Pudiera parecer insólito que una palabra tan asentada en nuestro vocabulario como el sustantivo “civilización” surgiera a mediados del siglo XVIII. Todavía más extraño podría ser comprobar que este nuevo término apareciera a la vez en francés, inglés y castellano y en determinados entornos sociales, muy concretos y selectos. ¿A qué se debe este fenómeno de generación (casi) espontánea?
En gran medida, la respuesta parece hallarse en un fenómeno común a las élites del momento. Estas pretendieron apuntar hacia un futuro ambicioso y esperanzador, buscando el progreso mundano y el perfeccionamiento de la existencia terrenal. Estas ideas, tan propias de lo que denominamos Ilustración, se extendieron de San Petersburgo a Pensilvania, de Nápoles a Edimburgo. Lo hicieron entre determinados sectores de las clases cultas que solían estar vinculados a la administración reformista de la corona, creando una homogeneidad considerable entre élites cosmopolitas que compartían valores, experiencias e idioma: el francés. Y es en este momento cuando estos grupos se consideraron depositarios de una mayor civilización y justificándose en ella, trataron de regir y modificar las costumbres de los menos civilizados.
Común a estos grupos cultos era un programa civilizador bastante coherente. Para ejemplificarlo recurriremos a un notable local: Xavier María Munibe, conde de Peñaflorida. El célebre ilustrado vasco, fundador de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País (1764), formaba parte del mencionado movimiento y es dentro de este contexto donde debemos entender muchas de sus acciones y discursos. No es de extrañar, pues, que la Bascongada, según sus miembros, estuviera enfocada a “cultivar el gusto por las ciencias, las bellas letras y las artes, desterrar la ignorancia, el ocio y sus funestas consecuencias o corregir y pulir las costumbres, gustos y comportamientos” que formaban parte de un todo civilizador.
Portada del libro "Procesos de civilización: culturas de élites, culturas populares. Una historia de contrastes y tensiones (siglos XVI-XIX)".
Sin embargo, que las tierras vascas fueran el lugar donde se fundó este relevante núcleo de la Ilustración no quiere decir que los vascos fuesen ilustrados en su conjunto. El aparente optimismo científico que legitimaba a los defensores de todos estos cambios en la sociedad no era unánime. Otros sectores de las élites y un considerable número de sectores subalternos se opusieron a dicho programa, argumentando que rompía con la tradición que regía y debía regir la comunidad, mostrando una historia de contrastes y tensiones intrínseca, indisociables de las diferencias que el propio concepto de civilización fomentaba.
Otro ejemplo local: en 1766 la población costera de Getaria se vio ocupada por sectores populares que, como en otros municipios a lo largo de toda la Monarquía, protestaban contra el libre comercio de granos decretado por el marqués de Esquilache. Los revoltosos (matxinos) de Getaria se dirigieron al consistorio e hicieron despojar a sus miembros de las elitistas pelucas, les hicieron calzar abarcas y bailar “a estilo de los caseros” en la plaza pública junto con los amotinados. Similares escenas de atemorizadas autoridades municipales participando en pasacalles se dieron en Donostia en las mismas fechas.
Lejos están estos ejemplos de ser simple costumbrismo o anécdotas más o menos curiosas y pintorescas. Visto desde la óptica civilizacional, siguiendo al historiador británico Peter Burke, podemos observar cómo las élites se habían ido distanciando de las prácticas compartidas con los sectores populares a lo largo de la Edad Moderna. Determinados no habían adoptado formas de vida que suponían un notorio distanciamiento con las que habían compartido hasta entonces en la comunidad local: unas prácticas colectivas, jerárquicas pero inclusivas. Tanto más cuando esas élites cosmopolitas e ilustradas manifiestan desprecio hacia las prácticas tradicionales del pueblo y se empeñan en reformarlas. En pleno siglo XVIII, despojar a alguien de una peluca, calzarle unas abarcas y hacerle bailar en la plaza pública tendría un significado simbólico crítico, apuntando hacia lo que determinados sectores juzgaban una novedad perjudicial y un retorno a prácticas más aceptables.
Indagar sobre estos contrastes y tensiones, en sus múltiples manifestaciones, es el hilo conductor de los once estudios que conforman el libro “Procesos de civilización: culturas de élites, culturas populares. Una historia de contrastes y tensiones (siglos XVI-XIX)”. Se ha realizado este trabajo desde una óptica múltiple, para lo que se ha contado con investigadores de universidades francesas y españolas interesados en diferentes fenómenos que, sin embargo, muestran una lógica coherente en la Europa de la Edad Moderna.
Los diferentes códigos de vestimenta, la decoración y construcción de las viviendas, los comportamientos en la mesa, costumbres festivas como los desfiles públicos o prácticas culturales como el consumo de música se muestran como indicadores de un mismo proceso: el “proceso de la civilización”. Esbozado hace ya tiempo por el sociólogo alemán Norbert Elias, en dicho proceso se haría notar que los cambios afectivos y de comportamiento que denominamos civilización dependían de la interrelación intensa de los seres humanos.
“La petimetra en el Prado de Madrid”, estampa anónima de finales del siglo XVIII, Museo de Historia de Madrid, Inv. 2316.
