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Bienestar post Covid-19. Reflexiones para la toma de decisiones
Irrupción de la pandemia
La repentina e inesperada irrupción del coronavirus va a modificar radicalmente la forma de afrontar los retos relacionados con el bienestar social en todo el mundo. Antes de la epidemia, en Eusko Ikaskuntza habíamos dedicado un esfuerzo importante a reflexionar sobre los retos del bienestar social en Euskal Herria y a la forma de darles respuesta. Todos aquellos retos permanecen, pero a partir de ahora, se enmarcan en un contexto muy distinto, aunque todavía no suficientemente definido, que requiere tanto respuestas inmediatas y de urgencia como de una reflexión estratégica a medio plazo.
Hemos trabajado en identificar, hasta hace unas semanas, todos aquellos desafíos que, aún en época de recuperación económica, teníamos en materia de Bienestar. Pero a partir de ahora, la agenda se ve marcada por un periodo de emergencia sanitaria sin precedentes, que conlleva importantes consecuencias a nivel social. Los efectos de la pandemia del Covid-19 serán, sin lugar a duda, disruptivos. Sin ánimo de predicción apocalíptica, muchos ámbitos sociales y económicos van a sufrir una profunda transformación. A corto y medio plazo, sin duda. A largo, es muy probable que también.
El conocimiento acumulado y la experiencia en otras crisis nos permite especular sobre su impacto y consecuencias en el bienestar social. Si bien es cierto que no podremos predecir con certeza el alcance de estos cambios, hasta que vayamos avanzando en el tiempo, en información, en conocimiento fiable sobre el comportamiento de la enfermedad y, sobre todo, en sabio aprendizaje sobre las medidas y decisiones tomadas.
Se pueden intuir algunas de sus consecuencias
A corto y medio plazo, en el ámbito laboral y económico, las consecuencias afectarán a todos los sectores. Las actividades agroalimentarias, industriales y de servicios podrían despegar, como pronto, a mediados de año. El monto de las ayudas públicas y el descalabro en el empleo provocarán, en todo caso, un aumento de crisis empresariales, incremento notable del paro y un impacto muy relevante y difícilmente cuantificable en las cuentas públicas y privadas. Otras actividades económicas relacionadas con la elería, el turismo, el ocio, los viajes, la cultura, sufrirán todavía mucho más. En buena parte, porque las autoridades políticas y sanitarias ralentizarán su vuelta a la actividad. Y por otra, porque los comportamientos ciudadanos habrán cambiado, y no son esperables que hábitos de actividad en masa, ni siquiera en grupos reducidos, vuelvan a producirse, al menos tal y como los hemos conocido hasta ahora, durante un largo período. Buena parte de estos sectores sufrirá un fuerte impacto a medio y largo plazo y las actividades que no se adapten a los nuevos hábitos podrían desaparecer. En verano seremos testigos de estos cambios, obligados y voluntarios, en hábitos y costumbres, que afectarán a la actividad económica y el empleo, porque razonablemente comportarán una relevante reducción y modificación del gasto de los hogares.

A corto y medio plazo, en el ámbito laboral y económico, las consecuencias afectarán a todos los sectores.
También en nuestro modelo de Bienestar
Como consecuencia de todo ello, las transformaciones no serán menores en los ámbitos específicos que conforman nuestro Modelo de Bienestar. De entrada, nuestro sistema se financia, en buena parte, a cargo de presupuestos públicos y, éstos sufrirán cambios en los años venideros. Este año se hará un esfuerzo extraordinario como plan de choque económico, laboral y sanitario, y el déficit de todas las administraciones crecerá de manera no imaginada. Pero la recaudación se reducirá. Con este panorama, y aunque la vuelta a un cierto equilibrio presupuestario se planifique en el largo plazo, las cuentas públicas soportarán profundas transformaciones.
Las necesidades básicas en esta crisis han puesto de manifiesto que sectores y empleos “menores” han adquirido una relevancia máxima como servicios esenciales, imprescindibles. Es el caso de los empleos relacionados con la sanidad y la atención social, con el cuidado de las personas mayores en residencias, servicios de limpieza, el comercio de alimentación y productos de higiene, entre otros. Estos sectores, muchos de ellos con elevada precariedad y altamente feminizados no habían sido, hasta el momento, objeto de especial atención.
