265 Zenbakia 2004-07-30 / 2004-09-03
De entre los pasajeros del buque Vasaholm que descendieron en el puerto de Río de Janeiro el 27 de agosto de 1941, las autoridades aduaneras brasileñas anotaron el ingreso al país del doctor panameño José Álvarez Lastra y la venezolana María de Arrigorriaga, ésta última en compañía de sus hijos José y Gloria Guerra. Lejos estaban de imaginar que estas identidades ocultaban al Presidente del Gobierno Vasco José Antonio de Aguirre, a su esposa María Zabala y a los pequeños Aintzane1 y Joseba, que llegaban a tierras americanas huyendo del largo brazo del totalitarismo nazi.
Sin embargo, las ansias de libertad del Lehendakari deberían sufrir aun una última y no menos dura prueba cuando, habiendo transcurrido casi un mes de su llegada a Brasil, su situación legal aun no había sido resuelta y su verdadera identidad amenazaba con ser descubierta. Efectivamente, a pesar de las intensas gestiones que Manuel de Ynchausti venía realizando en los Estados Unidos, las dificultades planteadas por Ralph Stevensosn, cónsul británico en Brasil2, en cuanto a la imposibilidad de ingresar al país con un nombre y salir con otro, parecían lejos de estar resueltas3.
José Álvarez Lastra. Intentando hallar una solución y recordando la buena disposición que históricamente la república Argentina había tenido para con los vascos, Aguirre escribía a Ramón María de Aldasoro, antiguo Consejero de Comercios y Abastos del Gobierno Vasco que lideraba la Delegación de Euzkadi en Buenos Aires. Esta representación, integrada por Isaac López Mendizabal, Santiago Cunchillos y Pablo Artzanko había llegado a América en noviembre de 1938.
No obstante los desvelos de Aldasoro, sus gestiones frente a unas autoridades argentinas que contemplaban con indisimulada simpatía el “nuevo orden” europeo no tuvieron el éxito esperado.
Lejos de amilanarse, se trasladaría a la vecina capital uruguaya para contactar al puñado de abertzales que allí residían y solicitar su auxilio para obtener de Uruguay lo que Argentina les negaba. Uruguay, país amigo de los vascos
El presidente uruguayo General Alfredo Baldomir no sólo estaba dispuesto a permitir el ingreso de Aguirre, sino que lo recibiría con los honores correspondientes a su alta investidura.
Siete hombres se comprometieron en la ingente tarea de movilizar a la cúpula política uruguaya para brindarle un recibimiento, no solo seguro, que es lo que se pretendía, sino espléndido y removedor de las adormecidas conciencias de la diáspora, confundidas hasta entonces por la avasallante propaganda franquista. El compromiso establecía el mantenimiento del más absoluto secreto hasta no contar con la anuencia del gobierno y plenas garantías de seguridad para el esperado huésped.
Días más tarde, cuando Aguirre ya había abandonado Uruguay, el periódico bonaerense Euzko Deya se refería a ellos en un jocoso artículo titulado “Arteche Nunca Fracasa”:
“...Hace poco más de veinte días, la más elemental prudencia aconsejaba continuar recatando la presencia de don José Antonio de Aguirre en América. (...)
Aguirre en el tren. Las circunstancias exigieron que el secreto fuera comunicado a los catecúmenos de la fe que simboliza el Presidente Aguirre y cuyas ayudas eran indispensables, para el mejor éxito de la gestión que se nos había encomendado. Y en las catacumbas que nos brindaron las nunca desmentidas generosidades de don Juan Domingo de Uriarte, y ante la presencia del ingeniero Dionisio Garmendia, del presidente de Acción Vasca Ricardo de Guisasola, del ex consejal baracaldés Juanito Uraga, del joven mundakés señor Uribarri y del caballero vasco – uruguayo don Aitor Hormaeche, que con tanto humor lleva el ambicioso nombre con que lo bautizaron, todos los congregados se juramentaron a extremar su discreción, entregando cuanto tenían y pudieran, al mejor éxito de la causa para cuyo servicio fueron solemnemente reclamados. Con rara unanimidad, los juramentados resolvieron confiar la dirección de tan delicada aventura a un vasco que desde hace muchos años pasea triunfalmente sus genialidades lindantes en la locura y su decisión rayana muchas veces en el suicidio, por las calles de Montevideo, que se llama Pedro Arteche y nació hace más años de lo que parece en la villa de Bilbao.4
Culminadas las gestiones, el público anuncio de la llegada del Lehendakari se produciría el día 8 de octubre, jornada en que los matutinos montevideanos informaron ampliamente sobre la inminente llegada, extendiéndose en los rasgos biográficos del visitante.
