421 Zenbakia 2007-12-21 / 2008-01-04

Gaiak

Viviendo las navidades globalizadas

LARRAZABAL SAITUA, Olga

Santiago de Chile



Cuando yo era pequeña, por allá por la Edad de Piedra, todo era más simple. De partida éramos pocos, éramos bastante pobres y vivíamos en el quinto pino, es decir en las antípodas de donde sucedían los grandes eventos mundiales y las grandes modas no nos tocaban tan fuertemente.

Chile era absolutamente provinciano, en los pueblos los hombres andaban vestidos de huaso, con sombrero tipo cordobés, chaqueta corta, pantalón de mil rayas, botas de taco para poner espuelas, e incluso caballo y las carretelas pasaban por las calles frecuentemente. Los colegios terminaban sus clases a comienzos de diciembre, cuando la primavera toma aires de verano; se comía fruta a raudales, peritas, damascos, duraznos, brevas, y se hacía mermelada en el patio de la casa en fondos de cobre revolviendo lentamente para que no se pegara. En las iglesias se rezaba el Mes de María y el aroma a nardos, jazmines y acacias en flor llenaba el ambiente; del Mes de María se pasaba a la Novena del Niño Jesús y se preparaban grandes pesebres en las iglesias y en algunas casas. El árbol de Navidad iba entrando poco a poco, a través de los alemanes e ingleses residentes, y el Viejo Pascuero, un amasijo de tradiciones europeas y creación de la Coca Cola por ahí por 1930, era el que traía los regalos ya que los Reyes habían sido destronados hace rato. Todo se concentraba en la noche entre el 24 y el 25 de diciembre.

Esa noche las familias se reunían a comer algo especial, dependiendo de su procedencia étnica y su nivel de riqueza, pero siempre había Pan de Pascua (pan dulce con frutas confitadas) Cola de Mono (café con leche con aguardiente) y muchas mistelas, que son licores caseros. Después de la cena temprana, todos iban a la iglesia a la Misa del Gallo, excepto los tíos masones o radicales que se quedaban en casa echando una siestecilla en algún sillón y las beatas cantaban con voz impostada una serie de villancicos tradicionales chilenos. El único canto extranjero era Noche de Paz, que lo cantaban todos a grito pelado, y siempre alguien hacía una tercera voz alta, desafinando horriblemente. Los villancicos chilenos hablaban de Doña Mariquita, que lavaba pañales y de los campesinos que le llevaban frutas de la estación para su Niño, o pañales o ropa, y la situaban en el campo rodeada de huasos y las beatas le echaban “cogollitos” al Niño, es decir cuartetas con alabanzas.

Generalmente por el calor, se comía en el jardín debajo del parrón, y los niños aprovechaban para tirar “petardos”, “viejas” y “cuetes” para espantar a los asistentes, todos quedábamos pasados a pólvora y a veces el fuego agarraba las palmeras y había que apagar el incendio a punta de baldes de agua. Los niños se tomaban los conchos de vino debajo de la mesa y le contaban chistes picantes al tío cura de visita, que comía como descosido y se iba a su casa bien cañoneado y con la sotana llena de manchas.

En el cielo brillaba Orión, Sirio, la Cruz del Sur y Venus, el Lucero de la Tarde, adornaba el horizonte, y todos podíamos ver las estrellas porque no había smog.

Al otro día se abrían los regalos que solían ser simples. Un libro de cuentos, un avión para armar, un chocolate, y en las familias muy pudientes patines y bicicletas o un tren eléctrico si es que eran muy requete pudientes. La Navidad era suave, familiar, mágica y recogida y duraba sólo el día de la fiesta y todos se preparaban para bailar en Año Nuevo.

Ahora la cosa ha cambiado. Finalizado septiembre, mes en que se celebra la fiesta de la Independencia, las tiendas cambian las canciones folklóricas con que nos machacaron los oídos un mes entero, por villancicos. Últimamente tenemos una leve variación, ya que las grandes tiendas descubrieron la fiesta de Halloween y nos la están tratando de vender como sea y hacen un intermedio el 31 de octubre, en que si una se descuida termina vestida de bruja. Pero pasada esta fiesta de los muertos de origen céltico, especial para un país latinoamericano que de celta ni por los tacos, vuelven al ataque. Se acabó la gentileza, el silencio y la magia. Enormes Viejos Pascueros vestidos de rojo, abrigados hasta el paladar y muertos de calor nos atacan con toda clase de juguetes chinos, que tocan como contratados villancicos norteamericanos. Una puede ser asaltada por uno de estos monstruos rojos al son de Jingle bells con los parlantes al máximo, y recrear quieras o no, las campanillas de un trineo que va por Escandinavia, Chicago o Arkangel, tirado por unos renos que han cobrado protagonismo a través del tiempo, enredando aún más la historia ya bastante complicada.

Enormes abetos y pinos de Navidad engalanados de oro y plata decoran los portales de los apartamentos y las casas. Pero si alguien tiene la peregrina idea de comprar un nacimiento, le es bastante difícil porque en China, proveedor de todos estos elementos decorativos, no los fabrican. Y así van desapareciendo de la memoria colectiva, igual que los Reyes Magos lo hicieron en los años 30 del siglo XX.

