708 Zenbakia 2016-05-04 / 2016-06-01
José Esteban Antonio Echeverría Espinosa nació en Buenos Aires el 2 de septiembre 1805, cinco años antes de la Revolución de Mayo de 1810 que culminará, el 9 de julio 1816 con la declaración de la independencia de España.
Su padre fue el comerciante vizcaíno José Domingo Echeverría y su madre, Martina Espinosa, una criolla. Sus padres fallecieron a temprana edad, por lo que Echeverría quedó huérfano. José Domingo era almacenero. Tenía un almacén en El Alto.
José Esteban Antonio fue vecino de San Telmo. Era habitado por las familias patricias tradicionales de Buenos Aires hasta que la epidemia de fiebre amarilla de 1871 los llevó a mudarse al norte.
En sus orígenes, la zona fue poblándose con los trabajadores portuarios, y se encontraba fuera del muy reducido casco urbano, limitado a los alrededores de la Plaza de Mayo. Como el lugar estaba emplazado sobre una meseta, se lo conocía como el Alto. El eje principal alrededor del cual se asentaron los pobladores era la calle Real, actual calle Defensa, que conectaba directamente la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo) con la ribera del Riachuelo.
En 1748, en un terreno donado por el vecino Don Ignacio Bustillo y Zeballos, la orden de los jesuitas comenzó la construcción de la Iglesia de Nuestra Señora de Belén donde se instaló la Casa de Ejercicios Espirituales. Por esta última, comenzó a ser conocido como el barrio de la Residencia. Cuando en 1767 los jesuitas fueron expulsados de América por el Reino de España, los betlemitas se hicieron cargo del templo en 1785, y la Residencia comenzó a ser usada como cárcel.
Cuando en 1806 se creó la Parroquia de San Pedro González Telmo, la Iglesia de Belén fue elegida como templo provisional. Así, el barrio comenzó a ser llamado Alto de San Pedro. En un hueco situado sobre la calle Defensa, se estableció a fines del siglo XVIII un lugar de parada para los carros que provenían con mercaderías desde el Riachuelo. Tal parada era conocida como el Hueco del Alto o el Alto de las Carretas.
Justamente es en la escuela de San Telmo, que dependía del Cabildo revolucionario, donde Esteban y su hermano José María reciben las primeras letras junto con el credo de libertad e igualdad de los ideólogos de Mayo, inspirados en las doctrinas del iluminismo y la Enciclopedia. No es casual que, cuando escriba el Dogma, sea “Mayo” una de las palabras simbólicas de sus mandamientos políticos.
Aunque el adulto adjudicará luego las falencias de su educación formal a las contingencias revolucionarias, hay que añadir causas personales como la muerte prematura de su padre y las desavenencias con el padrastro, así como los cuidados maternos por su frágil salud y la muerte de ésta, que agudizan una enfermedad cardiaca y dolencias nerviosas sufridas de por vida.
Al decir de Juan María Gutiérrez: “Echeverría... se aplicó estrictamente al régimen de los estudios establecido en el Colegio de “Ciencias Morales”, el más serio y disciplinado de los establecimientos de enseñanza preparatoria, durante la administración que logró tomar asiento en el terreno conmovido por los sacudimientos políticos del año 1820. Tuvo por inmediatos maestros de latinidad y de filosofía, a dos buenos profesores Don Mariano Guerra y Don Juan Manuel Fernández Agüero.
“Continué mi vida de estudiante —dice el mismo Echeverría— hasta fines de 1823, en cuya época me separé de las aulas, por causas independientes de mi voluntad para dedicarme al comercio”. Entró en calidad de dependiente de aduana al servicio en el establecimiento comercial de los señores Sebastián Lezica (1791-1844) y hermanos, en donde permaneció hasta el 20 de septiembre de 1825. Las ocupaciones humildes y prosaicas del empleo que desempeñaba, no pudieron sofocar las que predominaba en él, y el dependiente no dejó de ser el mismo estudiante que fue antes de ocuparse de pólizas y de facturas. En los momentos desocupados, y sobre los fardos de mercaderías de los almacenes por mayor de la casa de sus patrones, tomaba sus lecciones de lengua francesa
En el año 1819 Sebastián Lezica fundó con sus hermanos una casa comercial que llevaría su nombre y en poco tiempo alcanzaría un notable desarrollo. Ya en 1826 la firma comercial actuaba como entidad bancaria. Lezica fue miembro fundador de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y de la Caja de Conversión.
Sebastián le financió su viaje a Europa Cabe anotar que cuando salió de Argentina se registró en el libro de la aduana como “comerciante” y cuando volvió de París, como “literato”.
