, cerca de la frontera de Portugal, a unos cinco kilómetros. Se llama Valencia de Alcántara.

Cuando me dieron de alta volví nuevamente al batallón de trabajadores y en los primeros días de Septiembre me comunican que yo estaba liberado como prisionero y me enviaron a un regimiento de enganche: el San Marcial, en la ciudad de Burgos, por lo tanto aquí terminó mi cautiverio, en el mes de Septiembre de 1938.

El 12 de Enero de 1940, me licencian del Ejército. Llego a Bilbao y en la oficina donde trabajé antes de la guerra, en la calle Ripa, no me quieren recibir porque soy “rojo”. Resulta que la empresa pertenecía a la Compañía Hamburguesa Sudamericana-Alemana de los nazis y como yo era y soy del Partido Nacionalista Vasco y además estuve en el batallón vasco de morteros “Irrintzi”, y por último, prisionero durante catorce meses, yo era una persona non grata, contraria a sus ideales, así es que, me dijeron que no me daban trabajo, que ni pensara que me iban a recibir de nuevo.

Estuve buscando trabajo en cualquier cosa, hasta que en el mes de Julio de 1940, conseguí embarcar de marmitón, ayudante del cocinero, en un barco muy viejo que hacía el servicio de cabotaje por las costas de la península ibérica.

Durante el tiempo que no conseguía trabajo, o sea durante seis meses, estuve viviendo al amparo de mi padre, que trabajaba en Bilbao en su oficio de albañil.

Ahora paso a contar lo que tuvo que pasar toda mi familia.

Cuando los franquistas tomaron Bilbao, yo ya estaba prisionero en un campo de concentración junto con otros muchos “gudaris”, pero mi familia que estaba por el lado del Gobierno Vasco no les quedó otra alternativa que irse hacia Santander, que todavía estaba en poder del Gobierno de la República, así que mi padre, cuatro hermanas y un hermano muy chico (tenía diez años), se fueron como pudieron a la capital santanderina.

Las tropas franquistas seguían avanzando, así que antes de que los pillaran, embarcaron en lo que pudieron y llegaron a un puerto francés, con peligro de hundirse o que los echaran a pique porque los barcos eran muy chicos y desbaratados, pero afortunadamente tuvieron suerte y todo salió bien.

Mi padre ya era un hombre mayor, se quedó en Santander, se despidió de sus hijos y con mucha pena, llorando, se devolvió a su pueblo querido de Plentzia creyendo que no le pasaría nada.

Cuando llegó tuvo que presentarse en el cuartel de la Guardia Civil, le tomaron la declaración y de ahí se lo llevaron detenido a Bilbao, lo encerraron en la Cárcel del Carmelo, en el Barrio de Begoña, donde estuvo preso durante seis meses solo y sin familia, yo prisionero y mis hermanos sabe Dios donde estaban. Lo enjuiciaron por haber pertenecido al partido político Izquierda Republicana, si no pensabas como ellos estabas en su contra, así que ese era el motivo de su encarcelamiento.

Pasados los seis meses lo llevaron a uno de los numerosos juzgados que revisaban la causa de cada uno de los presos, le volvieron a tomar declaración, y como no había nada importante como para que siguiera preso, le hicieron firmar una declaración y lo dejaron libre, además que mi padre ya era un hombre mayor. Volvió al pueblo, consiguió trabajo y siguió su vida normal, pero solo, hasta que llegó su familia.

Mis hermanas tan pronto como llegaron a Francia, el gobierno francés que no quería complicarse con los refugiados que llegaban, así que por la frontera de Cataluña las mandaron a Barcelona.

Ya casi al final de la guerra tuvieron que volver nuevamente a Francia. Aquí estuvieron un tiempo en un pueblo llamado Carbes. Los recibió una familia francesa, pero como no podían estar muchos días, tres de mis hermanas y el hermano más pequeño se volvieron definitivamente al País Vasco. Tuvieron la suerte que no las molestaron, pero si que estaban fichadas como antifranquistas y ahí llegaron después de tanto peregrinaje.

Mi hermana Matilde se fue a Madrid con un madrileño que conoció. Se casó en la capital de España y allí vivió.

Si hubiese vuelto al pueblo, de seguro que lo hubiese pasado muy mal, pues fue una “emakume” muy destacada, porque intervino en muchos actos culturales que se realizaban en el “Batzoki”, así que ese fue el motivo de no volver al País Vasco.

Siempre añoró su tierra vasca, tanto así que cuando falleció, sus cenizas las desparramaron en su querida “Ría de Plentzia”, este fue su deseo antes de morir en Madrid a la edad de ochenta años.

