454 Zenbakia 2008-09-26 / 2008-10-03

KOSMOpolita

Agustín Arrieta, pintor costumbrista del Siglo XIX

ROSAIN UNDA, Gorka



Plenamente identificados con México luego de consumarse su independencia, no sólo destacaron en el nuevo país periodistas, escritores e intelectuales vascos por nacimiento o por origen, sino también artistas, especialmente en el campo de la pintura costumbrista, como es el caso de José Agustín Arrieta.

Agustín Arrieta.

Este reconocido pintor nació en 1803 en la población de Santa Ana Chiautempan, Tlaxcala, México. Hijo de Tomás Arrieta, vasco, y de María Rita Fernández, pero desde muy pequeño radicó en la ciudad de Puebla, cuna de muchos intelectuales y artistas, en donde creció, se educó y estudió dibujo y pintura hasta convertirse en un destacado retratista y pintor de bodegones, conocidos en esa época como “cuadros de comedor”. Aunque es más conocido por sus cuadros costumbristas, que ejecutó con evidente especial motivación, como lo muestra la riqueza de detalles que en ellos plasmó en las escenas de plazas, tabernas y cocinas. En estas escenas, las mujeres aparecen casi siempre ataviadas como “chinas”, atuendo propio de la mujer del pueblo, con sensuales vestidos que hacen resaltar su frondosidad y femenina coquetería, acentuada con pendientes, collares, encajes y chalinas bordadas.

Por lo que se refiere a sus bodegones, esta fue quizás su obra más abundante, en la que logró transmitir su gusto por el buen comer y el buen beber, como todo vasco que se precie de serlo, sin dejar de incluir manjares de la cocina nacional o local como son moles, pipianes, dulces de leche, tamales, chocolate caliente y frutas en almíbar. En algunas pinturas, el artista hace alarde de las frutas que se producen en México, como las tunas, pitahayas, limas, mameyes, piñas y papayas, acompañadas por botellas de vino o de champaña y sus copas de cristal importado, junto con ollas de barro y canastas de mimbre.

De Arrieta, cuyas escenas populares son de lo más bello y original de su paleta, se ha dicho que tiene mucha semejanza con Goya, por su luminosidad y gracia. En la Academia de San Carlos, en la ciudad de México, se admiran algunos de los lienzos de Arrieta enriquecidos con estos elementos populares. Allí están las clásicas y señoriales cocinas de Puebla con sus enormes braceros forrados de azulejos en cuyas rojizas hornillas hierve el rico y olorosos mole poblano de guajolote y en la pared cuelga el “trastero”, cuajado de ollas de todos tamaños.

En la misma Academia hay cuadros suyos que muestran puestos de agua fresca contenida en grandes tinajas de barro que la mantienen fría al estar sentadas en arena de río húmeda, así como puestos de frutas construidos de madera y en el fondo de una calle se aprecia una iglesia y cerca de ella una taberna.

Muchas de sus obras no son perfectas pues, a juicio de los conocedores, les falta perspectiva, pero esto no les resta mérito artístico y documental. El escritor e historiador Manuel Payno, contemporáneo suyo, decía de Arrieta que era “muy apreciable por su modestia y buen trato personal, admirable por plasmar en sus lienzos esos grotescos, raros personajes que vemos por la calles. Un mendigo con harapos y cuerpo sucio, con barbas canas y amarillas por el humo del cigarro es una de sus mejores obras y mereció grandes elogios cuando se expuso en gran Teatro Santa Anna. En su cuadro ‘La poblana’, nada hay comparable a la gracia y la expresión del rostro de esta criatura... En mi concepto, no puede ya imitarse a la naturaleza con más perfección. Esto basta para hacer la apología del talento de Arrieta”.

Sin embargo —decía de él uno de sus biógrafos, D. Francisco Pérez Salazar— no fueron suficientes su talento y mérito para lograrle una posición desahogada, y allá por 1852 tuvo que acudir a desempeñar el puesto de conserje del Congreso para poder vivir. Y se dice que, a propósito de esto, un día en que un famoso diputado, discípulo suyo, entró en el Congreso para ocupar su curul y vio a su maestro en oficio tan sencillo, no tuvo empacho en quitarse el sombrero delante de él y saludarlo emotiva y respetuosamente.

Se desconoce la fecha de la muerte de Arrieta pero se dice que en 1873 aún vivía, aunque muy mermado en sus facultades. Tal vez su mayor mérito, mientras existió, fue que supo ilustrar en sus lienzos la vida de entonces. Supo historiar con sus pinceles las costumbres regionales de su tiempo.