Precisamente es el enfoque social lo que da mayor solidez a este análisis. Como hemos visto, hay “espacios sociales” que permanecen al margen de los circuitos más innovadores, enclavados en sus usos tradicionales. El objetivo que se propone el libro es observar los círculos sociales efectivos en los que se producen las novedades, o se conservan los usos tradicionales, para poder explicar por qué y cómo aquellas mudanzas o conservadurismos se producen precisamente en esos círculos y no en otros. Manteniendo todos estos elementos como hilo conductor, hemos dividido el libro en tres apartados principales:
El primer apartado, ¿Vestir a la antigua, pensar a la antigua? El vestido como símbolo civilizador se centra en destacar el signo exterior de prestigio y “piel social” que es el vestido. Máximo García (Universidad de Valladolid), centrado en algunos hábitos claves de la vestimenta castellana, realiza sugerentes consideraciones sobre la importancia de la costumbre, que contrasta con la expansión de la moda en el vestido entre las capas sociales privilegiadas e intermedias en la España dieciochesca.
La polémica vivida en España entre los llamados majos (que visten a lo castizo) y petimetres (que visten a la francesa) a finales del siglo XVIII sirve como punto de partida para tres aportaciones complementarias. Arianna Giorgi (Universidad de Murcia) presenta diferentes hábitos de vestimenta basada en los inventarios de bienes madrileños. Javier Esteban (Universidad del País Vasco) propone el término “travestismo social” para definir conductas que tienen como denominador común la trasgresión de la representación social, visible especialmente en los cambios de indumentaria. Por su parte, Álvaro París (Universidad de Zaragoza) extiende su análisis de majos y petimetres hasta el siglo XIX, descubriendo la importancia de la construcción y mantenimiento de ambos arquetipos dentro de un contexto politizado de origen popular.
Comportamientos civilizados: la morada, la mesa, la música y la celebración, es el segundo apartado en el que, desde una pluralidad temática, se abordan artefactos y prácticas culturales de gran importancia representativa. Caroline Le Mao (Université Bordeaux-Montaigne) se centra en los palacios de los parlamentarios bordeleses en tiempos de Luis XIV, mostrando cómo la necesidad de aparentar ser noble, habitando un edificio que se asemejara o fuera un castillo, era tan importante como serlo jurídicamente. De manera similar, Natalia González (Universidad Autónoma de Madrid) analiza las viviendas madrileñas de los altos cargos de la monarquía que fueron recompensados con un título nobiliario. El diseño de la construcción, así como la composición y decoración de sus interiores domésticos, ejemplifica una clara emulación hacia el palacio aristocrático. Ambas intervenciones muestran la importancia de la casa como símbolo de representación social.
En cuanto a las costumbres en la mesa, Mª Ángeles Pérez Samper (Universidad de Barcelona) analiza diferentes manuales españoles de “buenas maneras” desde el siglo XVI hasta el XIX, estudiando la evolución de los comportamientos comunitarios que trascendían la necesidad física de alimentarse para convertirse en un cada vez más complejo ritual de representación social. Mediante el ejemplo de una serie de familias de comerciantes y banqueros gallegos de comienzos del siglo XIX, Carolina Queipo (Conservatorio Superior de Música de Vigo) muestra la construcción del gusto musical por parte de las élites hacia una nueva sociedad “de buen tono”. Pauline Valade (Université Bordeaux-Montaigne) se centra en las celebraciones públicas dieciochescas en París. Las élites de la ciudad pretenderían dominar, controlar y dirigir la “alegría” y espíritu festivo de los sectores bajos de la población, queriendo civilizarlos en el sentido más público del término.
“Carlos III comiendo con su corte” (detalle) de Luis Paret y Alcázar, c. 1775, Museo del Prado, P002422.
Contrastes y tensiones, el tercer y último apartado, pone el foco en las maneras en las que las costumbres civilizadas fueron entendidas y respondidas. José Mª Imízcoz (Universidad del País Vasco) analiza el proceso de civilización en las tierras vascas como proceso de distanciamiento cultural creciente de las élites ilustradas y civilizadas con respecto a las prácticas tradicionales de la comunidad. Dicho proceso llevaría, entre los siglos XVIII a XIX, a una fractura interna de la comunidad especialmente conflictiva. Michel Figeac (Centre d’Etudes des Mondes Moderne et Contemporain) muestra cómo la aristocracia francesa dieciochesca se lanzó a una competencia desenfrenada por la distinción social frente a los financieros, volcándose en una carrera hacia el lujo desmedido. En aquella pugna competitiva pierden la partida: se arruinan o descapitalizan, descuidan las obligaciones hacia sus dependientes y, al final, las tensiones en el propio estamento terminan produciendo la “pulverización” nobiliaria.
Paralelamente a su interés propiamente histórico, creemos que estos estudios son especialmente pertinentes desde este comienzo del siglo XXI. Vivimos una época donde una y otra vez se pone a prueba al civilizado “establishment” y se nos habla de “populismos”. Con este telón de fondo, preguntar al pasado sobre los orígenes de La Civilización se nos antoja esclarecedor para comprender tanto a sus defensores como a sus detractores pasados, presentes y -posiblemente- futuros.
IMÍZCOZ BEUNZA, José María, GARCÍA FERNÁNDEZ, Máximo y ESTEBAN OCHOA DE ERIBE, Javier (coords.), Procesos de civilización: culturas de élites, culturas populares. Una historia de contrastes y tensiones (siglos XVI-XIX), Bilbao, EHU, 2019.
ENLACE al libro
Selección bibliográfica:
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