241 Zenbakia 2004-02-06 / 2004-02-13
2004/02/06-13 La Iglesia de Los Vascos1 Renée Fernández & Danilo Maytía
Enclavada en la zona céntrica de Montevideo, se yergue, silenciosa tras las rejas de su fachada, la iglesia erigida bajo la advocación de la Inmaculada Concepción y denominada por todos, Iglesia de los Vascos. Sus paredes fueron levantadas gracias a la voluntad y al esfuerzo mancomunados de los padres betharramitas y de los feligreses vascos. Sus naves encierran muchísimas oraciones y anhelos de la comunidad vasca en nuestra ciudad.
El comienzo de su historia se remonta a dos hechos ocurridos en 1856: el envío de sacerdotes bayoneses desde Bétharram y a la presencia casual del sacerdote cisterciense, vasco de Iparralde, Paulino Sarraute.
Ya en 1855 el Obispo de Bayona, Franciscus, preocupado por la emigración de los naturales de los Bajos Pirineos, principalmente vascos, se comunica con el Obispo de Buenos Aires, Mariano José, a efectos de concretar el envío de algunos sacerdotes idóneos para acompañar a los emigrantes. La correspondencia al respecto es muy nutrida y finalmente, establecidas las posibilidades de alojamiento y manutención, se inician en septiembre de 1856 los preparativos para el viaje.2
Desconociendo las complicaciones que les aguardaban y creyendo, en cambio, que serían calurosamente recibidos y atendidos, viajaban en el “Etincelle” los ocho sacerdotes betharramitas. En aquellos tiempos era muy difícil volver luego de partir hacia una misión en América, pero los padres Diego Barbé, superior, Simón Guimón, administrador, Luis Larrouy, confesor, Pedro Sardoy, Juan Bautista Harbustán, el estudiante Juan Magendie y los hermanos Juan y Fabiano Arosteguy, no dudaron en venir a brindar socorro religioso a sus compatriotas. El entusiasmo en la partida estuvo acompañado por la dedicación que les brindaron las carmelitas de Pau y las hermanas de Igon, que les proveyeron de ropa personal y de cama, accesorios de costura y objetos religiosos; la disposición del vecino Inchauspe que donó una caja de libros vascos para ser distribuidos en la nueva colonia y, sin duda, lo más destacado, el adiós sentido que los superiores dedicaron a los misioneros. La separación de los compañeros que los escoltaron hasta alta mar en el vapor remolcador, el 31 de agosto de 1856, fue en extremo conmovedora y los viajeros continuaron mirando, por última vez, las costas de Biarritz, de Donibane Loizune, hasta que la oscuridad de la noche les impidió hacerlo.
Las vicisitudes del viaje de los sacerdotes no fueron diferentes a las sufridas por los demás emigrantes de aquella época, salvo la atención especial por parte de la tripulación. La mayoría de los pasajeros eran vascos franceses y españoles, aunque había algunos bearneses, y eso permitió gran comunicación. No faltaron horas de tormenta en las cuales el fuerte oleaje incrementaba los sacudones del velero, ni los días de calma intensa, sin avance, mientras el calor sofocaba y pudría las reservas de agua potable. Pero todos buscaban su distracción, especialmente los vascos que alegraban a todos con sus cantos originales o casi religiosos.
