225 Zenbakia 2003-10-10 / 2003-10-17
2003/10/10-17 Iturbide, el único emperador vasco de la historia, no quería el trono Gorka Rosain Unda
Como buen vasco de cuatro costados, como el mismo presumía ser, Agustín I Emperador de México, sentía, pensaba y actuaba lógicamente como lo que era y al contrario de lo que mucho han dicho y repetido sus detractores, que lo acusan de haber forzado las situaciones para hacerse nombrar emperador por vanidad y ansia de poder y de riquezas, nada estaba más lejos de su ánimo que asumir el trono del nuevo país que era México.
En su Testamento Político, misterioso documento que escribió durante su destierro en Liorna el 27 de septiembre de 1823, que todo el mundo sabe que existe pero que muy pocos hemos conocido y tenido en nuestras manos, y que nunca ha sido publicado porque desde la muerte de Iturbide pasó a manos de un particular y luego a otras y otras, y así hasta nuestros días, el libertador de México dice textualmente al referirse a su proclamación por parte del pueblo mexicano y del Ejército Trigarante: Agustín de Iturbide y Ana Huarte.
“A las diez de la noche de aquel día memorable (18 de mayo de 1822) me aclamó el pueblo de Méjico y su guarnición Emperador. Viva Agustín 1º. fue el grito universal que me asombró, siendo la primera vez en mi vida que experimenté esta clase de sensación. Inmediatamente como si en todos obrase un mismo sentimiento se iluminó aquella gran Capital, se adornaron los balcones y se poblaron de gentes llenas de júbilo y se oían aclamaciones de un pueblo inmenso que ocupaba las calles, especialmente las inmediatas a la Casa de mi morada. No hubo un solo Ciudadano que manifestase desagrado, prueba de la debilidad de mis contrarios y de lo generalizado que estaba la opinión a mi favor. Ninguna desgracia, ningún desorden. Agustín 1º. llenaba en aquellas horas la imaginación de todos; lo primero que se ofreció a la mía fue salir a manifestar mi repugnancia a admitir una corona cuya pesadumbre ya me oprimía demasiado; si no lo hice fue cediendo a los consejos de un amigo que se hallaba conmigo: lo considerarán un desaire, tuvo apenas lugar de decirme, y el pueblo es un monstruo cuando creyéndose despreciado se irrita. Haga Ud. este nuevo sacrificio al bien público; la Patria peligra, un momento de indecisión es el grito de muerte. Hube de resignarme a sufrir esta nueva desgracia que para mí era la mayor y emplee toda aquella noche fatal para mí en calmar el entusiasmo, en preparar al pueblo y a las Tropas para que diesen lugar a decidir y obedeciesen la resolución del Congreso, única esperanza que me restaba. Salí a hablarles repetidas veces, ocupando los ratos intermedios en escribir una pequeña proclama que hice circular la mañana siguiente en la que expresaba los mismos sentimientos, en convocar la Regencia, en reunir a los Generales y Jefes, en dar conocimiento oficial al Presidente del Congreso y pedirle que citase inmediatamente una sesión extraordinaria.
La Regencia fue de parecer que debía conformarse con la opinión general. Los Jefes del Ejército añadían que así era la voluntad de todos, que así convenía, que yo no podía disponer de mí mismo desde que me había dado todo a la Patria, que sus privaciones y sufrimientos serían inútiles si persistía en la negativa y habiéndose comprometido para mí y obedeciéndome sin restricciones se creía acreedor a mi condescendencia. Enseguida extendieron una representación al Congreso suplicándole tomase en consideración negocio tan importante. También firmó el presidente del acta de Casa Mata1 y uno de los actuales miembros del Poder Ejecutivo”.
Se reunió el Congreso a la mañana siguiente, el pueblo se agolpaba en las galerías y entrada del salón, no cesaban los aplausos y el alborozo era general, según refiere el propio Emperador. Los discursos de los diputados eran interrumpidos por vítores y aplausos de la multitud. La gente invadió las calles y el entusiasmo era delirante.
Al tratarse en el Congreso el tema del nombramiento no hubo un solo representante popular que se opusiese como tampoco lo hubo por parte de las provincias y en cambio hubo apoyo total.
Al argumento opuesto por sus enemigos de que no había suficientes diputados para que fuera válida su elección como cabeza del Imperio, Iturbide asienta que concurrieron 94 de los 172 de lo que antes era el Virreinato de México e insiste en que admitió la corona por hacer un servicio a su patria y salvarla de la anarquía y asegura estar persuadido de que su suerte empeoraba infinitamente, de la imposibilidad de contentar a todos y que iba a chocar con un cuerpo lleno de ambición y de orgullo, en referencia al Congreso.
