330 Zenbakia 2006-01-13 / 2006-01-20

KOSMOpolita

Una historia de inmigrantes, travesías y naufragios

IRIGOYEN ARTETXE, Alberto

Abusos y promesas incumplidas

Como obligados medio de transporte hasta bien entrado el siglo XX, la imagen de los veleros, que impusieron su indiscutida supremacía desde el descubrimiento hasta mediados del siglo diecinueve, y los vapores a partir de allí, se encuentran íntimamente vinculadas a la emigración europea a América. En virtud de ello, es común hallar, tanto en los estudios migratorios como en las crónicas o prensa de la época, frecuentes alusiones a las virtudes y sinsabores de una no siempre placentera travesía atlántica.

Los vascos, protagonistas por excelencia de este fenómeno, nos ofrecen, tanto desde la perspectiva de los armadores publicitando las bondades de sus naves, como desde los descarnados relatos de viajeros, abundante documentación sobre un episodio no menor en la siempre traumática experiencia del emigrante. En ésta, no deja de ser sorprendente la distancia existente entre la no siempre honesta publicidad del poderoso empresario naviero y la penosa experiencia del humilde emigrante, que difícilmente hallaba oídos atentos a la hora de denunciar los abusos a los que era sometido.

Elocuente es la diferencia existente entre la propaganda publicada en Bayona en el año 1841 ante el inminente viaje del velero de tres mástiles Leopoldina Rosa, en parte de la cual ofertaba: “…El precio del viaje será de 280 francos… y los pasajeros tendrán carne vacuna fresca por lo menos dos veces por semana…”1, y el relato de un pasajero que, en 1862, se lamentaba: “Lo que mayor desconsuelo nos causa es la putridez del agua, ávidos como estamos de beberla, y apenas aplicamos los labios nos hace retroceder el hedor…”2, o el relato que Colá y Goiti insertaba en su obra “La emigración Vasco Navarra”3, donde denunciaba: “Las penurias de tal alojamiento, sin apenas sitio donde estar ni lugar donde asearse, convierten en muy breves días aquel infecto local del buque en un asqueroso depósito de repugnantes insectos de toda especie”.4

Abismal contraste entre dos intereses irreconciliables como lo fueron las compañías navieras y las agencias de emigración, enfrentadas con las autoridades civiles y eclesiásticas de Euskal Herria, quienes, en un intento de refrenar un éxodo que tuvo alarmantes proporciones hacia la segunda mitad del siglo XIX, se valieron de la prensa y de los púlpitos para desprestigiar a los primeros.

En tal sentido, resulta emblemático el ya mencionado trabajo de José Colá y Goiti, quien para cumplir fielmente con su encargo, no dudó en cargar las tintas con groseras exageraciones, que le valieron no pocas críticas de parte de las autoridades de los países americanos. Será precisamente este enfrentamiento el que ha dado razón a muchos historiadores que han preferido matizar esta información, a su juicio claramente sesgada, tanto desde la perspectiva de quienes fomentaban, como de quienes se oponían a ese trasvase migratorio.

Pero si nos abstraemos de estas fuentes “oficiales” del País Vasco y nos remitimos a testimonios ajenos a este contencioso, hallaremos que los relatos de quienes sufrían las consecuencias de una travesía muchas veces inhumana, dan veracidad a muchas de estas denuncias.

Con el propósito de fundamentar esta afirmación nos remitimos a la carta que el funcionario del Gobierno uruguayo José M. Pérez remitió al embajador de este país en París. En ésta, fechada en Montevideo en junio de 1836, el remitente informa de los esfuerzos del gobierno para atender al primer contingente de inmigrantes vascos llegados al Río de la Plata a bordo del buque “Hoelvelin”, “…a pesar del contagio de viruela y escorbuto que muchos de ellos padecían…5”; noticia esta que viene a dar suficiente testimonio del estado sanitario que se padecía a bordo de navíos que, en numerosas ocasiones, la cantidad de pasajeros duplicaba su capacidad en detrimento de la salud y el bienestar de éstos.

