238 Zenbakia 2004-01-16 / 2004-01-23

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El robo de las joyas de la Virgen de Begoña

IRIGOYEN ARTETXE, Alberto

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2004/01/16-23 El robo de las joyas de la Virgen de Begoña Alberto Irigoyen Artetxe

La llamada “Historia Oficial” es, en muchas oportunidades, la comedia con que los regímenes totalitarios pretenden encubrir el drama de quienes, sometidos a sus arbitrariedades, han sufrido terribles injusticias.

Puede decirse también que su credibilidad es directamente proporcional a la duración del régimen que la sustenta, por aquello que una mentira mil veces repetida terminará por convertirse en meridiana certeza.

El Pueblo Vasco ha sufrido en carne propia lo que sin duda es uno de los ejemplos más emblemáticos de la historia: el bombardeo de Gernika. En los cincuenta años posteriores a tan criminal hazaña, se vertieron ríos de tinta atribuyéndole su paternidad a los “vascos rojo separatistas”, cuando en realidad los propios alemanes reconocieron en el Proceso de Nuremberg tanto su responsabilidad como la de Franco.

Hoy, a tantos años de aquellos trágicos sucesos y ya descorrido el tupido telón de mentiras con que se ocultaron las verdaderas responsabilidades, los turistas que alegremente recorren las calles de la villa, seguramente permanecen totalmente ajenos a la angustia que atormentó durante casi medio siglo a quienes, siendo víctimas, fueron alevosamente acusados de victimarios.

De igual manera, quienes acuden a la colina de Artagan, en Bilbao, a postrarse a los pies de Nuestra Señora de Begoña en la Basílica que lleva su nombre, difícilmente sabrán que, también durante casi medio siglo, sobre el párroco Fortunato de Unzueta pesó la dura acusación de ser cómplice, junto al primer Gobierno Vasco, de haber robado las joyas de la Virgen. Acto primero Basílica.

Los acontecimientos bélicos que asolaron la península a partir del alzamiento militar de junio de 1936, hicieron temer a los religiosos de la Basílica de Begoña por la seguridad de la imagen de la Virgen. Esta, tallada por manos anónimas, venía siendo venerada desde el siglo XIV por incontables generaciones de bilbaínos, habiendo sido proclamada por las Juntas Generales de Gernika, el 18 de junio de 1735, como Patrona del Señorío.

Empeñados en protegerla, el párroco Bernardo de Astigarraga, junto al coadjuntor, Fortunato de Unzueta, decidieron ocultarla junto a las joyas más valiosas de su ornamento, cuidadosamente disimulada en una cavidad interior de una de las torres de la Basílica.

Sin embargo, no eran éstas la totalidad de las joyas que engalanaban a la Virgen, pues desde largo tiempo atrás, gran parte de estas se hallaban depositadas en el Banco de Vizcaya, lo que tampoco constituía ninguna garantía, dado que para esa época, las huestes rebeldes amenazaban superar las defensas del mítico Cinturón de Hierro de Bilbao.

El padre Astigarraga, que por sus simpatías políticas se había autoexcluído de las actividades parroquiales, le manifestó al P. Unzueta su temor ante la posibilidad de que el banco fuera bombardeado o que los “rojos” dieran con el paradero de las joyas, lo que, en cualquiera de los casos, sería el fin de tan valiosos bienes; sugiriéndole hiciera “desaparecer” las joyas de los registros del banco, para que nadie pudiera saber de su existencia. Acto segundo

Es entonces cuando el P. Unzueta acude en procura de auxilio, al Consejero de Hacienda del Gobierno Vasco, D. Eliodoro de la Torre. Éste, comprendiendo la gravedad de la situación y sabedor de la inminencia de la entrada del ejército franquista en Bilbao, le brinda dos alternativas: o ocultaban las joyas en el mismo lugar donde ya habían ocultado los restos de Sabino de Arana Y Goiri, fundador del Partido Nacionalista Vasco, o las sacaban del país para depositarlas en un banco extranjero. El religioso opta por esta última posibilidad.

