404 Zenbakia 2007-07-20 / 2007-07-27

Gaiak

Impresiones de Bismarck en Biarritz. La tranquilidad de lo ajeno

ROSAS VON RITTERSTEIN, Raul Guillermo



E Otto von Bismarck. n el último tercio del pasado año, varios medios de comunicación internacionales se hicieron eco de una noticia hasta el momento más olvidada que desconocida. Los titulares, que jugaban con la historia-ficción, informaban que el famoso Bismarck, el canciller que fuera el creador de la unidad alemana, había estado a punto de perecer ahogado en Biarritz cuando apenas se había iniciado su brillante carrera política de nivel internacional. De allí comenzaban las especulaciones en cuanto a qué habría podido ocurrir en Europa si Bismarck nunca hubiera llegado a ser el destacadísimo “Canciller de Hierro”... Más allá de esos juegos cuasi bizantinos, el hecho se dio, como no se cansaba de relatarlo Monique Beaufils, bibliotecaria del Ayuntamiento de Biarritz, apoyándose en varios documentos de época que lo atestiguan1.

En efecto, las obligaciones de la actividad política movieron más de una vez al famoso personaje alemán a transladarse a Biarritz y sus cercanías en la época en que tejía y destejía alianzas con vistas a alcanzar, guerras mediante, su principal objetivo; la unidad alemana bajo la égida de Prusia y su corona. Allí se reunió más de una vez con el emperador Luis Napoleon2 y otros funcionarios franceses de primer nivel.

No es tan sabido que, de igual manera, el futuro príncipe von Bismarck eligió en varias ocasiones al Pirineo y la Costa vascas para sitio de descanso de las terribles tensiones de su cargo, en cuanto le afectaban en lo físico. Fue precisamente en su primera estadía cuando ocurrió el hecho rescatado en 2.006 por los periodistas.

Napoleon III. Pero Bismarck no estaba solo en el momento en el que casi pierde la vida en el mar vasco, en la hoy llamada playa de Miramar. Siguiendo los documentos nos enteramos de que con él fue también rescatada a punto de morir una joven de 21 años, la princesa Catalina Orloff, con quien el diplomático mantenía una relación íntima iniciada al parecer por esos días3. La peculiar concepción de la vida que tenía este modélico vástago de la aristocracia pomerania no le vedaba por lo visto incurrir en este tipo de actitudes, pero sí mantenerlas ocultas, de manera que su esposa, Johanna von Puttkammer, con quien en ese momento tenía ya tres hijos, se encontraba al tanto de lo que sucedía entre su marido y la joven princesa y debía aceptarlo con la mejor de sus sonrisas...

Mucho tiempo después gobernaba Hitler en Alemania, y tal vez por la revelación de un punto poco destacable en la figura heroica del creador del Segundo Imperio germano, entre 1.938 y 1.939 el “Ministerio del Reich para la Ilustración Popular y la Propaganda” hizo aprobar una ley que autorizaba fondos para que el Estado alemán adquiriera para su Archivo Histórico toda la correspondencia enviada por Bismarck a su amante4. Sin embargo, aún bajo el “III Reich”, en 1.944 un miembro de la familia Orloff publicó en Alemania el libro “Bismarck y Catalina Orloff. Un idilio en la alta política”, donde se exponía con claridad todo el asunto.

Esta picante situación, que debió contribuir a afianzar en Bismarck la simpatía por la ciudad ribereña, no pasa de ser un agregado curioso a la permanencia del político prusiano en las tierras vascas. Pero precisamente en su primer contacto con ellas, posiblemente antes de entrar inclusive en el círculo del matrimonio5 Orloff, cosa que sucedería al segundo día de su vacación, Bismarck tuvo la oportunidad de escribir sus impresiones de la región a su esposa.

Johanna von Puttkammer, esposa de Bismarck. De ese viaje, como decíamos nos ha quedado alguna que otra carta de su extensísimo archivo, cuyo contenido define bastante bien la opinión particular de este modelo, casi un “Idealtypus” de terrateniente de la aristocracia protestante pomerana, acerca de lo que viera en el norte del país de los vascos.