El lunes 3 de noviembre llegan a Montevideo. Si bien el destino de los misioneros era Buenos Aires, tanto el cargamento del “Etincelle” como buena parte de los pasajeros, estaban destinados a aquella ciudad. El sonido de las campanas y los árboles verdes y floridos de la villa, llenaron de consuelo a estos hombres. Pero la gloria de la luz del día se convirtió en espantosa tempestad a la noche cuando partieron a bordo del vapor italiano “Menay”. La tormenta del cruce del Río de la Plata fue tan sólo un nuevo comienzo a las peripecias que deberían soportar en la otra orilla: ningún recibimiento, rudísimo noviciado en el convento de San Francisco y larga búsqueda de casa para alquilar sin lugar dónde poder trabajar.3
Durante la Semana Santa del mismo año 1856 había llegado a Montevideo el sacerdote Paulino Sarraute. El objeto de su venida era recolectar fondos para su convento en Kansas, E.E.U.U., devorado por un incendio, habiendo estado previamente en La Habana y Santiago. En Montevideo fue recibido por los vascos con total devoción, obteniendo de las autoridades eclesiásticas, el permiso necesario para predicar una misión a todos los vascos de la capital; ésta se realizó en primera instancia en la iglesia de San Francisco, cedida amablemente por el cura párroco de la misma, padre Martín Pérez. Lamentablemente esta iglesia también fue devorada por un incendio y la misión del padre Sarraute debió continuar en la Casa de los Ejercicios, ubicada al igual que aquélla, en plena Ciudad Vieja. El resultado fue tan halagüeño que el padre Sarraute decide coronarlo con una procesión desde esa capilla hasta la Catedral. Los datos entusiastas de la época disparan las cifras desde 200 a 1400 participantes, pero lo cierto es que el número de concurrentes con un cirio en la mano, impactó como una procesión jamás vista hasta ese día y, a partir del mismo, el recinto de la Capilla de los Ejercicios resultó insuficiente para los numerosos vascos que acudían desde toda la ciudad. Como además no gozaba allí de la independencia necesaria para ejercer su ministerio, el misionero debió buscar un sitio más apropiado. Tuvo suerte de encontrarlo no lejos de la zona, en la calle principal de la Ciudad Nueva, 18 de Julio, entre Río Negro y Daymán (actual Julio Herrera y Obes). Allí alquiló a la familia Lacueva, un salón bastante espacioso en planta baja, para lo cual los vascos pagaban cien pesos; desgraciadamente los inquilinos de la planta alta, molestos por los oficios y principalmente por los cantos de los fieles vascos, protestaron al dueño, quien obligó al padre Sarraute a alquilar todo el edificio por la suma de doscientos pesos mensuales; con el resultado que todos los vecinos protestaron por las originales manifestaciones de fe cristiana. Vista de la calle 18 de Julio, hacia 1860, en el entorno inmediato al salón alquilado por el padre Sarraute (la transversal, abajo a la derecha, es Daymán, hoy Julio Herrera y Obes). 4
El padre Sarraute recibió el ofrecimiento de un amplio terreno cercano, propiedad de dos portugueses acaudalados, antiguos comerciantes de esclavos, los hermanos Germán y Lucio da Costa Guimaraes. El terreno se emplazaba en la calle Daymán a una cuadra de 18 de Julio, entre Colonia y Mercedes, donde antes tenían los galpones de esclavos. La única pretensión de los donantes era que el templo fuese dedicado a Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, en honor a su madre, de nombre Concepción. El 4 de septiembre de 1857 se labra el Acta de Concesión e inmediatamente se constituye una Comisión de Construcción, la que confió los trabajos de albañilería a los hermanos Recayte, quienes presentaron un proyecto que fue aceptado, dando rápido comienzo a los trabajos. El 3 de octubre se celebra la colocación de la Piedra Fundamental con gran concurrencia de público y participación de personas importantes de la sociedad, siendo madrina Doña Dolores Vidal de Pereira, esposa del Presidente de la República. En la Piedra Fundamental se colocaron gran cantidad de monedas y objetos valiosos y hubo misa solemne cantada con acompañamiento de orquesta.
A pesar que los trabajos avanzaban en forma sostenida, era necesario lograr un espacio de forma urgente para poder celebrar los oficios. El padre Sarraute propuso a los vascos levantar una pared paralela al lado norte, logrando de este modo una sala que sería capilla provisoria. La propuesta fue aceptada con entusiasmo y en veintiocho días se contaba con una capillita que tomó entonces el nombre de capilla de los Vascos, que ha conservado y trasmitido a la iglesia de la Inmaculada Concepción.
