
KOSMOpolita
Mujeres vascas en Estados Unidos, 1850-1950. La formación de una comunidad (II/II)
Mujeres vascas en Estados Unidos, 1850-1950. La formación de una comunidad (I/II)
La endogamia, cemento de la comunidad
La mayor parte de los pioneros vascos -con algunas excepciones- de quienes se tienen noticias se casaron con paisanas que residían en California antes del comienzo de la guerra de secesión. Así, Bernardo Altube contrajo matrimonio con Marie Recarte, originaria de Pagolle-Pagola, en la Navarra francesa, cuya familia tenía una lavandería en San Francisco. Su hermano pedro Altube se casó con Marie Itçiague. En 1860 llegó Marie Erreca, de 17 años, quien, en 1863, se casó con Jean Indart “Juan Chico” (quince años mayor), Jean Baptiste Arrambide se casó con Grace Garat (17 años más joven) vasca que había nacido en Montevideo. Con alguna excepción, la mayoría de las novias son vascofrancesas.
Asimismo, muchos emigrantes prósperos buscaban casar a sus hijas con vascos. Las de Bruno de Orella, terrateniente de Santa Bárbara, lo hicieron con Erro y Erburu. John Archabal, el vasco más rico de Idaho, con Zenón Izaguirre vasco nacido en Nueva York

Boda vasca en Buffalo.
John B. Edlefsen señalaba que, del 74 por ciento de los inmigrantes vascos estaban en edad de casarse (17 años y más), solo el 10 por ciento de los vascos estaban casados antes de dejar el País Vasco: “De aquellos que estaban casados antes de emigrar, la mitad llegó sin sus familias. En muchos casos, la familia era llamada para reunirse con el hombre al cabo de un año o dos, o el marido viaja al viejo país y regresaba con su familia a su hogar en Estados Unidos”.[1] El mismo en su estudio se señala que solo en el 5 por ciento casos la boda es con una mujer no vasca. En la segunda generación, el 60 % se ha casado con no vascas. [2] Los mismos datos se repiten en lugares como Stockton como constata Carol María Plagiarulo. [3]
El proceso de formación de las primeras familias vascas de Nueva York es similar al de otros núcleos de la diáspora, dándose además altos grados de endogamia en la primera generación. Si tomamos como ejemplo a los fundadores casados del Centro Vasco (doce de trece, el decimotercero era soltero, estaban casados con vascas). En el Censo de 1920, aparecen nuevas familias completas: Pablo Goicoechea, de Gamiz, y su esposa Agustina (n. Arrasate) eran padres de Valentín y Micaela, nacidos ambos en Nueva York. José Arazosa, de Gernika, estaba casado con Bernardina, de Bilbao, y tenía cuatro hijos nacidos en Nueva York: Richard, Dora, Ángel y Rose.[4] Hay algunos casos sorprendentes en Nueva York. Hay varios ejemplos de bodas entre vascos hasta cinco generaciones. Loretta Garay Lezamis es una neoyorkina vasca de quinta generación. Es descendiente directo de G. Achabal que regentaba una pensión en el Lower East Side en los 1880. Ella se casó con un vasco de Busturia, Bizkaia, Lezamiz. Sus hijos han roto la cadena.

Vascas de Nueva York, Colombus Day 1949.
Identidad y lengua materna
Si, como hemos señalado, no puede hablarse de comunidad vasca sin mujeres vascas, estas se convirtieron en parte esencial de transmisión de la identidad propia en los Estados Unidos. En la transmisión de la lengua, pero no solo: están la cuestión religiosa, ciertos comportamientos sociales y actitudes que hemos examinado en este texto. Sin embargo, se da un hecho interesante que es común a otras minorías. La mujer vascoamericana fue creando formas culturales nuevas y símbolos que sus hijos y nietos estaban convencidos procedían del viejo País.[5] Es lo que Mercedes Fernández-Martorell llama “recreación de la identidad” a la que se suman los nuevos sujetos. Es decir, los nacidos en Estados Unidos. [6] Hasta los días de la Segunda Guerra Mundial, los vascos del Oeste dedicados al pastoreo vivieron en su mayoría en pequeñas comunidades o en ranchos aislados en los que muchas veces los únicos vecinos eran asimismo rancheros vascos.
Señalan Douglass y Bilbao que, “la especialización laboral de los vascos del Oeste en la industria ovina ha incluido considerablemente sobre su vida religiosa. (…) en la mayoría de los casos, sin embargo, su modelo de asentamiento disperso impidió la creación de feligresías dominadas por los vascos”. Según un Adrian Gachiteguy[7], muchos se limitaban a asistir los principales días festivos, como las Navidades, la Pascua de Resurrección y la Asunción, mientras que otros solo iban a la iglesia para asistir a una boda o a un funeral. Un porcentaje más elevado de mujeres mantuvo una residencia permanente en las ciudades o en las proximidades y su implicación en las actividades religiosas locales fue mucho mayor. Hasta cierto punto, sin embargo, los vascos de ambos sexos se muestran algo reticentes en convertirse en fieles activos dentro de las comunidades católicas ‘norteamericanas’. Esto se ve claramente en la persistencia y en el interés por traer sacerdotes vascos del Viejo Mundo para que ejerzan su ministerio entre los vascos del Oeste americano”[8]. También en el Este la participación en la vida religiosa parece reservada a las mujeres y a los niños. Los hombres solo lo hacen en ocasiones especiales.