En la tarde del 17 de octubre de 1825, se embarcó Echeverría con destino a Bordeaux a bordo del bergantín francés “Matilde”, el cual se puso a la vela en la madrugada del día siguiente. Este viaje no fue feliz, ya que el Matilde debió recalar en el puerto de Bahía para reparar las averías de la nave que hacía agua por todas las costuras. Recién el 21 de diciembre se embarcó Echeverría a bordo de la “Aquiles”, con destino a Le Havre y con escala en Pernambuco. La fragata francesa fondeó en Le Havre el 27 de febrero de 1826. De manera que la travesía de nuestro viajero desde Buenos Aires hasta este puerto de Francia, a bordo de embarcaciones mercantes, a vela, duró cuatro meses y diez días.
Echeverría llevó consigo al salir de Buenos Aires. Algunos libros cuyos títulos anuncian cuáles eran sus inclinaciones, y cuáles las lecturas que se proponía hacer durante el viaje. Antes de todo, como que iba a vivir entre franceses, le era indispensable perfeccionarse en la lengua en que había de hablarles, y cargó con su gramática y diccionario del idioma francés, que ya conocía bastante. Una carta geográfica de la República Argentina completaba el bagaje de su limitada biblioteca de viaje.
Pasó cuatro años en París donde estudió música, historia, ciencias políticas, literatura y filosofía en la Sorbona. El romanticismo de la época tuvo una gran influencia en su estética como escritor y fue en esa ciudad donde escribió sus primeros poemas.
Como para despedirse de la Europa, quiso conocer a Londres, y visitó la gran metrópoli británica durante mes y medio en el verano de 1829, embarcándose a su vuelta a Francia en el puerto de Le Havre en mayo de 1830, con escala en Montevideo, donde tocó en junio, desembarcando en Buenos Aires en los primeros días del siguiente mes de aquel mismo año. Un año después que el caudillo Juan Manuel de Rosas, del Partido Federal, asumió el poder de la provincia.
Echeverría tiene prisa para hacerse conocer como poeta. A la semana de su arribo publicó, en la “Gaceta Mercantil”, sin firma, las composiciones “Regreso” y “En celebridad de Mayo”. Luego en el “Diario de la Tarde” los versos de la Profecía del Plata. En setiembre de 1832, editó, en un folleto anónimo, el poema Elvira.
El esfuerzo realizado en estas andanzas líricas y el rumbo de la política nacional bajo la inquietante dirección de Rosas afectaron su salud. En el Uruguay, en Mercedes, sobre el Río Negro no halló alivio a sus males. Trazó varias composiciones, como la popular “La Diarnela” y el muy triste “Adiós al Río” “Negro”. Demostró en 1833 la entereza de negarse a cantar la expedición de Rosas al desierto. Al año siguiente publicó el primer libro de versos en Buenos Aires: “Los Consuelos”, en el cual logró el triunfo que Elvira no pudo conseguir. El regreso de La Cautiva ( 1845).
Hasta 1837 Echeverría fue conocido exclusivamente como poeta. A partir de ese año empezó a ser reconocido corno pensador político y sociólogo de fuerza. El oriental Don Marcos Sastre convocó a los más brillantes representantes de las noveles promociones en su Salón Literario que instala en la “Librería Argentina”, inaugurado el 23 de junio, de 1837. Ese día ocuparon la tribuna Marcos Sastre, Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez, cerrando el acto Vicente López, autor del Himno Nacional. Alberdi sintetiza su reciente Fragmento preliminar al estudio del Derecho. Al echar reflexivas y progresistas miradas sobre los problemas políticos, ganaderos, agrícolas e industriales del país, Echeverría sorprendió a todos con su gran dominio de la materia. Sastre le ofrece, en setiembre de ese año, la dirección del Salón, pero Rosas no toleró semejante explosión liberal de la juventud y menos que pudiese nadie agitar consignas políticas en desacuerdo con las de su gobierno. En mayo de 1838, cesa el Salón Literario. Sastre tiene que rematar la librería mejor surtida de la ciudad.
Hay una diferencia clave entre “El Matadero” y el comienzo de “Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento. “Facundo” es un relato verdadero, una autobiografía. “El matadero” es el origen de la prosa de ficción en la Argentina. ¿Porqué no lo publicó Echeverría en vida?. Es su mejor publicación y superior a lo de todos sus contemporáneos, salvo Sarmiento. Quizá no lo publicó porque era una ficción y la ficción no tenía lugar en la literatura argentina tal como la concebían Echeverría y Sarmiento. “Facundo” empieza donde termina “El matadero”. Para la historia de la literatura argentina El Matadero es el primer cuento.
