224 Zenbakia 2003-10-03 / 2003-10-10

KOSMOpolita

Historia del Jai Alai en la ciudad de Lima

IGARTUA, Francisco



Elkarrizketa Gaiak Atzoko Irudiak Euskobooks Euskal Kantutegia Efemerideak Irratia Kosmopolita Art-Aretoa Artisautza Herriak Links: www.euskomedia.org

www.eusko-ikaskuntza.org

www.asmoz.org

Quiénes somos

Política de Privacidad

Avisos Legales

© Eusko Ikaskuntza

KOSMOPOLITA Aurreko Aleetan Inicio > EM 224 > Kosmopolita -->

2003/10/03-10 Historia del Jai Alai en la ciudad de Lima Francisco Igartua

Jai Alai en América es y, sobre todo, ha sido sinónimo del juego de pelota vasca. Hablo en términos generales, pues hay zonas norteamericanos donde es tan numerosa y fuerte la comunidad vasca que el euskera es segundo idioma de muchos, que sí saben que jai alai significa “fiesta alegre” o “alegría festiva” y no el juego mismo de la pelota. Y algo parecido, aunque en menor medida, podría decirse de otras comunidades vascas americanas, sobre todo de la argentina. Pero así, con el nombre de “jai alai”, vinculándolo solamente a la modalidad de cesta punta, es que se abrieron muchos frontones públicos (de apuestas) en La Habana, México, Buenos Aires, Miami. Eran épocas de la internacionalización de la espectacular cesta punta (finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX). El furor que despertó esta modalidad del juego vasco y (sobre todo, por las apuestas) llegó hasta Shangai y Manila. Pero con la Guerra Civil del 36, los jugadores no tuvieron reemplazo juvenil y el “jai alai” fue languideciendo . Poco queda, si es que queda, del fulgor de aquellos años.

Desde la Conquista, al parecer, se juega la pelota vasca en el Perú. La habrían introducido los frailes euskaldunes, usando los paredones de las Iglesias (En la foto: La Iglesia de la Compañía en el Cuzco)

Al Perú le corresponde una parte de ese entusiasmo por el “jai alai” con el añadido de que posee historia antigua (que se remonta al siglo XVI) y también moderna del juego de pelota vasca, juego al que durante un tiempo se le llamó, por distorsionadora influencia yanqui, handball (manopelota). Se trata de vejeces y actualidades que dejaré para después. De los años del furor por el “jai alai” me ocuparé en las líneas que siguen.

En 1906 se inauguró un frontón con el nombre de la ciudad (Lima), en una esquina mesocrática y populachera, pero que fue sitio de encuentro de la juventud elegante limeña, convirtiéndose el lugar, según crónicas de prensa de aquellos años, en “centro obligado de reunión, de contento, de entusiasmo y alborozo”, ya que el deporte del “jai alai” se impuso de inmediato y nacieron los entendidos que referían a las fallas, rebotes, remates, planchas y pifias. Los recortes de periódicos y revistas que han llegado a mis manos no hablan de las apuestas, pero no hay duda de que el vicio del juego estuviera presente en la divertida “creme” limeña que pasaba del Tennis Club, donde se citaba, al “jai alai” (frontón) donde se divertía y jugaba.

Al día siguiente de la inauguración del frontón Lima, una revista de la época (Prisma) narraba el alborozo que ocasionó el estreno del juego vasco: “Los pelotaris se han estrenado en esta capital y a los primeros golpes despertaron el entusiasmo de millares de personas que ni noticias tenían de un espectáculo a primera vista sencillo, pero que requiere de pecho y brazos robustos, ojos de lince, movilidad de ardilla...”

"Cocherito de Bilbao", un torero de los buenos.

Nombres fulgurantes de la pelota vasca aparecían en las carteles: Zalacaín, Lasheras, Ayestaran, Irruti. Uno de ellos, Zalacaín, fue mimado de los limeños y limeñas. Coincidió su temporada con la de Toros y en ésta figuraba “Cocherito de Bilbao”. Hicieron pareja y los dos vascos, uno con su montera y el otro con su boina, alteraron la paz de la ciudad. Iban juntos por las calles céntricas haciendo suspirar a las damas y recibiendo el aplauso silencioso de los caballeros que se desvivían por tomar una copa con ellos en los cafés de la Plaza Mayor. Las crónicas de entonces que han llegado a mis manos no deslizan alguna de las aventuras ni el nombre de las aventuradas que cayeron en los brazos de estos dos apuestos vascos, uno con boina y el otro con montera. Eran otros tiempos, en los que hasta las páginas de los periódicos enrojecerían de rubor si se les escapaba una pizca de las indiscreciones de estos días.

Ese frontón tuvo su apogeo y descenso, hasta que el 26 de Julio del 1930 se inauguró uno nuevo, edificado a todo costo. Una gran construcción que hasta ahora se levanta en una zona que, entonces, era extensión de la Lima virreynal y que hoy es sede central de las oficinas de la empresa del agua potable de Lima, un lugar moderno de trabajo que pocos entienden porqué tiene tan extrañas disposiciones y un techo tal alto que parece de iglesia. Por ignorar el tema se le conoció como el Jai Alai, pese a que en el imponente frontis, en grandes letras, se leía y se lee Frontón. Por estas calles limeñas, con tranvías de tracción animal, se pasearon, como las actuales estrellas de cine, el pelotari Zalacain y el torero Cocherito de Bilbao. Una de las transversales es hasta hoy, desde siglos atrás, la Calle de la Pelota. (Foto de 1907).

