545 Zenbakia 2010-09-10 / 2010-09-17
Se cuenta que Carlos Pellegrini, Pedro Luro y Saturnino Unzué eran asiduos visitantes del viejo casino de Mar del Plata, que funcionaba en ese entonces en el Bristol Hotel.
Una noche, se hizo presente el Jefe de Policía y les aplicó la Ley de Juegos, anunciándoles que debía confiscar la ruleta y llevarla a la comisaría.
Pellegrini, en ese entonces Vicepresidente de la Nación (1886-1890), con su característico sentido del humor, le respondió:
“Hace bien, comisario. Llévela nomás, que en la comisaría podremos jugar mucho más tranquilos...”
Era el comienzo de la “belle èpoque”. Las clases altas traían de Europa un estilo de vida marcado por el lujo y la ostentación que se reflejaban en el vestir, en el comer, en el viajar y en la construcción de grandes mansiones. Buenos Aires es una buena muestra de ello.
Y la ciudad de Mar del Plata, en la Provincia de Buenos Aires, no fue una excepción. Como no fue una excepción el aporte de los inmigrantes vascos al desarrollo de la zona.
El Pedro Luro de la anécdota estaba entre ellos. Este vasco oriundo de Gamarte, Baja Navarra, había llegado al país a los diecisiete años sin dinero y sin mayor instrucción. Inquieto, perspicaz e inteligente, con el tiempo llegó a ser uno de los más importantes estancieros del país.
En 1877 arriba al lugar en ese entonces llamado Laguna de los Padres y se hace cargo del saladero, inicio de todas las actividades que llevó a cabo en la zona. Le compra a Patricio Peralta Ramos, no solo el saladero sino también la mitad del pueblo.
Gracias a su esfuerzo y al de otros como él, la pequeña comarca rural fue cambiando de fisonomía. Con la mirada puesta en el futuro, don Pedro y sus hijos, pensaron el lugar como una estación balnearia semejante a las que se conocían en Europa.
Ayudados por la situación internacional que dificultaba el acceso a los sitios de veraneo de la conflictuada Europa, encontraron en las playas pampeanas el sitio ideal para suplantarlos.
Quienes acostumbraban pasar sus vacaciones en Biarritz hicieron suya la idea y contribuyeron, con su poder económico y social, a transformar el pueblo a orillas del mar, en un balneario de élite.
En 1886 la expansión de la localidad se vio favorecida por la llegada del ferrocarril. A diferencia de los antiguos carruajes, el tren ofrecía un traslado más cómodo y rápido. En muchos casos, las familias reservaban todo un vagón para trasladarse con sus enseres y personal de servicio.
Comenzó entonces a ser tradición, instalarse en la ciudad por toda la temporada de verano, que comenzaba en diciembre y finalizaba en marzo. Modificaciones edilicias y de urbanización fueron dando al lugar un toque diferente. Las mansiones surgían mirando al mar y rivalizaban por tener la más bella construcción. Era común que materiales y moblaje se trajeran de Europa.
Cenas, bailes, paseos por la rambla, baños de mar, e incursiones por los boscosos alrededores, formaban parte de las actividades de una sociedad sin inquietudes. Pero algo faltaba para completar sus atractivos.
En ese mismo año de 1886 José Luro, hijo de don Pedro, contrata en San Sebastián a los técnicos Juan y José Lasalle e Inocencio Echeverría para instalar un juego de ruleta en el naciente balneario. Encaran la idea con entusiasmo y viajan a Argentina para dar forma al proyecto. Traen consigo una sólida experiencia, ya que habían trabajado para la Sociedad del Casino de San Sebastián.
En el verano de 1889 se asocian con Fermín Bañuelos e inauguran una empresa a base de ruletas ubicada en una casilla de propiedad de su socio en Playa Bristol. Más adelante se trasladan al Bristol Hotel y el lugar será escenario, como el Hotel, del encuentro veraniego de las principales familias del país.
Pero al parecer la idea del juego de azar rondaba los proyectos de otro vasco, don Fermín Iza, que en la misma temporada de1889 instala en la Playa Bristol otra casa de juego con ruletas, en unas casillas ubicadas sobre la rambla que bordeaba el mar. Construye luego un gran edificio de madera donde se jugará Bacarat y Caballitos. Pero será la empresa de Lasalle y Echeverría la que se afianzará con el tiempo ya que el juego estará en manos de esta sociedad hasta 1920.
Ante la creciente demanda, ya que esta actividad estaba prohibida en Buenos Aires, se anexan instalaciones del Club Mar del Plata, una bella construcción que había surgido en 1910 como una sociedad anónima para fomentar el desarrollo del balneario. En un ambiente exclusivo y en mesas atendidas por croupieres franceses y españoles, se arriesgan día a día pequeñas fortunas.
Y así el casino, que en sus primeros tiempos fue un entretenimiento del mundo masculino, se convierte en un elemento más de cambio, creando en el imaginario y en la realidad, un lugar que tenía reminiscencias y aires europeos.
Pero el mundo estaba cambiando y se sucedían, también entre nosotros, modificaciones políticas y económicas que influirían profundamente en la organización de la sociedad tradicional.
A medida que se facilitaba a otros estamentos sociales, la posibilidad de acceder al lujoso balneario y a su anhelado casino, quienes de algún modo habían sido parte de todos los aspectos de la vida social de verano, fueron dejando lugar a esta nueva forma de turismo. La ciudad va perdiendo sus aires de villa europea.
Miles de turistas arriban por temporada, se levantan nuevos edificios y las viejas mansiones quedan ocultas, cuando no desaparecen, en favor del auge del acero y el cristal. El Hotel Bristol y por ende el Casino ceden su espacio a un complejo monumental que se inaugura en 1941.
Las ganancias que esta actividad produce son enormes y el Estado no quiere permanecer ajeno a ellas. Por tanto, nacionaliza el juego y expropia el nuevo edificio. Del carruaje y el tren se ha pasado al automóvil, lo que permite un acceso rápido y directo desde distintos puntos del país. Las playas marplatenses y su casino son casi un destino obligado.
Hay un marcado cambio de escenario y de personajes. Sin embargo, en una y otra época se persigue el mismo sueño: un “golpe de suerte”, un dejar que el azar lo resuelva todo.
Y hasta pasar a manos del estado, los dueños de la suerte siguieron siendo vascos. La empresa que regenteó el nuevo casino hasta su expropiación fue la de don Silvestre y Miguel Machinandiarena Sagasti (de Aoiz, Navarra).
Fuentes:
- Las viejas ramblas, Fundación Boston, Buenos Aires, 1990; Roberto T. Barili.
- Mar del Plata, una historia urbana, Fundación Boston, Buenos Aires, 1991.
- Mar del Plata, ciudad e historia, Elisa Pastoriza , Alianza, Buenos Aires, 1997.
- Archivo Histórico de Mar del Plata.
- Fotografías gentileza del Sr. Paqualino Marchese.