
Gaiak
La comunicación, clave para la vida autónoma
Profesora y coordinadora del Dpto. de Psicopedagogía de la Escuela Universitaria de Magisterio "Begoñako Andra Mari" ajauregui@eumbam.org
Atrás quedaron aquellos tiempos (no tan lejanos) en los que una persona sorda dependía de otra oyente para hacer una llamada de teléfono y poder quedar con un amigo o poder avisarle de que llegaría más tarde.
Las nuevas tecnologías han supuesto un cambio substancial en el modo de relación entre personas con discapacidad auditiva. Por ejemplo, en la actualidad los teléfonos móviles han facilitado la comunicación a distancia entre los usuarios sordos mediante mensajes; gracias a los ordenadores es posible enviar correos electrónicos, chatear comunicándonos por escrito en tiempo real, y ni qué decir de las posibilidades que ofrece la videoconferencia mediante la webcam; en Internet incluso encontramos páginas web en las que ofrecen noticias interpretadas a la Lengua de Signos.
No acaba todo ahí, en algunos canales de televisión ofrecen programas subtitulados (no todos ni en todos los canales) y el debate de Estado se puede ver en Lengua de Signos gracias a una persona intérprete que aparece en una ventanita de la pantalla.
Antes de esto, el fax revolucionó las posibilidades de comunicación a distancia; los despertadores con luz o vibración ofrecían la posibilidad de no depender de otra persona para algo tan sencillo como despertarse por la mañana. Más tarde se fabricaron los timbres luminosos, los paneles informativos y los intercomunicadores (esos aparatitos que están formados por trasmisores, que cuando se produce el sonido mandan una señal al receptor portátil que se activa sonando, parpadeando o vibrando, en función de las necesidades del usuario) y nos avisa cuando llaman al timbre de la puerta, el portero automático o cuando llora el bebé o suena el fax.
También disponemos de otros recursos para la eliminación de las barreras de comunicación como son los sistemas de FM, emisoras de frecuencia modulada, que amplifican la señal sonora mediante ondas de alta frecuencia evitando interferencias y eliminando el ruido ambiente, y los bucles magnéticos, que convierten una fuente sonora en magnética, pudiendo llegar con mayor claridad a los audífonos. Son sistemas muy utilizados por personas hipoacúsicas en escuelas, congresos, e incluso para oír la televisión en casa.
En la actualidad existen también los amplificadores de volumen para teléfonos, tanto móviles como fijos y los amplificadores para televisión con auriculares inalámbricos. Los DVDs subtitulados se pueden adquirir en las tiendas y videoclubes sin ninguna dificultad (aunque aún hay algunos que no tienen subtítulos y haya que fijarse bien antes de adquirirlos). Llegaron los videoporteros, el videoteléfono, las PDA... (eso sí, para quien se lo pueda costear).
¡Las Nuevas Tecnologías! ¡Maravilla del Universo! ¡La solución a todos los problemas!
Podemos caer en la tentación de pensar que con estos avances las personas sordas tienen en gran medida solucionados sus problemas de comunicación y acceso a la información. Sin embargo, y aunque es innegable que estos avances tecnológicos han facilitado la transición a una vida más autónoma y una mayor calidad de vida de las personas sordas, éstos no son la solución universal para las personas con problemas de audición.
Hay dos condiciones sine qua non para optimizar el beneficio que procuran los avances tecnológicos: formar a los posibles usuarios de estas tecnologías además de facilitar su acceso a éstas, y promover su uso entre los profesionales que pueden estar o estén en contacto con estos/as usuarios/as, es decir, para beneficiarse de estas nuevas tecnologías, no podemos olvidar que hay que desarrollar las habilidades necesarias para su utilización y aprovechamiento, y a su vez, acceder a la posibilidad de hacerlo.
Hay además otro factor elemental que impide inevitablemente que la tecnología sea suficiente para superar el aislamiento y lograr la deseada autonomía. Se trata de la incapacidad de las personas oyentes para vivir estas situaciones con normalidad. Puede ser éste un buen momento para reflexionar sobre los desencuentros cotidianos a los que se enfrentan las personas con discapacidad auditiva en múltiples situaciones que no siempre están relacionadas con el acceso a las tantas tecnologías de apoyo como hemos mencionado.
Recuerdo, por ejemplo, el día en que estando en un aparcamiento un chico se acercó preguntando si podía hacer una encuesta, y cuando la persona sorda le pidió que hablara más despacio para entenderle, el oyente se giró y se marchó sin dar ningún tipo de explicaciones. Y la persona sorda se quedó sin saber siquiera qué es lo que estaba ocurriendo.