Clausurado el Salón, Echeverría se dedicó a reunir de nuevo a la gente joven en una entidad secreta cuyo nombre fue Asociación de la Joven Generación Argentina, denominada también Joven Argentina. En junio de 1838 echa sus bases y el 9 de julio juraron sus miembros, de acuerdo con una fórmula análoga a la de la Joven Europa; Echeverría presidió la entidad; Juan María Gutiérrez desempeñaba la vicepresidencia. Se proponían actualizar el ideario de Mayo exponerlo en un Credo. Designados Echeverría, Gutiérrez y Alberdi para redactarlo, lo compuso el primero, a fin de darle unidad ideológica y de estilo, salvo el capítulo final, debido a Alberdi. Simultáneamente Echeverría trazó, en carta a Gutiérrez, un amplio programa de trabajo. Contempló en él, con criterio de precoz estadista, los problemas fundamentales del país. Aprobado en libérrimos debates por la Asociación el documento. Alberdi lo llevó a Montevideo, para insertarlo en el último número del periódico El Iniciador (1 de enero de 1839), que dirigían Andrés Lamas y Miguel Cané. Su título completo es el de Código, o declaración de principios que constituyen la creencia social de la República Argentina; también lo llama Credo, Creencia o Catecismo. Consta éste de quince palabras simbólicas, algunas tan sustanciosas como las dos primeras y, particularmente, las dos últimas. Restablece el sentido de la continuidad histórica y ve en la Revolución de Mayo la fuerza motora de la evolución del país. Traza dos líneas de desarrollo nada inexactas, pero muy esquemáticas. La que arranca de 1810 simboliza el progreso, la libertad, la democracia plena. La otra, contrarrevolucionaria, representa la xenofobia, la vuelta al aislamiento y a los prejuicios de la era colonial; Rosas la encarna.
A raíz de la revolución del sur de la provincia de Buenos Aires (octubre-noviembre de 1839) Echeverría se vio obligado a emigrar al Uruguay. Llegó a Colonia en setiembre de 1840, se alojó en la casa del doctor Daniel Torres, compañero de las aulas escolares. Este distinguido médico cuidó sus achaques. Echeverría empleó sus ocios en la meditación, el estudio y la poesía. Compuso dos excelentes cantos, El 25 de Mayo y A la Juventud Argentina en mayo de 1841. Permaneció en Colonia diez meses. De allí se trasladó a Montevideo en junio de 1841, llamado por sus amigos. A poco de iniciado el sitio de Montevideo, se enroló en la Legión Argentina, al mando del coronel José María Albariños, pero el cirujano de la guarnición aconsejó licenciarlo a causa de su pésima salud, lo que no le impidió presentarse arma al brazo, cuando se llama urgentemente a la población hábil a defender la plaza. En abril de 1843 se vio privado de la compañía de sus directos amigos y discípulos Alberdi y Gutiérrez, que viajaron a Europa; se sumerge en sus afanes literarios como un anacoreta, huraño, casi misántropo. Al promediar el año siguiente, y cediendo a las incitaciones de sus amigos —entre ellos el general Pacheco y Obes y Andrés Lamas—, vuelve a la lucha, anunciando entonces el propósito de escribir la Ojeada Retrospectiva y reimprimir el Código. Entre tanto, participa en el grandioso homenaje a Mayo que en 1844 tiene lugar en la ciudad a iniciativa de Andrés Lamas, y en el que participa casi toda la población sitiada.
En 1846 editó el Dogma Socialista en dos partes; el Catecismo retocado y la Oleada Retrospectiva a modo de introducción, historia y comentario. Ese mismo año se edita el Manual de Enseñanza Moral para las Escuelas Primarias. Contiene sugerencias éticas de valor permanente. Pensamientos del mismo tenor apunta en su notable Discurso sobre Mayo.
La doctrina del Dogma experimenta una cuarta ampliación en 1847, en las Cartas a don Pedro de Angelis, editor del Archivo Americano, en las cuales rebate el libelo del talentoso y erudito adversario, defensor de Rosas.
En su deseo de contribuir a plasmar prácticamente las ideas troncales del Dogma, Echeverría envió, en setiembre de 1846. Sendos ejemplares de esa obra a Urquiza y al general Joaquín Madariaga, gobernador de Corrientes, acompañados de conceptuosas cartas en cuyo texto los invitaba a restablecer el ideario de Mayo cual prenda de unión de todos los argentinos y a encabezar el partido correspondiente.