Sin embargo, la situación se complicó; los trabajos debieron suspenderse por falta de fondos y además, el padre Sarraute fue reclamado por sus superiores. Antes de irse logró que el sacerdote francés Ducasse, de paso por la ciudad, tomase a su cargo la obra emprendida, y solicitó también al padre Barbé, en Buenos Aires, que los betharramitas bayoneses viniesen a sustituirlo. Finalmente estos envían al padre Harbustán, quien llegó a Montevideo el 10 de marzo de 1861, trabajando incansablemente desde entonces. Predicaba en la capilla de los Vascos, todos los domingos, en español y en euskera, confesando en una época que no resultaba frecuente en nuestra capital. El auditorio del padre Harbustán iba en aumento cada día y entre sus tareas preparaba las primeras comuniones, y esto atraía a su vez la atención pública, pues realizaba esta ceremonia de igual forma que en Bayona. El Padre Garicoits, superior de la Congregación, compadecido por la ardua labor del padre Harbustán y motivado por el interés de Monseñor Vera, a la sazón Vicario Apostólico, de crear una Fundación residente en Montevideo, le envía un compañero, el padre Irigaray, el que arriba el 2 de octubre de 1862 y poco después, al hermano Joannes.
Lamentablemente, al poco tiempo se suscitan diferencias entre el gobierno de Bernardo Berro y el Vicario, Monseñor Vera, que tienen como desenlace el exilio de este último que se trasladó a Buenos Aires y se hospedó en San Francisco. En Montevideo se establecen dos bandos, oponiéndose los vascos a reconocer como autoridad eclesiástica a la impuesta por el Gobierno. En una discutida reunión citada por el Ministro de Culto en la Casa de Gobierno, y luego de escuchar las imposiciones al clero, el padre Harbustán se alejó indignado, pronunciando una “cierta expresión vasca”. Expresión ésta que le valió la persecución de la policía. Al día siguiente, domingo de misa, el padre estaba oficiando a las 7:00 horas, mientras el padre Irigaray y varios vascos estaban en otra pieza cuando un comisario se presentó a buscar al padre Harbustán. Éste no se opone a acompañarlo, pero lo hace a un paso tal que al comisario le resulta difícil seguir el ritmo de las largas piernas de Harbustán y desoyendo éste las observaciones del policía, continuó su andar, mientras se excusaba que tenía apuro por saludar a un amigo y algunos pasos más, entró en el consulado francés, donde la inviolabilidad del mismo le impidió al comisario tomar acciones. Si bien los niños de la primera comunión reclamaban a su buen padre, los enemigos fueron implacables y el sacerdote, luego de ser bondadosamente atendido en la cañonera “La Fortune”, se embarcó para Buenos Aires, donde compartiría el exilio junto al prelado. Constructor Juan Lladó. 5
En Montevideo, el padre Irigaray trabajaba como mejor podía, predicaba, conferenciaba, visitaba a los enfermos, se encargaba de todas las tareas que antes compartían, hasta que el padre Barbé, viendo su aislamiento, envió en su ayuda al padre Souverbielle, quien posteriormente, fundó el colegio de los Vascos, al lado de la iglesia. Nuevos conflictos políticos en Uruguay trajeron cambios y con ellos el fin del exilio. Con respecto a los trabajos de construcción, los padres Harbustán e Irigaray habían juzgado prudente no interceder en el conflicto que había surgido entre la Comisión de Construcción y los hermanos Recayte, quienes reclamaban pagos no efectuados. Finalmente el padre Harbustán nombra una nueva Comisión y ésta desconoce los reclamos y desaprueba los planos originales, lo que generó en paralelo, un juicio largo e improductivo para los constructores. Felizmente, un joven, Juan Lladó se acercó a Harbustán para informarse sobre su próximo casamiento y siendo él constructor, se acordó que presentaría un nuevo plan para la capilla. Los planos fueron presentados y examinados en conjunto con la nueva Comisión, resolviéndose que fuesen analizados por un arquitecto, Rabu, de origen francés, que estaba ejerciendo en esos tiempos en Montevideo. Las modificaciones a la propuesta de Lladó fueron escasas y el padre Harbustán, desde el púlpito, anunció la continuación de los trabajos de albañilería y exhortó al apoyo para la obra. El entusiasmo de los vascos no tuvo límite; algunos apoyaron con dinero y otros con su habilidad, ya sea como albañiles o como conviniere a la empresa. Así fue que el 9 de abril de 1867 recomenzaron los trabajos de la iglesia de los Vascos, luego de haberse suspendido desde la partida del padre Sarraute.