Situaciones como en la que un chico le pidió la hora a mi amiga sorda y cuando ella le respondió cortésmente, éste se fue riendo y tratándola como a una tonta porque su voz producía un sonido gutural muy particular.
Y la manía del “dile”: todas aquellas situaciones en que la persona oyente no se dirige directamente a la persona sorda, sino a su acompañante, y le pide, por favor “dile esto, dile lo otro”.
O cuando Mikel fue a informarse sobre los pisos de protección oficial, y al no poder establecer una buena comunicación, la funcionaria de la ventanilla le atendió con malos modales, y de forma muy airada le preguntó si no era capaz de entender el folleto que le había dado.
Recuerdo tantas situaciones que a diario se producen, por miedo, prejuicios, desconocimiento, y falta de implicación.
Vivimos en la sociedad de la información (esa información tan apabullante que a diario nos llega, procesamos, utilizamos y nos ayuda a dar sentido, a interpretar y a trasformar la sociedad), pero ¿acaso llega a todos?
Esa información que nos facilita la formación, nos ayuda a tomar decisiones con conocimiento de causa, nos orienta en el mare mágnum de la vida. Esa información que tanto reivindicamos y que hace que podamos hacer uso de nuestros derechos y cumplir con nuestras obligaciones como ciudadanos partícipes activos. Esa información que nos garantiza una vida autónoma y un proyecto de vida decidido por nosotros mismos.
La información no depende solamente de las máquinas sino del contacto con las otras personas, de la posibilidad de entrar en el circuito normal de las redes sociales y para eso es imprescindible el cambio de actitudes de las personas oyentes.
Dejar a un lado la concepción de que una persona sorda es una persona que “simplemente” no oye, y tener en cuenta las implicaciones de la sordera.
Tomar conciencia de que las personas sordas son capaces de tomar sus propias decisiones y asumir sus responsabilidades, siempre y cuando tengan acceso al conocimiento, a la información, a los servicios de salud, educativos, sociales y profesionales, a los medios de comunicación,...
Además de las medidas legales y tecnológicas, es necesario un cambio de actitudes, terminar con los falsos prejuicios, dejar nuestros miedos a un lado, hacer un esfuerzo (mínimo) para normalizar nuestras interacciones relacionales, cambiar la imagen que la sociedad tiene de la persona sorda.
Se trata de un esfuerzo conjunto, de una labor de todos.
Y nos podemos preguntar ¿qué puedo hacer yo?
Donde menos te lo esperas encuentras la respuesta a esta pregunta. En un viaje a la India, en un pueblo perdido junto a la carretera donde se paró el autobús turístico, mi amigo sordo se marchó solo a dar un paseo, y volvió con una gran sonrisa y un tatuaje en el brazo, contándonos con todo lujo de detalles la acogida de una familia que encontró en su paseo, el té y la conversación que con ellos había compartido. La resignación se reflejaba en su rostro al montar en el autobús y volver a acomodarse a cierto aislamiento entre sus propios compañeros de viaje.
Esta experiencia, que puede parecer anecdótica, nos lleva a la reflexión de cómo y por qué en un país en vías de desarrollo, con un idioma y una cultura tan diferentes y sin un avance tecnológico como el nuestro en su ambiente cotidiano, es posible que esta persona pueda llegar a sentirse tan acogida y a encontrar menos barreras de comunicación.
Y yo me pregunto: ¿cómo sería mi vida si yo fuera una persona sorda profunda?
¿Habría tenido las mismas oportunidades de estudiar la misma carrera?
¿Habría podido ser igual mi trayectoria profesional?
¿Podría tener las mismas opiniones políticas, sociales, relacionales...?
¿Tendría los mismos derechos, no ya sobre el papel sino en la práctica diaria, de acceso a todo lo anteriormente citado?
¿No? Y me pregunto ¿por qué no? ¿por qué yo sí he tenido esta oportunidad?
¿Habría podido escribir este artículo?
Es incalculable la admiración que siento hacia todas aquellas personas que a diario se esfuerzan en llevar una vida autónoma en un contexto social lleno de obstáculos y actitudes excluyentes. Una sociedad que se tapa los oídos y cierra los ojos ante la necesidad de educarnos las personas oyentes para que seamos verdaderos facilitadotes de un entorno sin barreras, sabiendo en todo momento qué significa actuar de forma integradora. Poder compartir hoy estas reflexiones es quizá el mejor signo de que podemos lograr este ideal de sociedad sin barreras.