El viaje de circunnavegación de la tierra ha quedado vinculado en nuestro imaginario a un cuadro -El regreso de Juan Sebastián Elcano a Sevilla- de Elías Salaverría. Este pintó en 1919 a los 18 circunnavegantes supervivientes con aspecto cadavérico descendiendo de la Victoria en el puerto de las Muelas. Habían pasado tres años desde la partida y nadie los esperaba ya. Fueron acogidos como héroes; sus contemporáneos, el Rey incluido, escucharon embelesados los relatos orales y –quienes sabían- leyeron los escritos. Una aventura épica, una hazaña naval insuperable y la constatación de que habían salido y regresado al mismo puerto navegando al oeste. Sevilla adquiría así una nueva aureola legendaria, que consolidaba su protagonismo en las expediciones y negocios ultramarinos. Como si de una representación teatral se tratase, la ciudad del Guadalquivir había sido el escenario del desenlace, pero en la tramoya, en el patio de butacas y en la compañía teatral había otro elenco, una galería de audaces de los que poca gente ha oído hablar.
Probablemente, los observadores de lo que ocurrió en el puerto los días siguientes no repararon en un burgalés llamado Diego Díaz que, junto a algunos extranjeros, se presentaron como factores para recoger su parte en el fabuloso cargamento de clavo. Díaz representaba a Cristóbal de Haro, quien supo a la vez que Elcano lo había conseguido, y que “lo del Maluco ha salido”. Mandó un correo avisando al Consulado del Mar de Burgos, una asociación de mercaderes institucionalizada en 1494, de que el negocio especiero había resultado muy beneficioso; además, desde ese momento quedaba definitivamente establecida la prometida Casa de la Contratación de la Especiería en la Coruña, y se activaron su nombramiento como factor de la misma y el monopolio de diez años para el grupo de Burgos. Después de todo, ellos habían tenido la iniciativa, habían gestionado políticamente y en buena parte financiado lo que empezó siendo el viaje de Fernando Magallanes y Juan de Cartagena a las Molucas.
Treinta años antes, en 1492, los Reyes Isabel y Fernando confiaron el primer intento de llegar a la Especiería a la sociedad Cristóbal Colón-hermanos Pinzón. Fue un éxito-fracaso suficientemente sugerente como para ocupar a la Corona de Castilla en viajes, exploraciones y descubrimientos durante tres décadas. En todos ellos había nostalgia de aquel lejano y todavía inaccesible continente, Asia, que tantas riquezas tenía en su haber. En el segundo viaje del Almirante don Cristóbal ya hubo intervención de burgaleses y vascos: Bernardino de Lerma, Jimeno de Briviesca, García de Cotes, los Arbolancha y los Artieta. Burgaleses y vascos fueron los oficiales de la Casa de la Contratación de Sevilla y su entorno de gestión, salvo Francisco Pinelo, entre 1503 y 1524: Matienzo, Briviesca, López de Recalde, Aranda, Ochandiano, Ysasaga. Desde Burgos, en 1506, intentó Felipe el Hermoso impulsar un viaje pendiente a la Especiería. Mientras los oficiales de la casa sevillana trataban de retrasarlo, la muerte acabó de un golpe con la ambición del Rey y la preocupación de los burgaleses: la especiería no iba a ir a parar a manos de flamencos y borgoñones.
Escudo de armas de Cristóbal de Haro en su monumento funerario. Iglesia Parroquial
de san Lesmes de Burgos.[1].
Mientras algunos pensaban en América otros no se olvidaban de las islas Molucas. Desde Bilbao, en 1510, un grupo de mercaderes burgaleses y vascos había escrito al Rey de Portugal: querían entrar en el negocio de explotación directa de la pimienta a pie de factoría, y no limitarse a comprar y vender. De hecho, algunos vivían en Lisboa y compraban allí grandes cantidades con las que luego especulaban. Otros, como Alonso de Salamanca, se instalaron en Goa, capital pimentera en 1512. Sin embargo, el despegue de la estrategia que originará el viaje exitoso de 1519-22 comenzó en Burgos, en 1508. El Rey Fernando instaló su corte en la Cabeza de Castilla a su regreso de Nápoles. Había que pelear contra los franceses, continuar la expansión americana y seguir buscando el paso hacia Asia. Todo eso requería hombres y recursos. Los mercaderes burgaleses empezaron a prestar dinero a la Corona para las urgencias reales, a proveer gastos de la casa del Rey. Al principio miles de maravedíes, luego de ducados. Un gran empréstito -14.000 ducados- que don Fernando no pudo devolver en dinero, pero sí en facilidades: factores en la Española para los mercaderes burgaleses; nombramientos como oficiales reales en las cuatro Antillas desde 1511 para las familias mercantiles Mazuelo, Matienzo, Carrión, Lerma, Castro y –como no podía ser menos, Haro.
Los tres hermanos Cristóbal, Diego y Rodrigo de Haro, burgaleses y conversos, fueron mercaderes. Diego y Rodrigo se asentaron en Amberes, mientras Cristóbal trasegó por Lisboa, Sevilla, Valladolid, Burgos, o donde estuvieran la Corte o el negocio. Hilario Casado pondera su actividad mercantil y su red de contactos. El eje central de su comercio especiero era la sucursal de Lisboa regentada por Cristóbal de Haro. En Lisboa, Haro conoció a Hernando de Magallanes. Ambos, disgustados con el rey portugués, decidieron pasar a Castilla y acometer la empresa pendiente: llegar a las Molucas por occidente. Magallanes buscó ayuda en la Casa de la Contratación de Sevilla, donde le atendió el burgalés Juan de Aranda. Luego acudió a Valladolid donde firmó la capitulación, en marzo de 1518. La última parte de la estrategia burgalesa para hacerse con el viaje corrió a cargo del obispo de Burgos, Juan de Fonseca, en la corte. Apoyó la viabilidad del proyecto, logró que Juan de Cartagena, burgalés, ocupara el lugar de persona conjunta de Magallanes en la empresa, apartó a Ruy Faleiro, e introdujo a los mercaderes burgaleses en calidad de inversores privados. Por su parte la Corona se comprometió a nombrar a Haro factor de la Casa de la Contratación de la Especiería.
Cristóbal de Haro aportó en este viaje 1.880.000 maravedíes, y la Corona el resto hasta 8. 700.000. Como factor de la Casa organizó los viajes de Gil González Dávila, Loaysa-Elcano y Diego García de Moguer; la suma final que invirtió en los intentos especieros, incluido el exitoso viaje que Elcano convirtió en la primera circunnavegación, ascendió a los 9.375.000 maravedís. Financiaba con el aval de los Fugger y los Welser, con los fondos recaudados de la Bula de Cruzada que se centralizaban en Burgos, y con algunos otros inversores menores, que no pequeños, de su entorno. Cristóbal de Haro nunca recuperó todo lo invertido, pero le cupo la gloria de haber sido junto a Fonseca armador de la expedición que demostró que la tierra es esférica. Además, recibió un escudo de armas en el que figuran las Columnas de Hércules con el lema Plus ultra, las cinco naves, las especias y otros motivos que ensalzan su fama. Otra cuestión es que a día de hoy es preciso hacerle recuperar el lugar que le corresponde junto a Elcano en el imaginario colectivo.
[1] Fotografía realizada por Susana Santamaría para la exposición Burgos, legua cero del viaje de Magallanes-Elcano. Cortesía de la Fundación VIII Centenario de la Catedral de Burgos.