ColaBoraBora
Ante el supuesto drama del fin del empleo, atrevernos a transitar hacia el paradigma de la vida activa de manera sostenible, empezando por cambiar las formas de repartir el trabajo, distribuir la riqueza y organizar el tiempo. Un nuevo modelo de producción ciudadana que desde el obsoleto esquema 8 / 8 / 8, podría desplazarse progresivamente hacia una matriz tentativa 10 / 4 / 4 / 3 / 2 / 1, para poner la vida en el centro.
Si en algún momento el paradigma del trabajo-empleo tuvo sentido, vivimos un momento en el que claramente está dejando de tenerlo. Porque el empleo ya no es lo que era, ni cuantitativa ni cualitativamente. Cada vez más gente no tiene empleo y no lo va a tener; y quienes lo tenemos, en muchos aspectos ya no se parece a la idea de empleo del siglo XX. El trabajo ya no es garantía de integración social y hace tiempo que no se asocia con valores como honradez o esfuerzo, sino que se relaciona en muchos casos con explotación y precariedad. Pero seguimos autoengañándonos socialdemocráticamente, con eso de que “la mejor política social es crear empleo”, sin querer enfrentarnos de verdad al fin del empleo o cuando menos, al cambio radical respecto a como hasta ahora lo hemos conocido.
Con la Tercera y ahora con la Cuarta Revolución Industrial, va a llegar el momento en que los humanos ya no seamos necesarios para desempeñar la mayoría de tareas asociadas al empleo, tanto industrial como de servicios. Primero se prescinde de quienes llevan buzo, luego les toca el turno a los empleados de cuello blanco, solo quedan momentaneamente los infraenpleos y los trabajos con ‘alto valor añadido’. Y en una huida hacia delante por mantener hinchada la burbuja del empleo, se va ampliando y diversificando el espectro de actividades mercantilizables. Los trabajos de lo reproductivo, de los cuidados, la cultura, el ocio o los afectos, llevan años en proceso de colonización.
Matriz para la sostevidabilidad. ColaBoraBora, 2017. cc by sa.
Pero no nos engañemos, la mayoría de esas tareas, en poco tiempo también las desempeñarán entes no-humanos. Además, en muchos casos, de manera más eficaz y eficiente que nuestra especie. Y eso no debería suponer un drama, sino una oportunidad.
Porque se va a liberar una gran bolsa de tiempo y es el momento de replantearse el paradigma de trabajo-empleo (como nicho cada vez más escaso) y pensar en otras posibilidades, como podría ser la idea amplia de VIDA ACTIVA (como abundante y diverso yacimiento), poniendo en valor la propia vida y el crisol de actividades diversas con las que las personas contribuimos a que la sociedad funcione y lo haga de forma democrática, justa, abierta e inclusiva. Es el momento de desprenderse de la limitante categoría ‘empleo’, de la moralizante idea de ‘ganarse la vida’, para abrirse a otras muchas posibles formas de ser parte activa y consustancial de una comunidad.
Así, mientras en el momento presente, la mayoría de quienes conforman la clase dirigente (instituciones públicas, partidos políticos, bancos, grandes empresas, sindicatos...) siguen apostando por el empleo como prioridad de las políticas macro ¿podemos especular desde experiencias micropolíticas, sobre cómo sería un futuro próximo y deseable que supere el paradigma del empleo cómo factor central de vertebración social, para comenzar a hacerlo sobre el de VIDA ACTIVA?
Parar y respirar. Repasar en qué invertimos cada día nuestro tiempo, en qué no lo invertimos y en qué podríamos y/o querríamos hacerlo. Reordenar prioridades. Ver qué es lo que cada cual podemos hacer desde la introducción de cambios en nuestras vidas cotidianas. Y poner este ejercicio en colectivo.
A la par que imaginamos escenarios de futuro para cuando el fin del empleo sea una realidad, tenemos que ver cómo abordar la situación de transición, en la que aún queda y va a quedar por algún tiempo trabajo realizado por humanos a través de la fórmula del empleo (trabajo asalariado).
Sin entrar en factores psicosociales —que implican un cambio cultural—, repartir el empleo no debería ser tan complicado. Principalmente supone: en primer lugar, voluntad de las empresas empleadoras, de las personas empleadas y de las instituciones reguladoras; y en segundo, una optimización de la gestión. Aprender a compartir, a trabajar en equipo, a ser en conjunto más eficientes y productivas. Rediseñar la semana y la jornada laboral, racionalizando los horarios, ajustando la economía organizacional. Ya hay muchas experiencias de este tipo, que sitúan actualmente la posible horquilla de la semana laboral entre las 20 y las 30 horas.
Reducir la jornada laboral liberaría tiempo (y resituaría la mente) para asumir el reparto de otros trabajos y que de las personas aflorasen otras necesidades, inquietudes y formas de expresarse, más allá de la producción y el consumo. Además de disponer de tiempo de calidad para las actividades familiares y domésticas, para cuidados y autocuidados (para las actividades más planificadas y rutinarias), se desarrollarían otras esferas vitales ligadas a lo artístico, lo social, lo político; y se dispondría de tiempo para comprometerse activamente en la vida comunitaria.