Juan de Aragón5 bajo el título “Hoy llega un gran hombre”escribía en un matutino montevideano6 que Aguirre “...Había elegido este país con singular acierto.(porque) En pocos pueblos pudo albergarse mejor un símbolo tan representativo de la auténtica democracia ...
... De gala pueden vestirse los vascos en este día; de fiesta los hombres hispanos amantes de la libertad. Al saludar a este hombre cuya historia ejemplar se difunde por todos estos países, al llegar este apóstol de la libertad que viene con la conciencia en reposo, con las manos limpias, cosa que no podrán exhibir los que las tienen tintas en sangre de sus hermanos, se ofrenda para el pueblo vasco el tributo que merece ese pueblo trabajador, esa raza milenaria que se pierde en la noche de los tiempos; ese país donde resplandece la ética, la moral la religión, la cultura, las tradiciones, ese pueblo admirado y respetado por el mundo que además ha realizado los más duros sacrificios por sostener aquella libertad que veneraron sus mayores. Y de gala también se viste la nación uruguaya para recibir al hombre que representa sus más caras afinidades a este gobernante emblema de la dignidad...”
Adelantándose a su arribo, una minúscula delegación integrada por el diputado Julio Iturbide y Juan Domingo Uriarte, viajó hasta la brasileña ciudad de Río Grande do Sul, donde, en compañía del cónsul uruguayo en esa, se presentaron para acompañarle en la última etapa de su viaje. Aguirre y su familia en la frontera acompañados por una pequeña delegación. El río Yaguaron, una frontera sin guardias
Tal como lo asentó en su diario personal y lo relataría más tarde en su libro De Gernika a Nueva York pasando por Berlín7, la formalidad de su entrada a Uruguay no fue más que cruzar el puente sobre el limítrofe Río Yaguaron en compañía de su esposa María Zabala y sus hijos Joseba y Aintzane; esta última abrazando a su inseparable compañera de viaje, la muñeca que sus padres le habían obsequiado antes de abandonar Suecia. Durante la travesía, esta muñeca no sólo había merecido las atenciones de su dueña, sino que había estado bajo el permanente cuidado del Lehendakari, ya que en el interior de su cabeza transportaba el diario que éste, con una audacia rayana en la inconciencia, había llevado en el transcurso de su aventura europea8. Diario de Aguirre.
En esta pequeña agenda, Aguirre escribiría el día de su llegada a Uruguay:
“...A las seis de la mañana hemos tomado el tren para la frontera. Paisaje típico y poco habitado. Llegamos a la frontera. En el último trayecto brasileño, llega mi compatriota, el padre Irizar. Le conocemos por la ikurriña que lleva en su solapa. Me cogen del brazo y me pasan al otro lado sin más preámbulos, ni revisiones, ni sellos. Un verdadero golpe de audacia. No querían tolerar estos buenos uruguayos un minuto de retraso. Encontramos al padre (Se refiere a su suegro, Constantino Zabala.), Aldasoro, etc. Emoción, lloros, entusiasmo. Seguimos la marcha. Antes me he afeitado el bigote, mi compañero inseparable de tantas aventuras. Lo he hecho en el hotel de Río Branco, primer pueblo Uruguayo. Todos, cónsules, autoridades fronterizas, eran amabilísimas. En Treinta y Tres, como se llama el primer pueblo uruguayo, mucha gente, flores, discursos. En Montevideo mucho compatriota, micrófono, apretones. Llego sudando al hotel. Me espera una comisión de personalidades magnífica. Descanso. A dormir aturdido9. Constantino Zabala con sus nietos Aintzane y Joseba.