La atención sanitaria, educativa y social, pilares básicos del modelo de bienestar, ya han sufrido el impacto brusco de la pandemia, y muchos ámbitos relacionados con estas áreas han tenido que modificar sus condiciones laborales y los modelos de atención. Tal es el caso del teletrabajo, y es probable que buena parte de estos cambios hayan llegado para quedarse. Y otros, no tardarán en implantarse.
Aumentarán las desigualdades y será necesario garantizar el ingreso de los hogares
Hemos pasado otras crisis, pero el Covid-19 nos trae elementos que la hacen sustancialmente distinta. Las medidas de confinamiento implantadas tienen un efecto radical en toda la población, y, sin embargo, sus consecuencias tienen un impacto muy distinto en los estratos sociales. El gran rasgo de esta pandemia es que su expansión es directamente proporcional al aumento de la desigualdad. Excepto en los afectados por el virus, que incide de igual manera a ricos y pobres, el impacto de esta crisis agranda la brecha de la desigualdad.
A pesar de algunas medidas adoptadas en estado de alarma para mantener el empleo, como el intento de frenarlo con ERTE de fuerza mayor, los despidos están siendo muy numerosos, por finalización de contrato, o despidos improcedentes. Si añadimos a los autónomos, sin apenas cobertura de prestaciones, y a todos los afectados por la economía sumergida, otra “pandemia”, la del paro, asoma su cara más negra. Por ello, la medida de carácter social que surge como indispensable, en una situación de crisis sobrevenida y de brusca trasformación de la actividad laboral y económica, es la de garantizar los ingresos de los hogares. Esta medida no solo es una acción paliativa de necesidades básicas no cubiertas, sino que resulta fundamentalmente preventiva del alejamiento de las familias de las situaciones de inclusión y estabilidad. Y rápidamente ha cobrado importancia la implantación de un sistema de garantía de rentas mínimas común para el Estado, que, tras años de debate, parece ahora más cerca que nunca de lograrse. En la implantación de un sistema de garantía de rentas, necesitaremos crear dispositivos más ágiles, más universales y menos condicionales, útiles en momentos como este, en los que la frontera entre actividad e inactividad es mucho más difusa. Sistemas capaces de diferenciar la cobertura de las necesidades económicas –el derecho a la garantía de ingresos− del derecho a los apoyos necesarios para la inserción, y que sean al mismo tiempo capaces de articular mecanismos de acompañamiento social e incorporación laboral.
El Covid-19 nos enfrenta también a otros riesgos sociales y retos en materia de bienestar, que afectan a ámbitos cardinales: los cuidados, las políticas de infancia, la protección laboral o las medidas relacionadas con la situación residencial. La atención a estos espacios no solo tiene un carácter coyuntural, sino que el Covid-19 ha hecho aflorar inconsistencias de sus modelos de atención, que hasta el momento no estaban solventadas.

Cualquier debate sobre el modelo social y de bienestar de nuestras sociedades, no podrá obviar poner en el centro de la discusión, el modelo de cuidados que nuestra sociedad necesita.
Cuidados: atención centrada en las personas
El ámbito de los cuidados toma un papel protagonista en la agenda pública pues, sin cuidados sociales y sanitarios, difícilmente podemos ser una sociedad que resista a las crisis emergentes. El modelo de atención a los cuidados en nuestro territorio ha sido, y es, espacio de debate. Y no solo es debido a un crecimiento de la presión de los actores o la demanda por una cuestión meramente demográfica. Han surgido también, cambios y nuevas necesidades derivadas de procesos de envejecimiento, donde las personas reclaman un mayor protagonismo en cómo quieren ser cuidadas, evidenciando los límites del actual sistema. El modelo de Atención Centrado en la Persona es un horizonte reclamado por proveedores y beneficiarios de recursos. Su implementación se exige tanto en los espacios de atención residencial, como de cuidado domiciliario, y avanza hacia un modelo más adecuado a la diversidad de necesidades, con un mayor respeto a los derechos y voluntades de las personas mayores. Esta crisis del Covid-19 ha puesto de manifiesto la importancia del modelo de cuidados en la garantía de la supervivencia, un modelo con las debilidades de un sistema precarizado, con escasos medios humanos y materiales, y con un tejido profesional de gran valor técnico y humano. Desde este momento, cualquier debate sobre el modelo social y de bienestar de nuestras sociedades, no podrá obviar poner en el centro de la discusión, el modelo de cuidados que nuestra sociedad necesita.