Se pondría en valor la esfera de trabajo entendida como reproductiva —invisibilizada y cada vez más, imposibilitada para poder ser mercantilizada— y se reconocería su carácter esencial para la sostenibilidad de la vida y su aporte como fuente de riqueza con distintos retornos (cohesión, corresponsabilidad, afectividad...). Se diversificarían las relaciones sociales, ahora excesivamente mediadas por el entorno laboral. Se daría cauce a posibilidades de aprendizaje continuo (basado en el intercambio de saberes) y de ocio producido colectivamente (y no de consumo pasivo), para un constante ensanchamiento de la vida.
Esto a lo primero que nos lleva es a pensar en propuestas tipo Renta Básica Universal u otras formas de rentas mixtas, que combinen los ingresos procedentes del empleo u otras inversiones, con una retribución procedente de lo común. Un derecho incondicional que reconoce que cualquier ciudadana contribuye por el hecho de serlo a la prosperidad de la comunidad. Un ingreso fijo que debe servir al menos para cubrir las necesidades vitales básicas; y que generaría, si no una mayor justicia social, si al menos unas mejores condiciones de partida (aumento de la autonomía, mayor capacidad de negociación y elección frente a las condiciones del mercado, atenuar el riesgo de ‘emprender’, menor sentido de la economía sumergida, etc.).
Pero más allá de esta medida asociada al acceso a una renta mínima, será necesario repensar todo nuestro sistema de generación y retorno de valor, de redistribución de la riqueza. Habrá que plantearse, desde viejas medidas como la estatalización, procomunización, desmercantilización o inclusión dentro del mercado social de ciertas infraestructuras y servicios (al menos las básicas); hasta una total redefinición de las empresas capitalistas, que si pretenden seguir teniendo alguna legitimidad social, deberán buscar nuevas formas de retornar beneficios a la sociedad en general más allá de a sus accionistas; pasando por la relocalización de nuestra actividad material desde una filosofía de km. 0 y de desarrollo de relaciones imbricadas en la comunidad (siguiendo la lógica de economías como la solidaria, P2P, directa, colaborativa o circular) u otras medidas fruto de los tiempos como la ‘cotización’ sobre el trabajo de las máquinas (del “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” al “¿Pagarán los androides nuestra Seguridad Social y pensiones de jubilación?”).
Ochos entrecruzados. ColaBoraBora (en base a una imagen de Asier Mendizabal), 2017. cc by sa.
En definitiva, ya que no hemos sido capaces de poner la vida en el centro de motu propio, hay que aprovechar la posibilidad de hacerlo desde una situación de desposesión, desde la pérdida del empleo. Pensar en el desempleo no como drama individual, sino como liberadora oportunidad colectiva, desencadenante de nuevas energías sociales. Porque vivir sin empleo (o con menos tiempo dedicado al mismo) no tiene por qué ser una distopía, sino que puede convertirse en una deseable realidad practicable desde ya.
Avanzar hacia un modo de producción ciudadana capaz de crear abundancia allí donde ahora hay escasez, que premia la motivación, no limita la iniciativa y reconoce no sólo aquello que tiene precio. Un modo de producción colaborativo basado en una regenerada confianza en lo común y en un reparto equitativo de lo generado (no un todas iguales, sino un a cada cual según su necesidad). Un modelo productivo que atienda, no sólo necesidades económicas, sino que permita ocuparse de forma corresponsable de otras necesidades relacionadas con los cuidados o la crianza, con picos de actividad, con periodos de descanso, de enfermedad, de formación, etc. Un modelo productivo en el que hacer menos cosas entre más gente o más cosas entre mucha más gente; en el que dar lo mejor de una misma y recibir lo que cada cual necesita. Un modelo de producción ciudadana que nos permita por fin, trabajar para vivir en lugar de vivir para trabajar.
Un modelo de producción ciudadana que gire alrededor de la idea de sostevidabilidad: una VIDA ACTIVA, sostenible y viable, desde la perspectiva de la ecología de la persona (emocional, relacional y de recursos) y de manera compatible con su entorno. Un modelo que desde el obsoleto esquema 8 / 8 / 8 podría desplazarse progresivamente hacia una matriz tentativa de 10 / 4 / 4 / 3 / 2 / 1. Así, dispondríamos de 10 horas para cubrir las necesidades fisiológicas que aseguran la supervivencia (descanso, alimentación, sexo...), 4 horas al trabajo reproductivo que hace sostenible la vida (incluyendo tareas domésticas, crianza, cuidados...), 4 horas dedicadas al empleo (trabajo asalariado), 3 horas dedicadas al ocio (aficiones, formación desinteresada, recreación, tiempo libre...), 2 horas dedicadas a la actividad comunitaria (participación, voluntariado y otras actividades sociales) y 1 hora dedicada a otras tareas (desplazamientos, intermediaciones).
Una matriz, aplicada al conjunto de los 7 días de la semana, no universalizable, ecualizable, adaptable a distintas circunstancias personales y/o contextuales. Una propuesta que es sobre todo una invitación a jugar individual y colectivamente con los tiempos, para buscar nuestra propia medida.
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