
Gaiak
La Peste en la Edad Media y Moderna, el caso de Vitoria
1. Introducción
Todavía asentándose en la historiografía las recientes aportaciones de la paleoclimatología[1] al conocimiento de la peste histórica, la actual aplicación de novedosas técnicas de secuenciación de ADN antiguo a la práctica arqueológica[2] anticipa nuevos vuelcos a afirmaciones consideradas bien asentadas. Así, son crecientes los estudios de áreas científico-técnicas que aportan nuevas miradas y ponen en cuestión la historiografía tradicional, auspiciando la necesidad de acciones multidisciplinares para reinterpretar y poner en común los datos.
En esta necesidad de encuentro entre el archivo y el laboratorio aún encontramos compartimentos escasamente permeables -afortunadamente ya no estancos- que requieren de catalizadores para tal fin. Este artículo pretende ser uno de ellos, y surge precisamente de las experiencias de entendimiento entre disciplinas en el campus de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) en Vitoria, teniendo como fruto la identificación de yersinia pestis -el agente causal de la peste- en un yacimiento alavés de la Edad de Bronce[3] mediante técnicas de patogenómica computacional aplicadas a la arqueología.
Así, constatándose la existencia de un público multidisciplinar no familiarizado con la Historia que requiere ubicar la cadena epidemiológica de la peste dentro del contexto histórico, social y cultural de las gentes que la padecieron, se propone un trabajo descriptivo sustentado en una revisión bibliográfica narrativa, que aporte una visión de conjunto sobre las distintas epidemias de peste que sufrió la ciudad de Vitoria, atendiendo tanto a las interrelaciones que pudieron facilitar las epidemias como a las estrategias de afrontamiento y sus repercusiones.
Dentro de la limitada bibliografía sobre la peste en el País Vasco[4], las epidemias conocidas en Vitoria cuentan con varios estudios de ámbito local y extensión limitada, faltando un estudio de revisión amplio e integrador. En su conjunto, la principal limitación es la dependencia documental de los libros de actas municipales, los cuales solo se conservan a partir de 1479 (excepción del breve periodo 1428-1429), lo que deja a las epidemias previas, incluida la peste negra de 1348, a expensas de fuentes indirectas y aportaciones que pudieran hacer la arqueología y la paleogenética. Como salvedades, la epidemia de 1464 documentada por Ernesto García[5], tras hallazgo casual mientras investigaba temas fiscales vitorianos en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, o la aportación documental vaticana de Saturnino Ruiz de Loizaga[6].
Por extensión y profundidad, destacaremos el trabajo de González y Bazán[7] para las epidemias de principios del XVI. Y para las de finales del XVI y principios del XVII, los de Porres[8], Bombín, Porres y Reguera[9], Rodríguez[10], y Ferreiro y Lezaun[11]. Así mismo, diversos autores indirectamente aportan valiosa información sobre Vitoria o Álava[12]. Finalmente, ha de señalarse la aparición reciente, a raíz del interés despertado por la covid’19, de diversos trabajos con aportaciones locales de interés para el contexto alavés[13].
2. Vitoria al final de la Edad Media
Aunque hay indicios que apuntan a una posición preponderante en su entorno con anterioridad al Fuero Real de finales del XII, es desde entonces y hasta mediados del siglo XIV, cuando Vitoria tuvo su periodo de mayor esplendor, convirtiéndose en una pujante villa comercial, nodo principal de las rutas entre la meseta norte y la costa cantábrica[14]. Los dos ensanches, de 1202 y 1256, que triplicaron la superficie de la villa; su inclusión -sin ser puerto de mar- en la Hermandad de las Villas de la Marina de Castilla en 1296; el contener una de las mayores aljamas judías del norte peninsular; la adquisición de 51 aldeas de su alrededor entre 1258 y 1332 asegurando un hinterland característico (una “ciudad de ciudades[15]” artesanal, comercial, agrícola y militar); el inicio o reforma de construcciones excepcionales (5 iglesias y dos grandes conventos), son claras muestras de esa pujanza. Sin embargo, todos esos indicios de una ciudad en expansión, populosa y vital, se quiebran a mediados del siglo XIV, siendo reiteradas las expresiones de despoblamiento y crisis que no parecen remitir hasta finales de ese siglo[16]. La recuperación estará, sin embargo, lejos de acercarse al dinamismo bajomedieval, pudiendo servir como muestra simple que los aproximadamente 5.000 vecinos que se atribuyen a Vitoria en 1496 -tras la expulsión judía- apenas se moverán hasta el siglo XVIII[17], definiendo la característica general de la ciudad durante la Edad Moderna: el estancamiento.
Lo sucedido entre la imagen del XIII y la del XV es, en gran medida, desconocido. La historiografía, en general, mantiene los factores concurrentes expresados por Fray Juan de Victoria en el siglo XVI de bandos, incendio y peste[18], a los que hoy añadimos el clima dada la certeza de un cambio adverso a principios del siglo XIV[19]; si bien también podría decirse que lo señala indirectamente Fray Juan si interpretamos el incendio como consecuencia desgraciada de la respuesta al frío extraordinario.
De todos ellos, el acontecimiento más general parece ser el del cambio climático[20]. El crecimiento de Vitoria durante el siglo XIII ocurrió dentro de un periodo bondadoso (Óptimo Climático Medieval) que finaliza a principios del siglo XIV para dar inicio a la denominada Pequeña Edad de Hielo[21], que se prolongará hasta el siglo XIX con una exacerbación entre finales del XVI y principios del XVIII. Este periodo frío, dominado por temperaturas más bajas que las actuales y mayor inestabilidad de los ciclos pluviales, hubo de influir necesariamente y de manera negativa sobre al menos tres elementos de interés respecto a la peste: las cosechas, las necesidades térmicas de los vitorianos y el ciclo de vida animal.
El primero es un clásico de la historiografía, donde las crisis de subsistencia por ciclos de malas cosechas y su interrelación con otros elementos catastróficos como guerras y epidemias tiene larga tradición[22]. Sin olvidar que durante las epidemias (y las guerras) los problemas de distribución eran igual de catastróficos que los de producción y con la misma consecuencia, el hambre. Esta se asocia a una menor competencia inmunológica frente a las enfermedades infecciosas, a lo que habrá de señalarse que el aporte nutricional de la dieta media se hacía a expensas de hidratos de carbono procedentes de cereales panificables, grasas animales, proteínas vegetales (legumbres) y, en mucha menor medida, proteína animal[23]. Por tanto, aunque el valor calórico pudiera ser suficiente en años buenos y deficitario en los malos, la verdadera duda inmunológica y funcional, para prevenir enfermedades y regenerar su daño en la convalecencia, es el aporte proteico.