Y ahora sigo con mi historia, y es así:

En el mes de Enero de 1941, conseguí embarcarme en un vapor de matrícula de Bilbao, se llamaba “Uribitarte”, tenía un desplazamiento de 10.000 toneladas y un andar de 9 millas hora.

Viaje de Argentina a Chile, cruzando la cordillera de los Andes por el norte.

El 10 de Enero de 1941, zarpamos del puerto de Barcelona, rumbo a Buenos Aires a cargar trigo. Íbamos en “lastre” (sin carga), tardamos 28 días en llegar a puerto argentino.
Durante la travesía y en la mitad del viaje, en pleno Océano Atlántico, se nos apareció un barco inglés, artillado con cañones de guerra, se nos acercó y por medio de altavoces nos dijeron en inglés que nos detuviéramos, así lo hicimos y ellos arriaron al mar un bote grande lleno de soldados con fusiles, abordaron nuestro barco y lo registraron de proa a popa por si acaso teníamos portalones en los costados para abastecer a los submarinos alemanes, pues el gobierno español como era simpatizante de los alemanes esta era la razón de este registro. Se demoraron una o dos horas al cabo de las cuales nos dejaron unas señales por medio de banderas por si nos encontrábamos nuevamente con otro barco de guerra inglés, cosa que nos sucedió unos diez días después. Vimos en el horizonte mucho humo, era de las chimeneas de un convoy de unos treinta barcos que venían desde Argentina y se dirigían a Inglaterra, muchos de ellos fueron torpedeados y hundidos.

Después de veintiocho días de navegación, llegamos a Puerto de Retiro en Buenos Aires, a cargar trigo y llevarlo a España.

Durante la travesía conocí a un andaluz que trabajaba de marinero en el barco, yo era un camarero y atendía a los tres maquinistas. El andaluz había sido Guardia de Asalto y soldado del Ejército Republicano y estuvo preso igual que yo. Hicimos amistad y quedamos de acuerdo en desertar del barco y quedarnos en Argentina. El se fue primero y yo un día o dos después. Podíamos salir a tierra todos los días después de las cinco de la tarde, que es cuando se terminaba el trabajo a bordo. En un lugar convenido de antemano, nos juntamos y nuestro destino fue el Barrio de Constitución, al sur de la ciudad, allí nos recibió un señor santanderino que tenía un restaurante y nos dio trabajo de inmediato. Trabajé atendiendo clientes que venían a almorzar hasta las dos de la tarde y después en el mostrador a los que venían a tomar cerveza, café, vino o lo que sea. Estuve un tiempo y me fui a buscar otra clase de trabajo.

Como no tenía documentos, pues todos quedaron en el barco que se fue de vuelta con dos tripulantes menos, me resultaba muy difícil que me aceptaran. Lo primero que me pedían era el carné de identidad, por lo tanto tenía que trabajar en cualquier cosa que se me presentara. Trabajé de peón de albañil, en una fábrica de bicicletas, con un amigo que conocí, era de Mundaca, él había sido pescador desde joven, así que un día cualquiera nos fuimos a la ciudad de Mar del Plata, cuatrocientos kilómetros al sur de Buenos Aires. Él conocía a una persona que vivía en esa ciudad, nos dieron trabajo en una lancha del tamaño de una trainera y a pescar se ha dicho. Unos días nos levantábamos a las cuatro de la mañana otros a las cinco y salíamos a pescar camarones. Nunca más voy a ser pescador, es muy sufrido.

Viví en Argentina casi cinco años, después me fui a Chile, que es donde vivo y formé mi familia. Solo después de cuarenta años volví a Euskadi, fue en el mes de Julio de 1981.

En el mes de Noviembre de 1945, me vine desde Argentina a Chile junto con un amigo de Baracaldo. El viaje lo hicimos arriba de un camión que llevaba muebles para un minero que trabajaba en las azufreras que hay por esos lugares. Llevaba varios colchones y mi compañero y yo nos fuimos acostados unas veces y otras sentados pues la primera etapa eran 180 Km. Hasta San Antonio de los Cobres. El inicio del viaje fue en la ciudad de Salta, en el norte argentino. La segunda etapa era hasta la localidad Tolar Grande, más o menos otro 180 Km. Aquí era el destino de este camión, el resto hasta la frontera con Chile lo hicimos en una camioneta, así que en este último vehículo nos llevaron hasta un lugar donde guardaban materiales que ocupaban en la construcción del ferrocarril de Salta a Antofagasta, este lugar se llamaba Caipe. Desde aquí en la misma camioneta nos trasladaron a la frontera chileno-argentina, el lugar era llamado Socompa a tres mil ochocientos metros de altura. Aquí nos despedimos del argentino que nos trasladó y en un “folleque” de un chileno entramos en territorio chileno. El primer lugar se llamaba Monturaqui, desde aquí fuimos a Imilaqui, en este sitio tomamos un automotor- tren hasta la ciudad de Antofagasta, final del viaje. Fueron en total 900 km. Nos demoramos 15 días.