Aguirre tenía sobradas razones para sentirse aturdido, pues la recepción que le fue dispensada desde el momento mismo de cruzar la frontera uruguaya, pero más aun en Montevideo, había sido apoteósica y, por supuesto, jamás imaginada por un hombre que venía huyendo al amparo de una falsa identidad durante el transcurso de un año interminable.
Para dimensionar la magnitud de los sucesos debemos recordar que la simple obtención de un visado para entrar a los Estados Unidos le había inmovilizado en Río durante casi un mes, y el intento de renovar el visado de su esposa había puesto en riesgo su identidad al levantar las sospechas del cónsul venezolano en aquella ciudad.10
Desde la jornada anterior, los periódicos de la capital habían anunciado su llegada y, en conmovedora respuesta, la colectividad vasca inundó literalmente las instalaciones de la estación del tren. Apenas detenido, y a juzgar por las fotos que documentan el episodio, el vagón fue tomado por asalto para acoger a quien representaba las más nobles aspiraciones de un pueblo que, aunque derrotado, no había sido doblegado.
Aguirre, sorprendido y emocionado, escribiría en su diario:
-Qué consuelo. ¡Si los de la cárcel lo vieran! – como siempre, su pensamiento volaba hacia donde habían quedado sus compañeros de las horas más trágicas.
Se sucedieron las entrevistas, visitas a radios y periódicos. Apenas llegado los periodistas requirieron su atención, en la mayoría de los casos no refiriéndose a él como una noticia casual y pasajera, sino reconociendo en su persona y en su investidura la representación de una nación que merecía la comprensión, el respeto y el cariño del pueblo uruguayo. En los medios de prensa más representativos fue recibido por los propios directores y las radios se disputaban su presencia.
Los actos, fiestas y homenajes se sucedieron sin cesar, demostrando en cada oportunidad no sólo la alta estima que en Uruguay se tenía por los vascos, sino la titánica labor que habían desarrollado aquel pequeño grupo de conspiradores que se reunían en el Gran Hotel del Globo. El lehendakari Aguirre y las autoridades uruguayas
En la capital uruguaya el lehendakari fue recibido por el Presidente de la República, General Alfredo Baldomir, por los ministros de la Alta Corte de Justicia; por el ministro de Relaciones Exteriores; por el Arzobispo de Montevideo... y en lo que fue el acto más significativo, se le tributó un caluroso homenaje en el Parlamento, donde en sendos discursos, todos los partidos políticos que hicieron uso de la palabra personificaron en él las virtudes del pueblo vasco: Aguirre junto al presidente uruguayo.
“...Y en la hora cruel de la tortura espiritual, henos aquí que llega a nuestras playas un hombre, cuya palabra tiene la autoridad que emana de la lucha y el sacrificio. José Antonio de Aguirre, que al pisar tierra uruguaya, ha afirmado al mundo, después de vivir el incendio que devora las viejas sociedades, que en la lucha de la libertad contra la tiranía, triunfará, señores, la libertad, y con ella todos los pueblos que han sabido sufrir y derramar sangre en su defensa!...- dijo de él el diputado del partido del gobierno Julio Iturbide, que había sido el promotor de tal homenaje.
En su discurso, Pedro Casal, representante de los Nacionalistas Herreristas, agregó:
“Doctor Aguirre: al decir vuestro nombre, estamos alzando las más bellas palabras de la vida: nobleza, amor, Fe , libertad y justicia, valores que, como " sudor que adereza el buen pan de la prole", al decir de Julio Herrera y Raissig, "condecoran diamantes de honradez en el pecho" del siempre noble pueblo vasco...
El Lehendakari, emocionado con semejante recibimiento, respondió:
“Señores: yo vengo de la tierra del sufrimiento, y porque vengo de la tierra del sufrimiento os aseguro que mi corazón está exento de odios.