Por ese año comenzaron también las clases en el colegio de los Vascos, contiguo a la iglesia, precisamente el 1° de octubre de 1867. El padre Victor Serrés, asignado al mismo, sustituyó al padre Harbustán en los oficios de la capilla, cuando éste viajó a Europa para la compra de artículos para la nueva iglesia. Los apuntes de su diario nos ilustran el entusiasmo puesto por los feligreses vascos al cantar la misa:
“Domingo 10 de noviembre: Los cantores vascos son todavía insufribles. Todos quieren dominar, todos a quién gritará más y llegará más alto y se estará más tiempo en las notas agudas. Hoy se han enojado y han salido del coro porque las muchachas han cantado Bendicamus. Las muchachas creen no cantar bastante y están siempre enojadas entre ellas porque todas quieren mandar. Las viejas enojadas contra las jóvenes porque ellas cantan… En cuanto a seguir el tono del órgano, ni por eso.”6
El padre Harbustán trajo de su viaje a Europa, una campana, la imagen de la Inmaculada y cuadros para engalanar las naves, habiendo contado para ello con la generosidad de sus feligreses. Sin embargo, en 1870 la obra aún estaba sin terminar y a través de la prensa hay un llamado para incentivar nuevos aportes:
“Muy poco falta para estar concluida. Casi nada en el exterior, en el interior colocar unos altares y otras obras de lujo. Hacemos mención especial al altar donado por la Sra. de Zúñiga, con un costo de $1.200, es de un gusto exquisito y producirá verdadera admiración. Otras personas casi todas nacidas en los Pirineos, han regalado las puertas u otros materiales para el templo. Este es espacioso: tiene tres naves, embaldosadas las laterales y las del centro con piso de madera, para que sea más cómodo a las señoras y señoritas que en ella se sienten o hinquen. Las columnas son doradas en los extremos. Las vidrieras colocadas en las puertas y ventanas son de colores. El coro de la sacristía son piezas de gran capacidad. Varias campanas están colocadas y otras se colocarán pronto, algunas de ellas regaladas por la congregación de la antigua capilla. La novedad principal que lucirá la iglesia será una imagen de la Virgen de quien toma el nombre, de bulto y hecha en metal dorado. Concluimos haciendo notar que no obstante lo que dejamos apuntado, la iglesia y sus útiles no han invertido hasta ahora sino de 30 a 35 mil pesos. La mayor parte de este dinero ha sido donado en suscripciones por la población vasca. Pero esas cantidades no alcanzan para la edificación del nuevo edificio. Es posible que ascienda a diez mil pesos lo que se necesita aún para llevarla a cabo”.7 Imagen de la iglesia de los Vascos en el siglo XIX. 8
El 8 de diciembre de 1870, se inauguró la iglesia. El terreno en el cual se encontraba la capilla provisoria fue comprado por el padre Harbustán por la suma de $9.000 edificándose en aquel sitio la Casa de los Padres.