Tanto en Argentina como en Chile, todas las personas que conocí me trataron bien, en Buenos Aires nunca pude arreglar mi documentación, pues como yo deserté del barco español, mis documentos quedaron en poder del capitán. Fui varias veces a la delegación vasca que era dirigida por un consejero del gobierno de Euskadi en el exilio, el Sr. Aldasoro, pero era muy difícil conseguir los documentos de identidad, así que todo el tiempo que estuve en Argentina tuve mucho cuidado de no meterme en líos, y en la frontera de Los Andes en aquellos años no había vigilancia, pues el tránsito de personas por este lugar era casi nulo, por lo tanto no tuvimos ningún problema para pasar a territorio chileno.

En la ciudad de Antofagasta estuvimos casi un mes, y de aquí nos fuimos en tren a Valparaíso, más o menos 1.000 Km. Nos demoramos tres días en este viaje. El último lugar que llegamos se llama La Calera, así que nos tomamos otro tren que venía desde Santiago y llegamos al puerto, más o menos en la mitad del mes de Diciembre de 1945, y nos quedamos a vivir en Valparaíso durante seis meses.

Coro de Euzko Etxea celebrando los 70 años de actividades y Antonio Andrés en el recuadro.

Aquí me encontré con varias personas conocidas de mi pueblo, que vivían hacía varios años en Chile. También hice amistad con compatriotas que llegaron aquí en un barco llamado “Winnipeg”, todos eran combatientes de la guerra civil y el gobierno chileno los admitió como emigrantes. Eran 2200 que se repartieron por todo el territorio de este país y aquí quedaron para siempre. Entre los que quedaron en Valparaíso, había un ciudadano que se llamaba Ramón Muguruza, era de Hernani y había sido director de la banda de música de ese pueblo. Eran más de treinta músicos. Cuando se instaló en esta ciudad, reunió a un grupo, todos vascos y formó el Coro Vasco de Chile, que aún existe, con otros componentes y otro director. Yo soy un componente de dicho coro, pues cuando viví en Valparaíso conocí a Ramón y como yo fui músico de la banda de Plentzia, me incorporó al coro, y desde entonces sigo cantando con este Coro Vasco. Conocí a otros amigos, pues me vine a vivir a Santiago y aquí continúa el coro, pero de los de allí, vascos, solamente estamos cuatro, los demás son descendientes y otros chilenos, pero que les gustan nuestras canciones y están contentos con nosotros.

En Santiago, la capital he vivido desde el año 1948 hasta la fecha. El Coro Vasco, al cual pertenezco desde que llegué a Chile, ha sido y es parte de mi vida, ensayamos en Euzko Etxea, nos presentamos en diferentes eventos, cantamos en misas y nos contratan para casamientos para cantar en la ceremonia religiosa.

Durante muchos años trabajé en una fábrica de calzados, los dueños eran de Somorrostro. Cuando cumplí mi período laboral por años trabajados, me acogí a jubilación. Mi actividad principal es el coro, los ensayos, las bodas, las misas y otras actividades, paso muy entretenido. Voy todos los días donde mi hija, almuerzo en su compañía, voy a pasear y se me pasan los días sin darme cuenta.

Afortunadamente siempre he tenido buena salud, espero, si Dios quiere, seguir sin problemas y así esperar hasta el fin de esta vida, que para mí siempre ha sido muy agradable, siempre me han tratado muy bien en este país, tengo hijos, nietos, bisnietos, los visito y me atienden bien, no me puedo quejar. Solo a veces, la melancolía por la tierra que dejé, la familia y la historia que no fue.

Santiago, Noviembre 2003


Antonio Andrés falleció el sábado 8 de febrero del 2020 a los 101 años de vida.

Tenía guardados estos papeles desde hace 17 años y ahora, en memoria de un buen hombre y querido amigo de todos los que le conocimos, que tenía la capacidad de transmitir su felicidad interna y si podía, cantando, quisiéramos darlos a conocer, pues al leerlo es como escuchar su voz cuando nos narra su propia historia.


Eusko Jaurlaritza