También da razón a la acusación que Colá y Goiti hacía sobre las condiciones sanitarias del viaje, la noticia publicada en el periódico montevideano La Razón el 15 de enero de 1896 con el título “Invasión de colchones”. En esta nota, el periodista informaba sobre la extraña aparición de unos ciento cincuenta colchones de paja que, impelidos por la corriente, flotaban en la bahía de Montevideo, conjeturando que podría tratarse de los restos de un naufragio. Días después, la Capitanía de Puertos dedujo que la razón de tan sorprendente hallazgo seguramente obedecería a que se habría desatado la peste entre los pasajeros de tercera clase de alguno de los vapores recién llegados de Europa.

Tan frecuente serían estos casos y tan dramáticas sus consecuencias, no sólo para los viajeros, sino para los habitantes de los países del Plata, que para fines del siglo XIX se establecía un lazareto y zona de cuarentena en la Isla de Flores, frente a la ciudad de Montevideo.

Y si de abusos hablamos, resultan elocuentes las palabras del columnista del periódico Laurak Bat de Montevideo que, alarmado con un nuevo proyecto de inmigración presentado al Parlamento uruguayo, rememoraba su propia experiencia:

…Prescindiremos de nuestro tristemente célebre viaje efectuado en cien días entre el hambre, la miseria y la epidemia que nos arrebató en el camino a muchos compañeros queridos, que fueron pasto de los peces en la inmensidad de los mares.

Prescindiremos de aquellos momentos en que congregados en la cubierta de un buque (“Mariscal Excelmea”) 285 pasajeros, se nos intimó que no debiendo conducir más que 130 pasajeros, entre los comisionados y el armador nos habían introducido cerca de 300, y que por tanto se habían agotado los comestibles y que era necesario que la ración de un día sirviese para ocho, y que en caso contrario, nos veríamos obligados a ser antropófagos.

Prescindiremos aun de los que fueron sepultados en las ondas, porque los señores comisionados tuvieron la crueldad de negarles toda asistencia, y hasta un poco de agua caliente para dárseles un miserable té…6 Historias de naufragios

Pero más allá de los riesgos, abusos y sinsabores de la travesía, el omnipresente temor a un naufragio era la más pesada carga que, junto a su magro equipaje, acompañaba a cada emigrante en la ya de por sí dura singladura oceánica.

Justamente bautizado como el “Infierno de los navegantes” por el marino francés A. Boucard, el estuario del Plata esconde en sus arenas incontables naufragios que, según algunos investigadores, superarían holgadamente el millar. No obstante, debido a los deficientes controles llevados hasta fines del S. XIX tanto en los puertos de remisión como en los de destino, resulta imposible cuantificar el número de inmigrantes vascos que hallaron su tumba en estas aguas y mucho menos conocer sus filiaciones; tal como sucedió en octubre de 1868 con el naufragio del bergantín francés “Lise Amelie”, del cual el diario montevideano “El Siglo” informó: “El telégrafo da la triste noticia de haber aparecido en la costa de Maldonado veinte cadáveres y restos de buque, entre aquellos los restos de una mujer y un niño abrazados..”7 De los aproximadamente trescientos pasajeros, en su mayoría inmigrantes, ninguno sobrevivió.

Sin duda que de entre los naufragios más recordados, se destaca el del ya mencionado velero Leopoldina Rosa. Éste navío de tres mástiles, que había zarpado de Bayona el 31 de enero de 1842, naufragó frente a la costa uruguaya el día 6 de junio, llevándose consigo la vida de doscientos inmigrantes vascos.

Las crónicas de ese episodio nos presentan un cuadro desgarrador: “…Todos los pasajeros que no habían tenido el valor de intentar salvarse se habían refugiado en la cámara, no osando salir de ella de temor a ser llevados por los golpes de mar que se hacían cada vez más terribles. Continuadamente en su puesto, sobre la popa, el Capitán animaba a estos desgraciados a tener paciencia esperando que al ponerse el sol el viento y la mar se apaciguarían.

Ay, sus esperanzas eran vanas.

La mar al fin se tranquiliza, pero cerca de tierra redobló su violencia. Hacia las 5 se oyó un gran crujido: era la popa que se desfondaba. Entonces se presentó el espectáculo más horrible. Más de sesenta personas, hombres, mujeres y niños, todas mezcladas y amontonadas en un pequeño espacio invadido por un mar horrible y lanzando gritos más lastimosos se ahogaron casi todos a excepción de unos pocos que auxiliados por las personas que estaban sobre la popa se refugiaron en ella.