Es inevitable hacer notar que, como es tan usual entre los viajeros que han recorrido Euskal Herria, las opiniones de Bismarck están teñidas de preconceptos y confusiones, en algunos casos graciosas, en otros por lo menos extrañas, pero no podemos dejar de señalar en su favor que la misma formación heredada del futuro canciller germano y su ideología que le llevaba ya a menospreciar ostensiblemente a los mismos compatriotas alemanes ubicados más al sur de la famosa “Línea del Meno”, no podía menos que agudizarse en unas tierras que serían para él algo así como un anticipo del África, y para colmo de males en manos de la Iglesia romana, nada apreciada por los prusianos en general y, como sabemos, por Bismarck en especial.

Teniendo eso en cuenta, podemos echar un vistazo sobre algunas de las impresiones que relata desde la Costa Vasca.

Bismarck había sido convocado a Berlín en abril de 1.862, pero contrariando sus más íntimas aspiraciones de ser nombrado Jefe de Gobierno, el rey prusiano Guillermo I le designó solamente como embajador ante el Imperio francés país al cual fue enviado el 22 de mayo del mismo año. Con fecha de primero de junio, había presentado Bismarck su acreditación como embajador prusiano ante la corte francesa, pero ya el 17 de julio iniciaría unas inesperadamente extensas vacaciones, puesto que se encontraba en apariencia demasiado cansado y buscaba distenderse lejos del complicado ambiente diplomático y curial, sin dejar en ningún momento de aguardar las novedades que estimaba serían favorables, de la política berlinesa: “Biarritz, 7 de agosto de 1862.

El agua se conserva siempre a 20 grados o más, muy salina y tan pesada que hasta puedo llegar a tenderme con media cabeza sobre ella, como en un lecho, y no me hundo. En el entretiempo ando trepando al sol entre los escollos, me siento sobre algún sector solitario del paisaje, donde se halle una roca seca en alguna oquedad silenciosa, y observo la espuma blanca, que juega a mi alrededor en la resaca vespertina. Los huéspedes son en su gran mayoría españolas, bellas criaturas de la incivilizada desolación, con muy malos modales y una marcada tendencia al exagerado adorno y al oropel. Desde la mañana hasta la noche andan por todas partes con vestidos colgantes y polleras con miriñaque, acampanadas, boinas vascas, y todo ello en la envoltura multicolor más fuerte y rica que el arcoiris pueda ofrecer, bordados blancos con escarlata, violeta, negro y lila, muchos floreos de abanicos y de miradas, voces profundas y una forma desvergonzada de ser, como femeninos toreadores... Tras cada baño siento como si tuviera un año menos sobre la cabeza que ya va envejeciendo, y si pudiera hacer treinta..., me podrías ver entonces de nuevo como un estudiante de Göttingen. Por desgracia ya me están azuzando de nuevo. Una carta de Bernstorff6 me persigue, me ha sido comunicada por la vía del telégrafo... ¡Espero solamente que no traiga una orden directa de volver a Berlín7! ¡Soy todo sal marina y sol!”

Otto von Bismarck. Estas personas que con tanta dureza describe el ya casi canciller alemán, difícilmente fueran lo que él sostiene, dado el nivel social de los veraneantes en Biarritz por aquellos tiempos. En ese sentido la carta sin duda se presenta como extraña, más allá de los inevitables tópicos de los cuales hablábamos más arriba. Es claro que a Bismarck no le agradaba la compañía, aunque tal vez lo escribiera solamente para conformar a su esposa en la lejana Prusia. Sin duda los “femeninos toreadores” ni siquiera podrían haber llegado a imaginar la impresión que habían causado en el viajero alemán. Es además notable la alusión de Bismarck a la boina vasca, que llamó tanto su atención entre los huéspedes del hotel.

A principios de octubre de 1.864, tuvo Bismarck la oportunidad de volver a viajar a Francia pasando por Burdeos en su camino hacia Biarritz, para nuevamente dedicarse a tomar los consabidos baños. Mientras se encontraba todavía de paso en aquella ciudad, escribía a su esposa: “mi vida en Berlín es la de un condenado a prisión”. Mientras que un poco más tarde, ya en Biarritz, agregaba: “lo que menos quiero es trabajar; si se me envían despachos, me he de retirar nuevamente en los Pirineos”.