En segundo lugar, las necesidades térmicas por frío incrementan el metabolismo basal requiriendo una mayor ingesta energética. También produjeron modificaciones en el hábitat urbano y en la vestimenta, tales como el aumento de la densidad por habitación (para prevenir incendios estaba limitado tener más de un fuego por hogar) o la extensión del recurso al calor animal con cuadras en los bajos de las casas, elementos favorecedores de la transmisión de enfermedades infecciosas. Respecto al vestido, durante las epidemias de peste en Vitoria son varios los testimonios que señalan su alto valor, con dificultades para quemar o limitar la comercialización de ropa usada por enfermos[24], lo que se ha ligado a déficit de higiene y transmisión de la peste.
Del tercer elemento no contamos con estudios para Vitoria. A nivel global, hay teorías que relacionan el cambio climático con alteraciones sobre los ciclos reproductivos de algunos roedores como de sus pulgas, provocando en estas el cambio de su huésped habitual a otro facultativo, el humano, siendo determinante en el proceso de diseminación de la peste[25].
Sobre esa base de cambio climático y su efecto adverso sobre las cosechas que quebraría el equilibrio previo entre población y recursos, habría que situar la triada clásica concurrente de hambre, guerra y epidemia, lo que efectivamente va a ser una constante en el periodo que repasaremos en relación a las epidemias de peste en Vitoria, entre mediados del XIV y principios del XVII.

Entre 1598 y 1601 Vitoria sufrirá una epidemia devastadora, con una mortalidad
atribuida de un 40% de sus habitantes.
3. Las epidemias de peste en Vitoria
Tras la experiencia de la peste negra de 1348, todo proceso epidémico extraordinario se tendió a etiquetar genéricamente como peste o pestilencia, sin que existan a menudo descripciones sintomatológicas o expresión de un diagnóstico contrastado que, a día de hoy, pudiera servir como apoyo a la probabilidad de que efectivamente lo fuera. En la documentación vitoriana, tomamos por peste probable su sola mención y muy probable -si no confirmada- a poco que en las mismas fechas se la mencione en pueblos o ciudades relativamente próximos. Especulación que no podrá reducirse hasta el auxilio de la paleogenética.
Así, podemos señalar como probable el padecimiento en Vitoria de la peste negra de 1348 y algún brote posterior, como el de 1363 que se recoge en la Diócesis de Calahorra, a la que pertenecía. Saltando un siglo de silencio -a pesar de testimonios en zonas próximas- hasta 1464, al que le seguirían sucesos en 1504-5, 1519, 1565 y la más documentada de 1598-1601.
En su conjunto, todas estas epidemias quedan englobadas en un mismo suceso epidemiológico, la segunda pandemia, iniciada -desde una óptica eurocentrista- en 1346 en Caffa (Crimea) y finalizada en torno a la Gran Peste de Marsella de 1720-22. Sin embargo, por las peculiaridades de la primera epidemia (convencionalmente la de 1348 o Peste Negra) con extensión paneuropea y mortalidad extraordinaria general frente a las siguientes, más regionales y con mortalidades muy variables, suelen adoptarse divisiones didácticas que, en el caso de Vitoria, se establece por la solución de continuidad señalada (probablemente irreal, provocada por un déficit documental) dividiendo didácticamente la peste en un periodo medieval y otro moderno.
3.1. Las epidemias medievales
La presunción de que Vitoria sufrió la peste de 1348 y probablemente otros brotes posteriores no está sustentada en documentación directa, sino en la evidencia del evento en zonas limítrofes a ambos lados del Camino de Santiago, vía de difusión más probable[26]. Argumentos reforzados por las posteriores expresiones sobre despoblamiento de la ciudad y la constatación de varios mortuorios en su jurisdicción.
Interesantes, aunque sin evidencia firme, son otras coincidencias temporales. Caso del cierre de la leprosería de San Lázaro con antelación a 1480[27], lo que se explicaría por los efectos de la peste sobre los leprosos (por inmudeprimidos) y por el desplazamiento bacteriológico de la lepra por la peste[28]. También por la fundación de tres nuevos hospitales (San Pedro en 1396, Nuestra Señora del Cabello -luego de Santiago Apóstol- hacia 1419 y San José en 1514) de los que dos, junto al de Santa María y La Magdalena, terminarán por dedicarse al acogimiento de viudas, la nueva cara de la pobreza que es señalada también como influida por la peste[29].
Otro elemento coincidente será la entrada en vigor de unas ordenanzas municipales en 1487 que incluirán un extenso repertorio de medidas de higiene pública, siguiendo la estela de las disposiciones que algunas ciudades italianas pusieron en marcha nada más superar la peste de 1348[30]. Aunque estas ordenanzas son tardías respecto a la epidemia de 1348, es cercana a la primera claramente documentada, la de 1464.
Esta aparece en un contexto de malas cosechas general en Castilla[31] (noticias posteriores hablarán de grandes sequías en 1470 en Vitoria)[32] así como de conflictividad social[33].
Desconocemos las fechas exactas del brote y su trayectoria, pero es evidente que se desarrolló intramuros porque la documentación manifiesta una huida importante de vitorianos, incluidos varios de sus oficios concejiles, paralizando completamente la vida administrativa y comercial. Una orientación de ese despoblamiento temporal puede estimarse en dos tercios, que es la cantidad no recaudada en el repartimiento -una derrama municipal- de aquel año[34].
No existen referencias para poder estimar la mortalidad ni posibles consecuencias de la misma, si bien un elemento interesante es la especulación sobre la existencia de un vacío de poder como favorecedor de la toma de control del gobierno municipal por la nobleza rural -que había empezado a asentarse en la ciudad un siglo antes, tras la disolución de la Cofradía de Arriaga en 1332- puesto que es en estas fechas cuando se modifica el concejo abierto para pasar a uno mixto, antesala del concejo cerrado que se instituye en 1476.
Un detalle de interés sobre esta epidemia es la falta de coincidencia temporal con noticias de peste en zonas cercanas.
3.2. Las epidemias modernas
El siguiente embate de peste documentado es el de la epidemia de 1504-5. El contexto es mimético al anterior: sucesión de malas cosechas documentadas en 1502, 1503 y 1504 producidas por malas condiciones climáticas[35]; conflictividad social por la carestía de los panificables; y guerra contra Francia que finaliza en 1504.