Protección de la infancia y las familias
En este mismo sentido, la construcción de sociedades resistentes necesitará incrementar sus esfuerzos en la protección de la infancia y las familias. En este campo de la promoción de la infancia conviven medidas que atañen tanto a la conciliación familiar y laboral como los esfuerzos por reducir las desigualdades en la infancia. Al igual que en otras crisis, los niños y las niñas han recibido un duro golpe con las medidas de confinamiento. Su día a día ha sufrido un giro completo, más si cabe que para las personas adultas. El paso a una educación telemática, el confinamiento en casa, la perdida de contacto con sus relaciones, etc. La capacidad de resistencia a la crisis se ve, más que nunca, marcada por el espacio de la vivienda, el ambiente de convivencia, los medios tecnológicos y familiares para el seguimiento y apoyo en los estudios, entre otros. Al margen del impacto directo que sufren los niños por los efectos de la crisis en sus familias, los costes en términos educativos, emocionales y relacionales afectarán directamente a su desarrollo vital. Urge, por tanto, incorporarlos como sujetos de pleno derecho, no objetos, en la gestión de la crisis y a la evaluación del impacto de sus medidas.
Protección social para las personas trabajadoras más vulnerables
Es tiempo también, de establecer un escudo de protección a los trabajadores de la economía sumergida, que se sitúan en total indefensión ante una crisis como la actual, y otras situaciones en riesgo cierto de vulnerabilidad, como los trabajadores autónomos con escasa cotización social y sin ahorros, o trabajadores temporales sin suficiente protección ante el desempleo. No menos importante es articular una adecuada relación con las políticas activas de empleo, avanzando hacia modelos de condicionalidad libre o flexible en un contexto donde estas políticas sufrirán una radical transformación para reorientar la cualificación laboral de las personas desempleadas.

La construcción de sociedades resistentes necesitará incrementar sus esfuerzos en la protección de la infancia y las familias.
Atender la desigualdad residencial
Por último, también será esencial atender a la desigualdad residencial desde las políticas de vivienda. El coste de mantenimiento de las viviendas es un fuerte peso para los presupuestos familiares de muchos hogares, en ocasiones inasumible para aquellos más débiles. En esta crisis se incrementa el riesgo de exclusión residencial y desigualdad, que se visualiza en el confinamiento en casas pequeñas y barrios hacinados, en la vulnerabilidad de personas sin hogar o en el ahogo financiero de residentes en vivienda de alquiler privado, pago de las hipotecas o viviendas de jóvenes con trabajo no consolidado.
Afrontar los desafíos con un modelo de bienestar sólido
En definitiva, este marco cristaliza espacios de debate y reflexión orientados a proponer modelos de atención, diseño de políticas sociales y estrategias de articulación público-privada que contribuyan a afrontar estos desafíos. Su importancia no solo requiere avanzar en ellos, pues el escenario que tengamos en el corto, medio y largo plazo dependerá, en buena parte, de las decisiones que ahora tomemos. Los ámbitos referenciados son espacios clave para construir un modelo de bienestar social sólido y consistente, capaz de enfrentar el futuro anticipable, y los cisnes negros cada vez más frecuentes, como este Covid-19.
Euskadi y Navarra, con su capacidad fiscal que proviene de sus respectivos conciertos, e Iparralde en una Francia avanzada en su acento social, y contando con la conformación de gobiernos atentos y sensibles a la mirada social, pueden y deben, en este contexto, utilizar toda su capacidad para dotar de medios todos los frentes que se abren. Los presupuestos serán muy diferentes a los que hemos conocido hasta ahora, y utilizando las capacidades de gestión de ingresos y gastos que nos facilita el Concierto Económico, será en su acento social donde podamos identificar la Euskal Herria que queremos para la próximas generaciones.
Desde este espacio de reflexión sobre el Bienestar Social para Euskal Herria que impulsamos en Eusko Ikaskuntza, vamos a abrir el debate sobre todos estos aspectos a diferentes agentes para ser proactivos y proponer respuestas a estos retos sociales.