2004/01/09-16 Un futuro vasco de diversidad cultural Gonzalo Javier Auza
No es romántico ni pintoresco aceptar que ni las narices, ni las orejas, ni el factor Rhesus de nuestra sangre nos sirven para definir nuestra pertenencia al colectivo vasco. ¿Cuántos que llevan el correcto tamaño de orejas, la forma adecuada de nariz y el factor Rh preciso han rechazado a la colectividad que cobijó a generaciones y generaciones de su familia? ¿Cuántos hijos de padres o madres de otros pueblos, que quizá llevan un apellido que nunca ha sonado en estas tierras han adoptado Euskal Herria como su lugar en el mundo y, con dedicación, construyen día a día su futuro?
Desde que muchos de los nuestros partieron hacia puertos lejanos para no regresar, pero a la distancia conservaron lenguaje, tradiciones, y valores, tampoco las coordenadas geográficas del lugar de nacimiento nos aportan demasiada certeza a la hora de establecer una filiación adecuada de lo vasco.
Mucho menos cuando gente venida desde otros continentes se integra en nuestra sociedad, adopta nuestras costumbres, aprende nuestro idioma y elige afincarse aquí; o cuando descendientes de vascos en otras partes del mundo, que han perdido la tradición familiar, deciden de modo positivo recrear su identidad de raíces multiculturales a través de las coordenadas vascas.
Tanto en Euskal Herria, como en la diáspora, el ser vasco se va transformando gradualmente en una realidad intercultural. No sólo ocurre eso, sino que –como sucede con todas las conversiones- los nuevos vascos pueden llegar a tener un arraigo y compromiso mayor que quien “vivió aquí” o “fue parte de” durante toda su vida; porque vino desde lejos y encontró un país que lo cobijó frente al desamparo o porque su pertenencia depende de una decisión conciente más que de la herencia.
Del mismo modo que a través de los siglos lo vasco se enriqueció y se recreó continuamente con los aportes de otros pueblos vecinos o no, hoy en día el ser vasco cobra nuevas formas a través de la multiplicación y recreación de los vascos con guión (vasco-argentinos, vasco-chilenos, vasco-uruguayos, vasco-australianos, vasco-estadounidenses) y a través de nuevos migrantes que llegan a Euskal Herria para quedarse.
La identidad que nace entre distintos aportes étnicos y culturales es una realidad de siglos para los vacoamericanos, pero parece una novedad y un desafío para los vascoeuropeos. Aunque serán mucho más patentes en las próximas generaciones, hoy mismo se pueden palpar sus consecuencias en muchas ciudades de Euskal Herria o en la vida social de los pueblos americanos donde existen colectivos vascos.
Naturalmente, esta realidad múltiple se presentó, se presenta y se presentará sobre el sustento de señas diferenciales, puesto que la identidad supone la diferencia. El “nosotros” y el “ellos” se definen mutuamente. La diferencia puede ser motivo de conflictos, pero también puede ser ocasión de alegría, de enriquecimiento y de complementariedad. Y debería serlo cuando la humanidad reclama paz, justicia, democracia y respeto por el otro a la vez que intenta proteger las diferencias locales frente a la homogeneización cultural que intenta arrasar con todos los particularismos, sean formas de pensar, de actuar o de crear. ¿Un fenómeno nuevo?
Los inmigrantes de Africa o Asia que de a poco se convierten en nuevos vascos o los antiguos vascos de América que empiezan a ser más conocidos en Europa son realidades fuertes para el vasco de a pie en Euskal Herria. Sin embargo, lo cierto es que el multiculturalismo no es nuevo en Vasconia: Siempre hubo inmigrantes, aunque quizá su tez blanca disimulaba que eran de afuera; hubo millones de emigrantes que se fueron hacia otros continentes y se casaron con hijas e hijos de otros pueblos, aunque quizá nunca se tomó conciencia del volumen de los que vivían fuera del país.
Siempre nos mostramos abiertos tanto al extranjero, al extraño, al de religión distinta como a la aventura, de lo que la historia da suficientes muestras. El otro nunca fue un problema para el vasco; por lo menos, cuando los otros no se mostraron hostiles hacia el modo particular de vida que nos dimos.
Sin ir tan lejos, es claro que siempre hubo diferencias entre los habitantes de cada uno de los territorios históricos de Euskal Herria. Hoy mismo existen sensibilidades distintas en los núcleos vascos de Navarra, Iparralde o la Comunidad Autónoma. La particularidad de la diáspora
En el caso de los vascos del octavo herrialde cada grupo tiene sus particularidades; y es que las circunstancias personales de cada individuo de la diáspora están constituidas por relaciones sociales y experiencias vitales insertas en un marco nacional distinto al de Euskal Herria; en el cual lo vasco es normalmente un elemento constitutivo más dentro de la realidad plural de los países de flujo inmigratorio. Así, somos todos vascos, pero todos distintos.