La primera noticia, en julio de 1504, no parece muy alarmante tratándose de peste, ya que a pesar de señalarse la existencia de pestilencia en la ciudad se propone una procesión rogatoria hasta Aránzazu (a una jornada de camino a pie). Posteriormente se habla de un mal agosto (interpretando como climatología adversa y, en consecuencia, mala cosecha de cereal) y persistencia de pestilencia tanto en la ciudad como en las aldeas de su jurisdicción, sin que se aprecie un excesivo alarmismo. De hecho, llamativamente no se procede a cerrar las puertas de la ciudad hasta septiembre -cuando el aislamiento era la primera medida recomendada- momento en el que hay una huida masiva de la población con notas de haberse fragmentado la población en al menos tres grupos enfrentados: los enfermos y sus familiares (que eran un todo por el riesgo de contagio), que quedaron confinados intramuros; un grupo que huye “a las montañas” al que se acusa de haberse llevado todo el trigo de la ciudad, entre los que están el médico y el escribano; y quienes relatan los hechos -a los que ha de suponérseles la representatividad del concejo- que se refugian en aldeas cercanas.
Este último grupo se reúne en octubre en la aldea de Betoño para distribuir los guardas de las puertas que impidiesen la salida de enfermos de la ciudad y elegir a quienes se ocuparán de los enterramientos. El aislamiento continúa el mes siguiente pues, ante el fallecimiento de la reina Isabel, las exequias han de realizarse en la iglesia de la aldea de Gamarra.
El devenir siguiente solo puede ser imaginado. El ayuntamiento sigue reuniéndose en las aldeas, lo que sugiere que seguía aislada la ciudad, sin que sepamos nada de la situación de los refugiados en los montes durante el invierno, sin ser difícil imaginar penurias más lentas e igual de severas que la peste.
Parece que hubo intentos de contratar un nuevo médico sin que se tenga noticia de su éxito hasta marzo de 1505, en que efectivamente contratan a uno.
Finalmente, el dos de mayo de 1505, casi un año después de la primera noticia de la epidemia, se manda al médico entrar en la ciudad pregonándose al día siguiente que volvieran todos los vecinos huidos. Regresada la población sobreviviente, la medida inmediata fue volver a cerrar las puertas de la muralla, pues la peste seguía presente en múltiples lugares relativamente cercanos, siendo ahora los sanos quienes quedaban encerrados para seguir protegidos. El aislamiento no debió ser muy estricto pues hay quejas de su permeabilidad, sin que de ello se derivase, que sepamos, un recrudecimiento de la epidemia que debió darse por finalizada en el contorno a finales de ese año.
La siguiente acometida de la peste fue en 1519. No debió tener la intensidad de la previa y apenas sabemos de su transcurso y consecuencias, quizá por su brevedad o por la eficacia del aislamiento acometido. Tampoco le acompaña mención expresa a un empeoramiento de las circunstancias ordinarias y, si destaca por algo, es porque el ayuntamiento hace gala de una previsión encomiable, fruto tal vez de la experiencia de 1504.
Las primeras noticias son de mayo de 1518, en que se manda cerrar algunas puertas y poner vigilantes en otras por informaciones de peste en poblaciones cercanas. Sin que parezca haber sucedido nada trascendente durante el verano, en octubre convocan a todos los estamentos sanitarios (barberos, cirujanos, médicos y boticarios)[36] para abordar la proximidad de la peste a Vitoria, repartiéndose las tareas para las visitas, sangrías y enterramientos, acordando el cierre total de puertas y su vigilancia, etc.
Las descripciones posteriores no parecen aludir a una gran crisis, con apenas comentarios a unas sangrías en mayo de 1519 y un enterramiento, lo que podría entenderse como que la ciudad logró mantener la epidemia extramuros. Otra cuestión es lo que sucedió en sus aldeas, de las que nada sabemos.
Más escasa es aún la información que disponemos sobre una epidemia en 1565, si bien entre 1564 y 1568 se constata presencia de peste en varios lugares de Álava correspondiéndose con una importante depleción demográfica en la provincia[37]. En Laguardia, por ejemplo, se señalan unos trescientos fallecidos en 1564[38].
Al menos en mayo de 1565 consta el cierre del hospital de San Pedro al morir dos de sus asilados por presuntamente peste[39]. Desconocemos si es entonces cuando se cierran las puertas o si ya se había realizado previamente, pero debió ser un aislamiento riguroso, impidiendo la entrada de la peste pero causando tal mortalidad por hambre que el ayuntamiento hubo de aceptar la entrada de provisiones aun a riesgo de dar paso a la enfermedad. Situación que pudo darse, tanto por el mutismo documental -señal habitual de que algo grave sucedía- como por noticias externas. Por ejemplo, el 18 de noviembre, las Juntas Generales de Álava suspenden una visita a las escrituras del archivo de la provincia, que se custodiaba en el convento de San Francisco, aludiendo a falta de salud en la ciudad[40].
Aunque se desconozca el impacto demográfico de esta epidemia, así como otras posibles causas de mortalidad extraordinaria o posibles influencias sobre la fecundidad o el saldo migratorio, ha de señalarse que el cálculo poblacional para la ciudad en 1560 es de 5.500 habitantes[41] descendiendo a 4.400 (209 viudas) en el censo de 1578[42]. Luego, hubiera o no peste, parece que en torno a ese momento sí hubo al menos una crisis mayor demográfica.
Finalmente, entre 1598 y 1601 Vitoria sufrirá una epidemia devastadora, con una mortalidad atribuida de un 40% de sus habitantes. Es la más documentada y estudiada y, salvo nuevos datos sobre la epidemia medieval, la más catastrófica de las conocidas en la ciudad.
El periodo es coincidente con el contexto bélico de los últimos Austrias y, especialmente, con un descenso aún mayor de los valores térmicos (el denominado mínimo de Maunder, entre 1645 y 1715) asociado a años de heladas extraordinarias que afectaron gravemente a la agricultura. Por ejemplo, las cosechas de cereal en la Llanada alavesa fueron desastrosas en 1598 y 1599[43].
La epidemia se vivió en Vitoria en cuatro asaltos bien diferentes.
1) Desde enero de 1597 se comienzan a tomar precauciones sobre personas y mercancías que pudieran provenir de puertos cántabros -origen de la epidemia-, si bien es con la llegada del verano y noticias de peste en poblaciones burgalesas, vizcaínas y guipuzcoanas, cuando se determina cerrar la ciudad a cal y canto con medidas que traslucen un pánico creciente[44].
