557 Zenbakia 2010-12-03 / 2010-12-10
Son muchos los que se han visto atraídos por los nombres de persona de los documentos de Santa María de Valpuesta1; mi pretensión con este trabajo es la de recopilar algunas de las hipótesis planteadas y ofrecer una visión de conjunto en torno a la evolución de los nombres del cartulario, teniendo en cuenta, en la medida de lo posible, el lugar de creación de los documentos y las posibles manipulaciones posteriores de los mismos.
A pesar de los escollos, estos textos pueden ser un buen referente para ejemplificar la evolución de los nombres de persona en la primitiva Castilla y podemos utilizar los resultados de este análisis para contraponer o comparar lo que sucede en esta área con lo que sucede en otras como la navarra de Leyre o la riojana de San Millán2, estableciendo así una media luna geográfica en torno a la zona de habla vasca. En este sentido, resultaría provechoso averiguar cómo evolucionan las tendencias antroponímicas entre los siglos IX y XIII en el área originaria del castellano, para, posteriormente, establecer una relación con la información obtenida de otros conjuntos documentales, de la misma zona o de otras, siguiendo siempre el área vasco-románica que he delimitado arriba.
Este conjunto documental nos permitirá así mismo volver sobre la formación de los apellidos hispánicos durante el periodo que nos ocupa, además de incidir sobre los elementos que lo forman, no sólo en lo que respecta al patronímico, sino también a los topónimos que en él se integran y que nos transmiten información extralingüística, por ejemplo sobre movimientos de población, o a los apodos y nombres de oficio que, poco a poco, van fosilizándose como parte de las denominaciones personales y cuyas aportaciones a la lingüística a menudo olvidamos.
De este modo, al poner en relación una pequeña muestra de antropónimos, en un espacio de tiempo concreto (siglos IX-XI) y en un área bien delimitada (antigua diócesis de Valpuesta), con información obtenida de otras áreas en el mismo espacio de tiempo, extraemos una serie de conclusiones conectadas entre sí de tal modo que una lleva necesariamente a la otra:
1) Una primera cuestión que se plantea al analizar este sesgo antroponímico es la del contacto vasco-románico; no podemos obviar esta realidad que ya atrajo a Caro Baroja, a Michelena o a Irigoyen, entre otros; existe una conexión entre ciertos antropónimos de Valpuesta y antropónimos documentados desde las inscripciones aquitanas. La mayor dificultad estriba en distinguir entre los verdaderamente vascónicos y otra serie de nombres ampliamente utilizados en zonas vascohablantes, pero cuyo origen lingüístico no tiene que ser necesariamente vasco, aunque sí pueda ser prerromano, indoeuropeo o no. Estos últimos pueden haber arraigado en otras zonas del norte peninsular y quizá sea ese el resultado de su éxito expansivo: Muño, Oveco... Pero hay rasgos especialmente subyugantes como el empleo de los hipocorísticos o de la palatalización expresiva, tendencia claramente vinculada con la lengua vasca.
Valpuesta, Berberana (Burgos). Iglesia de Santa María.
2) Al cruzar la información de Valpuesta con la de cartularios de otros monasterios nos preguntamos sobre la posibilidad de establecer áreas antroponímicas dentro del área de influencia vascónica. Hemos partido del artículo de Ramírez Sádaba (1986), quien, a raíz del trabajo de Michelena sobre San Millán de la Cogolla (1976), distingue entre un área occidental (la de Valpuesta) y un área oriental (Leire), con una zona de transición (La Rioja). Coincido plenamente con este punto de partida; además la división de esa área antroponímica que circunda la zona vasca por el sur responde también a una división lingüística en torno al curso alto del Ebro que idénticamente genera un territorio de transición lingüística en La Rioja; es evidente que no sólo el sustrato y el tipo de latinización, sino además los avatares políticos medievales de estas zonas, entre los reinos navarro y castellano, son el motor de este estado lingüístico. Lo que se viene llamando área antroponímica vascónica, en su sentido amplio, desde Burgos a Navarra, se identifica asimismo con el área de nacimiento del romance hispánico central, con la “mezcla de dialectos” que acabó originando el castellano medieval.