Trazado ya un plan de acción, trasladan las joyas a la Consejería de Hacienda donde ellos dos, junto al secretario D. Lucio de Aretxabaleta, el Interventor D. Juan de Olazabal, el cajero del banco D. Joaquín Hernández y D. David de Ilarduya, hacen un inventario y labran una extensa acta en donde exponen las razones de sus actos, además de nombrar a dos personas autorizadas a retirar las joyas del banco de Toulouse, Francia, en donde serían depositadas.

La misión de transportarlas hasta su destino final le fue encomendada al piloto José Yanguas, que volaría en su cuadriplaza bimotor General Aircraft Monospar.

Pero dos circunstancias imprevistas vinieron a conjugarse para desbaratar por completo las buenas intenciones de los firmantes del acta: el banco francés no aceptaba depósitos a nombre de cinco personas... y Yanguas era un traidor. Alfredo Espinosa(1903-1937).

Efectivamente, cuando Yanguas intentó depositar en la Banca Courtoise la caja que se le había encomendado, le informan que tal cosa no era posible y le sugirieron que momentáneamente dejara el depósito a su nombre hasta recibir nuevas instrucciones de sus mandantes. Así lo hizo.

A su regreso, y debido a una desdichada casualidad, el piloto fue abordado por el Consejero de Sanidad del Gobierno Vasco, D. Alfredo Espinosa, que regresaba de realizar gestiones para la instalación de campamentos de refugiados vascos en Francia. En realidad su retorno a Bilbao era totalmente innecesario, dado que la villa caería en cuestión de días; no obstante ello, se sentía en la obligación moral de correr la misma suerte que sus compañeros de Gobierno y de desmentir la propaganda fascista que le había acusado de haber huido tras haber robado dinero del Gobierno Vasco.

Junto a él se embarcaron el comandante Aguirre y los señores Emilio Ubierna y Urgoiti.

Pero jamás llegaron a Bilbao. Yanguas aterrizó en la playa de Zarauz, donde le aguardaban miembros del ejército sublevado. Trasladados a Vitoria, Espinosa y Aguirre sufrieron juicio sumarísimo y fueron condenados a muerte. A pesar de las intensas gestiones realizadas por el Gobierno Vasco para salvarlos mediante canje de prisioneros, ambos fueron fusilados en Vitoria, el 26 de junio de 1937.

Una hora antes de morir, Alfredo Espinosa escribía a su madre: Muero defendiendo la legalidad y muero, si no fuese por todos vosotros, contento, siempre que mi sacrificio no sea estéril e infructuoso...

Mientras tanto, Yanguas, en compañía de Joaquín Goyoaga y de quien los había detenido luego del aterrizaje, el comandante Troncoso, jefe militar de la frontera de Irún, se dirigieron en auto hasta Toulose, donde retiraron los cajones depositados días antes.

Acto tercero

Bilbao había caído el 19 de junio de 1937.

El 15 de agosto, el padre Unzueta se hallaba en La Citadelle, de Donibane Garazi, donde el Gobierno Vasco había instalado una colonia infantil a cargo de Vicente de Amezaga Aresti, y donde también se hallaba Polixene Trabudua, que se desempeñaba como maestra.

Ese mismo día, en la colina de Artagan, tenía lugar una burda farsa propagandística que no pretendía otra cosa que difamar a quienes tanto habían hecho para poner a buen recaudo las joyas de la Patrona de Bizkaia. En esta ocasión, el alcalde Areilza, cursó invitación a Carmen Polo, esposa del Generalísimo, manifestándole entre otras cosas que:

La barbarie roja separatista que durante once meses sometió a la Villa a su yugo tiránico, respetó la imagen para continuar la abominable farsa del pretendido catolicismo de la llamada República Vasca y hasta pretendió teñir de cierto tinte separatista vasco la devoción a la Virgen de Begoña, celebrando, bajo el dominio del Gobierno de Aguirre, diversas solemnidades religiosas en aquel Santuario, con motivo de la salida al frente y bendición de banderas del llamado ejército vasco.