2) En agosto de 1598 el drama llega a sus mismas puertas con varias aldeas de su jurisdicción infectadas que reclaman ayuda. Vitoria acondiciona varias ermitas y la casa de la dehesa de Olárizu como improvisados hospitales, enviando a un único barbero-cirujano para que los atienda junto a cuatro vecinos traídos de Lekeitio -pues nadie en la ciudad ni en las aldeas quiso hacerlo-[45], quienes durante meses tuvieron que estar sin poder regresar a la ciudad, la cual siguió sellada soportando incólume el asedio de la peste, que no del hambre.
3) Aunque con escasa incidencia desde noviembre, no es hasta marzo de 1599 cuando se da por finalizado el brote y Vitoria baja la guardia en un respiro que pagará caro, pues a finales de mayo se confirman los primeros fallecidos intramuros y, aunque sacan rápidamente a muertos y familiares de la ciudad, la epidemia se ceba sobre una población hambrienta que había sobrevivido hacinada entre sus muros durante dos años. No hay donde huir y hasta noviembre Vitoria será arrasada quedando como testimonio la ausencia de actas municipales desde finales de septiembre.
4) Superada la peor crisis, en el verano de 1601 volverá a producirse un nuevo brote que afectará tanto a Vitoria como a su jurisdicción, si bien no parece que el impacto fuera comparable al previo.
Martín Pérez de Viñaspre, cura de Lanciego, coetáneo a las epidemias refiere de oídas unos dos mil fallecimientos a causa de la peste en Vitoria, pareciéndole escasos para el tiempo que duró la epidemia[46]. Las estimaciones poblacionales de vitoria son inferiores a 5.000 habitantes con antelación al inicio de la epidemia[47], mientras que al acabar el siglo se calcula entre 3.200 y 3.600[48]. Luego, parece verosímil la cifra de 2.000 muertes durante la epidemia, pues los censos solo cuantifican vecinos fiscales y no al conjunto de moradores, que fue muy superior a tenor de los arrabales conocidos.
4. Vitoria frente a la peste
Ha podido entreverse que la respuesta de la ciudad fue diferente según se fueran presentando los acontecimientos, ya que ni siquiera estrategias potencialmente útiles como la huida o el aislamiento pudieron utilizarse al albedrío de los vitorianos, pues fue siempre la peste quien tuvo la primera palabra. No obstante, pudiendo o no ejecutarse en la práctica, pueden señalarse varios conjuntos de medidas que, con más o menos determinación, se utilizaron o intentaron en Vitoria en aquellas epidemias.
4.1. La huida
Los textos médicos europeos sobre la peste de 1348 dejan claro que consideraban a la enfermedad tanto epidémica como contagiosa; esto es, que se transmitía tanto a través de miasmas deletéreos contenidos en el aire como a través del contacto entre seres vivos, sus pertenencias e incluso la mirada[49]. Fundamento que no varió en los siglos siguientes. La conjunción de ambas establecía por tanto que el único medio preventivo eficaz frente a la peste era escapar del lugar donde se había declarado[50]. Sin embargo, era necesario poder huir y tener a dónde hacerlo, lo que no siempre fue posible.
En 1504 se da a entender que los vitorianos huyeron masivamente de la ciudad, salvo los enfermos y sus convivientes, que quedaron aislados intramuros, pues se les encerró y se les puso vigilantes para evitar su salida. Habrá de imaginar algún sistema de cuarentena para quienes superaban la enfermedad, pero no se habla de tal.
En la epidemia de 1599, por el contrario, simplemente no había donde huir. Quien no lo hubiera hecho en 1597, luego le resultaría difícil burlar el aislamiento y sortear los lugares apestados que rodeaban la ciudad.
La huida, en cualquier caso, dependía también de una actitud receptora en el lugar de destino, donde veían a los huidos como elemento potencial de diseminación de la epidemia. Además de requerir recursos para la supervivencia fuera del hogar, lo que implica una clara diferencia social, cuestionando la asentada idea igualatoria de la peste.
4.2. El aislamiento
Si la llegada de la peste era advertida con tiempo, aislarse completamente dentro de la ciudad era una estrategia válida pero sacrificada. Solo era útil en plazos cortos, pues el hambre y los problemas relacionados con el hacinamiento -al aumentar el número de vecinos al resguardo de las murallas-, resultaban claros favorecedores de la propagación de la peste si alcanzaba a iniciarse dentro de sus muros. En 1565 el hambre terminó imponiéndose al aislamiento y en 1597-98, aunque fue eficaz, al final la peste logró atravesar sus muros y devastó a una población desnutrida y hacinada que, tal vez, hubiera afrontado con mayor fortuna la peste uno o dos años antes.
La epidemia de 1598-1601 es prolija en detalles sobre los pormenores del aislamiento y la complejidad de su estricto cumplimiento[51]. Comenzó en enero de 1597, con la peste aún en la costa cantábrica, tomando precauciones sobre personas y mercancías que pudieran provenir de aquellas zonas. Creciendo las ordenanzas anunciadoras de un aislamiento estricto según se van teniendo noticias de peste en poblaciones más cercanas, villas con las que se corta todo trato comercial y a las que se deniega ayuda que solicitan[52]. Con mucha dificultad se hace acopio de alimentos poco perecederos y finalmente se anuncia el cierre de la ciudad.
Se comenzó con el cierre de la mayor parte de las puertas, dejando solo tres abiertas durante el día bajo el control de guardas, de forma que se pudiera mantener la labranza de las huertas extramuros, la alimentación del ganado y el comercio con zonas supuestamente libres aún de la peste. De forma pareja, se manda salir a todos los foráneos y se ordena a la población de la ciudad y sus aldeas que no acojan a extraños ni que viajen a pueblos infectados, dando una lista de localidades. La infracción de tales ordenanzas salpica diferentes actas, anunciándose multas diversas al tiempo que se incrementan las medidas de control en los accesos. De especial preocupación son las aberturas que, desde viviendas adosadas a la muralla, se habían ido haciendo a lo largo de los años para ganar luminosidad o para acceder al exterior de la ciudad con mayor comodidad o secreto, así como zonas en que es atravesada por los ríos, de forma que se procede a tapiar todos los accesos particulares hechos en la muralla y se bloquean con traviesas los pasos de agua. También se construyen parapetos sobre las puertas cerradas para impedir su franqueo y garitas en las abiertas para dar comodidad a los vigías.
