637 Zenbakia 2012-09-07 / 2012-09-14
¿Generizar la memoria?: experiencias y desafíos vascos (II/II)
La memoria, en su dimensión social, refiere a un conjunto de procesos, proyectos, luchas, eventos, actos, espacios que tienen lugar en distintas dinámicas y ámbitos de la vida social, y que relacionan a personas y grupos colectivamente con el pasado y con su recuerdo, los cuales son (re)significados mediante diversos “trabajos” y prácticas.
Las prácticas de la memoria son de lo más diversas: hábitos, valores, costumbres, mitos, lenguajes, gestos expresivos, tradiciones, manifestaciones simbólicas y rituales. Muchas de ellas están, en mayor o menor medida, incorporadas a la cultura, son prácticas y formas de interacción social más o menos cotidianas o expresiones que aglutinan y evocan señas identitarias de un grupo, que hablan de elementos comunes, de un pasado —o de una idea del pasado—, una experiencia, un saber o unos valores compartidos y que generan una idea de pertenencia.
Junto a esas prácticas están también los “trabajos de memoria”, es decir, acciones como el registros de fuentes orales o escritas, investigaciones, creación de archivos, u otras actividades de construcción, conservación, transmisión o institucionalización de memorias de grupos o colectivos, y también proyectos de “memorialización”, término que se refiere a la creación de memoriales públicos (monumentos, sitios históricos, museos), homenajes, o cualquier otro tipo de recurso o actividad física o simbólica que sirva para la conmemoración (Brett, Bickford, ¦evcenko y Ríos, 2007); o para la reivindicación de relatos-memorias, generalmente, por parte de colectivos cuyas voces han sido olvidadas, silenciadas o excluidas.
En suma, los trabajos de la memoria son emprendimientos de distinta índole que reconstruyen, legitiman, amplían, y ponen en movimiento los recuerdos de un grupo o comunidad y los valores o significados asociados a ellos.
La memoria persiste en soportes múltiples, se inscribe y comunica en medios orales, textuales, gráficos, espaciales, arquitectónicos, corporales, electrónicos, artísticos, etc. de la cultura popular, de la oficial, de las “contraculturas” y de las “subculturas” —por llamarlas de algún modo—. Entre esos soportes hay lugares de memoria (sitios, símbolos, artefactos y prácticas) privilegiados para el anclaje del recuerdo social o la condensación de contenidos mnemónicos. El concepto de “lugares de la memoria”, de Pierre Nora, se ha revisado y ampliado (ver Ferrándiz, 2011), pero la idea básica, aún vigente, es que existen objetos, espacios, marcas y prácticas que, aunque parezcan inconexos, forman parte de una trama significativa en la que se tejen los hilos del pasado y la identidad de un colectivo. Es en este tipo de lugares en los que se han concentrado o a los que se han dirigido los trabajos o proyectos de grupos que quieren posicionar sus narrativas o desafiar o erradicar las existentes.
La memoria, como construcción social que es, debe pensarse siempre como proceso en el que participan personas y grupos sociales que recuerdan o que son recordados. Estos tienen diferente prestigio, recursos, discursos e intereses mnemónicos, de los que resultan relatos con formas, lugares, autoridad y valía también distintos —dispares—, y de los que pueden derivarse prácticas y medios variados, cuyo poder, alcance y nivel de impacto también son diferentes. El género, como sistema y como atributos de las y los actores sociales, tiene implicaciones en las construcciones, formas y prácticas del recuerdo, y en la vinculación de las personas con las memorias. Las relaciones de poder constitutivas del orden y de las relaciones de género (y clase, y etnia y otros marcadores de alteridad) están imbricadas en la memoria, al tiempo que dicha imbricación permanece y se expresa en ella (Maceira y Rayas, 2011).
Aunque las mujeres no somos ni el grupo más memorado ni tampoco con más recursos mnemónicos (del Valle, 1997; Cava, 2006; Paletschek y Schraut, 2008; Maceira y Rayas, 2011), estamos haciendo esfuerzos por revertir esta situación. Hay evidencia de que en muchos y muy distintos países las mujeres hemos sido agentes del recuerdo social, hemos desarrollado un trabajo activo por transformar la desigualdad en todas las dimensiones de la memoria (como práctica institucionalizada, como arena política, como campo de estudio, y también en los contenidos de los relatos predominantes en el entorno social).