Este efecto navideño en una ciudad como Santiago, con 38 grados de calor, mucha gente, muchas tiendas y grandes problemas de movilización, puede ser devastador. Me acuerdo cuando trabajaba en una empresa y después de la jornada de trabajo tenía que ir a comprar regalos para la familia completa, la asistenta, su familia, y no uno sino varios regalos per capita, y me quería morir. Hubo una vez en que terminé sentada en la calzada con los zapatos en la mano, en medio del tumulto cargada de paquetes y sin encontrar un traje de baño que le cupiera a mi marido y que fuera de una marca aceptable para evitar el bochorno de que se le desarmara en público y casi me puse a llorar porque no sabía cómo salir de la multitud y llegar al estacionamiento. Los niños y los adultos de ahora ya no reciben cosillas baratas, necesitan autos, motos, i-pods, computadores, parapentes o ropa de marca y también las asistentas y los hijos adolescentes, dando como resultado que los padres casi se arruinan tratando de complacerlos. Y en la noche de Navidad hay que lacear a los hijos para que se presenten a comer, ya que parten disparados junto con el último bocado y la mayoría cree que la Navidad celebra el cumpleaños del Viejo Pascuero o del reno Rudolf.

Atravesar la ciudad para ir a ver a los padres o suegros, puede ser un drama, y el llevarles regalos a todos, una hazaña. Pero así están las cosas y la moda y el marketing nos atrapan haciendo que todo pierda o cambie su sentido y eso es grave, porque cuando los símbolos pierden su sentido primigenio se convierten en cascarones vacíos de contenido, se les pierde el respeto y se ponen tediosos. Y esto sucede no sólo con las fiestas tradicionales, sino también con los ritos y con las palabras. “Te quiero” es reemplazado por una pantalla plana, o un juego para el computador. Y así es como después de pasada la emoción del regalo carísimo, lo vemos botado porque dejó de excitarnos y ya es desechable. Poco a poco vamos perdiendo el contenido espiritual de nuestro legado cultural y nos vamos transformando en seres vacuos, voraces de un consumo con el cual se trata de llenar el vacío existencial, porque ya nada significa nada, somos tan desechables como cualquier objeto.

Pero el ser humano necesita de los símbolos con significados que le despierten lo mejor de sí mismo, ansias y sentimientos profundos. El ser humano ha demostrado a través de la historia, que mira a las estrellas, que quiere ser héroe, que ansía la justicia, ansía amar y ser amado en profundidad y no desechado porque dejó de ser novedad. Si no miren a los niños que antes eran héroes del Oeste americano y ahora son héroes intragalácticos, pero héroes al fin. Y con nuestra educación chata y vacía de utopías, llena de monos animados violentos y desesperanzadores, hemos logrado borrar estas bellas aspiraciones de su mente y los hemos llenado de comida chatarra, de ideas chatarra, de aspiraciones chatarras y con la inseguridad de ser violentamente dejados de lado cuando ya no entretengan al proveedor de turno.

En una sociedad tan ramplona como ésta, es difícil meter baza y explicarles a los niños que debajo de todo ese griterío, de los pavos asados y los renos nórdicos, de los villancicos chinos y viejos vestidos de rojo, hubo una vez la celebración a una esperanza. Sí, porque para los pueblos primitivos europeos la cosa tenía sentido. En estas fechas ellos vestían al abeto o al tilo con adornos rojos o velas encendidas en honor al sol, con la esperanza de que el sol volviera y los árboles tuvieran frutos y ellos poder seguir viviendo, porque en ese tiempo pocos sobrevivían los inviernos helados, la vida no era algo garantizado. Los judíos celebran en estas fechas Hanukah, la Fiesta de la Luces, en honor a los Macabeos que se resistieron a la conversión al paganismo helénico y ellos fueron la luz de la liberación, la esperanza de un pueblo. Los cristianos colocaron el nacimiento de Jesús sobre esta fecha con otra esperanza, la de que el Dios de Israel encarnado en la historia, viniera a enseñarnos el camino del amor y nos trajera como regalo, su utopía del Reino de Dios. Y los comerciantes de almas del siglo XX unieron todos los mitos en un refrito vaciándolo de sus significados esperanzadores y cargándolos de bolsas de regalos, con la esperanza de que el Dios del mercado les llenara de dinero los bolsillos. Y nosotros, como dicen en Chile, bailamos la cueca al son que nos tocan.

Pero no todo está perdido, siempre queda la familia. Cuando los hijos a su vez son padres y comienzan a entender, nos piden apoyo y ese es el minuto mágico, cuando nos unimos para salvar a nuestros nietos de la vacuidad ambiental y esto puede comenzar en nuestra mesa de Navidad, cantando, compartiendo, explicando los mitos y símbolos de los que hemos sido despojados por esta sociedad de consumo, dándole sentido al árbol de Navidad, al pesebre e incluso retomando al generoso San Nicolás, dotador de doncellas pobres, que quedó oculto detrás del viejo pascuero.

¡Qué difícil es enseñarle el milagro de la esperanza a los niños que lo tienen todo y aparentemente no necesitan de la esperanza para ser felices! A esos niños hay que regalarles significado, utopías de un mundo mejor explicándoles el valor que tiene la familia, lugar de acogida y de amor incondicional que no se puede comprar porque su moneda es sólo el amor y por esa razón comparten ese día la mesa, cantan y se ríen juntos y se aguantan en sus diferencias y se apoyan aunque no coincidan sus ideologías y que no se van a desechar a la primera de cambio. Y explicarles también que existen otros, 1800 millones según las estadísticas, que viven con menos de un dólar al día, y que no se sientan a la mesa a compartir, porque la familia humana se olvidó de ellos, y que a ésos entonces, hay que regalarles esperanza, compartiendo con ellos nuestro bienestar y así se harán realidad las utopías de un mundo mejor y ese será el mejor regalo que podamos recibir ya que no es desechable y nos llena el alma. Que tengan una Feliz Navidad compartiendo una mesa llena de significado, con sus familias y amigos y con alguien necesitado de esperanza y amor.