Familia Pedernales, Nueva York.
La lengua materna
Quizá uno los problemas que debían resolver los emigrantes tenían que ver con el idioma. Muchos vascos no sabían más que su lengua propia. Ni francés, ni castellano. En su caso, esto se daba en aquellos que emigraban antes de cumplir el servicio militar en el que aprendían la lengua. Muchas mujeres no tenían el mismo problema porque, además de haber asistido durante más tiempo a la escuela, habían trabajado como criadas en casas en las que solo se hablaba castellano o francés.[9] Algunas, sobre todo las de la zona fronteriza eran, además, trilingües (vasco, español y francés) en el momento de emigrar. Hay quienes emigran desde zonas no vascófonas en las que solo se hablaba español porque se había perdido la lengua propia. En este caso, sus hijos raramente mantendrán la lengua vasca, aunque sea la del padre y de la mayoría de la comunidad.

El diario The New York Times se hizo eco de las dificultades de los agentes de inmigración para entenderse con un grupo de ciento cincuenta emigrantes vascos (el número más alto de vascos que se recordaba en Ellis Island) que viajaban a Idaho, Nevada y Montana. La situación se salvó gracias a la intervención de un oficial de un vapor que estaba fondeado cerca. Los emigrantes le hablaban en euskera, él traducía al castellano y un tercero lo hacía al inglés. Al final, todos los vascos pudieron desembarcar (The New York Times, 1911-03-21).

Maria Ocamica, con un bebe sobre sus rodillas y su familia en Oregon.
La otra mujer sentada es una criada.
Maria Ocamica casada con Pedro Corta y, luego, con su hermano Justo, pasó casi 70 años en Estados Unidos (sobre todo en Oregon) y nunca habló otro idioma que el vasco como recordaba su hija Eugenia en una entrevista. Esto, por ejemplo, forzó a sus hijos a utilizar la lengua toda su vida[10].
Hoy parece aclararse la importancia de la mujer en la transmisión de la lengua propia las generaciones de vascos nacidos en la diáspora. Es el idioma doméstico cuando marido y mujer lo tienen como materno, generalmente, se dirigen en él a sus hijos.

