95 Zenbakia 2000-10-13 / 2000-10-20

Gaiak

La Educación para el Desarrollo

CELORIO, Gema

La Educación para el Desarrollo La Educación para el Desarrollo Gema Celorio La Educación para el Desarrollo se enmarca dentro de la Cooperación al Desarrollo y, al igual que ésta, cuenta con una larga tradición de trabajo relacionado, sobre todo, con la amplia actividad que despliegan las ONGD en la lucha por la erradicación de la pobreza y la desigualdad y en su compromiso con la justicia, la solidaridad y la promoción de los Derechos Humanos. En este artículo vamos a intentar situar la evolución de la Educación para el Desarrollo desde sus orígenes hasta nuestros días, los retos que se nos plantean en la actualidad a quienes promovemos este enfoque y las dimensiones presentes en la E.D. para dar respuesta a tales desafíos. Evolución de la Educación para el Desarrollo La Educación para el Desarrollo en Europa tiene ya más de cuatro décadas de historia, si bien en el caso del País Vasco y del estado español, es apenas en la década de los años 80 cuando se inicia lo que podríamos considerar un trabajo más sistemático en esta área. Sus orígenes se remontan a las primeras acciones de sensibilización de la opinión pública que las Organizaciones No Gubernamentales iniciaron en distintos países europeos con el fin último de recabar fondos para sus proyectos de desarrollo. La constatación de que las sociedades del Norte vivían de espaldas a la situación de pobreza y marginación que constituía la realidad cotidiana para importantes sectores de la población mundial, fue la que animó a las ONGD a dedicar esfuerzos a la divulgación de informaciones sobre la grave problemática que afectaba a lo que, en aquel momento, se dio en llamar "Tercer Mundo". La sensibilización y la Educación para el Desarrollo se conformaron de esta forma, junto a la presión política ante las instituciones y los proyectos de desarrollo sobre el terreno, en uno de los ámbitos de trabajo habituales para las ONGD. Sin embargo, pronto se demostró que la información por sí sola era insuficiente para transformarlas mentes de las personas del Norte más proclives a la caridad que a la solidaridad y, mucho menos, para conseguir transformar actitudes basadas en estereotipos fuertemente asentados. Las propias ONGD, a través de sus campañas de sensibilización, contribuían sin querer a difundir una imagen de los países del Sur como carentes de iniciativa, incapaces de impulsar su propio desarrollo, víctimas pasivas de todo tipo de catástrofes y a la espera paciente de que la cooperación y la disposición magnánima de los países donantes de ayuda contribuyeran a mejorar la situación política, económica y social de estos países. Esta práctica venía avalada por el convencimiento de que el modelo de desarrollo imperante en occidente, se podría reproducir en los países del Tercer Mundo quienes lograrían así superar su situación de "atraso" y alcanzar la "modernización". Una buena combinación de tecnología, formación y capital haría posible tal proyecto. Los indicadores económicos y la observación de la propia realidad pusieron de manifiesto la complejidad del problema del desarrollo. La extensión del modelo occidental a otras áreas era inviable. La industrialización y el crecimiento económico en el Norte habían sido posibles, entre otros factores, gracias a un sistema de dominación colonial que había permitido disponer de recursos naturales, materias primas, mano de obra barata y mercados asegurados como motor de desarrollo. Esta política basada en la explotación sistemática del Tercer Mundo era la que había facilitado el "despegue" económico en occidente y la que hacía imposible la reproducción de tal modelo en los países del Sur. Los teóricos de la dependencia, además de demostrar la estrecha relación entre desarrollo y subdesarrollo el primero como inductor del segundo impugnaron un modelo que alimentaba las dependencias económicas, financieras y políticas y que suponía un lastre del que las áreas del Tercer Mundo tendrían que desprenderse, necesariamente, si querían protagonizarun desarrollo propio. La influencia de este nuevo paradigma y la preocupación por diversas problemáticas: crisis ecológica, aumento de la pobreza, marginación del mercado mundial de los países productores de materias primas... hicieron aumentar la conciencia de que vivimos en un mundo interdependiente donde existen problemas globales que requieren soluciones globales. Por esta época, años 80, la Educación para el Desarrollo avanza hacia un tipo de prácticas más propiamente educativas. El objetivo no era sólo aportar información sobre la situación de los países empobrecidos sino ofrecer las claves que permitieran comprender la realidad y que contribuyeran a conformar una conciencia crítica en la mente de los ciudadanos y ciudadanas. La globalización plantea nuevos retos a la E.D. La Educación para el Desarrollo va adquiriendo