43 Zenbakia 1999-07-23 / 1999-07-30

Gaiak

Esteban Garibay, el espíritu errante

VELEZ DE MENDIZABAL AZKARRAGA, Josemari

Esteban Garibay, el espíritu errante Esteban Garibay, el espíritu errante * Traducción al español del original en euskera Josemari Velez de Mendizabal Cuando todo denota que se han cumplido cuatrocientos años desde el fallecimiento de Esteban Garibay, parece ser que su espíritu retorna con fuerza, y que un par de libros recién publicados vienen a engrosar y mejorar lo escrito y declarado durante siglos sobre su persona. Gracias a la buena voluntad y excelente eficacia del Ayuntamiento de Mondragón, nos han llegado a las manos el fenomenal trabajo de investigación de Jose Angel Achon y el hermoso libro , de Jose Antonio Azpiazu. Un regalo verdaderamente inmejorable para celebrar la efeméride del cronista real del siglo XVI. Enhorabuena a todos. Acostumbrado como estoy desde siempre a Garibay, más por el nombre que por el hombre, durante años he tratado de conservar la afición que él y su tiempo me han marcado, si bien la mayoría de las veces he tenido unas referencias bastante mediocres. Pero, afortunadamente, diría que estamos rellenando, y bien, los huecos que han existido durante siglos, y hay que subrayar que, gracias a los ensayos como los del par de historiadores arriba mencionados, podemos localizar cada vez mejor el contexto histórico de ese gran mondragonés. La mejor referencia de la que disponíamos en torno al cronista era la biografía redactada por Fausto Arozena sobre Garibay, que el Ayuntamiento mandó publicar en 1960, con motivo del 700 aniversario de la villa de Mondragón. Elaborada modélicamente, lo cual se ha de agradecer al maestro Arozena, se trató de la primera aproximación seria hacia el personaje de Esteban Garibay Zamalloa. Al hilo de esas celebraciones, he de señalar que aquel año se produjo un interesante salto cualitativo en el viejo y por entonces pequeño Mondragón, al inaugurarse el monumento dedicado a Garibay. Al parecer, estábamos habituados a la estatua realista de Pedro Viteri, y cuando, al tiempo de dar el nombre del cronista a unacalle, colocaron aquel progresista y rompedor monumento del arquitecto Olaran, podemos aseverar que en Mondragón tuvo lugar una pequeña revolución, al interpretarse aquella aportación artística como algo distinto del mundo hasta entonces conocido. El monumento continúa en el mismo lugar y apenas nadie le hace caso, clara señal de que supuestamente se ha identificado con el entorno. De este modo, Garibay, hombre considerado en ocasiones y en determinados círculos conservador, se convirtió en 1960 en su pueblo natal, e involuntariamente, en ejemplo de modernidad. Doce años más tarde, en 1972 para ser exactos, un gran estudioso de la antropología vasca nos ofreció una bella e interesantísima aportación sobre la figura de Garibay, que nos ayudaría sobre todo a entender mejor las líneas generales de la sociedad vasca de su época. Me refiero, claro está, a Julio Caro Baroja y a su libro "Los vascos y la historia a través de Garibay". Caro Baroja manejó la figura y obra de Garibay de un modo gentil y cariñoso, lo cual es de agradecer. Rasgo evidente, sin lugar a dudas, del respeto que el hombre de Vera tuvo para con el mondragonés. En mi interior erigí uno de mis observatorios de los siglos XV y XVI sobre esos dos citados pilares. Ideal para aprovechar de forma adecuada la perspectiva que el paso del tiempo debilita. Y es que la lectura de la historia puede provocar notables errores, en función del resultado al que se quiere llegar y de la protección y seguridad a los que aspira el historiador. También en el caso que nos ocupa se nota ese fenómeno, porque, por ejemplo, no son iguales el "auténtico mondragonés" Garibay de los comienzos y el Garibay "universal" que buscaba los favores de Felipe II en Toledo. En muchos casos, dependiendo de la necesidad, la historia es así. Y, según apuntan todas las apariencias, Garibay inclinó demasiado la cerviz ante quien podía ayudarle a colmar sus intereses personales. Claro que eso no significa que Garibay anduviera inmerso en falsedades,ni que hubiera cambiado el eje principal de la historia. Primero, porque no tenía la suficiente capacidad como para hacerlo. Y, segundo, porque lo que más recalcan las críticas más severas recaídas sobre Garibay es la falta de sentido crítico del mondragonés. Y eso no se trata, forzosamente, de oponerse a la historia, sino de no coincidir con los acontecimientos y cauces del pasado. Que son dos cosas diferentes. Pero la crítica sacudió violentamente a Garibay, en especial una vez fallecido el mondragonés, cuando ya no tenía ocasión de defenderse. Eso no dice nada bueno sobre los críticos. Y relativiza, claro está, lo que imputaron a Garibay. Para contextualizar mejor el origen de las críticas, hay otra interrogante que me he hecho muchas veces: con el objeto de que podamos entender mejor la razón de los dardos lanzados contra Garibay, ¿no se debería tener en cuenta su propósito de formar una especie de grupo de presión a favor de los vascos, y en especial de los guipuzcoanos en el tiempo en que permaneció en la corte, principalmente junto al donostiarra Juan de Idiakez? En los breves años que estuvo junto al rey, el cronista llegó a tener la osadía de solicitar estatus de reino para Gipuzkoa, y, es mera suposición, me temo que ciertos cortesanos no acogieron con ningún agrado aquella idea de Garibay. Fue alcalde de Mondragón, a pesar de trabajar al servicio de su pueblo natal sobre todo desde la lejanía, ya que desde su juventud recorrió el mundo, llevado por su afición a la historiografía. Quiso construir un colegio de jesuitas en Mondragón, siendo el dinero de Juan de Araoz, pero no pudiendo llevar a buen puerto el proyecto, recurrió a los franciscanos. Éstos dieron su consentimiento a la oferta, y desde entonces el convento de San Francisco ha sido una viva realidad en Mondragón. Todos los jóvenes del pueblo hemos pasado alguna que otra vez por encima de la inscripción existente sobre el suelo de la iglesia franciscana, precisamente aquélla que manifestaba que enese lugar reposaba el cuerpo de Garibay. Aun cuando la fecha de nacimiento del cronista está debidamente documentada, nada sabemos sobre el día y lugar de su muerte. Siempre que paso frente a la casa en la que nació el cronista de Felipe II, me viene a la memoria la historia de su alma, y me pregunto cómo se sentirá entre nosotros el espíritu errante del famoso viajero e historiador, ilustrado, famoso, humilde, trabajador y buen mondragonés. El alma que, al igual que Dios también el diablo rechazó, andará seguramente arriba y abajo por Erdiko Kale, Iturriotz y Arrabal de Maala, en busca del lugar para su descanso definitivo. Y estoy seguro de que mientras lee gustoso los trabajos de investigación que sobre él realizan los nuevos historiadores, se sentirá más protegido de las críticas negativas que ha tenido que soportar siglos. Poco a poco se está haciendo justicia a Esteban Garibay Zamalloa, quien jamás renunció a su pueblo natal. Josemari Velez de Mendizabal, escritor