Mujeres maltratadas, promesas rotas
Como hemos señalado, una de las razones por las que los pastores se casaban con mujeres vascas eran porque éstas no se divorciaban. Hasta que lo hacían. José Mendiola había llegado al país en 1893 y, cinco años más tarde, en 1898, se casó en Nevada con Isabel Malaxechevarria y con la que tuvo un hijo, Frank. El hombre abandonó a su esposa e hijo y la cosa acabó en divorcio. Los términos de la sentencia de divorcio no debieron de gustar al pastor, porque, en 1903, José fue declarado culpable por un jurado del condado de Humboldt, Nevada, y condenado a un año de cárcel tras intentar asesinar a su esposa.[11] Anna Etchegaray, una costurera de Urepel, en la Navarra francesa, llegó a Stockton en junio de 1908. Como tantas otras jóvenes vascas, había acordado casarse con Jean (John) Mentaberry, de Baigorri, un pueblo cercano al suyo, que había prosperado como ganadero en California. Según el acuerdo, Anna no tendría que trabajar más allá de las labores domésticas habituales. Pero, Mentaberry no cumplió el acuerdo y la obligó a trabajar fuera del hogar. Durante un tiempo, trabajó como sombrera y, más tarde, como gobernanta en un domicilio privado. El marido se quedaba con el dinero que ganaba. Harta, en 1911, llevó a Mentaberry a juicio, solicitándole 10.000 dólares por perjuicios morales: sentía que “le había roto el corazón” (San José Evening News, Tuesday, May 2, 1911).
En 8 de julio de 1917, Lorenza Gabica, de 43 años, mató en Nampa, Idaho, a su marido Juan Calzacorta, con quien se había casado en 1909, poniendo así fin a un calvario de malos tratos y amenazas del marido hacia la mujer. Durante el juicio, Lorenza declaró que, durante años, su esposo le había maltratado, “algo a lo que no están acostumbradas las mujeres vascas”. La noche de autos el marido llegó a la casa y le dijo a su mujer que tenía veinticuatro horas para irse, mientras cargaba su revolver de seis tiros. Al mismo tiempo, dejó su rifle a los pies de la cama. Entonces se fue. Regresó sobre las 8 de la tarde, diciendo a Lorenza “ha llegado tu última hora”. Y volvió a irse. A su regreso, volvió a insultarla y maltratarla, arrojándola al suelo. Fue allí donde la mujer pudo hacerse con el revolver disparando sobre su marido que falleció en el acto.

Lorenza Gabica.
Un testigo de apellido O’Donnell declaró ante el juez que el vasco le había dicho que iba a matar a su mujer, a sus hijos y a su cuñado John Gabica (el hermano de Lorenza), y que amaba a otra mujer. En el juicio, Lorenza, que solo hablaba euskara, tuvo como intérprete a Frances Jayo, de Boise. El jurado solo tardó doce minutos en declararla inocente, al haber actuado en defensa propia. En 1930, Lorenza seguía viviendo en Nampa con sus tres hijos. [12]
Las que regresaron: “amerikanas”
Para el emigrante, de cualquier tipo, no hay nada peor que regresar a casa “con las manos vacías”. Hay que llevar algo por poco que sea. Entre los retornados del Oeste americano, muy pocos llegaron con “las manos vacías”. Los fracasados preferían no regresar. Con los ahorros, “rescataron” caseríos y granjas (arrendados durante generaciones pasando a su propiedad), construyeron casas o crearon pequeños negocios e industrias que ayudaron a la economía de algunos pueblos.[13] A los retornados desde Estados Unidos, se les conoce como “amerikanuak” (“amerikanos”). Tanto en el País Vasco de España como en el de Francia.
Muchos de los emigrantes regresan con sus mujeres e hijos nacidos en Estados Unidos. Eso sí, se dan múltiples casuísticas. Una vez instaladas las familias, la esposa y los hijos se quedaban en el viejo país, mientras que el hombre regresaba a Estados Unidos a ocuparse de sus negocios (generalmente, ovejeros) que había dejado en manos de algún socio. Pasados los años, cuando los hijos varones nacidos en América llegaban a la edad militar emigraban para evitar ser reclutados por los Ejércitos español o francés. Eran comunes los casos en los que todos los varones de la familia habían vuelto a emigrar. Mientras que la madre y las hembras se quedaban en casa. Incluso, se dieron asimismo casos en los que no volverían a reunirse. También eran comunes los casos en los que el hombre dejaba a su esposa e hijos regresaba a Estados Unidos y desaparecía, formando en ocasiones una nueva familia.
La suerte de las viudas era diversa. Al fallecer el marido, muchas no tenían los medios para viajar de regreso al viejo país, quedando incluso en una situación de desamparo. Algunas volvieron a casarse, abundaban quienes lo hacían con cuñados, con paisanos solteros de mucha edad o con hombres de otros orígenes. Quedarse solas suponía la indigencia.
En los censos federales, asimismo, aparecen mujeres que acabaron sus días en centros siquiátricos (insane hospitals) de Idaho, Nevada o California. En 1930, por ejemplo, estaban internados en el Nevada State Hospital for Mental Desease (el hospital siquiátrico) al menos catorce vascos: once hombres y tres mujeres. Los nombres de estas últimas eran Elvira Egusquiza, Dolores Muguerza y Ramona Landa. Las tres estaban casadas y tenían en común que vivían en ranchos apartados.