Cuando el grupo de indeseables que se titulaba Gobierno de Euzkadi ordenó el desvalijamiento y despojo de todos los depósitos bancarios que contuvieran oro y alhajas, para trasladarlas al extranjero ante la inminencia de la toma de Bilbao por las tropas de España que acaudillaba S.E. el Generalísimo, vuestro esposo, el tesoro de la Virgen de Begoña, formado por las joyas que la piedad de muchas generaciones bilbaínas habían acumulado en obsequio de nuestra bienhechora celestial, no escapó tampoco al insaciable afán de rojos y separatistas... La Gaceta del Norte 17-08-1937.

Pero el verdadero ultraje sería cuando, un año más tarde, la Gaceta del Norte publicaba un artículo a doble página titulado Begoña, bajo el yugo de los bárbaros y en la paz augusta del Caudillo. Esta extensa nota, firmada por el jesuita José María de la Colina, atacaba sin piedad y sin mesura a aquellos que, según él, habían caído, ... por la fuerza de sus principios, del lado de la barbarie blasfema e impúdica y el proclamar y defender con armas y con la sangre a torrentes, sangre vizcaína mezclada en una misma charca con la de los ladrones, sacrílegos, blasfemos, impúdicos y enemigos declarados de Dios y de toda religión, hez de la cloaca de los más bajos fondos, fruto el más podrido de los principios liberales, eso que por eufemismo llaman Democracia y República, pero que en realidad es lo más abyecto que la historia ha conocido.

Aquí a dos páginas presentamos hoy los dos cuadros que vieron nuestros ojos, para ignominia eterna del Bizkaitarrismo y sus congéneres y para agradecimiento y gloria del Ejército Español del Generalísimo Franco.

Así, haciendo gala de un pintoresco lenguaje tan impropio para un religioso como las flagrantes falsedades que sembró a conciencia y sin el menor rubor, el jesuita derramó generosamente su amarga hiel hacia los derrotados y zalameros almíbares hacia los triunfadores, con la seguridad que ninguna voz se levantaría para contradecir sus fanáticas diatribas.

Pero se equivocaba. Acto cuarto Nuestra Señora de Begoña.

Desde Donibane Garazi y con fecha 16 de agosto, el padre Fortunato de Unzueta le escribía una extensa carta de 39 páginas, donde rebatía, con asombrosa serenidad y altura, cada una de las vilezas con que se le había acusado gratuitamente.

Comenzaba aclarándole que, a diferencia de otros lectores del artículo en cuestión, él no ve en sus dichos ni locura ni perversidad, aunque a continuación se pregunta ¿No será más bien, P. Colina, todo él, hasta en sus menores detalles, pintado exclusivamente por su fantasía?

En la nota de la Gaceta del Norte, el jesuita no había dudado en tergiversar la realidad al extremo de involucrar en el episodio a personajes que no solo nada tuvieron que ver, sino que ignoraban totalmente el asunto en cuestión: Colocaron en la torre cuatro ametralladoras, precisamente sobre el sitio donde estaba oculta la verdadera imagen, que D. Fortunato, faltando al secreto, descubrió. Trataron de llevar a Francia la verdadera imagen, asunto en que tuvo su parte D. Fortunato, y desistieron ante la respuesta de Espinosa de que “madera vieja no interesaba en Francia”.

Una vez mas, con refinada ironía, Unzueta le contesta: Hay razón más que suficiente para sospechar que las fuentes de información de V.R. no fueron todo lo puras que se imagina.... Mi carísimo P. Colina: Las ametralladoras se colocaron en el único sitio de la torre en que podían ser colocadas; donde se encuentran las campanas... Ahora bien; al escribir V.R. que colocaron en la torre cuatro ametralladoras, precisamente donde estaba oculta la verdadera imagen, que D. Fortunato faltando al secreto, descubrió, ¿quiere insinuar que los antifascistas buscaban que, al disparar cañones y aviones fascistas, obuses y bombas contra las ametralladoras, destrozaran al mismo tiempo la imagen, para luego, a cuenta de añicos tan sagrados, armar el escándalo y acusar injustamente a los militares rebeldes de barbarie iconoclasta?