Se preparó Echeverría a escribir la obra cumbre orgánica del pensador y del sociólogo que hay en él. La Democracia en el Plata, que sería para estas comarcas la equivalente de La Democracia en América de Tocqueville y, de faltarle vida para realizarla, designa a Alberdi a fin de llenar esa tarea. Aquí se descubre el nexo entre el Dogma y las Bases y es notorio el existente entre la última y la Constitución vigente.
En 1848, publicó en El Conservador, de Montevideo, su último estudio social importante: La revolución de Febrero en Francia. Aparte una serie de composiciones menores, escribió en la capital uruguaya tres largos poemas: La Guitarra, trazado en 1842 y publicado en el Correo de Ultramar, de París, en 1849; El Ángel Caído, terminado en 1846; y el Avellaneda, que data de 1849. En este mismo año dio a conocer el poema Insurrección del Sud, compuesto casi totalmente en su patria, en la estancia Los Talas. El Ángel Caído, continuación de La Guitarra. En Avellaneda exalta al mártir de Metán, Marco M. Avellaneda. Es una de sus mejor logradas creaciones.
Echeverría es designado, en setiembre de 1847, miembro del Instituto de Instrucción Pública del Uruguay, institución que llena un importante papel en el país amigo y preparó el advenimiento de la Universidad de Montevideo, de cuyo organismo entra a formar parte en julio de 1849.
Entregado a sus tareas literarias y educativas, repleto de proyectos, sus dolencias se agravaron y consumido por la tisis falleció el 19 de enero de 1851, tranquilamente, pues consideraba a la muerte sólo como la transfiguración de la vida. El pueblo de Montevideo acudió a las exequias, costeadas por el gobierno oriental. El ministro de Gobierno y los miembros del Instituto de Instrucción Pública llevaban luto en el brazo izquierdo. Despidieron sus restos el poeta uruguayo Francisco Acuña de Figueroa, el miembro del Instituto Fermín Ferreira, su secretario particular Valentín Cardoso y José Mármol. En diferentes oportunidades se ha tratado de localizar el lugar exacto donde reposan sus restos mortales, sin éxito alguno. Tanto Vicente Fidel López como Mitre coincidieron en que jamás aparecerán, por causa de las circunstancias extraordinarias en, que se hallaba el cementerio central de Montevideo durante el sitio.
Retrato de Esteban Echeverría (1850).
El gran misterio de la vida del fundador es quien fue la madre de su única hija Martina a quien le puso ese nombre en su homenaje a su madre. Todo hay que suponerlo porque si no se dispone de nada no se comprende el siglo XIX.
Doña Martina Echeverría de Fernández, hija de los mocedades bohemias de Esteban, y su “única y última descendiente”, en el año 1900 donó este daguerrotipo al Museo Histórico Nacional Un lustro después la anciana doña Martina poseía una fotografía con la efigie de su padre. Conservaba además, un retrato “elaborado” en París. (Cfr. Una descendiente de Echeverría. Con la hija del poeta, en El Diario, Buenos Aires, 7 de setiembre de 1905, p. 1). De ordinario muy atenuado en otras imágenes, el estrabismo de Echeverría aparece manifiesto en este retrato. Un ejemplar semejante perteneció a don César Cardoso, amigo y secretario del autor de La cautiva en sus últimos años. El señor Cardoso lo donó también al Museo Histórico Nacional, cuyo último catálogo no lo registra: (cfr. Diario La Prensa, Buenos Aires 1905).
Bibliografía
BATTISTESSA, ANGEL J. “Esteban Echeverría, La Cautiva, El Matadero, Fijación de los textos, prólogo, notas y apéndice documental e iconográfico”, Ediciones Peuser I. El hombre y el escritor.
ECHEVERRIA, ESTEBAN “Obras Completas compiladas por Juan María Gutiérrez”. Publicación Original. Imprenta y Librería de Mayo 1870.
GUTIERREZ, JUAN MARIA (1809-1878) “Obras Completas de D. Esteban Echeverría”, Buenos Aires , Carlos Casavalle, Editor 1870-1874.
PIGLIA, RICARDO “La Argentina en pedazos. Echeverría y el lugar de la ficción”
SIEGRIST DE GENTILE, NORA “La constitución de los clanes comerciales Los propietarios de los grandes barcos, las conexiones Buenos Aires-litoral-Europa y el tráfico de mercancías”. Euskonews. Kosmopolita.
Principales obras de Esteban Echeverria
Elvira o la novia del Plata (1832) Los Consuelos (1834) Rimas : La Cautiva (1837) El Matadero (1838-1840). Publicado en la Revista del Río de la Plata, 1871 Dogma Socialista de la Asociación de Mayo ( 1846) Juan Mauricio Rugendas (1802-1858) El regreso de La Cautiva (1845)