Finalmente, con la peste en poblaciones a una jornada de camino se ordena el cierre total de las puertas. Consta que se autoriza la entrada de quienes viven en los arrabales extramuros, pero nada se dice de los habitantes de sus aldeas, quienes carecen de murallas que las aíslen.
El aislamiento, al contrario de la huida que dependía de la acogida de terceros, implicaba el rechazo de toda presencia externa, en una manifiesta insolidaridad que evidencia el grado de terror que sufrieron aquellas gentes.
4.3. La información
Huir o aislarse eran respuestas vitales que requerían de anticipación para ser realmente útiles, y eso era algo difícil de alcanzar en tiempos históricos cuando las informaciones podían circular más lentas que la propia peste o, a menudo, viajar conjuntamente a lomos de emisarios, comerciantes, vagabundos o directamente huidos.
El patrón de actuación en Vitoria habla de una acción individual de la ciudad en la búsqueda de informaciones, enviando espías a diferentes lugares donde se decía que había peste[53], de manera que pudieran tomarse medidas trascendentales como prohibir el intercambio de mercancías y personas con aquellos lugares infectados, o cerciorarse de cuán lejos o cerca se encontraba la amenaza de la peste para decidir cerrar la ciudad a todo y todos. Al mismo tiempo, la repercusión sobre el abastecimiento necesario podía ser tan grande que hallar lugares libres de peste y dispuestos a vender alimentos era tanto o más importante que conocer los pueblos apestados.
La acción de espionaje era recíproca, pues otras localidades hacían lo propio con Vitoria[54]. La necesidad de información fehaciente no solo se debía a la lentitud de los caminos, sino también al ocultamiento interesado de las poblaciones para evitar su desabastecimiento o a las diferentes percepciones del peligro. Un ejemplo claro se dio cuando Treviño puso en su lista negra a Vitoria[55] en agosto de 1598 al aparecer casos en las aldeas vitorianas. La ciudad cerrada a cal y canto y sin casos de peste intramuros protestó airadamente y mandó emisarios a proclamar la salud de la urbe, pues la palabra de Treviño se extendería por todo el territorio condenando a Vitoria a la autarquía. Las dos partes tenían razones suficientes desde sus propias necesidades para dudar de los actos de otro, resultando evidente que la difamación pudo ser también una poderosa arma entre villas rivales.

4.4. La respuesta sanitaria y espiritual
La peste, en cuanto enfermedad, era subsidiara de tratamiento y este respondía a una imbricada relación entre el cuerpo y alma que requería de una terapéutica conjunta médica y sacerdotal. Además, la muerte, omnipresente durante las epidemias, era todavía un terreno de casi monopolio religioso.
Dicho esto, llama la atención en la documentación vitoriana que la respuesta sanitaria sí aparece junto al enfermo de peste pero no la sacerdotal, cuya acción queda relegada a las manifestaciones públicas procesionales[56].
La ciudad contaba con profesionales sanitarios contratados por el municipio y otros que desarrollaban su labor de manera liberal. De los primeros, Vitoria tuvo contratados generalmente dos médicos -no habiendo más en la ciudad- y otros dos cirujanos menores o barberos cirujanos -documentándose varios más ajenos al contrato municipal entre cirujanos, barberos, sangradores y aprendices-, además de dos matrimonios hospitaleros para atender los hospitales de patronato municipal (San María y Santiago). Otras labores higiénico-sanitarias, como los enterramientos o la limpieza urbana, dependían de las vecindades y del alcalde de basuras. La Iglesia, por su parte, disponía de una amplia plantilla distribuida entre las cinco parroquias intramuros más al menos una en cada aldea, amén de varias capillas, ermitas y la numerosa vida conventual tanto masculina como femenina.
Al menos en la epidemia de 1519 y en la de 1598-1601 consta una acción premeditada del ayuntamiento para ordenar la asistencia sanitaria frente a la peste. En la primera se reúne al conjunto de profesionales titulados de la ciudad para acordar una respuesta conjunta y ordenada que, afortunadamente parece que no debió ser muy necesaria. En la segunda, la previsión de un aislamiento de la ciudad lleva a que la primera medida fuera prohibirles expresamente que abandonen la ciudad, requiriéndoles para que estuvieran disponibles en todo momento[57]. En este caso, ante la posterior demanda de ayuda por parte de las aldeas apestadas, Vitoria les concede un único barbero-cirujano para que les asista, reservándose el resto dentro de la ciudad. La asistencia se hizo aislando separadamente a enfermos de sospechosos y convalecientes en diversas ermitas alejadas de la ciudad. Distribución asistencial que se mantuvo cuando posteriormente la peste logró entrar en la propia ciudad.
De los tratamientos que utilizaron aquellos profesionales poco sabemos más allá de la cita a la sangría de los bubones y a un alto gasto en farmacia que no se concreta, pero que por otras fuentes debieron consistir en analgésicos, purgantes y eméticos[58]. La búsqueda de remedios eficaces llevó a diversos encuentros profesionales, al menos documentados con un médico de la universitaria Oñati y un cirujano de Miranda de Ebro[59], para aprender de su experiencia, sin que sepamos del resultado de tales intercambios.
En su acción quedan documentadas numerosas bajas por peste y la enorme dificultad para contratar a nuevos profesionales, debiendo ofrecer cifras astronómicas para hacerse con alguno.
Igual de dificultoso fue siempre encontrar a alguien capaz de atender en los cuidados básicos a aquellos enfermos y en los enterramientos. En 1519 se acordó situar a un barbero como encargado de las “cosas contagiosas” y enfermos, pero la epidemia no se acercó a la catástrofe de 1599, en la que se hubo de buscar entre los supervivientes de la peste en Lekeitio a dos hombres y dos mujeres para que se ocuparan de asistir a los apestados y de darles entierro, además de atender los locales utilizados como lazaretos.
Por su parte, la acción religiosa, como se ha dicho, aparece circunscrita a las rogativas, procesiones y Te Deum. De estas procesiones, llama la atención por exigente la aparecida en la epidemia de 1504 hasta Aránzazu. También habrá de reseñarse que, en medio del terror de la epidemia Atlántica, se ordenó la obligatoriedad de asistir a la procesión de San Roque a todos los vitorianos, bajo pena de 5.000 maravedíes, culpabilizando de la persistencia de la enfermedad a la falta de arrepentimiento sincero.
4.5. El orden interno
Administrar la ciudad bajo la amenaza o la acción de la peste fue sin duda de una complejidad difícil de imaginar. Las actas municipales recogen varios puntos de interés al respecto.
