347 Zenbakia 2006-05-12 / 2006-05-19
La falta de una definición aceptada con cierta ecuanimidad no ya a nivel mundial, sino incluso europeo de lo que se entiende como artesanía, dificulta y hasta puede decirse que impide abordar con rigor la economía de los trabajadores especializados en esta actividad: los artesanos. Pero en cualquier caso, pueden tener interés algunas reflexiones.
Si partimos de la genérica definición de considerar como artesanos a los que producen bienes con su sello personal, para lo que utilizan fundamentalmente sus manos, reducida participación de maquinaria y que pueden emplear a escaso número de trabajadores, es evidente la dificultad para conocer a los que actividades como los peluqueros que son considerados como artesanales en algún país europeo entre nosotros difícilmente se les concede esta condición o que no lo sean los jóvenes que en nuestras calles o plazas venden artículos de adorno general personal.
Estamos pues ante un conjunto de trabajadores dispersos geográficamente que utilizan tecnologías muy variadas y que tienen también economías diferentes. Además se trata de un colectivo de edad media comparativamente avanzada y sin que a pesar de los esfuerzos de diversas instituciones de nuestro país existan enseñanzas específicas regladas o no, que garanticen en alguna medida, su continuidad.
En economía siempre hay dos cuestiones clave, que hay que responder: ¿qué es lo que hay que fabricar y a quién lo vendemos?. La primera de las cuestiones, parece resuelta, al menos no se plantean especiales problemas. Nuestros artesanos saben fabricar los bienes de su especialidad y lo hacen bien como se pone de manifiesto en las distintas ferias que regularmente se celebran. Las ineficacias, si las hubiera, deberían trasladarse al precio, quen en artesanía y dentro de unos límites los satisface el comprador, ya que la comparación entre artículos es más difícil que en los productos fabricados en serie.
La cuestión clave en la economía de los artesanos es la venta. Casi sin canales de comercialización especializados en la artesanía de nuestro país, el fabricante de estos bienes se encuentra sin opciones para dar a conocer su oferta, y bastante indefenso ante el cliente a la hora de fijar el precio, aunque existen excepciones de alguna importancia.
Las ferias y exposiciones y las ayudas económicas que se conceden a los asistentes son valiosas y contribuyen al sostenimiento de los artesanos, pero no dejan de ser una especie de auxilios a la supervivencia.
Una política más activa de nuestras instituciones que debería abarcar a corto plazo, sobre todo la comercialización, requiere el conocimiento detallado de lo que se está haciendo o s ha hecho en otros lugares para tratar de adaptarlo a nuestra situación, pero condición previa es la unión de los principales afectados, los artesanos, para establecer, junto con la administración, las medidas (y no solo las ayudas fiscales) que aseguren un futuro al sector.
Lo cierto es que una parte importante de nuestros artesanos, son jubilados que completan sus ingresos económicos, trabajando en el oficio "de toda la vida" o aplicando las tecnologías que dominan a otras fabricaciones. No faltan tampoco los dedicados a actividades artesanales como un medio de vida o los que lo hacen como "hobby", completando otras actividades. Pero lo que es preocupante, es la falta de jóvenes, aunque también hay excepciones, que se inicien en la fabricación de productos artesanales y la carencia de escuelas o de centros de formación, sean reglados o no. Es cierto que es muy difícil competir con las opciones que hoy ofrece nuestra economía a los jóvenes, pero sin ellos los nuevos artesanos, el futuro es como mínimo oscuro. Artículo publicado en el nº 104 de Euskonews&Media