Etnografía, Historia y Arqueología Etnografía, Historia y Arqueología Francisco Etxeberria Con bastante frecuencia, el hombre hace trascendentales hechos de su vida y entorno que son ordinarios y que pueden explicarse de manera simple. Así, por ejemplo, cuando preguntamos a un campesino sobre las razones que le llevan a blanquear periódicamente la fachada del caserío, es posible que nos diga que se trata de una costumbre que afecta a todos los caseríos del valle, que siempre ha sido así y que tiene su lógica si consideramos que el blanco representa la luz y la limpieza. En el fondo, esta persona está interpretando su hábito en vertiente cultural y puede desconocer, por completo, que esta costumbre tiene su origen muchos años atrás en una prescripción de obligado cumplimiento impuesta por las autoridades como medida higiénica contra la transmisión de enfermedades infecto contagiosas. Muy recientemente, Josetxo Zufiarre, miembro de los Grupos Etniker, ha publicado la Monografía Etnográfica de Beasain en la que, entre otros aspectos, se menciona uno de los remedios para curar las verrugas: frotar la verruga con una moneda cuando viene un pedigüeño a la puerta, y entregársela como limosna. Lo sorprendente de esta costumbre, que con múltiples variantes ha llegado hasta nuestros días, tal y como nos recuerda Antton Erkoreka, es que se conoce desde el siglo IV la prohibición de las autoridades de las Galias de frotar las verrugas con una piedra, envolverla en un trapo o similar y tirarla a la vía pública con la esperanza de que quien la recoja se quedara también con la verruga. Por ello, añade José Miguel de Barandiaran, que si en el camino que conduce a una ermita o santuario se encuentran objetos como rosarios, ropa, etc., no hay que tomarlos, porque tales elementos suelen ser intencionadamente abandonados por los enfermos y por ellos pasa la enfermedad a quien los recoge. En todo lo anterior subyace el conocimiento empírico de que muchas enfermedades son transmitidas deunos a otros por contacto o proximidad tal y como ha demostrado la medicina científica. Entonces, ¿estamos seguros de que los enfermos eran puestos junto a los caminos para consultar a los que pasaban si habían padecido su mismo mal, y para que les aconsejaran sobre los medios de sanarlo, tal y como nos lo indica Estrabón?. O ¿no será que con esta medida se pretende mostrar el rechazo hacia ellos por parte de la comunidad, que los abandonaba a su propia suerte como medio de evitar contagios y controlar la enfermedad? Es decir, la razón para dejar en los caminos a los enfermos ¿es para aprender de otros, para transmitir a otros y alejar la enfermedad o para rechazarlos con el fin de evitar el contagio simplemente? A la hora de interpretar nuestras observaciones, con bastante frecuencia mezclamos los contenido obtenidos de las fuentes etnográficas, las históricas y las arqueológicas. Estas últimas se hacen incuestionables por si mismas, pero no pueden ser debidamente interpretadas sin la colaboración de las primeras. Así las cosas, cuando nos enfrentamos a la recuperación arqueológica de los restos humanos y a la interpretación posterior del ritual funerario, resulta difícil abstraerse de la formación previa y del grado de conocimiento de las disciplinas aludidas de cada uno de los especialistas que participan en este tipo de investigaciones. Aquí vale la frase de Alphonse Bertillon (1853 1914) que dice así: "los ojos no ven nada más que lo que miran y no miran nada más que lo que ya conocen. Añadamos como corolario que si no encuentran lo que buscan, dicen que no hay nada". Pongamos un ejemplo. Hace seis años, al comenzar la investigación del enterramiento colectivo de San Juan ante Portam Latinam en Laguardia, y del que el Museo de Arqueología de Alava presenta en estas fechas una exposición monográfica, se descubrió una punta de flecha profundamente clavada en uno de los huesos humanos. Se trataba de la primera evidencia de una lesión violenta e intencionada infringidaa un ser humano en la historia evolutiva de las poblaciones que ocupan lo que hoy día llamamos País Vasco. No obstante, tal y como plantearon otros investigadores, cabría también otra interpretación: que fuera una lesión accidental, un accidente de caza, nunca una lesión intencionada. Lo cierto es que a medida que progresaba la investigación en el mismo yacimiento, se descubrieron nuevos casos, más de diez equivalentes, y ya nadie ponía en duda la intencionalidad de estas heridas provocadas hace unos 5.000 años. Era más razonable, entonces, sostener la intencionalidad de las lesiones, que los supuestos accidentes. Investigaciones posteriores en otro enterramiento cercano, el Hipogeo de Longar en Viana (Navarra), descubría otros cuatro casos para la misma época. Pero entonces, ¿las puntas de flecha no eran parte del ajuar funerario?Hasta nuestros días esa había sido la única explicación razonable para justificar su presencia en los enterramientos de época prehistórica. Así, se ha dicho, que el hombre depositaba esos ajuares para el más allá, para que tras la muerte pudiera seguir ejerciendo la caza. Cierto es que esta apreciación resulta innegable si empleamos la etnología comparada y los datos históricos, pero tampoco nos sirve para justificar la totalidad de los enterramientos en los que aparecen las puntas de flecha. No falta, por otra parte, la casualidad que puede interferir en la correcta interpretación. Así, en ocasiones, hay artefactos en el propio enterramiento y que pueden ser objeto de disparatadas interpretaciones. Por ejemplo, en más de una vitrina de algunos museos se pueden contemplar restos humanos con una serie de marcas o incisiones longitudinales y más o menos paralelas que se interpretan como manipulaciones rituales efectuadas sobre los restos esqueléticos como parte del ritual funerario, cuando en realidad se trata de marcas efectuadas por los roedores. Pongamos otro ejemplo. La cultura popular llama Santa Inés a un cuerpo momificado que se conservaen la iglesia parroquial de Arrasate. La fuerza del personaje se sitúa en la influencia que ejerce en muchas gentes del lugar que incluso le rezan para evitar los trastornos del sueño, como el insomnio y el sonambulismo, al hacer rimar amets (sueño en euskera) con Inés en unas letanías específicas. Pero los datos históricos nos demuestran que el cuerpo momificado pertenece a Inés Ruiz de Otalora, fallecida en Valladolid en 1607. Entonces ¿la tradición de rezar a Santa Inés para prevenir los trastornos del sueño sería anterior al siglo XVII?. En este caso, la intervención arqueológica y el estudio antropológico nos permite aclarar una situación confusa entre lo etnográfico y lo histórico. Interpretación que sólo se obtiene de la suma de los estudios, siempre parciales y limitados, de cada una de estas disciplinas. Etnografía, Historia y Arqueología, disciplinas que con frecuencia mezclamos al objeto de justificar con comodidad nuestras interpretaciones. Terreno complejo en el que tal y como nos advierte Caro Baroja, "Las relaciones causales entre creencias y rito deben de ser, pues, objeto de investigaciones concretas, y tampoco sirven para llevarlas a efecto ciertos esquemas generales de este orden, como el de los que sostienen que el rito depende siempre de la creencia o el de los que afirman lo contrario, es decir, que los ritos son más viejos y se ajustan siempre a las creencias nuevas. Ambas posibilidades se dan". Dr. Francisco Etxeberria, Facultad de Medicina Medicina Legal Universidad del País Vasco.
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