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Repensar la idea del bienestar y el desarrollo

Luis GURIDI, Instituto Hegoa. Universidad del País Vasco/EHU

Las preocupaciones sobre los factores, las condiciones y las políticas para el bienestar y el desarrollo de las personas y de los países, tienen sus antecedentes en el siglo XVIII y principios del XIX, en un contexto de cambios promovidos por la modernidad y la Revolución Industrial. A mediados del siglo XX, surgió una subdisciplina dentro de la Economía —Economía del Desarrollo—, con el objeto de estudiar los obstáculos para el crecimiento económico sostenido que se observaban, fundamentalmente, en los países recién independizados. Sostenían que la teoría económica convencional carecía del instrumental analítico específico para explicar y afrontar los problemas de los países que empezaron a llamarse subdesarrollados.

Se consideraba que el bienestar de las personas dependía directamente de la riqueza global que generaban sus países, del desarrollo nacional. El objetivo del desarrollo era el crecimiento económico sostenido de la renta per cápita, a través del fomento de la acumulación de capital y la industrialización. Esta visión del desarrollo como crecimiento económico, más allá de las críticas provenientes de la corriente estructuralista de la CEPAL y de la Teoría de la Dependencia, se ha mantenido como la corriente principal, tanto en el debate académico como en las políticas públicas.

Sin embargo, ya a finales de los años sesenta, quedaba de manifiesto la incapacidad del crecimiento económico para absorber la pobreza o generar una mayor equidad, al tiempo que aumentaban las desigualdades, tanto al interior de muchos países como el plano internacional, en la brecha Norte-Sur. A la persistencia de los problemas asociados a la pobreza y la desigualdad, vendrían pronto a sumarse otros, que comenzaron a constatarse en la década de los años setenta, como el progresivo deterioro del medioambiente y el agotamiento de los recursos naturales, que empezaron a generar preocupaciones tanto por la existencia de unos límites para el crecimiento ilimitado sobre la base de unos recursos finitos, como, fundamentalmente, en la propia viabilidad del sistema económico y la supervivencia de la especie humana.

A partir de los años ochenta, ante los efectos perversos de este tipo de desarrollo —que algunos autores pasaron a denominarlo como mal desarrollo—, los estudios del desarrollo se orientaron en varias direcciones.

Una primera, que sigue siendo dominante, con algunas modificaciones y actualizaciones, fundamentalmente desde el enfoque territorial, permanece centrada en la defensa de una idea de bienestar y desarrollo basada, principalmente, en la producción y consumo creciente de bienes y servicios y, por tanto, en el crecimiento económico. Sin embargo, son cada vez más evidentes las consecuencias y los límites de esta manera de entender el bienestar y el progreso: persistencia de la pobreza y la desigualdad, tanto al interior de los países como en el plano global; el deterioro del medioambiente está alcanzando límites que obligan a adoptar medidas urgentes; se han incrementado y generalizado los niveles de violencia, particularmente sobre las mujeres, y el aumento de la inseguridad humana está siendo la excusa para el recorte de las libertades y los derechos humanos.

crecimiento económico

El objetivo del desarrollo era el crecimiento económico sostenido< de la renta per cápita, a través del fomento de la acumulación de capital y la industrialización.

Una segunda línea de preocupaciones orientaron el debate hacia la necesidad de distinguir los fines y los medios del desarrollo. En los años noventa, sobre la base de una reformulación del bienestar y del progreso humano, surgió el enfoque del desarrollo humano, donde la expansión de las capacidades humanas se convierte en la referencia fundamental del desarrollo, que se relaciona, a su vez, con las libertades y con la capacidad de ejercerlas. Inicialmente, las propuestas de desarrollo humano prestaban atención casi exclusiva a las capacidades individuales, desde una clara perspectiva individualista del bienestar, pero es cada vez más palpable la dificultad de entender el bienestar individual al margen de un proceso más amplio del bienestar —dimensión colectiva del desarrollo humano—, de la capacidad de cada sociedad para definir y llevar adelante su futuro.  

Paralelamente, con la publicación del Informe Brundtland (1987), de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, se inició formalmente el debate sobre las relaciones entre desarrollo y medioambiente, con la formulación del concepto de desarrollo sostenible como aquel desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Desde entonces, el debate sobre la sostenibilidad compatible con la satisfacción de las necesidades humanas del presente y el futuro, ha ocupado y ocupa una atención central. En el centro del debate se sitúa la cuestión del crecimiento económico y de la distribución. Estas preocupaciones han estado en el origen de la economía ecológica, en los años cincuenta, pero también de otras corrientes mas recientes como la Economía Circular, la Economía Azul o la Economía Verde, que no son sino denominaciones de abordajes parciales de esas preocupación comunes.

Los primeros estudios del desarrollo desde la perspectiva de género se iniciaron en los años setenta, y han conocido diferentes enfoques a lo largo de las siguientes décadas. Mujeres en desarrollo (MED) criticaba la supuesta “neutralidad de género” de las estrategias de desarrollo; Género en Desarrollo (GED), vinculada a los avances de la teoría feminista, incorporaba al debate sobre el desarrollo la importancia de las relaciones de poder, del conflicto y de las relaciones de género; Género y Desarrollo Humano (GDH) analizaba las relaciones de género dentro del marco del paradigma del desarrollo humano.

A partir de la década de los noventa, gana creciente relevancia el enfoque de la economía de cuidados, que reclama una nueva forma de mirar la organización económica y social, que tome en consideración el conjunto de los trabajos que realizamos los seres humanos para reproducir la vida, y no solamente aquellos que se realizan de forma monetizada en el mercado, demandando una nueva reorganización social que tome en cuenta que el conflicto principal es el que enfrente al capital y la vida. En un intento de vincular la sostenibilidad ambiental y la sostenibilidad de la vida, surge la corriente ecofeminista, que sostiene que, tanto la subordinación de las mujeres a los hombres como la explotación de la Naturaleza, responden a la dominación y sometimiento de la vida a la lógica de la acumulación.

Surgidas y/o visibilizadas a partir de los años noventa, las corrientes teóricas denominadas posdesarrollistas rechazan el concepto de desarrollo porque lo consideran fruto de la modernidad capitalista. Entre las principales corrientes caben destacar dos de ellas: la corriente del decrecimiento, cuyo origen se sitúa en Francia,  y el enfoque de sumak kawsay (Buen Vivir), una propuesta que nace del mundo indígena, pero que se ha extendido al pensamiento crítico latinoamericano y que ha llegado incluso a los propios debates sobre el desarrollo. Critican el pensamiento occidental por considerar que desconocen otras fuentes de conocimiento, en especial de los pueblos originarios, y reivindica la existencia de otras epistemologías igualmente válidas.

Todas estas nuevas corrientes tratan de ofrecer respuestas a los enormes problemas y a los retos a los que se enfrenta la humanidad en un intento de lograr unas sociedades más libres, equitativas y sostenibles.

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