3) Volviendo a los vaivenes políticos que sufren durante los siglos que nos ocupan estas áreas, entre Navarra y Castilla, los cruces dinásticos entre estas monarquías conllevaron también un baile de nombres: las Jimena, las Sancha, las Muña, las Urraca o las Toda aportaron, no sólo su dote o sus derechos de sucesión al trono, sino también sus nombres. La onomástica siempre se ha movido impulsada por modas que avanzaban desde arriba hacia abajo, de modo que, ya entrados en los siglos IX, X y XI, sobre todo en cuanto a determinados nombres (Muño, Oveco, Eneco, Jimeno, García...), es complicado determinar si su presencia en un texto se debe a contactos entre la población o a modas que se transmiten a imitación de nobles y reyes.
4) De todos modos, resulta complejo establecer áreas nítidamente delimitadas, más cuando no tenemos una masa de datos siempre fiable, esto es, cuando no se ha hecho una revisión paleográfica de todas las colecciones documentales que manejamos, ni tampoco un trabajo exhaustivo de selección de esas colecciones: así, los textos de una misma colección y sus firmantes proceden de diversas áreas donde se mezclan documentos de zonas y épocas muy distintas, muchos personajes se repiten y otros no tienen relación con el área a la que pertenece el documento. Amén de la documentación falsificada o manipulada en época muy posterior a la fecha o cuyos nombres han sido mal interpretados, no sólo por los transcriptores modernos, sino también por los copistas medievales...
5) Pero incluso en este sentido, la propia antroponimia puede arrojar luz. Es el caso de la documentación de Buezo del año 950 incluida en Valpuesta: la particularidad de sus nombres de persona completa la labor paleográfica a la hora de establecer el momento aproximado de composición de los documentos.
6) Hemos dicho ya que la onomástica esta sujeta a modas y los documentos de Valpuesta confirman con claridad las tendencias antroponímicas medievales: desde el nombre único al establecimiento en torno al siglo X de una estructura de denominación más compleja que parte de la adición de un patronímico, al que se le acabará añadiendo un topónimo. Esta estructura se consolidará en el siglo XI, momento de cambio determinante, no sólo en lo antroponímico, sino también en lo religioso y lo cultural con la revolución que supone la reforma gregoriana, la cual viene a culminar en el XI lo iniciado en la Península en el siglo X por la carolingia. Esa época revolucionaria, con los nuevos aires que entran desde Europa, supondrá necesariamente un cambio en la tendencia de los nombres propios y aumentará el gusto por los nombres de nueva tradición cristiana o por los de origen franco, además del impulso de estructuras de denominación personal cada vez más complejas para poner nombre a situaciones personales diversas.
7) Finalmente, los movimientos de población que genera esta transformación de la sociedad peninsular, así como los anteriores, motivados por los cambios de signo político o por las presiones demográficas y económicas, quedarán reflejados en la toponimia que se inserta en los nombres.
1 Además Ruiz de Loizaga (1995), J. Caro Baroja (1943, 1945) se preocupó de la onomástica de origen vasco, del mismo modo que Michelena o Irigoyen en varias ocasiones.
En cuanto a los documentos que nos sirven de fuente para este trabajo, L. Barrau-Dihigo (1900) y posteriormente M. D. Pérez Soler (1970) realizaron una transcripción de los 78 documentos de Valpuesta correspondientes al tiempo en que el monasterio fue sede episcopal, es decir, entre el 804 y 1087, (fols. 1-29, 50-63, 70-92, 109-113), todos ellos en letra visigoda, tratándose por tanto del conjunto más antiguo del códice. En 1995 S. Ruiz de Loízaga, publicó la transcripción del resto de los cartularios, desde 1090 hasta 1140, incluyendo también tres documentos que sobrepasan esta fecha; este autor ha realizado la útil tarea de disponer en dos columnas los documentos de ambos Becerros, de forma que se pueden cotejar con facilidad las escrituras del Gótico con sus copias en el Galicano. Ruiz de Loízaga ha continuado la numeración de documentos que había utilizado Soler.
2 Me sirve como punto de partida el trabajo de J. L. Ramírez Sádaba (1986) en torno a la antroponimia altomedieval Navarra en relación con la vascona.