514 Zenbakia 2009-12-25 / 2010-01-08

KOSMOpolita

Juan Macazaga Aranguena, de Amorebieta: “La miseria era espantosa”

RECARTE, Sergio



Publicado en el Boletín Beti Aurrera Nº 98

Juan Macazaga Aranguena es un estimado vecino de nuestra comunidad, habitante General Villegas desde hace más de medio siglo, siendo su lugar de nacimiento la localidad vizcaína de Amorebieta. Una vida, la de Juan, anclada en este rincón de la patria, pero a su vez, con el corazón siempre dispuesto a evocar sus años vividos en la tierra vasca, a la que nunca jamás regresó.

¿Macazaga, cuéntenos dónde nació y la etapa de su vida en el País Vasco?

Yo soy vizcaíno, nacido en el año 1932 en Zornotza, que es como se denomina mi pueblo en euskera. En lengua castellana figura como Amorebieta. A la Argentina vine con 17 años con mis padres y un hermano. Vinimos porque un primo, Domingo Aranguena, ya estaba instalado en esta zona y en sus cartas nos animaba a emprender el viaje. Recuerdo que este pariente tenía una letra poco clara y nos generaba una gran confusión. Cuando hablaba de su trabajo, a nuestro entender, nos decía como que se dedicaba “a secar leche a las vacas en un tambo”, nosotros ignorábamos el significada de la palabra tambo y cuando a secar leche, suponíamos ingenuamente que se estaba refiriendo a elaborar leche en polvo. Con el tiempo, supimos que los que nos decía es que sacaba leche, es decir, ordeñaba las vacas. Recuerdo esta anécdota y aún me hace mucha gracia.

¿Porque no nos cuenta sobre su infancia?

Sí, como no. Si bien nací en Zornotza, con escasos años nos llevaron a Bilbao, ya que mi padre, que siempre había trabajado como leñador en el monte y cobrando una miseria, consiguió un puesto de ordenanza en una escuela francesa en Bilbao. Colegio donde también funcionaba el consulado de Francia. Nos dieron la vivienda de abajo y mi madre, incluso trabaja ahí mismo haciendo la limpieza. Lo que también recuerdo, que sólo sabía hablar en euskera como toda mis familia, y de repente, al inscribirme en ése colegio, como así lo había decidido mis padres, me encontré que tenía que hablar solo en francés. El castellano mal lo aprendí con la media hora que teníamos en los cursos para esa lengua. También me viene a la memoria los castigos que recibía por decir algunas palabras en euskera o incluso en castellano.

Iglesia Santa María, de Zornotza.

¿Y la Guerra Civil...?

Un horror. Tengo el recuerdo de haber visto pasar a las tropas republicanas y a las franquistas, como también las esquirlas de las bombas impactando en las paredes donde vivíamos. Pero como en el frente estaba colocada la bandera francesa, no sufrimos ningún daño en los ataques. El colegio, por la guerra, se cerró y mi padre fue como voluntario al bando republicano a cavar trinchera. Una vez que triunfaron las tropas de Franco y ocuparon Bilbao, mi pobre padre quedó en una situación muy comprometida, pero lo salvó el director de la escuela que por entonces había asumido también el cargo de cónsul de Francia. De todos modos, cada quince días mi padre se tenía que presentarse a la Comandancia. Otra cosa que recuerdo es que el consulado fue saqueado por los franquistas y las cosas no pasaron a mayores porque el cónsul les hizo frente.

¿Cuándo decidieron viajar a Argentina?

Como muchos en aquellas circunstancias de posguerra, estábamos bastante mal. La miseria era espantosa y, además, los vascos fuimos muy castigado porque opusimos mucha resistencia al régimen franquista. La situación no era nada buena. Existía el estraperlo y la escases de alimento era cosa de todo los días. Los que la pasaban bien distinto eran los allegados al régimen. La verdad que los franquistas se comportaron como un verdadero ejército de ocupación y en el año 1950 tomamos la decisión de viajar a la Argentina.

Barco Monte Udala

¿Recuerda el momento de la partida?

Sí, tenía 17 años y nos embarcamos en el barco Monte Udala, en Santurce, el 12 de mayo de 1950. En el mismo barco que había visto botar dos años antes en el río Nervión. Lo recuerdo con nitidez porque durante la ceremonia se produjo un accidente con varios heridos, aunque tengo entendido que todo eso se ocultó. El barco pertenecía a la naviera Aznar y además del Udala tenían otros como el Urquiola, Ulia y Urbasa, todos con nombres de los montes cercanos a Bilbao. También te comento que recomendada a mi madre por la familia Eguren, viajó con nosotros la señorita María Luisa Mardaras con el mismo destino: Elordi. Una joven que había sufrido bastante durante la guerra y después de ella.

¿Y la llegada a Argentina?

A mi me impactó el tamaño de Buenos Aires, aunque veníamos de una ciudad grande, como es Bilbao, todo era muy diferente. Nos esperaba Domingo Aranguena, el que nos impulsó a emprender el viaje y veníamos con carta de llamada y destino fijo ya que mi padre tenía un contrato de trabajo con Anzola y Cia, dueños de campos en Elordi. Pero volviendo a nuestra breve estadía en Buenos Aires, te dijo que nos hospedamos en un hotel de vascos que incluso tenía un frontón, y un lechero, vasco también, nos llevo a recorrer la ciudad. Después, el viaje a Elordi en tren fue cansador, horas y horas de viajar y el mismo paisaje, nada cambiaba. Todos estábamos asombrados de las enormes distancias y de la llanura de los campos, jamás habíamos visto semejante cosa.

Pero por fin llegaron a Elordi...

Llegamos, sí señor ¡ a Elordi ¡y el primer café con leche que tomamos fue en la casa de los Astigarraga, pero mi padre y mi hermano que era dos años mayor que yo, al poco tiempo consiguieron trabajo en General Villegas, precisamente en Vialidad Nacional donde también entré a trabajar cuando mi hermano se muda a Buenos Aires, es decir, ocupé el puesto que él dejo vacante, además me recibí de taquígrafo en la Escuela Sánchez, incluso me ofrecieron trabajo en la Gobernación de Santa Rosa. Pero me quedé en Villegas y hasta ahora aquí estoy.

¿Regresó al País Vasco?

No, nunca más, ya me acostumbré a este lugar y a esta vida y la verdad... ya no tengo ganas aunque por largos años mantuve contacto con familiares de allá. Al respecto tengo una anécdota bastante penosa. En las primeras charlas telefónicas con los parientes en el País Vasco, hablo un día con una tía ya muy mayor, de 82 años para ser más preciso, la impresión para ella fue tan pero tan enorme que la pobre al día siguiente fallece. Su corazón no soportó semejante emoción. Así me lo contaron tiempo después una hija de esta mujer.

Pero ya te digo, de a poco todo esto se fue apagando. La vida es así, sin más y aquí estoy, siempre en Villegas...

Gracias Juan, por tu historia y lo mucho que aprendimos de ella. Un abrazo.