- Control de accesos. Fue la preocupación inicial en buena parte de las epidemias, comenzándose con un cierre parcial de puertas mientras las informaciones situaban la peste a más de una jornada, para pasar al cierre total en cuanto se pasaba esa barrera en torno a una etapa de camino de los arrieros. El cierre parcial obligaba a personas y mercancías a entrar y salir por accesos controlados de tal manera que se evitara tanto la fuga de abastecimientos como la entrada de productos y personas procedentes de lugares sospechosos de estar apestados. A su vez obligaba a quienes llegaban a certificar su procedencia mediante cédulas expedidas por las autoridades de donde partían y a que los guardas de las puertas supieran leerlas[60], reduciéndose el número de vecinos posibles que se veían obligados a abandonar sus quehaceres para velar las puertas abiertas sin más comodidad que un parapeto improvisado y el calor de una hoguera.
En cuanto que el cierre afectaba directamente al abastecimiento y a la libertad de movimientos, se denunciaron frecuentemente elusiones del control e incluso venta ilegal de grano[61], lo que llevaba al ayuntamiento a extremar las medidas del control de accesos. La reparación de la muralla y el cierre de aberturas y vanos en la misma es recurrente, como lo fueron las advertencias a las casas y conventos adosados a la misma para que no acogieran a huidos de zonas apestadas.
- Medidas de higiene pública. Las ordenanzas de 1487 recogen una extensa articulación sobre higiene pública que se acompañará posteriormente de la creación de la figura de “alcalde de basuras”[62], además de acompañarse de la configuración de las vecindades como organización básica del orden interno. Cada una de las amenazas epidémicas posteriores se acompañó siempre de un recordatorio de dicho ordenamiento y la advertencia de diferentes multas por su incumplimiento. Junto a ello, se procedía a actualizar con urgencia todas cuantas tareas de mantenimiento de las infraestructuras se habían ido desatendiendo, con especial atención a los caños de desechos de las viviendas que estaban deteriorados o a cielo abierto, procediéndose a sanearlos o cubrirlos a fin de que no infestaran la atmósfera con sus emanaciones. Dentro de la concepción miasmática del momento, también fue recurrente la quema de maderas aromáticas en calles y plazas.
- Abastecimiento. Si el aislamiento era la única medida eficaz frente a la peste, este dependía proporcionalmente del abastecimiento logrado, lo que resultaba difícil cuando, como se ha señalado, prácticamente la totalidad de las epidemias de peste coincidieron con épocas de malas cosechas. Además, si el aislamiento ya aflora la insolidaridad entre las villas, los problemas relacionados con el abastecimiento evidencian claramente la cruel deshumanización alcanzada.
Si el episodio de 1504, donde se acusa a un grupo de huidos de llevarse todo el trigo de la ciudad resulta paradigmático de esa deshumanización, los sucesos de 1598-99 no se quedan atrás. Antes de la llegada de la epidemia, el ayuntamiento se esforzó en atesorar grano para hacer frente al aislamiento; sin embargo, se denuncia que algunos vecinos lo adquirían en la alhóndiga no para su consumo, sino para revenderlo a foráneos especulando con un bien que, a su vez, el municipio niega a villas apestadas que suplican una ayuda[63]. En cuanto la peste cerca Vitoria, a pesar de seguir incólume intramuros, son numerosas las villas que prohíben vender a los vitorianos o impiden el paso de sus arrieros. Y, cuando consiguieron adquirir algo de trigo, les vetaron en los molinos obligándoles a comprar pan elaborado.
- Aislamiento de enfermos. La concepción médica de la peste como epidémica y contagiosa[64] favoreció la separación de las personas sanas de las enfermas, y estas de las convalecientes en distintos emplazamientos fuera de los muros de la ciudad, fundamentalmente en ermitas.
El sistema debía empezar por una sospecha temprana de enfermedad, de cuya vigilancia se encargaba a los mayorales de las vecindades, a la que suponemos seguía algún diagnóstico profesional que no se documenta. De confirmarse la sospecha, enfermo y convivientes -que constituían un todo- eran obligados a salir de la ciudad y recluirse en los lugares indicados según padecieran o no estigmas de la enfermedad, donde permanecerían hasta su muerte o, caso de curar, se reubicaban en otro lazareto para convalecientes en cuarentena.
En la epidemia de finales del siglo XVI, mientras la ciudad estuvo libre de enfermedad se utilizó este sistema para asistir a los afectados de las aldeas, destinándose para su asistencia a un único barbero-cirujano, Francisco de Herrera, que hubo de vivir sin poder volver a la ciudad ni atender a sus clientes de ella hasta pasada una cuarentena tras la finalización de la epidemia. Cuando la ciudad sucumbió, el grueso de los profesionales sanitarios, con contrato municipal o sin él[65], hubieron de repartirse la ingente labor entre la ciudad y los distintos lazaretos.
- Enterramientos. Es uno de los elementos principales para entender el impacto mental de la peste y la cohibición del miedo, pues el ritual de la muerte representaba la clave para la vida eterna. Los enterramientos documentados señalan al prado de Armentia (1519) y al Campo de los Palacios (1598-99) como zonas de improvisada inhumación; fuera por tanto de iglesias u otras construcciones religiosas.
Ya se ha señalado que no se documenta la acción del viático o la extremaunción, pero probablemente se mantuvo el ritual en algunos casos o se impuso alternativas de menor riesgo de contagio.
Finalmente, ha de resaltarse que mientras en 1504-5 y 1519 se logra elegir a vecinos para esa tarea, en 1598-99 fue imposible, habiéndose de contratar a supervivientes de una localidad arrasada por la peste, como fue Lekeitio, para esa labor.
5. Consideraciones finales
En las páginas anteriores se ha tratado de condensar los principales acontecimientos conocidos en relación al conjunto de epidemias pestíferas documentadas en Vitoria desde una óptica tradicional de las Humanidades, pero dirigiéndose a un colectivo heterogéneo de científicos que, al someter en sus laboratorios un molar de alguno de aquellos apestados vitorianos del XIV o del XVI a los procesos físico-químicos y de análisis computacional, desea dotar a su trabajo de la transcendencia que aporta el conocimiento de los hechos pasados y el reconocimiento de su valor humano, social y cultural.
Probablemente con sus hallazgos podamos enriquecer el relato aquí expuesto con causalidades ignoradas (valga la referencia del inicio de peste en el Bronce alavés, desbarajustando todas las creencias sobre orígenes endémicos o importados), pero los hechos expuestos tienen ya la solidez de una documentación consistente aunque escasa y en poco afectarán a las consecuencias vividas por nuestros antepasados.