La inauguración fue de lo más pomposa, con asistencia del presidente Leguía (muy consciente de su origen vasco por Leguía y por Salcedo) y bendición del arzobispo. El intendente de la ciudad era Eloy Gastelumendi, buen conocedor de la pelota vasca, quién encontró magnífico el local y se convirtió en su promotor.

A ese Frontón lo recuerdo vagamente, llegando a él de la mano de mi padre. De lo que sí no tengo la menor memoria, aparte del color blanco de los vestidos de los jugadores, es del juego mismo de esa época y menos todavía de los nombres de los jugadores. Por viejos recortes de prensa sé que era la mejor vitrina de pelotaris y de esas hojas amarillentas, recojo los nombres de Uria, Esquivel, Iturrino, Guizasola, Portaberria, Rentería, Guruchaga, Pradera, Salazar, Guezalapa, Gárate, Chacartegui, Urbina... La primera vez que yo asistí a un frontón con el espectáculo de la cesta punta fue hace más de cincuenta años, en Barcelona, donde el juego (el de la pelota y el de las apuestas) tenía gran acogida. Me llevó a verlo el padre de unos amigos, que era ciego, pero que seguía muy atento las partidas por el ruido de la pelota y las voces de los apostadores. (El juego mismo, contra una sola pared y con pelotas elementales, lo conocía y lo había jugado en el colegio, en Chile, gracias a algunos frailes españoles). En 1930 con mucho bombo y champagne se inauguró un nuevo frontón, que duró poco por la anarquía que estalló en los años siguientes. Hoy acoge a las oficinas del Agna de su distrito. (Hasta hace poco, bajo la pintura, se podían leer las letras de FRONTON en relieve).

La inauguración no sólo fue pomposa, sino que estuvo precedida de enorme expectativa. Tanta que el principal diario del Perú (El Comercio) dedicó una extensa nota explicando lo que significaba este deporte, totalmente olvidado en la ciudad, pues, como he dicho, hubo pelota vasca en Lima poco después de la fundación de la ciudad. Afición que duró hasta 1800; aunque, como veremos en otro artículo, el juego vasco nunca perdió vigencia en las serrañías del Perú y hasta hoy tiene adeptos en esas zonas y en un club de migrantes en Lima. Sin duda aquella nota la escribió algún cronista que había asistido al juego de la pelota en Euskadi, pues su encendida descripción se refiere indudablemente a la pelota a mano y no a la cesta punta, que era a la que se dedicaría el nuevo Frontón. Decía así el ignoto cronista. “El juego del frontón tiene su entronque en los orígenes mismos de la raza vasca. Nace con la misma predisposición atlética del euskaldun para triunfar sobre el hombre y sobre los elementos. Pero es un deporte varonil y sano por excelencia, es una himno vibrante a la juventud y a la vida, un canto espléndido a los dinamismos y las potencias del músculo, y se llama entonces jai alai. Jai Alai quiere decir en euskaro fiesta alegre. Y eso es, sobre todo, más que todo, por encima de todo, el juego de la pelota vasca. Una fiesta alegre destinada por su belleza, por su nobleza, por su alucinante magnetismo, a recrear todas las mentes y a inundar de cálida e inquietante vehemencia todos los espíritus. No hay deporte que pueda comparársela. En ningún otro, como en este, la mano del hombre ha de responder con tanta presteza y matemática exactitud los mandatos del cerebro. El pelotari no es sólo un hombre fuerte, sino un hombre que piensa y actúa, que cavila y que trabaja. El pelotari, en muchos casos, por no decir en la generalidad de los mismos, necesita por igual del patrimonio de la destreza y del arte. Es decir un atleta y un artista”. En esta toma del interior del Frontón pueden distinguirse las galerías altas y, abajo, parte de las oficinas burocráticas de estos días.

Poco duró esta euforia por el “jai alai” (como se insistía en llamar a la cesta punta). Cuando todavía resonaban los descorches de las botellas de champán celebrando la inauguración estalló, como es costumbre en Latinoamérica, una revolución y, con la caída de Leguía, el país se vio preso de la anarquía. Pocos años más tarde se inició la Guerra Civil en España; y por estos acontecimientos y por no haber surgido jugadores locales el frontón de Lima cerró sus puertas y quedó como un edificio fantasmal en medio de residencias de clase media, hasta que fue habilitado con extrañísima arquitectura para oficinas del Agua Potable.

Pero como veremos en una próxima entrega, mucho más antigua a estos dos frontones es la tradición peruana de la Pelota y también es larga y sugerente la historia del medio siglo último, en el que se fue jugando en muy distintas formas lo que en esencia es este deporte: una pared y una pelota que es lanzada contra ella y el rebote lo responde el adversario con la mano o una pala.