Era noche cerrada, el puente estaba en parte separado del buque y cada golpe de mar se llevaba siempre alguno de estos infortunados que se habían refugiado allí…

…Muchos llegaron a la costa, pero el más grande número expiró.

¡¡¡Los gritos de las mujeres tendiendo los brazos al cielo traspasaban el corazón!!! Noticia del naufragio del "Principe de Asturias" aparecido en la prensa brasilera.

Era verdaderamente lastimoso oír sus lamentaciones y los votos que formulaban en su desesperación. Las unas llamando en vano a sus esposos e hijos; las otras en su delirio implorando el socorro de un amante que permanecía sordo a sus gritos…”

Hacia la cuarta década del S. XIX, el advenimiento de las naves a vapor supondría un importante avance y un consiguiente alivio para el inmigrante; no por haber mejorado las condiciones de la travesía, que como ya vimos dependía del no siempre honrado desempeño de los armadores, sino porque ésta vino a acortar su duración cuando menos en una tercera parte.

Pero este notable avance tecnológico no supuso el fin de los naufragios.

En el año 1916, el accidente sufrido frente a las costas del Brasil por el vapor “Príncipe de Asturias”, enlutó nuevamente a la colectividad vasca rioplatense. Este buque, que había zarpado de Barcelona con destino a Buenos Aires, era comandado por el capitán José Lotina, el que, al igual que muchos oficiales y tripulantes, era natural de Euskadi. Vapor "Príncipe Asturias".

Según el relato de Francisco Zapata, médico del vapor, el choque se produjo a las 3,45 hs. de la madrugada cuando, batida por un furioso temporal, la nave había encallado sobre un gran escollo que la densa niebla no había permitido esquivar, en las inmediaciones de la isla San Sebastián, frente al faro Punta Boi, (Brasil). A las 4,15 hs. el agua había penetrado hasta la sala de máquinas produciendo una violenta explosión que abrió el navío longitudinalmente, hundiéndose en pocos minutos.

Entre las víctimas, cuyo número ascendió a 338 pasajeros y 85 tripulantes, se contaban los siguientes vascos: Pasajeros

1º clase: Francisco Chiquirrin, Ana Alsina de Chiquirrin, Patricio Alsina, J. Michel, Ángel Ibarguren Fernández, Josefina Ibarguren Fernández, Zulina Ibarguren Fernández, Francisco Espeleta, Francisco Jaureguialzo, Cecilia Urtiaga, Ignacia Jaureguialzo, Paulo Jaureguialzo, Juan Jaureguialzo, Carmen Jaureguialzo, Marcial Aguirre, Segunda Z. de Aguirre, Benita Izaguirre, Manuel Aguirre, Benita Izaguirre, Asunción Aguirre, Carmen Aguirre, Aurelio Minondo y Leonardo Ordoqui.

2º clase: Miguel Salamendi, Julián Aguirre Asigorriaga, Homero Inchaustieta, Cándido Ayestarán, Luciano Undía, M. W. de Undía, José Lara Jurizábal, Petra Azarate de González, María del Carmen González y Rafael Aguirre.

2º clase económica: Cesáreo Azarate, Ricardo Sanz, Tomás Ricardo Sanz Cortés, Luis Echeverria, Manuel Inda y Eusebia Santamendia. Tripulantes

Capitán José Lotina. José Lotina, capitán; Alejo Gardoqui, primer oficial; Rufino Urtiaga, piloto; Rafael Escudero, maquinista; Domingo Crespo, contramaestre.8

Conmovidos con esta desgracia, las autoridades de la Sociedad Euskal Erria de Montevideo dispusieron realizar un funeral en memoria de las víctimas y una colecta para asistir a los sobrevivientes. Ésta ceremonia, que fue concelebrada por los presbíteros José Bergara, Francisco Mujica y Germán Vidal, tuvo lugar en la Catedral Metropolitana el día 23 de marzo.9 Vista de la entrada a la Catedral Metropolitana en ocasión del funeral por las victimas del "Principe de Asturias" realizado por la Sociedad Euskal Erria de Montevideo.

Pero si de destinos trágicos hablamos, debemos referirnos a Ramón Artagaveytia Gómez, natural de Montevideo, hijo del coronel Ramón de Artagaveytia Urioste, nacido en Santurzi (Bizkaia), célebre comandante del batallón vasco Voluntarios de Oribe, que participó, con particular destaque, en la Guerra Grande uruguaya (1943-1851).