(...)Recuerdo en este momento una frase que pronuncié por la radio de Barcelona en 1938, a mis compatriotas que sufrían, y la vuelvo a repetir ahora: “Juro ante Dios que no tengo odios en mi corazón; y malditos aquellos que los tengan porque no sirven para construir sino para la destrucción”
(...) Yo no vengo aquí a dividir ni a esta Cámara magnífica, llena de espíritu y llena de emoción, ni al pueblo uruguayo; vengo aquí como caballero errante que lleva dentro de su corazón un agradecimiento profundo a esta, magnífica tierra, que yo jamás olvidaré, y si al entrar en ella dije palabras sencillas, llenas de emoción y con lágrimas en los ojos, que fueron estas: “¡Bendita tierra!”, al salir de esta tierra volveré a repetirlas, porque yo no se más que expresar con ellas lo que mi corazón lleva...
...Por el Uruguay tenemos nosotros gran simpatía...
Señores: yo he recibido muestras de afecto muy grandes, y no tengo que deciros que marcho encantado de este pueblo....
... Yo soy muy poco para este homenaje; yo lo traslado entero al pueblo vasco. Yo soy muy poco para él, y hago votos para que este Uruguay magnífico siga la ruta luminosa que merece, por su virtud y su emoción. Y, señores: que un pequeño destello de vuestras virtudes, de vuestra emoción, de vuestra felicidad, de vuestra libertad, les sea dado también por la Providencia a ese pueblo vasco, que ha sabido sufrir por el derecho, que ha sabido sufrir por la libertad, que ha luchado con las armas en la mano por la democracia, que es la libertad de los hombres y de los pueblos, y ha sabido en todo momento ser digno, hasta tal punto que hoy, ante vosotros, magníficos representantes de la nación uruguaya, yo, el más humilde de los hijos del pueblo vasco, me presento con la cara alta por haber cumplido mi deber y recibo en vosotros el magnífico premio, emocionadísimo, que yo traslado a mi pueblo dando las gracias a todos. Aguirre, un “vasco ilustre”
Pero la emoción vivida en el Parlamento se vería ensombrecida, no por la esperada oposición de los simpatizantes del régimen franquista, sino por la actitud adoptada por el centro vasco más prestigioso del país. A pesar de que el Centro Euskaro Español, que había sido notoriamente españolista desde el momento mismo de su fundación, le había recibido con fervoroso entusiasmo y patriótica adhesión, la Sociedad de Confraternidad Vasca Euskal Erria, la de mayor prestigio y con mayor caudal de socios, la que había nacido al calor del fuerismo y del nacionalimo sabiniano, se negaría a recibirle echando mano al subterfugio de que sus estatutos no permitían la organización de un acto político. Aguirre en el Parlamento uruguayo.
Los tiempos habían cambiado a tal extremo que, iniciado el conflicto español, las simpatías se habían volcado mayoritariamente hacia el bando sublevado. Esta clara toma de posición llegaría a provocar enconadas disputas entre sus miembros, como cuando y sólo a título de ejemplo, la Comisión Directiva rechazara la iniciativa de un grupo de patriotas que pretendían realizar campañas de recolección de fondos destinados a los huérfanos de la guerra.
Pero en la sesión del Consejo Directivo del 17 de octubre, las aguas volverían a su cauce, y a pesar de alguna oposición, se decidía recibir a Aguirre aplicándole el eufemismo de "vasco ilustre". Este subterfugio permitió hacer a un lado el contexto político que implicaba su título de Lehendakari y acallar a quienes se amparaban en el artículo estatutario que impedía hablar de política en el seno de la sociedad.
Esta situación sería, tal como el mismo Aguirre lo expresaría más tarde, el inicio del cambio dentro de Euskal Erria. Las ideas nacionalistas, tímidas hasta entonces, fueron prendiendo cada vez más dentro de los cuadros sociales y en la Directiva. Ya al año siguiente ésta estaría constituida en su mayoría por nacionalistas vascos.