Más adelante, volvió el canciller prusiano a Biarritz, uniendo esta vez sus deberes como personaje principal de la política de su tierra con los como ya sabemos algo olvidados de padre y marido, pues preocupado ante ciertas complicaciones en la salud de su esposa e hija, consideró adecuado llevar a ambas a la mágica ciudad, mientras él se dedicaba a visitar al ministro imperial francés Drouyn de Lhuis para tranquilizar las preocupaciones del emperador Napoleón III. El 4 de octubre se encontraba ya Bismarck de nuevo en la zona pirenaica.

Sin embargo, aquellos regresos a la ciudad no implicaron una reactivación de la relación con la joven princesa Orloff, puesto que esta se encontraba ya enferma, o al menos no soportaba la exhibición abierta de su afección, con la familia legal del canciller aceptando ese desmedrado papel. Como señalaba más tarde Bismarck, quien por lo visto acostumbraba a volcar todo por escrito, a la misma Catalina: “...ha sido una estadía miserable. Estoy triste y todo es horrible. He envejecido unos diez años y he perdido la ilusión de que en Biarritz pudiéramos ser felices”. Matrimonio Bismarck-Puttkammer.

La joven amante de Bismarck moriría en 1.875, con apenas 35 años, 23 antes que su amigo de los felices tiempos de Biarritz. Dado el profundo cambio que habían tomado entretanto las relaciones entre la Francia derrotada en el ’71 y el nuevo Imperio alemán, resulta lógico entonces que, como lo indica Krusche, Bismarck le escribiera dos años antes que: “En el Tratado de Paz de Frankfurt debí haberme hecho certificar para mí el derecho de poder regresar a Biarritz sin que nuestros amigos, los salvavidas, me ahoguen...”.

A principios del siglo XX, en el ambiente de agitación patriótica que ya presagiaba la tragedia de la Gran Guerra, se difundió en Alemania una poesía del conocido escritor nortealemán Fontane8, en la cual el autor se preguntaba de modo retórico en qué sitio debería finalmente reposar el recientemente fallecido Bismarck. ¿Quién podría asegurarlo? Tal vez, bajo otras circunstancias, el famoso político hubiera deseado hacerlo en Biarritz, el único sitio en donde fue feliz, como dijera una vez. Bibliografía:

Harding, Luke: “The Guardian”, 22/VIII/2.006

Krusche, Lutz:“El guardián del faro y el destino de Europa. Si Bismarck se hubiera ahogado. Un paseo de verano.” “Berliner Zeitung, Feuilleton, Seite 26”, del 21/VIII/2.006. Orloff, Nikolai: “Bismarck und Katharina Orloff. Ein Idyll in der hohen Politik.”, Beck, 1944. 1 “Monique Beaufils lo relata oficialmente: ‘No es una anécdota ni una leyenda, todo está documentado. La vasca de 52 años con el pelo cortado muy corto, es archivista en la ciudad balnearia sudoccidental francesa de Biarritz, cercana a la frontera española. Pone luego sobre el escritorio papeles envejecidos, dibujos y viejas copias de libros familiares: ‘Estas son las certificaciones. El 22 de agosto de 1.862, Otto von Bismarck se hubiera ahogado en nuestras orillas de no haberlo rescatado del mar el torrero Pierre Lafleur’ El futuro Canciller de Hierro reconoció magnánimamente la acción y la agradeció como correspondía. Fue padrino del hijo de su salvador quien, ironía del destino, se ahogó un mes más tarde en el mismo lugar en el cual había rescatado al prusiano ya inconsciente, arriesgando su vida entre las olas y las traicioneras corrientes.” (Krusche, Lutz.) 2 Inclusive, el emperador francés dotaría con una importante suma al hijo póstumo del salvador de Bismarck -su padre, como se indica más arriba, moriría un mes después de su heroico hecho, intentando repetirlo con otro turista desaprensivo-. 3 “Documentos hallados en el archivo del comité local de natación, muestran que un guardavidas francés de pensamiento rápido, Pierre Lafleur, extrajo de las aguas a un Bismarck ya hundido. Lafleur rescató asimismo a la amante de 21 años de Bismarck, Catalina Orloff, quien también se encontraba en dificultades en ese viaje de agosto de 1.862. ‘El tiempo era bueno y el océano estaba en calma. Pero de algún modo Bismarck fue arrastrado hacia mar abierto por una fuerte corriente’, contó ayer al ‘Guardian’ Monique Beaufils, archivista municipal de Biarritz. ‘Lafleur rescató primero a la inconsciente princesa. Luego volvió por Bismarck, quien agitaba los brazos pidendo ayuda. No fue fácil. Bismarck era un hombre muy corpulento, de un metro noventa y cien kilos de peso. En el momento en que Lafleur le llevó a la orilla, ya se había desmayado y fue revivido por un doctor unos minutos más tarde’ .” (Harding, Luke.) 4 “Bundesarchiv R 43 II / 860 d Sammlung und Aufbewahrung von Dokumenten zur Zeitgeschichte 1.938/39”. Por esas extrañas coincidencias de la historia, el ministro alemán a cargo de esa rama del gobierno, el doctor Josef Goebbels, vivía una situación personal muy similar a la del Bismarck de 1.862, que no era vista con buenos ojos por el canciller Hitler, todo lo cual debió sin duda contribuir a la posible maniobra de ocultamiento del material bismarckiano. 5 “Bismarck unía una doble relación con Biarritz: el prusiano no se entusiasmaba tan sólo por nadar en el Atlántico, sino que, además, alimentaba una profunda pasión por la hermosa princesa Orloff, esposa del embajador ruso en Bruselas. Bismarck, embajador del rey prusiano Guillermo I en Paris, languidecía en el Palais Beauharnais a orillas del Seine (todavía hoy residencia de los embajadores alemanes), se sentía desplazado y seguía esperando ser nombrado Ministro Presidente. Fue así que descubrió los Pirineos y Biarritz. El otrora pobre puerto de pescadores en el Prepirineo se había transformado en la Meca de la aristocracia europea desde que el emperador francés Napoleon III y su consorte de origen español, Eugenia, decidieran tomar allí regularmente sus vacaciones de verano. El emperador hizo construir en 1.854 la Villa Eugénie y a su conjuro surgieron hoteles y se crearon calles. Mucho fue pagado del presupuesto particular del emperador. Napoleon III recibió muchas veces a Bismarck, y de manera especialmente amistosa, según se cuenta. Pero el prusiano abiertamente carecía de simpatía por quien, como resultado de su política, moriría en el exilio inglés. Por el contrario Bismarck, de 47 años de edad y padre de tres niños, disfrutaba de ‘una muy agradable sociedad, la de los Orloffs’, como le escribía a su mujer Johanna, nacida von Puttkammer. Los tres se volvieron amigos inseparables y Catalina Orloff, de 21 años de edad, pronto se transformaría en las cartas de Bismarck en ‘la más agradable de todas las mujeres’.” (Krusche, Lutz) Estas cartas, dirgidas en su mayoría a su esposa, como ya señalamos, y a otras familiares muy cercanas -a su hermana le explicaría con toda claridad que estaba enamorado de la bella princesa Orloff-, no dejaban de elogiar a la Orloff, que era llamada “Kathy” por el embajador prusiano. El marido de la princesa, héroe y garvemente mutilado en la Guerra de Crimea, toleraba la relación al igual que lo hacía la mujer de Bismarck. 6 El Bernstorff al cual alude Bismarck era el conde Albrecht (1.809-1.873), que en ese momento se encontraba a cargo de la Cancillería prusiana en el gabinete liberal de Guillermo I, es decir el antecesor de nuestro personaje en la función. Sería luego embajador en Londres y en otros destinos, criticando abiertamente las políticas de su sucesor. 7 Lo que Bismarck temía, hasta cierto punto, se habría de cumplir pronto, ya que el 20/IX/1.862 llegaba de vuelta a Berlin, convocado por los problemas de política interna que el rey Guillermo no podía ya manejar, enfrentado a su propio Parlamento. A partir de ese momento, el acceso de Bismarck a la Cancillería prusiana era cosa de pocos días. 8 Fontane, Theodor (1.819-1.898).