
Gaiak
A propósito de la crisis del coronavirus: Algunas ideas para revisar el papel del envejecimiento en sociedades longevas
La actual crisis del coronavirus y sus consecuencias nos está planteando nuevos desafíos como sociedad, entre ellos y de modo especial el modo en el que venimos afrontando las consecuencias del envejecimiento.
El acceso a recursos de salud especializados, la muerte en condiciones dignas, las residencias para personas mayores, los cuidados y quienes los prestan, las consecuencias del confinamiento y los derechos de las personas son algunos de los titulares que nos deja esta crisis.
Todo ello pone de manifiesto la necesidad de revisar la atención que merece el envejecimiento en nuestra sociedad, y en particular la atención a las personas mayores más frágiles.
Vivimos en sociedades longevas. Vivir más años es, sin lugar a dudas, un motivo de celebración. Lo que el gerontólogo Alex Kalache denomina “la revolución de la longevidad”. Un fenómeno que nos conduce a repensar la organización social en su conjunto.
Envejecer, por otro lado, constituye un proceso extraordinariamente complejo en el que concurren distintos factores: biológicos, características personales y también aspectos sociales. La interacción de todos ellos es la simiente que alumbra una de las características primordiales de las personas que envejecen: su heterogeneidad.
La investigación en gerontología de las últimas décadas ha puesto de manifiesto que envejecer es un proceso acompañado de pérdidas, pero también ganancias. Y en el que, en cualquier caso, los factores que dependen de la persona y de su entorno juegan un papel clave para mantener la independencia, la autonomía y el bienestar personal.

La investigación en gerontología de las últimas décadas ha puesto de manifiesto que envejecer es un proceso acompañado de pérdidas, pero también ganancias.
El seguimiento y un mínimo análisis de cada una de las repercusiones del impacto del covid19 en las personas de más edad, nos lleva a pensar que estamos tratando sus consecuencias sin atender a la extraordinaria riqueza y diversidad de esta parte de la población. Una receta única para un perfil complejo y singular.
Es más, en estos días estamos siendo testigos de cómo vuelven a manifestarse determinados comportamientos, expresiones y opiniones en las que las personas mayores son objeto de diversas formas de discriminación asociada a la edad. Declaraciones y/o decisiones basadas en patrones culturales “edadistas” que refuerzan estereotipos basados en una caracterización homogénea y deficitaria de la vejez.
Buena muestra de ello son el papel de la edad en el triaje para el acceso a las unidades de cuidados intensivos, las decisiones en relación con la desescalada de las personas mayores, la salida del confinamiento de las personas de residencia, la atención en los últimos momentos de la vida, etc.
Respondiendo a todo ello, muy diversas organizaciones científicas, sociales y profesionales (HelpAge, la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, CEOMA, entre otras) han evidenciado a través de diversos documentos la necesidad erradicar la discriminación asociada a la edad y avanzar hacia una construcción social de la vejez acorde a los derechos, las características y necesidades de las personas.
Ligado a lo anterior y, vistas las repercusiones derivadas de esta pandemia para las personas de edad con más necesidad de apoyos, especialmente aquellas que viven en residencias, se antoja inexcusable una revisión completa de nuestro actual modelo de cuidados de larga duración.
Las evidencias son concluyentes desde hace tiempo a este respecto. Cuando sondeamos a las personas por el lugar donde desearían vivir su vejez afloran dos grandes consensos:
El primero es que las personas no quieren vivir en una residencia, al menos no en las que ellas se imaginan. Un rechazo que persiste incluso ante el hipotético caso de no poder envejecer de manera autónoma e independiente.
El segundo sería la preferencia por el hogar. La casa es el lugar elegido para vivir en, especial cuando envejecemos y necesitamos apoyos. Un espacio reconocible, propio, lleno de recuerdos e historias que conforman una vida.

La casa es el lugar elegido para vivir en, especial cuando envejecemos y necesitamos apoyos.
Resulta pues imprescindible avanzar desde modelos institucionales y asistenciales a otros que diseñen espacios confortables, significativos y seguros, tanto desde la perspectiva del bienestar como de los cuidados. No se trata de sanitarizar las residencias sino de transformarlas -de reconvertirlas, en el caso de las existentes, y de diseñarlas, en el caso de las futuras-, de modo que se ajusten a los deseos de los ciudadanos para poder vivir “como en casa”, cuando no sea posible hacerlo en el lugar en el que se ha vivido toda la vida.
Más de mil personas: expertos en envejecimiento y de otras disciplinas, profesionales, y ciudadanos han apoyado el documento “Ante la crisis del Covid19: Una oportunidad de un mundo mejor”. En este texto se aboga por la necesidad de revisar los actuales modelos de cuidados de larga duración, de modo que se ajusten a las necesidades, preferencias y derechos de las personas con necesidad de cuidados.
En esta misma línea, avanzar por tanto hacia en una construcción social de la vejez respetuosa con su diversidad y libre de edadismo sólo será posible si se considera el envejecimiento desde una trayectoria de curso vital, que se integre en políticas y acciones del ámbito educativo, laboral, de vivienda, urbanismo, o bienestar y salud. Por otro lado, las acciones o propuestas que se planteen deberían servirse del conocimiento científico acumulado acerca del envejecimiento en las últimas décadas.
No hay que olvidar en este sentido, la importancia de la participación y las aportaciones de las personas mayores en los asuntos que les afectan. Escuchar lo que tengan que decir en temas como el diseño de viviendas y entornos, la calidad de los servicios, o la identificación de estrategias para un envejecimiento satisfactorio, se antoja imprescindible en el diseño de recursos para ellas en particular y para toda la ciudadanía en general.
El envejecimiento, en definitiva, no es un asunto que afecte sólo a las personas de más edad, sino a toda la sociedad en su conjunto.
La crisis que estamos viviendo ha visibilizado muchas de las cuestiones pendientes que tenemos como sociedad para incorporar en ella el envejecimiento. Y ello ha de acometerse desde una perspectiva libre de estereotipos, basándonos en el conocimiento y preservando, en todo momento, los derechos de las personas.
Como bien nos recuerda Alexander Kalache, “La vida ha dejado de ser una carrera de 100 metros para convertirse en una maratón para la que hay que prepararse tanto individualmente como a nivel social”.