“La verdadera razón de la conducta del Congreso –explicó- no es otra sino que esta máquina se movía por el impulso que le daban sus directores y éstos miraban con odio que yo hubiese hecho la independencia sin el auxilio de ninguno de ellos, cuando quisieran que todo se les debiese, y ya que no tuvieron valor ni talentos para decidirse a tomar parte en la época del peligro querían figurar de algún modo alucinando a los inocentes cuando nada tenían que hacer sino emplearse en disputar como escolares y esforzar la voz para que los ignorantes los tuviesen por sabios”. Ana Huarte.
Hasta aquí, sencillo y transparente como buen vasco, Iturbide parecía no darse cuenta o no quería creer que lo que había era toda una poderosa conspiración en su contra fraguada desde afuera y de la que fue víctima. Y en cambio, seguía convencido de que en manos del cura Hidalgo y de quienes lo relevaron en el mando de la Revolución de Independencia este movimiento habría hundido al Virreinato en el más sangriento desorden y que hizo lo acertado al haber tomado las riendas del mismo hasta llevarlo a un triunfo que generara un nuevo país sin más derramamientos de sangre.
“Admití la Corona por hacer a mi Patria un servicio y salvarla de la anarquía...” explicaba siempre que fue necesario aclararlo pero la conspiración en su contra crecía y, considerando que si abdicaba al trono se calmarían los ánimos, reunió al Congreso para entregarle la corona, al tiempo que solicitaba ser expatriado. Iturbide sabía que a una orden suya el ejército y el pueblo lo respaldarían pero no queriendo provocar una guerra civil prefirió retirarse, con el trágico resultado final ya conocido en la Historia.
Aparte de su Testamento Político, que más que un testamento me parece un intento de justificar su proceder desde que decidió apoyar la Revolución de Independencia, El libertador dejó otro documento, este sí más conocido históricamente, dirigido a su consorte, Ana Huarte, la Emperatriz Ana I y que es como una radiografía del recio y al mismo tiempo tierno carácter de Iturbide –en uno de esos contrastes tan peculiares de los vascos y por los que el resto del mundo dice que nos cocemos aparte- y que consiste en su carta de despedida, escrita en Padilla, Tamaulipas, el 19 de julio de 1824 cuando ya estaba mirando cara a cara el rostro de la muerte desde el pequeño recinto en donde se encontraba en capilla esperando ser llevado ante el pelotón de fusilamiento:
“Anna santa, muger de mi alma".
“La legislatura va á cometer en mi persona el crimen más injustificable:
“Acaban de notificarme la sentencia de muerte por el decreto de proscripción; Dios sabe lo qe. Hace, y con resignación Cristiana me someto a su sagrada voluntad.
“Dentro de pocos momentos habré dejado de existir, y quiero dejarte en estos renglones pa. ti y pa. mis hijos todos mis pensamientos, todos mis afectos. Cuando des á mis hijos el último adiós de su padre, les dirás qe. muero buscando el bien de mi adorada patria y huyendo de el suelo que nos vio nacer, y donde nos unimos, busca una tierra no proscrita donde puedas educar a nuestros hijos en la Religión que profesaron nuestros padres, qe. es la verdadera en el mundo.
“El Señor Lara queda encargado de poner en manos de mi sobrino Ramón pa. que lo reciba, mi Relox y mi rosario, única herencia que constituye este sangriento recuerdo de tu infortunado Agustín”. (rúbrica)2 Y este fue el epílogo trágico de este “vasco de cuatro costados” como gustaba de calificarse a sí mismo, siempre idealista, siempre valeroso y siempre firme en sus convicciones, personaje fuera de serie y fiel exponente de la infinita adaptabilidad del vasco al medio que le rodee en el momento que sea, sin dejar, además, de ser lo que ha sido siempre por su sangre, por sus genes y sus cromosomas, por su mente, su corazón y su espíritu que en tantos siglos de existir sobre la Tierra han tenido tiempo más que suficiente para afirmarse y aun reconcentrarse, permitiendo que un vasco de sangre pueda ser un buen ciudadano del país o región en donde haya nacido e incluso poseer un mestizaje cultural natural sin dejar de ser tan vasco como el Gorbea, las playas donostiarras o el Baztán, por sólo mencionar algunos ejemplos. 1El Plan de Casa Mata, encabezado por el General José Antonio Echávarri y suscrito Veracruz el primero de febrero de 1823 convocaba a un nuevo Congreso y juraba defenderlo mientras que el Ejército reiteraba su lealtad al Emperador. A este plan se adhirieron algunos personajes que antes se habían declarado amigos de Iturbide y que incluso habían recibido de él grandes favores como el Marqués de Vivanco y el General Luis Cortazar, jefe del Estado Mayor de Iturbide. Aquí se estaba cocinando la traición contra Iturbide con la bendición oculta pero efectiva del ministro plenipotenciario de Estados Unidos, Joel R. Poinsett, quien naturalmente representaba los intereses de su gobierno y de ciertas sectas secretas. 2Con su ortografía original.