También la cultura vasca ha participado en la transmisión de la cultura clásica: el caso del siglo XVIII También la cultura vasca ha participado en la transmisión de la cultura clásica: el caso del siglo XVIII * Traducción al español del original en euskera Iñaki Villoslada Para mucha gente, la cultura vasca ha sido hasta hace bien poco la de un pueblo rural, en el sentido de considerarla cultura de un pueblo no desarrollado, más vinculada a la conservación de la tradición oral y al pasado que al presente o a los nuevos tiempos y formas. Yo, evidentemente, no opino así. A mi parecer, la cultura vasca, es decir, la cultura que se manifiesta en euskara, nunca ha querido mantenerse al margen al menos no desde que la imprenta se desplegara por Europa de las principales corrientes occidentales, y su voluntad ha sido seguirlas a medida que iban surgiendo. No obstante, hay que reconocer que la cultura vasca ha tenido hasta hace poco grandes problemas dimensionales, y que, al no poder captar la suficiente masa crítica por escasez y pobreza de medios, ha estado condenada a permanecer casi a escondidas. A todo ello se le ha de añadir la habitual mísera conciencia y la indiferencia de las clases dirigentes recordemos el proyecto de Etxeberri (de publicar una gramática del latín en euskara), la solicitud de ayuda presentada a la Junta de Lapurdi en 1718 a través de su hijo Agustin, y la fría acogida que tuvo por parte de ella . Así, los proyectos culturales que gente culta proponía para el euskara o para el País Vasco se veían con frecuencia reducidos a la nada por ausencia de cooperación, y como consecuencia sólo han quedado para disfrute de una minoría. Muchos hombres y mujeres han querido acercar las principales culturas a su seno como punto de partida del desarrollo de la cultura vasca, en muchos intentos y modos. Para ello se han basado en la tradición clásica arraigada en las culturas occidentales, la mayoría de las veces absorbiendo esa tradición mediante el cristianismo,dada la gran relevancia que la Iglesia ha tenido en el desarrollo de la cultura vasca. En esos intentos de aproximar la cultura vasca a las nuevas formas, han agregado un nuevo eslabón a la larga cadena de la expansión y difusión de la cultura occidental. Como prueba de lo indicado, me gustaría analizar someramente los proyectos que varios autores vascos del siglo XVIII proclamaban para el euskara. Algunos de los autores más significativos podrían ser el ya citado Etxeberri de Sara, Aita Kardaberaz y Aita Mendiburu. Así pues, hemos escogido el carácter de sus trabajos para que sirvan de muestra de lo que la cultura vasca ha aportado a la difusión de la cultura clásica, puesto que es eso lo que me interesa destacar. A nadie debería extrañar el esfuerzo de los dos jesuitas de dirigir sus esfuerzos en ese sentido, ya que, tratándose de sacerdotes, la transmisión de la tradición clásica es el eje de su oficio. Desde la antigüedad, la Iglesia se hizo dueña de las raíces ideológico culturales del viejo mundo clásico y de los instrumentos para su divulgación. Durante la Edad Media las conservó en monasterios y universidades y, a pesar de su formación, esas instituciones garantizaron la transmisión de la tradición clásica. Tras atestiguar la sacudida de la Reforma, la Iglesia de Roma se percató de que los cristianos de Europa no conocían bien la doctrina. Con la intención de remediar la situación, el Concilio de Trento decidió poner especial atención en la predicación para educar al pueblo en la fe y mantener a la propia Iglesia protegida frente a nuevos ataques, reconociendo de paso en esta tarea las lenguas que no eran latín. De modo que el renacimiento de la retórica sagrada tiene lugar a partir del siglo XVI. Claro está que el País Vasco y el euskara no se quedaron desvinculados de esa iniciativa. La conciencia de la crisis de la fe también llegó hasta el País Vasco, y