176 Zenbakia 2002-07-19 / 2002-07-26

Gaiak

Picas vascas en Flandes: Historias de armas de Euskal Herria

AZPIAZU, José Antonio

Picas vascas en Flandes: Historias de armas de Euskal Herria Picas vascas en Flandes. Historias de armas de Euskal Herria José Antonio Azpiazu Puede llamar la atención el título principal, alusivo a las picas en Flandes que, sin dejar de responder a la realidad del hecho armero vasco, responde más propiamente a una licencia histórico literaria. Es simplemente una llamada de atención sobre la importantísima presencia de las armas vascas en el escenario europeo, por qué no mundial, de principios de la Edad Moderna. He hablado de licencia, en la alusión a picas y Flandes, pero cabe una licencia todavía más atrevida. Sabemos que, en la fabricación del hierro y del acero vascos, los materiales quedaban señalados con una inicial del lugar de procedencia: "M", en relación a la producción de Arrasate Mondragón. Supongamos que la imagen de "Las lanzas", de Velázquez, respondiera a un moderno reflejo fotográfico y no al pictórico. En ese caso, un acercamiento, con las actuales técnicas de ampliación, a las lanzas que figuran en la portada del libro, permitirían detectar el logotipo de su procedencia, que nos llevaría a Elorrio, Oñati, Elgeta, etc. Estos imaginarios logotipos serían paralelos, y no sólo por razón de imagen, a la actual "F" cooperativista. Responde a una práctica consolidada en la tradición armera escopetera de Eibar y otros lugares, y ha llegado hasta nuestros días. Pero, al margen de esta posible identificación de armas por logotipos más o menos ficticios, lo que sí es absolutamente cierto es que el hecho armero no hubiera sido posible sin el carácter cooperativista, "avant la lettre", del Valle del Deba, ya desde finales de la Edad Media. Las poblaciones del río Deba constituían un inmenso taller que coordinaba las actividades de cientos y cientos de talleres que ocupaban los diferentes gremios de chisperos, cañoneros, cajeros, etc., en las zonas urbanas, los suburbios y muchos caseríos. Estos, reconvertidos en talleres, fabricaban tanto piezas de hierro(en sus fraguas, sutegiak), como los componentes de las cureñas o culatas de arcabuces y mosquetes, además de las cajas donde éstos se transportaban, los componentes de madera de los frascos y frasquillos y, sobre todo, la enorme cantidad de astas destinadas a picas. El tema de las armas de fuego es más conocido, aunque no reconocido por la historiografía en su justa medida. Se da por supuesta su existencia e incluso su importancia, aunque falta mucho por investigar. Los historiadores hablan de armas procedentes del Norte de la Península, pero distan mucho de admitir, en gran medida por falta de investigaciones, que el armamento ligero, base del ejército de Carlos V, Felipe II, etc., tenía su origen en Euskal Herria. Las picas, los arcabuces, los mosquetes, los morriones o cascos, los coseletes o protectores, las rodelas o escudos, en fin, la base del ejército a partir del Gran Capitán, provenían de las Provincias Vascas. Todo este complejo equipo, suministrado por los talleres del Norte, convirtió al ejército castellano, en el Siglo de Oro, en el más poderoso de la época, armamento imprescindible para defender el inmenso imperio surgido en el Siglo de Oro. A partir de los Reyes Católicos, cuando Castilla consolida su enorme presencia en Europa y América, los reyes son conscientes de que podían contar con una enorme cadena de producción capaz de convertirse en un poderoso arsenal, y confiar a su capacidad la fabricación de grandes cantidades armas que, además, ofrecían calidad. Desde muy temprano fueron destacados al País Vasco representantes reales que intentaron controlar, incluso monopolizar, el tráfico armero. Se llegó a prohibir la tradicional venta libre de estas armas, comercio que había constituido una de las bases de la prosperidad de grandes áreas de Euskal Herria. La finalidad de esta vigilancia era obvia: el objetivo era conseguir la libre disponibilidad de todo el potencial bélico generado en los talleres vascos. Pero esta dinámica maximalista y abusivajugaba con fuego, nunca mejor dicho: los vascos trabajaban confiados en las leyes del mercado, y luchaban contra las cada vez más restrictivas políticas de los veedores (coordinadores vigilantes que representaban al Rey). Estos pretendían que los talleres funcionaran en exclusividad para ellos y, además, sin garantizar los pagos. Esto originó el negativo efecto del castillo de naipes, que al fallar la estructura básica se derrumba. Este proceso de crisis resulta diáfano en el caso de los famosos (aunque apenas estudiados) lanceros de Elorrio. Los veedores imponían la reglamentación, los años de crecimiento, la calidad, y hasta el precio por asta o árbol de vivero de fresno, pretendiendo direccionar todo el esfuerzo de una sociedad laboriosa hacia un túnel sin salida. Cuando se institucionaliza la política del retraso y del impago, fruto de las bancarrotas de Felipe II, los campesinos empiezan a percibir el peligro de dedicarse a un trabajo cuyo resultado les resulta poco satisfactorio. Y, puestos en esta tesitura, no había Rey ni veedor que tuviese suficiente fuerza disuasoria: de hecho, los documentos demuestran el abandono progresivo de un cultivo que ya no es rentable, el de los viveros de fresnos. La respuesta de la comunidad campesina al respecto resulta diáfana: al no percibir compensación por sus esfuerzos, dejan de plantar estos árboles y dedican sus afanes a otras labores más rentables. Si trasladamos este fenómeno al conjunto de la infraestructura que sostenía la industria armera, nos situamos en el umbral de la decadencia, de la crisis, del desastre. Se produjo la fatal situación que se puede traducir como "matar la gallina de los huevos de oro". Aumenta el contrabando, los armeros se niegan a trabajar para los veedores, éstos retrasan o anulan los pagos, y la sociedad vasca entra en el hastío al tener que entrar en una dinámica de negociaciones frustrantes que no conducían a soluciones razonables. Nada de esto, sin embargo, ensombrece el titánico esfuerzode la sociedad vasca para mantener un equilibrio de fuerzas que, visto desde la perspectiva de entonces, les parecía natural. Las crisis, en buena medida ajenas a la responsabilidad de la sociedad vasca, fueron cada vez más graves, y las políticas de los monarcas cada vez más irresponsables. Demasiados frentes abiertos, y, como arma para defenderse, una mentalidad providencialista que acabó arruinando a la sociedad vasca, dando en línea de flotación de la industria armera, de la flota, del transporte, de las relaciones abiertas durante toda la Edad Media con Europa. El País Vasco ha estado, y así lo ha defendido Caro Baroja, técnica y mentalmente, cerca de Europa, a la revolución burguesa y al progreso. Las armas, y su particular historia, ofrecen motivos de reflexión, así como nos descubren una época dorada en la que mercaderes, transportistas, almacenistas, armeros, campesinos, contribuyeron a una época gloriosa de la que, en particular, esta de las armas no es más que una pequeña muestra. José Antonio Azpiazu, historiador Fotografías: Auñamendi Euskonews & Media 176.zbk (2002 / 7 / 19 26) Euskomedia: Euskal Kultur Informazio Zerbitzua Eusko Ikaskuntzaren Web Orria