De estas últimas se ha incidido más en el impacto demográfico que en el mental, apenas apuntado por afán de ceñirse al documento y no a su interpretación. Así que para finalizar proponemos la afirmación de Delumeau, en su argumentación sobre el papel del miedo como vertebrador de la Historia, de que “la peste fue la desgracia más grande que afectó a las poblaciones del Antiguo Régimen y ella representaba el miedo máximo”[66].
[1], B.V. Schmid et al: “Climate-driven introduction of the Black Death and successive plague reintroductions into Europe”, Proc Natl Acad Sci USA, 10, 2015, pp. 3020-3025 (doi: 10.1073/pnas.1412887112).
[2] Aida Andrades Valtueña et al: “The stone age plague and its persistence in Eurasia”, Current biology, 23, 2017, pp. 3683-3691. e8 (doi: 10.1016/j.cub.2017.10.025).
[3] Javier Fernández Eraso: “Arqueología”, en Universidad del País Vasco: La peste, una visión multidisciplinar, UPV/EHU, 2018 (https://ehutb.ehu.es/video/5bfd6273f82b2b302e8b4848).
[4] Un acercamiento a las publicaciones sobre la peste en el País Vasco puede verse en Antonio Carreras Panchón: “Sociedad y Enfermedad: la Peste”, Cuadernos de Sección. Ciencias Médicas 2, 1992, pp. 99-109.
[5] Ernesto García Fernández: “La vida política y financiera de Vitoria a partir de las cuentas municipales de fines de la Edad Media, Stud. hist., H.ª mediev., 30, 2012, pp. 99-127.
[6] Saturnino Ruiz de Loizaga: La Peste en los Reinos Peninsulares. Según Documentación del Archivo Vaticano (1348-1460), Bilbao, Museo Vasco de Historia de la Medicina y la Ciencia, 2009.
-“La peste negra en la Península Ibérica: alusiones, evocaciones, recurrencias (siglo XV) según documentación del Archivo Vaticano”, Scriptorium Victoriense, 57, 2010, pp. 403-423.
[7] César González Mínguez, Bazán Díaz, Iñaki: “La medicina en la Álava medieval. Entre la metafísica y la superstición”, en P.M. Ramos Calvo (dir.): Historia de la medicina en Álava, Vitoria, Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, 1997, pp. 79-164.
[8] Rosario Porres Marijuán: “Vitoria ante la crisis del último cuarto del siglo XVI”, Vasconia: Cuadernos de historia - geografía, 4, 1984, pp. 75-96.
-“1599: el año que trajo la peste a Vitoria”, Gaceta Municipal de Vitoria-Gasteiz, 69, 1996, pp. 14-15.
[9] Antonio Bombín Pérez, Rosario Porres Marijúan, Iñaki Reguera Acedo: “Medicina en Álava durante la edad Moderna”, en P.M. Ramos Calvo (dir.): Historia de la medicina en Álava, Vitoria, Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, 1997, pp. 165-212.
[10] José Rodríguez: “Un episodio de peste en la Vitoria de finales del siglo XVI”, Avnia, 30, 2010, pp. 5-28.
[11] Manuel Ferreiro-Ardións, Manuel, Juan Lezaun-Valdubieco: “La enfermería en las epidemias de Peste del Siglo XVI en Vitoria”, en: Actas del III congreso internacional y VIII congreso nacional de Historia de la Enfermería, Zaragoza, Diputación Provincial de Zaragoza, 2005, pp. 153-164.
-Maese Francisco de Herrera, un barbero-cirujano en la peste de 1599 en Vitoria, Colegio Oficial de Enfermería de Álava, 2017.
[12] Especialmente de interés para la peste atlántica de finales del XVI son las alusiones a Vitoria de José Antonio Azpiazu Elorza: Esa enfermedad tan negra: la peste que asoló Euskal Herria (1597-1600), Donostia, Ttarttalo, 2011. Más contextuales y de importancia para Álava son los de Peio Joseba Monteano Sorbet: La ira de Dios. Los navarros en la Era de la Peste (1348-1723), Pamplona-Iruña, Pamiela, 2002. Y, “La Peste Negra en Navarra. La catástrofe demográfica de 1347-1349”, Príncipe de Viana, 222, 2001, pp. 87-120.
[13] Esencialmente artículos en prensa, cabría señalar el trabajo pendiente de publicación de Zoilo Calleja Ansótegui sobre la peste en Rioja Alavesa.
[14] Marginando otros textos a citas concretas, la bibliografía general empleada en este epígrafe de contextualización es:
Armando Llanos Ortiz de Landaluce (dir.): Álava en sus manos vol. 3, Vitoria, Caja Provincial de Álava-Arabako kutxa, 1983. José Ramón Díaz de Durana: Vitoria a fines de la Edad Media. 1428-1476, Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1984. José María Imizcoz Beunza et al: La vida cotidiana en Vitoria en la Edad Moderna y Contemporánea, San Sebastián, Txertoa, 1995. José María Imizcoz Beunza, Paloma Manzanos Arreal: Historia de Vitoria, San Sebastián, Txertoa, 1997. Antonio Rivera Blanco (dir.): Historia de Álava, San Sebastián, Nerea, 2003. Ernesto García Fernández: Gobernar la ciudad en la Edad Media, Vitoria, Diputación Foral de Álava, 2004. Ernesto García Fernández (coord.): Bilbao, Vitoria y San Sebastián: espacios para mercaderes, clérigos y gobernantes en el Medievo y la Modernidad, Bilbao, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco, 2005.
[15] Rosario Porres Marijuán (dir.): Vitoria, una ciudad de "ciudades": (una visión del mundo urbano del País Vasco durante el Antiguo Régimen), Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, 1999.
[16] Fray Juan de Victoria en 1591 escribe refiriéndose al año 1423 que “de diez mil vecinos que tenía los años antes no tenía cuatrocientos”. José Luis Vidaurrázaga e Inchausti: Nobiliario Alavés de Fray Juan de Victoria. Siglo XVI, Bilbao, Editorial la Gran Enciclopedia Vasca, 1975, p.39.
[17] Araceli Celigüeta Crespo et al: Vitoria-Gasteiz. Población: Evolución y movimientos migratorios, Vitoria, Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, 1994.