En cuanto a la acusación que pesaba sobre el ya fusilado Espinosa, Unzueta respondía: No quiero ocultarle, P. Colina, que son muchos los que no se explican cómo la pluma de un jesuita puede ser tan poco piadosa con la memoria de un hombre muerto cristiana y ejemplarmente, en cumplimiento de su deber. Espinosa nunca fue un sectario, menos un impío; Espinosa nunca fue irrespetuoso de la Religión Católica. Siempre fue, por el contrario, en el fondo de su alma, sinceramente cristiano. Ninguno que le conociera se extrañó de que al notificarle su próximo fusilamiento, se dispusiera, con ejemplar resignación y entereza, a hacer confesión humilde y escrúpulo de su vida toda y recibiera luego al Señor con tan extraordinaria devoción...

Aunque así no fuera, aunque no hubiera, P. Colina, esperanzas muy fundadas de que Espinosa será compañero suyo muy querido allá en el Cielo, ¿Cómo se explica que un religiosos ponga en su boca una frase impía y blasfema, que la inocente víctima del odio fascista jamás pronunciaría? Porque Espinosa nunca dijo, refiriéndose a la imagen de la Virgen de Begoña, que “madera vieja no interesaba en Francia”. A D. Fortunato, que tuvo, sí, parte tan decisiva como acertada en el asunto, le consta que Espinosa no se ocupó, ni mucho ni poco, de la imagen, ni recurrió nunca a él para nada relacionado con ella...

...El Consejero de Sanidad se hallaba en el extranjero...¿No recuerda V.R. cómo los fascistas de ahí, viendo que su regreso se demoraba, empezaron a decir públicamente y sin rebozo alguno, que no se le vería ya más en Euzkadi, puesto que con los millones que se había llevado, tenía más que suficiente para vivir estupendamente donde quisiera? La Gaceta del Norte 18-06-1938.

Así, página tras página, el padre Fortunato de Unzueta replicaba a las duras acusaciones del jesuita, dejando surgir de sus palabras el dolor y la sorpresa que lo embargaba ante tan injusto ataque, venido precisamente de un religioso a quien estimaba y apreciaba.

Terminaba preguntándose qué se podía esperar de quienes escribirían la historia, si un religioso como Colina, necesariamente comprometido con la difusión de la verdad, era capaz de tergiversarla hasta hacerla irreconocible: He querido llevar al ánimo de cuantos me lean, la convicción plena de que la historia de los fascistas españoles en general y los vascos en especial, están escribiendo sobre esta guerra, no merece el calificativo de cuento o novela: Que en esa historia brilla mucho más por su ausencia la verdad que en los cuentos o novelas.

El padre Unzueta hablaba con la propiedad de quien sufría en carne propia las consecuencias de una Historia Oficial sorda a los reclamos de quienes se vieron avasallados por sus falsedades, represiva para quien osara cuestionarla e inquisitoria para quien dudara de sus doctrinas.

Pero como toda Historia Oficial, se derrumbó estrepitosamente cuando dejó de sustentarla el aparto represor de la dictadura que la alimentó.

Exhumadas por fin sus verdades tras medio siglo de férrea censura, fueron tardío bálsamo para el amargo dolor de los derrotados... muchos de los cuales ya no estaban para reconfortarse con tan demorada justicia. Nota:

La carta del Padre Fortunato de Unzueta, fechada en Donibane Garazi el 16 de agosto de 1938, se encuentra en el archivo de la Basílica de Nuestra Señora de Begoña.

Agradezco al Padre Jesús Garitaonandia, Párroco de la Basílica, su generosa colaboración.