experiencia, extendiéndose lentamente e incorporando nuevas visiones que enriquecen su perspectiva y facilitan análisis de la realidad cada vez más complejos e integrados. En la década de los 90 y hasta el momento actual, la Educación para el Desarrollo da un giro importante al unir de forma indisoluble conciencia crítica y acción colectiva, componentes ambos imprescindibles para hacer frente a los desafíos planteados como consecuencia de la globalización. Los efectos de la globalización nos alertan sobre las consecuencias que se derivan de un sistema que ha hecho del neoliberalismo la bandera que rige las decisiones políticas y económicas de los estados, del mercado el mecanismo regulador de las relaciones internacionales al que se supeditan medidas de índole social que afectan directamente a las personas en materia de salud, educación, trabajo, derechos humanos, etc. Nunca como ahora, habíamos sido conscientes de la importancia de seguir de cerca las decisiones que toman organismos supranacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio. Estas instituciones son quienes en última instanciadeterminan políticas de ajuste estructural para muchos estados, condenándolos a una deuda que ahoga las posibilidades de contar con una economía saneada, quienes proponen las liberalización de la agricultura bajo determinadas normas (quién debe producir qué, cuánto, y en qué condiciones), quienes estipulan las reglas del comercio internacional, de los mecanismos financieros, de los derechos laborales, las claúsulas sociales y un largo etc. La pérdida de poder de los estados frente a estas instituciones supone un duro golpe para la democracia. El centro de poder se aleja de la ciudadanía y sus decisiones escapan a todo tipo de control. Sin embargo, los efectos de la mundialización económica de signo liberal afectan directamente a las condiciones de vida de las personas. La conciencia sobre este hecho ha tenido un efecto muy positivo en la revitalización de los movimientos sociales y en la organización de plataformas de resistencia a nivel internacional: Ginebra, Seattle, Praga son muestra de ello. Con este panorama por delante, la Educación para el Desarrollo debe desempeñar un papel relevante a la hora de promover conciencia crítica sobre la realidad mundial y de dotar a la ciudadanía de herramientas para la participación y la transformación social en claves de justicia y solidaridad. Conocer y comprender críticamente las problemáticas mundiales y sus efectos en los contextos locales es el paso previo para situar los aspectos de la realidad social, política y económica que debemos transformar. Qué podemos hacer a título individual y qué podemos hacer en colectivo se convierten en los ejes finales que orientan las propuestas de la Educación para el Desarrollo. Por todo ello, consideramos que la E. D. tiene cuatro dimensiones en torno a las cuales articula sus propuestas: Dimensión ideológica. La lectura de la realidad se hace desde determinadas claves que ayudan a interpretarla y que facilitan la convergencia de distintas perspectivas: de género, intercultural, ecológica...para, desde esas miradas, determinar las condiciones de posibles modelos alternativos Dimensión ética y cultural. La Educación para el Desarrollo busca reconstruir un pensamiento critico que analice los problemas sociales desde la perspectiva de la dignidad humana, del valor de la persona, que tome partido por los sectores más vulnerables y que extienda la solidaridad y los derechos humanos como bases de un cambio hacia un modelo de desarrollo más humano y equitativo. Dimensión pedagógica. La E.D. tiene un importante componente formativo. Esto significa que las acciones no son espontáneas o libradas al azar sino que, en función de los grupos a los que se dirigen sus propuestas y, en consonancia con ellos, se definen, objetivos, contenidos y estrategias adecuadas. Cuestionar nuestros modelos de desarrollo, redimensionar el concepto de solidaridad (hoy en día, desvirtuado en manos del poder y de los medios de comunicación) y definir los ámbitos de la acción personal y colectiva constituirían las finalidades pedagógicas. Dimensión política. Como educación orientada a la transformación social, la Educación para el Desarrollo promueve la participación, define y estimula las estrategias que pueden hacerla posible. Cumple por tanto un papel de herramienta para el fortalecimiento democrático donde los grupos implicados recuperan su voz, asumiendo la responsabilidad colectiva y el derecho que nos asiste de definir conjuntamente un futuro deseable. Estos son los principios que orientan la práctica de la Educación para el Desarrollo y, desde ellos, enfrentamos los retos que este mundo globalizado nos plantea a las sociedades del siglo XXI. Gema Celorio, miembro del Equipo de Educación para el Desarrollo de Hegoa Euskonews & Media 95.zbk (2000 / 10 / 13 20) Eusko Ikaskuntzaren Web Orria