Esta realidad de un colectivo vasco distribuido por todo el mundo y con rasgos diferentes en cada país de residencia fue puesta de manifiesto en varias ponencias durante el último Congreso Mundial de Colectividades Vascas.
Cuando presentamos la idea de crear una red de comunicación para vincular a Euskal Herria y la diáspora indicamos que hoy “nos enfrentamos al desafío de pensar a todos los vascos desde la perspectiva de una nueva arena planetaria (y digital), con menos fronteras políticas y mayor diversidad cultural”; y en relación con nuestra propuesta señalamos específicamente que “debemos concebir la comunicación como un vehículo de realización de formas identitarias múltiples, que aseguren vitalidad futura a una colectividad vasca distribuida por el mundo”. Así sugeríamos que toda iniciativa para la comunicación entre la diáspora y con Euskal Herria debía plantearse como un “proyecto intercultural”. En esa presentación retomamos algunas ideas que planteó William Douglass, investigador en temas vascos de la Universidad de Nevada, en el Congreso de 1999.
Gloria Totoricagüena, investigadora vasco-estadounidense, señaló, en el mismo sentido, en un discurso pronunciado durante la recepción brindada a los congresistas en Lehendakaritza que “no vayamos a creer que la nuestra es una diáspora homogénea. No sólo debemos admitir, sino que nos enorgullece la heterogeneidad de nuestras experiencias tanto en Europa como en las Américas, Australia o Filipinas”; para asegurar posteriormente que “quizá nuestro destino final podría ser una identidad vasca trasnacional y cosmopolita”. La necesidad del reconocimiento mutuo
Es necesario educar a la diáspora sobre Euskal Herria, pero también instruir a Euskal Herria sobre la diáspora, como indicaba Totoricagüena en el discurso citado. En la medida que todos los vascos de Europa puedan asumir de modo pleno y realista la existencia de la diáspora y en la medida que la diáspora se integre de modo comprometido con Euskal Herria se podrá edificar efectivamente un colectivo vasco global.
Seguramente aparecerán nuevas preguntas como las que Gloria Totoricagüena pareció dejar en puntos suspensivos en Lakua. La investigadora vasco-estadounidense realizó un repaso de las políticas de numerosos países europeos, africanos, asiáticos y de naciones sin estado para vincular a sus emigrantes de un modo efectivo en la vida nacional; hasta el punto de disponer–como en el caso de Croacia- hasta un diez por ciento de los escaños de la asamblea legislativa para representantes de la diáspora. ¿Euskal Herria se animará a vincular a la diáspora de un modo más concreto, como octavo herrialde, incluso en la vida política? El respeto por las diferencias
La construcción de una comunidad de todos los vascos del mundo requiere un respeto auténtico por las diferencias.
Para ello es necesario dejar de lado las posiciones canónicas sobre la identidad y aceptar que existen muchas maneras de asumir “la vasquidad”. Como opinó Totoricagüena: “Aunque vivamos en diferentes lugares, todos somos vascos. La idea de ser ‘más’ o ‘menos’ vasco, ‘auténtico’ o ‘sólo folclórico’, debe dar paso a una nueva forma de pensar”.
La pregunta por la identidad tiene muchas respuestas válidas y cada una de ellas conduce a comportamientos, compromisos e ideales diversos. Gloria Totoricagüena desafió a los asistentes al último Congreso de Colectividades Vascas a comprender esta situación: “Nuestras instituciones deben proporcionar el acceso y las vías para que todos los individuos se den cuenta de sus intereses y manifiesten su identidad vasca a su manera. No les corresponde a ustedes -agrego dirigiéndose a los congresistas- definir lo que significa ‘ser vasco’, ante todo ayudarán a los demás a alcanzar su identidad vasca”.
Ya el vasco no es reconocido como un pueblo profundamente católico como en otros tiempos, la vida urbana desplazó a la vida rural, las últimas encuestas en la Comunidad Autónoma Vasca indican que los jóvenes no priorizan el trabajo como un valor tan preciado como en épocas anteriores… estos son sólo algunos de los cambios que se vienen produciendo desde hace mucho tiempo en la misma Euskal Herria. Los vascos están mutando y en ese proceso de cambio habrá diversas respuestas posibles para otro punto de equilibrio que establezca las nuevas señas de identidad. Será necesario buscar en el diálogo las raíces de una ética que refleje la esencia de lo vasco global. El sentido de lo local
No existe lo local, sino en relación con un mundo de representaciones. En ese sentido, el término local puede ligarse tanto con visiones territoriales o no territoriales, pero siempre parece vincularse a “lo auténtico”. Sin embargo, cuando “lo auténtico” deja lugar a la heterogeneidad y se acepta que existe un colectivo vasco distribuido en todo el planeta, con señas comunes pero formas diversas, debemos alejarnos del sentido de lo local vasco como únicamente aquello apegado a la tierra madre, para aceptar una definición más abarcativa que implique una ética común por sobre la geografía. De ese modo lo vasco será local en cualquier parte del mundo donde nos hagamos presentes.