Ramón (h) era sobreviviente del trágico incendio del vapor “América”, producido en el Río de la Plata en la noche del 24 de diciembre de 1871, cuando hacía la travesía Buenos Aires – Montevideo. Este episodio, sucedido siendo aun muy joven, le había marcaría por el resto de su vida, y según él mismo reconocía en una carta escrita a su sobrino, su recuerdo lo torturó en cada cruce platense:

“…Lo del América, hace cuarenta años, fue terrible. El desasosiego nocturno sigue atormentándome. En viajes apacibles, me despierto con terribles pesadillas, oyendo retumbar en mis oídos la fatídica palabra ¡Fuego, fuego! He llegado al colmo de subir a cubierta con el salvavidas puesto. Representación artística del "Vapor América" en llamas.

Estoy viejo. La noche del desastre me dejó huellas indelebles. Sólo quienes lo vivieron saben lo que fue. El 24 de diciembre de 1871 éramos 206 pasajeros a bordo del vapor América. Yo dormía. Siento el grito: ¡Fuego a bordo! Con rapidez juvenil y experiencia en situaciones difíciles, me coloco el salvavidas, corro, me tiro al agua sin mirar ni preguntar nada. Fui el primero; otros sesenta y cinco se salvaron conmigo. Los dubitativos esperaron y murieron horriblemente quemados…”.

Pero en su calidad de administrador de los campos que la familia poseía en la República Argentina, Ramón no tuvo otra opción que doblegar sus temores y someterse, una y otra vez, al temido cruce del Río de la Plata.

Hacia 1912, los avances tecnológicos aplicados a la navegación le brindaron la suficiente confianza como para emprender una visita a Inglaterra, por lo que, en preparación del viaje, le avisó a su sobrino que por unos cuantos meses no visitará el establecimiento rural “San Ramón de Guaminí” (R.A.)10: “…No te imaginas, Enrique, la tranquilidad que da el telégrafo. Cuando se hundió el América en las narices de Montevideo nadie contestó los pedidos de ayuda efectuados con las luces. Los muy infelices que nos vieron, desde el Villa del Salto que navegaba a pocas millas y desde el puerto, no respondieron a nuestras señales luminosas. Con teléfono a bordo eso no se repetirá, nos podremos comunicar con el mundo entero.”

A la hora de su regreso de Inglaterra, escribió a su familia insistiendo en las bondades de los nuevas tecnologías aplicadas a los viajes transatlánticos, ya que, a su juicio, se embarcaría en un “barco de verdad”: “…Por fin voy a poder viajar y, sobre todo, dormir tranquilo…”; y con toda confianza se embarcó el 10 de abril de 1912 en el puerto de Southampton, con destino a Nueva York.

El nombre del buque: R M S Titanic.

Durante los meses siguientes se hizo común la presencia de su hermano Manuel en el puerto de Montevideo, alimentando la vana esperanza de que Ramón lograra reeditar su hazaña del “América” y regresara nadando a su hogar.

Varios meses más tarde, el hallazgo de su cadáver no hizo sino confirmar lo que todos ya sabían. RMS Titanic. En la reciente exposición que sobre el naufragio del “RMS Titanic” se realizó en el Museo Marítimo de Bilbao, se señalaba que el único pasajero vasco era Ramón Artagaveytia. 1 Irigoyen Artetxe, Alberto; Laurak Bat de Montevideo, primera Euskal etxea del mundo 1876-1898; Vitoria – Gasteiz; 1999. 2 Azcona, José M. Los paraísos posibles; Bilbao, 1992. 3 Colá y Goiti, José; La emigración vasco-navarra; Vitoria, 1883. 4 Colá y Goiti, José; La emigración vasco-navarra; Vitoria, 1883. 5 Archivo General de la Nación. Ministerio de Gobierno. Carta de Pérez a Giró; Montevideo junio 1836. 6 Laurak Bat, Año V Nº 73; Montevideo, 26 de febrero de 1881. 7 El Siglo; Montevideo, 20 de octubre de 1868. 8 Euskal Erria Año V Nº 178; Montevideo 20 de marzo de 1916. 9 Euskal Erria Año V Nº 179; Montevideo 30 de marzo de 1916. 10 ARTAGAYEITYA, Horacio; Raíces y Recuerdos, Montevideo, 1996.