Ikerketak: “Aproximación a la demografía alavesa: la población de Vitoria (1680-1830)”, en: La formación de Álava. 650 Aniversario del Pacto de Arriaga (1332-1982), Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1985, pp. 963-999.
[18] Vidaurrázaga: Nobiliario, p.39.
[19] El vínculo entre peste y clima no es nuevo. En buena parte de los trabajos sobre la peste puede apreciarse la documentación de fenómenos meteorológicos adversos con antelación o en el contexto epidémico, explicativos a su vez de las malas cosechas, la hambruna subsiguiente y la susceptibilidad inmunitaria asociada. La diferencia estriba en que los trabajos del pasado hacían una referencia local basada en el testimonio documental o, a lo sumo una asociación con lo descrito para otros espacios, mientras que hoy la paleoclimatología ha demostrado unos cambios globales en el clima mundial, con variadas repercusiones regionales en los siglos coincidentes con la peste.
[20] Jorge Olcina Cantos, Javier Martín Vide: La influencia del clima en la Historia, Madrid, Arco Libros, 1999.
[21] Brian Fagan: La Pequeña Edad de Hielo. Cómo el clima afectó a la historia de Europa, Barcelona, Gedisa, 2008.
[22] Una excelente condensación crítica puede verse en Vicente Pérez Moreda: “Alimentación, desnutrición y crecimiento económico. Reflexiones sobre la obra: El hambre en la historia”, Agricultura y Sociedad, 61, 1991, pp. 207-222.
[23] Al respecto, existe una importante discrepancia entre el ocasional consumo cárnico estimado por Emiliano Fernández de Pinedo Fernández: Crecimiento económico y transformaciones sociales del País Vasco (1100-1850)”, Madrid, Siglo XXI, 1974, y la afirmación “el vitoriano era, en la medida de lo posible, consumidor de carne” de Rosario Porres Marijuán: “Alimentación y abastecimiento en Vitoria (siglos XVI-XVIII)”, en Imizcoz: vida, p.247.
[24] González: “Medicina”, p.130-131. Ferreiro: Maese, p.78, 91 y 100.
[25] Schmid: “Climate”, p.3020-3025.
[26] Monteano: “Peste”, p.104-105.
[27] Marcelo Núñez de Cepeda y Ortega: Hospitales Vitorianos. El santuario de la Sma. Virgen de Estíbaliz, Imprenta del Monasterio de El Escorial, 1931, p. 50.
[28] Y más probablemente por la tuberculosis, según Arno Karlen: Man and Microbes: Disease and Plagues in History and Modern Times, New York, Simon and Schuster, 1995.
[29] Bilbao y Fernández de Pinedo contabilizan en 1350 en Laguardia un cuarto de los fuegos a nombre de mujeres, una proporción inusual y elevada que se explicaría por la viudez provocada por la peste. Luis María Bilbao, Emiliano Fernández de Pinedo: “En torno al problema del poblamiento y la población del País Vasco en la Edad Media”, en Manuel Gutiérrez et al (coord.), Homenaje a Julio Caro Baroja, 1978, p. 154.
[30] González: “Medicina”, p.110.
[31] Julio Valdeón: “La muerte negra en la Península”, Cuadernos de Historia 16, 56, 1980, pp. 60-66.
[32] García: “Vida”, p.104.
[33] La principal muestra sería la creación de la Hermandad de Álava el año anterior venciendo la oposición de la nobleza señorial, cuyos caballeros cercaron la ciudad el mismo año 1464. Y otra, la participación de milicias concejiles vitorianas en la guerra que los reyes castellanos mantuvieron con los navarros desde 1461.
[34] García: “Vida”, p.104-105.
[35] González: “Medicina”, p.135.
[36] Ferreiro: “Enfermería”, p.160.
[37] Antonio Bombín Pérez: “Las Juntas Generales de Álava en la Edad Moderna”, en: César González Mínguez (coord.), Juntas Generales de Álava, Vitoria, p. 50.
[38] Emilio Enciso Viana: Laguardia en el siglo XVI, Vitoria, Diputación Foral de Álava, Consejo de Cultura, 1959.
[39] Núñez: Hospitales, p.509.
[40] Juntas Generales de Álava: Actas de las Juntas Generales de Álava, 1502-1800 [Cd-multimedia], Vitoria-Gasteiz, Juntas Generales de Álava, 1997.
[41] Imizcoz: Historia, p.52.
[42] Porres: “Vitoria”, p.78. Celigüeta: Vitoria, señala 4.300. Ambos, 1.248 vecinos.
[43] Porres: “1599”, p.15.
[44] Rodríguez: “Episodio”, p.12-15.
[45] Ferreiro: Maese, p.53.
[46] Emilio Enciso Viana: “Un noticiario del siglo XVI”, Boletín de la Institución Sancho el Sabio, 11, 1967, pp. 97-132.
[47] Porres: “1599”, p.15. Para 1584, Fray Juan refiere no llegar a mil vecinos (Vidauzárraga: Nobiliario, p.41).
[48] Porres: “Vitoria”, p.78.
[49] Jon Arrizabalaga Valbuena: “La Peste Negra de 1348: los orígenes de la construcción como enfermedad de una calamidad social”, Dynamis, 11, 1991, p.116.
[50] Carreras: “Sociedad”, p.107.
[51] Rodríguez: “episodio”, resulta especialmente gráfico al respecto.
[52] Azpiazu: Enfermedad, detalla de manera flagrante el caso de las demandas de Oñati.
[53] Porres: “Vitoria”, p.86.
[54] Azpiazu: Enfermedad, p.92.
[55] Rodriguez: “Episodio”, p.18.
[56] Ferreiro: Maese, p.126.
[57] Los sanitarios contratados con el municipio ya tenían esa obligación por contrato, no así quienes ejercían liberalmente.
[58] Bombín: “Medicina”, p.184 y ss.
[59] Ferreiro: Maese, p. 66 y 99.
[60] Una instrucción para los guardas de 1647 puede verse en Bombín: “Medicina”, p.195.
[61] Porres: “Vitoria”, p.85.
[62] Sobre esta figura, González: “Medicina”, p.124-5.
[63] La cuestión del grano es analizada pormenorizadamente por Porres: “Vitoria”, p.83 y ss.
[64] Arrizabalaga: “Peste”, p.116.
[65] Puede profundizarse en ello en Ferreiro: Maese.
[66] Jean Delumeau: “Miedos de ayer y hoy”, en Delumeau, J. et al: El miedo, reflexiones sobre su dimensión social y cultural, Medellín, Corporación Región, 2002. p.15.