Este trabajo tiene larga trayectoria. Desde 1873, dicen Maria Grever y Kees Ribbens, algunas feministas fueron pioneras en proponer la creación de exhibiciones de o sobre las mujeres, crearon periódicos, revistas, lugares de memoria locales, nacionales y trasnacionales que abren la lucha de las mujeres para construir la esfera pública y para construir también su visibilidad en ella (2008). Hoy día, en ese conjunto polifónico que es el presente, hay nuevas —y viejas— iniciativas para transmitir las experiencias de las mujeres, el recuerdo de éstas, y también la memoria feminista (v.g. un extenso calendario de fechas conmemorativas —como el 8 de marzo—, museos y exhibiciones, libros, proyectos de memorialización).
“Haciendo visible la violencia sexista”. Centro de Información a Mujeres. 9 de abril de 2011, inauguración del Mapa de las Huellas de las Mujeres en Basauri.
Foto: Luz Maceira Ochoa.
La construcción de una memoria generizada-feminista o la generización de la memoria se trata de ejercicios analíticos y estratégicos, de investigaciones y acciones políticas y simbólicas que permitan que la memoria colectiva o social, es decir, esa memoria amplia —y sostenida en mayor o menor medida también en las memorias oficiales y/o institucionalizadas— sea plural, que integre diversas memorias de distintos grupos, que aluda a personajes, experiencias, saberes, valores e hitos significativos para las mujeres y otros grupos que están excluidos de esos recursos mnemónicos predominantes, y que contribuya a ponerlos en valor (Maceira, 2011).
En este contexto destacan varios proyectos impulsados por mujeres vascas para entrar en los juegos de poder referidos a la reconstrucción, legitimación y transmisión de sus memorias, o de memorias más igualitarias; que desafían los olvidos e identifican sus efectos negativos; que buscan la instalación en el ámbito público de experiencias y valores que les importan, los cuales serán tratados en la segunda parte de este escrito.
Referencias:
Brett, Sebastian, Louis Bickford, Liz ¦evcenko y Marcela Ríos. Memorialización y Democracia: Políticas de Estado y Acción civil. FLACSO Chile, International Center for Transitional Justice y Coalición Internacional de Sitios de Conciencia. Santiago de Chile. 2007.
Cava Mesa, María Jesús. “Mujer y memoria”. En Gómez Isa, Felipe (dir.). El derecho a la memoria. Instituto de Derechos Humanos Pedro Arrupe Universidad de Deusto y Departamento para los Derechos Humanos, el Empleo y la Inserción Social de la Diputación Foral de Gipuzkoa. Zarautz. 2006. pp. 387-419.
Del Valle, Teresa. Andamios para una nueva ciudad. Lecturas desde la antropología. Cátedra. Madrid. 1997.
Ferrándiz, Francisco. “Lugares de memoria”. En Escudero Alday, Rafael (coord.). Diccionario de memoria histórica. Conceptos contra el olvido. Los libros de la catarata. Madrid. 2011. pp. 27-33.
Grever, Maria y Kees Ribbens. “The Dynamics of Memories and the Process of Canonizaton”. En Paletchek, Sylvia y Sylvia Schraut (eds.). The Gender of Memory. Cultures of Remembrance in Nineteenth-and Twentieth- Century Europe. Campus Verlag. Frankfurt y Nueva York. 2008. pp. 253-266.
Maceira Ochoa, Luz. Nosotras recordamos. ¿Ustedes recuerdan? Género, memoria y espacio público: estudios y experiencias en contexto. Donostia. 2011. (Inédito).
------------------ y Lucía Rayas (eds.). Subversiones. Memoria social y género. Ataduras y reflexiones. Juan Pablos, ENAH y FONCA. México. 2011.
Paletschek, Sylvia y Sylvia Schraut (eds.). The Gender of Memory. Cultures of Remembrance in Nineteenth–and Twentieth– Century Europe. Campus Verlag. Frankfurt y Nueva York. 2008.
¿Generizar la memoria?: experiencias y desafíos vascos (II/II)