Durante varias décadas la comunidad vasca de Montevideo pudo acceder a sus celebraciones comunitarias en la iglesia que habían ayudado a construir. A media mañana se celebraban misas cantadas todos los domingos y días de fiesta y vísperas, con sermón en vasco y también Bendición Mayor. En 1906, los administradores del momento intentaron suprimir las acostumbradas prácticas, motivando una sentida reclamación al Superior, quien ordenó se restablecieran las mismas, reconociendo así los derechos de los vascos. Esto fue cumplido hasta la separación del padre Mendiondo, quien mantenía la práctica de misiones anuales en euskera, coronadas con las largas peregrinaciones con numerosa concurrencia. En 1916, el 26 de septiembre, ante similar situación, los vascos presentan una carta al Obispo Ricardo Isasa, avalada con 70 firmas, reclamando que se mantenga el nombre de Iglesia de los Vascos, así como la necesidad de que al menos dos padres vascos quedasen permanentemente en la iglesia, a fin de oír las confesiones y desempeñar su misión en favor de los vascos. La súplica fue elevada al Padre General de la Congregación de sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús (betharramitas) con la recomendación del propio Obispo Isasa:9
“Es sabido el inmenso bien que hizo entre sus paisanos el padre Mendivil, gracias a cuyo celo muchísimos vascos murieron cristianamente; y fresca está la memoria del padre Mendiondo, que continuó hasta hace poco, la misión de caridad de aquel buen padre Mendivil, que fue siempre solícito al llamado de sus paisanos enfermos”.10
Si duda la gestión debió tener el éxito esperado, ya que de acuerdo con correspondencia de 1922, sabemos que “…En la capilla llamada de los Vascos de la Iglesia de la Concepción, hemos tenido misión con sermón en euskera. Ha sido muy concurrida”.11 Procesión de primera comunión desde el Colegio a la Iglesia de los Vascos. 12
Aquél órgano que el padre Serrés tocara en el intento de lograr aunar las voces de sus feligreses vascos, fue sustituido por un Merklin fabricado en París en 1890. Desde entonces acompañó no sólo los cánticos en las misas cotidianas, también los coros congregados en ocasiones especiales y fue interpretado por figuras de relieve como Camille Saint-Saens, Clemente Collins, Angel Turriziani, Cristina García Banegas, entre otras; hasta que una pared de la iglesia cayó, en 1985, inutilizando el órgano hasta el presente.13 Muchos años han pasado desde aquel 1856 en que los vascos comenzaron a congregarse en torno al padre Sarraute, buscando un apoyo espiritual y religioso como el que conocieron en su patria. Muchos esfuerzos, lejos de su tierra, por lograr un recinto que los identificase y sacerdotes que les diesen el consuelo de palabras en euskera. Con los años, contando o no con la presencia de padres vascos, la colectividad siguió fiel a esta iglesia y con alegría y añoranza, se han reunido a celebrar con cantos y danzas en las tradicionales fiestas vascuenses. Tampoco faltaron los vascos a las celebraciones propias de la iglesia, conmemorando su trayectoria al cumplirse fechas claves desde su inauguración. Los vitrales han sido testigos de los cambios al vibrar con los nuevos coros, más armoniosos sin duda que aquellos bullangueros grupos que obligaron al padre Sarraute a mudarse, o aquellos “insufribles cantores” que no supieron seguir el tono del órgano del padre Serrés: Pero, al igual que aquellos, con el mismo sentir por las costumbres de las tierras de sus ancestros. 1 Informaci?n recabada en el Archivo de la Iglesia de los Vascos, gracias a la deferencia del Padre Gavel, Director del Colegio. Mucho material corresponde a transcripciones de manuscritos y documentos, o s?ntesis de los mismos, s?lo hemos precisado fuentes espec?ficas cuando consideramos pertinente. 2 Notas tomadas de documentaci?n de ?poca. 3 Notas tomadas del diario de uno de los misioneros. 4 Foto de Archivo del IHA en, FIGUEREDO, Marcello, 1999 ?Haciendo casas?, p?g. 38 5 Foto del Archivo de la Iglesia de los Vascos. 6 SERRES, Victor, ?Efem?rides del colegio de la Inmaculada Concepci?n? 7 ?La Tribuna?, 17 de febrero de 1870, A?o VI, N? 1438, p?g. 1. 8 Foto del Archivo de la Iglesia de los Vascos. 9 Carta del 26.9.16, elevada a Monse?or Ricardo Isasa, con la firma de 70 vascos. 10 Recomendaci?n de Monse?or Isasa al Superior General de los padres bayoneses, 4.10.1916. 11 Archivo en Arantzazu: ?Aranzazu?, T.II, p. 191?. 12 Foto del Archivo de la Iglesia de los Vascos, cabe anotar que hay varias fotos similares correspondientes a distintos a?os. 13 AGUIRRE, Blanca y ARRARTE, Magdalena ?Y vinieron los vascos, desde Bayona y Kansas?,en ?El Pa?s?, 17.2.1991, p. 24.