421 Zenbakia 2007-12-21 / 2008-01-04
Las posadas, una de las más bellas tradiciones mexicanas, son uno de los más afortunados recursos didácticos creados por los misioneros franciscanos en el siglo XVI, cuando la conquista de lo que ahora es México, para catequizar a los indígenas.
En su forma tradicional consisten en la conmemoración durante nueve noches, del 16 al 25 de diciembre, del peregrinaje de la Virgen María y de San José a Belén, en donde nacería el Redentor, y los trabajos que pasaron para recibir posada en las casas del lugar. Niños mexicanos. S. XIX-18.
Para celebrar las nueve posadas o las que vayan a celebrarse, los vecinos se dividen los gastos y la organización y mientras unos se encargan de comprar las piñatas, otros consiguen la fruta para rellenarlas, otros las colaciones posteriores y otros ponen “los peregrinos” o “nacimiento” con las figuras, casi siempre en barro, muy bien acabadas y decoradas, de la Virgen sobre un burrito y el Señor San José llevándolo de mano. Otros más se encargan del ponche de frutas caliente, para soportar el frío, y las mujeres de los cantos y rezos.
La posada inicia con la procesión a cuyo frente van los peregrinos en unas andas y se detienen ante la puerta de cada una de las casas previstas para ello y piden posada cantando a coro, a lo que otros vecinos les responden desde el interior negándoles el alojamiento: así, los peregrinos van de puerta en puerta hasta llegar a la última programada, en donde ahí sí les franquean la entrada al son de panderos, pitos y cantos gozosos cuya letra dice “Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban esta mansión, y aunque es pobre la morada, os la doy de corazón”. Una vez dentro se reza el rosario y se sirve a los presentes el ponche, que es un cocimiento de frutas, canela y otros ingredientes y que se sirve caliente.
Mientras, en el patio ya están los niños preparándose para romper de un garrotazo y con los ojos vendados la piñata rellena de frutas, dulces y pequeños juguetes, mientras todos le cantan “dale, dale, dale, no pierdas el tino, porque si lo pierdes, pierdes el camino”. Al romperla, todos los niños se arrojan a recoger lo que cayó de la piñata y cuando ya no hay más piñatas que romper, se reparte a los convidados la colación con peladillas, dulces y otras cosas, en algún pequeño recipiente individual de cerámica (antes era de porcelana). La piñata clásica es una olla de barro artísticamente forrada de papel de china o de papel muestre o metálico, con siete puntas, como estrella, que representan los siete pecados capitales, pero también se hacen de figuras de personajes conocidos, artistas, políticos y todo lo que dé la imaginación.
Mientras los chicos rompen las piñatas, los mayores consumen lo que las mujeres hayan preparado, como atole, tamales, buñuelos y otras muestran de la cocina local.
Al fin de la última posada “se acuesta al Niño Dios”, que permanece en su cuna hasta el día 2 de febrero en que “se levanta”, durante una convivencia. El 24 en la noche, el Niño Jesús trae los juguetes a los niños y a algunos también les tocan regalos de los Reyes Magos el 6 de enero. Curiosamente en el Occidente de México no se acostumbran los regalos de los Santos Reyes o Reyes Magos.
Las pastorelas
Con el fin de facilitar la catequización de los indígenas recién conquistados, los misioneros franciscanos idearon estas representaciones para la temporada previa a la Navidad, basadas en los llamados autos de fe y en las que participaban los mismos catecúmenos como actores, y en 1527 comenzaron a presentarlas con el tema central de la llegada al mundo del Niño Jesús, la adoración de los pastores y de los Reyes Magos, la decidida oposición del diablo, ayudado por sus demonios y la batalla que les presentó el Arcángel San Miguel seguido de todos los ángeles celestiales, hasta vencer a Satanás y arrojarlo de nuevo al infierno. En la Navidad de 1530, el duranguetarra Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de la Nueva España, autorizó la celebración de las pastorelas.
Estas expresiones de arte popular, que aún se presentan en esta época por todos los rumbos de México en plazas, foros abiertos, escuelas y también en teatros, comprenden varios actos, se recitan en verso y van acompañadas por villancicos al son de panderos, pitos, zambombas, guitarras y otros instrumentos. El elenco comprende a la Virgen, San José y el Niño, pastores, ángeles, demonios y un ermitaño cuya misión es hacer preguntas y aclaraciones para ayudar al público a entender y asimilar mejor el sentido de la pastorela. Por cierto, el autor de la primera pastorela representada, en el siglo XIX en un teatro, fue el escritor y periodista de origen vasco José Joaquín Fernández de Lizardi, conocido como “el Pensador Mexicano”. Así es, a grandes rasgos, como se han celebrado en México, desde el virreinato, en todas las casas, barrios, parroquias, pueblos y rancherías estas fiestas de fin de año de carácter eminentemente religioso conocidas como posadas, lamentablemente en proceso de extinción sustituidas por fiestas comunes con baile y abundancia de libaciones, como en cualquier otra época del año, para nostalgia y dolor de quienes llegaron a conocer las posadas en su forma original.