El Lehendakari recordaría así aquel momento: Esta sociedad con directiva franquista -escribía- ha venido recibiendo en sus locales al embajador de Franco. Llegué a Montevideo, y a propuesta de varios socios patriotas se presentó a la Directiva una petición: que yo fuera recibido en la Sociedad y que miembros de la Directiva formaran parte de la Comisión de homenaje. Por nueve votos contra dos se rechazó la proposición. Inmediatamente reaccionaron los patriotas en gran número en la Sociedad. Comencé a recibir pliegos de protesta en los que me anunciaban la baja de un gran número. Llamé a los más excitados. Les dije que hicieran lo contrario. Es decir, que permanecieran en la Sociedad para cambiar el espíritu poco a poco; que dijeran a la Directiva que hacían lo que hacían porque aún no nos habían mirado ni contemplado de frente. Así lo hicieron. El presidente de la Sociedad me cumplimentó, pero a título individual. (...) Yo marché a Buenos Aires. Antes de salir de esta capital recibí un telegrama de Montevideo en el que me anunciaban el acuerdo de recibirme oficialmente, invitándome a un banquete en mi honor, aprovechando mi paso de regreso por aquella capital. Acepté. La Directiva lo acordó por unanimidad .(!) Se celebró un magnífico banquete con doscientos comensales. Presidía yo el acto; en él había una sola bandera, la nuestra. Hablé al fin con el micrófono al exterior. Entusiasmo y todos de acuerdo. Antes del banquete, la Directiva en pleno me invitaba en su salón de reuniones a un cóctel íntimo para darme explicaciones. Yo les hablé en euskera. Aquellos viejos, carlistas los más, comenzaron a llorar. Había laburdinos que también lloraban. Los más jóvenes, muy contentos, y al fin todos, sin excepción, satisfechos. Ya no volverá el embajador. Otro reducto ganado. Pero cuánto cuidado es preciso tener en estos climas especiales que arrastran al atavismo de la inercia y de las falsas concepciones. Hay, sin embargo un orgullo de ser vascos que Dios ha querido conservar para nuestra suerte.(...) Las confusiones ya viejas y luego las de la guerra peninsular causaron estragos que no son fáciles de disipar en un día; pero cuánto se ha ganado y que perspectivas más hermosas en todas partes". 1 Agradezco a Aintzane Aguirre Zabala la cesión de las fotografías utilizadas en este artículo, así como la copia de la página del Diario en donde su padre recogió sus impresiones el día de su llegada a Uruguay 2 Ralp Stevenson, cónsul general británico en Río de Janeiro, había conocido a Aguirre cuando se desempeñó como cónsul en Bilbao durante la Guerra Civil. 3 En su Diario, Aguirre relata su entrevista con el cónsul venezolano a quien notó desconfiado y poco amable. También temió haber sido involuntariamente descubierto por el embajador dominicano que era amigo del embajador franquista. AGUIRRE Y LECUBE, José Antonio; Diario de Aguirre, Tafalla, 1998. 4Eusko Deya, Buenos Aires, 25 de octubre de 1941. 5Juan de Aragón era el seudónimo del periodista español Rafael Suárez Rivas, que actuara en los medios El Globo, El País, El Liberal, Diario Universal, El Mundo y El Imparcial de Madrid. Más tarde, desde su exilio boliviano, escribiría en La Voz de Francia, periódico donde haría popular su seudónimo. En Montevideo escribió en Orientación y El Día, y condujo un programa periodístico en Radio Ariel. Escribió Siluetas Madrileñas; La Virgen de los Peligros; Democracia y Liberalismo; Cuentos de Caza; El Palacio de la Prensa; Bajo la bota; Las Vergüenzas de África; La Guerra de la Dignidad y La Pluma contra la Barbarie, esta última publicada en Montevideo en 1942. 6El Día, 9 de octubre de 1941. 7AGUIRRE, José Antonio; De Guernica a Nueva York pasando por Berlín; Editorial Vasca Ekin, Buenos Aires, 1943. 8Entrevista a Aintzane Aguirre Zabala, Vitoria, febrero de 2003. 9AGUIRRE Y LECUBE, José Antonio; Diario de Aguirre,; Tafalla, 1998 10AGUIRRE Y LECUBE, José Antonio; Op.Cit. Menua KOSMOPOLITA Aurreko Aleetan Inicio > EM 265 > Kosmopolita -->
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