Casa Bengoechea-Iturraspe en Arropian.
En 1906, Melitón decide trasladarse con su mujer y sus hijos al País Vasco. Junto a otro pastor, Juan Iturraspe Uberuaga, se construyó una casa y compró unas tierras en el barrio de Kurtziaga-Arropain, de Ispaster, a menos de un kilómetro del centro de Lekeitio.

Ander San Sebastián ante la tumba de su tatarabuelo
en Mountain Home, ID.
Inopinadamente, Melitón Bengoechea enfermó de fiebres tifoideas, falleciendo el 11 de enero de 1911, siendo enterrado en Mountain Home. La viuda mantuvo durante años los negocios de su marido. Primero, administrados por José Corta, que siguió como socio, y, luego, por su cuñado José Bengoechea.
La preocupación de Flora fue la educación de sus hijos. Algo bastante común entre muchos retornados. Las hijas, Flora y Balbina, se fueron internas a un colegio de monjas de Durango. A Luis no le gustaba estudiar. Prefería corretear por los montes cercanos antes que ir a la escuela. Se acercaba el momento de ser llamado a filas. Su madre se entrevistó con el alcalde de Lekeitio para saber qué ocurriría si su hijo era reclutado. Generalmente, los hijos de viuda no ingresaban en el ejército. Pero, Flora era considerada como una “amerikana” rica, sus hijas recibían educación en un colegio de señoritas, y era notorio que Luis no hacía nada para ayudar a la economía familiar, así que debería incorporarse a filas. La madre tomó la decisión de muchos “amerikanos” que habían vuelto al viejo país: enviar a su hijo (a quien ya no volvería a ver) a Estados Unidos.
A modo de conclusión
Aunque solo un 30 por ciento de los emigrantes desde el País Vasco fueron mujeres, a ellas se debe la formación y consolidación de una comunidad específica. Ellas fueron además las que mejor transmitieron la identidad (costumbres, tradiciones, actitudes) y, por supuesto, la lengua.
Durante décadas, las mujeres vascas fueron, además, mano de obra barata en régimen de explotación (y de presunta sumisión). Aquellas mujeres -muchas de las cuales vivían solas y aisladas durante parte del año- tuvieron que ganarse el respeto, más allá de lo que imponía la tradición. Por otro lado, en muchos casos, la mujer estuvo en el éxito del emigrante.
Están documentados números casos de incumplimientos y de malos tratos. Asimismo, no se puede olvidar la situación de indefensión y precariedad económica en que quedan numerosas viudas, algunos con hijos menores, que no tienen medios para regresar al viejo país.
Queda pendiente un estudio en profundidad sobre el tema de la mujer vasca en Estados Unidos. El primer paso sería identificar a las mujeres una a una con la dificultad que supone la pérdida del apellido propio. Luego, seguir su rastro a través de la prensa local de aquellos lugares donde hubo presencia vasca.
Este artículo forma es la comunicación a la conferencia Latina Histories and Cultures: Suffrage, Activism, and Women’s Rights organizada por la Sam Houston State University, Texas.
[1] John B. Edlefsen (1948), A sociological study of the Basques of Southwest Idaho, Washington: State College of Washington, p. 47.
[2] John B. Edlefsen, opus cit, p. 79.
[3] Carla María Plagiarulo, Basques in Stockton. A study of assimilation, Stockton, 1948, p. 32 y ss.
[4] US Federal Census, 1930. New York.
[5] Sylvia Yanagisako (1985), Transforming the Past: Tradition and Kinship Among Japanese Americans, Stanford: Stanford University Press
[6] [6] Teresa Fernández Martorell, “Circunstancias de las migraciones: noticias vascas”, en F. Xavier Medina, Opus cit, p. 13.
[7] Adrien Gachiteguy, Les Basques dan l’Ouest Americain, Bordeaux (1955). Ezkila, p. 139.
[8] William A. Douglass/Jon Bilbao, Opus cit, pp. 355-356,
[9] Koldo San Sebastián, Un idioma en la maleta, Durango (2020): Ikeder.
[10]BMCC: Oral Histories: Mikel Chertudi, Eugenia Acordagoitia (04-4-2002)
[11] Weekly Elko Independent, Sept., 4, 1903.
[12] Idaho Statesman, 1917, varias fechas.
[13] http://www.euskonews.eus/zbk/674/con-las-manos-vacias/ar-0674015001C/