el euskara devino imprescindible para la predicación popular. Como consecuencia de esta necesidad pragmáticade la Iglesia, a partir de ese momento el idioma y la fe irían de la mano, sobre todo mediante la instauración de las primeras raíces de un binomio que costaría deshacer en mucho tiempo en el País Vasco. No es casualidad que los autores que hemos seleccionado pertenezcan al siglo XVIII; la retórica, fruto de la tradición clásica, conoció su plenitud en el siglo XVIII. Comparando los dos modelos de utilización de la tradición clásica, la laica y la sagrada, la que prevalece en el País Vasco es sin lugar a dudas la última. La mayor diferencia entre las dos modalidades, clasificando según el autor y el oidor, se basa en lo siguiente: mientras la laica perseguía en especial el desarrollo de la cultura, la sagrada iba tras la difusión de la fe (no hay más que recordar el famoso lema de los jesuitas). Ha de aclararse que el hecho de incluir a los dos autores dentro de la misma clasificación no significa que no hubiera diferencias entre ambos. Tomemos, si no, a Kardaberaz y a Mendiburu; los dos son ejemplos paradigmáticos de la Retórica sagrada y los dos tuvieron gran éxito en aquel tiempo, a pesar de emplear una retórica muy distinta. Kardaberaz opinaba que el euskara tenía una retórica natural; de modo que lo que al euskara le faltaba era convertirse en ars rethorica. En el siglo XVIII muchos vascos opinaban que la hermosa retórica que se hallaba en latín no se encontraba en euskara. Contra esta convicción, el jesuita de Hernani se sirve del punto de vista universal de Cicerón, para el cual las reglas de la retórica son válidas para todas las lenguas. Kardaberaz, además de ser un apologeta de la lengua, representa la perspectiva más práctica sobre ella, ya que tras el concilio él mismo nos da a conocer su propósito como sacerdote y jesuíta: ...umeak ondo azitzea nai degu: eta guztia, ez guretzat, baizik Jainkoaren gloriarako izan dedin; horregatik bere gramatika liburuxka zuzenduta dago maisueri, konfesorei eta, batez ere, predikatzaileei (queremos educar bien a los niños:para que todo sea para la gloria no nuestra, sino de Dios; por eso, su librillo de gramática está dirigido a los maestros, confesores y, sobre todo, a los predicadores). Mendiburu, por el contrario, personifica un modelo más culto frente a Kardaberaz; en el nivel de la retórica, seguramente el de Oiartzun superaba al hernaniarra. Mendiburu se hizo merecedor del sobrenombre Cicerón vasco por su bello, rico y elegante euskara, puesto que así demostraba ser la cuidada lengua que empleaba en los sermones. Es fácil percatarse de todo ello en su Jai igandeetako Eliz irakurtzak (Lecturas de la Iglesia de los domingos festivos), que además de estar muy bien redactado es un medio adecuado para conocer la expansión de la cultura clásica. Como ejemplo de la retórica laica hemos tomado a Etxeberri. Sin embargo, la carencia de éxito del modelo representado por el de Sara, por un lado la Junta de Lapurdi no le otorgó lo solicitado , y el hecho de que Etxeberri, a pesar de que sus ideas fueran propuestas para toda la sociedad, no pudiera salir de los parámetros marcados por la Iglesia, por otro, dan buena muestra de la supremacía de la retórica sagrada. Al fin y al cabo, el manuscrito del de Sara refleja una sociedad dominada por la mentalidad religiosa. Y es que el propio Etxeberri reconoce que el modelo seguido por la Iglesia para difundir la fe es exitoso, y lo aprueba proponiéndolo como método para divulgar no sólo la fe, sino también la cultura. De modo que queda bien claro que el País Vasco expresado en euskara suele ir junto con las corrientes occidentales, bien a la par, bien por detrás, pero sin retardar demasiado los pasos, como estos tres hombres vascos han demostrado. Iñaki Villoslada Fernández, filólogo
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