224 Zenbakia 2003-10-03 / 2003-10-10

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El cambio y sus protagonistas en el octavo herrialde

AUZA, Gonzalo



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2003/10/03-10 El cambio y sus protagonistas en el octavo herrialde Gonzalo Javier Auza

La palabra cambio es una de las que más suena en la diáspora en el último tiempo. Es que para reforzar los signos vitales de las comunidades del exterior se impone una reforma profunda en los modos de llevar adelante esos colectivos y dotar de recursos identitarios a los millones de descendientes de vascos que viven fuera de Euskal Herria.

Es muy importante notar que decimos millones y no miles porque son millones los que conforman el conjunto de descendientes de vascos, pero sólo son unos miles los que están asociados o vinculados a las instituciones de la diáspora. A esos nuevos públicos, que en las generaciones actuales no están relacionados con el mundo vasco, es a quienes principalmente hay que convocar.

El 3° Congreso Mundial de Colectividades Vascas fue una nueva ocasión para constatar la necesidad de cambios y también el deseo de provocarlos de muchos dirigentes. En este proceso de reforma con seguridad tendrán protagonismo las nuevas camadas de directivos de las instituciones, pero también es probable que la renovación no se origine –por lo menos no principalmente- en los núcleos que han llevado adelante la dirección de este colectivo en los últimos años. Debemos reservar un lugar especial para los nuevos socios y los nuevos públicos que, en muchos casos, aguardan conciente o inconscientemente una convocatoria adecuada; incluso habrá que reservar espacio para nuevas instituciones que en algunos casos ya se están gestando.

El tiempo que comienza es muy delicado, pues todo proceso de cambio genera rigidez y susceptibilidades. Las organizaciones tradicionales poseen una resistencia estructural al cambio y constatamos que en nuestro colectivo existen muchas instituciones con una larga historia de décadas. La reforma, en esos casos y por ley organizacional, no se produce normalmente de un día para el otro; requiere de una lenta maduración y evolución; o, por el contrario, de un proceso relámpago que a veces deja muchas heridas. La crítica

El comienzo del cambio comienza con la toma de conciencia de una situación y sigue con la crítica. Nos referimos a un “examen y juicio acerca de alguien o algo”, según reza el diccionario de la Real Academia Española (RAE).

Sin embargo, la crítica no siempre abunda; por falta de visión, por mediocridad o por pusilanimidad. Nos referimos a una crítica adulta, seria, sostenida sobre argumentación rigurosa, incisiva pero constructiva, que se proyecta hacia el futuro. Lo que quizá sí abunda es esa pseudo crítica muy mediocre conformada por el chisme, la habladuría, la palabra venenosa. El futuro se construye sobre la crítica –privada o pública- que edifica, pero no sobre la palabra que destruye personas e instituciones y deja heridas difíciles de reparar.

Ahora bien, para ser receptivos a la crítica debemos tener altura: “Corrige al sabio y te amará. Corrige al necio y te odiará”. En los tiempos que corren, en un mundo tan afecto a una tolerancia relativa, el crítico no es un personaje querido. Quizá porque nos muestra las miserias y los errores que no queremos ver; o porque en nuestro mundo, que aceleradamente se convierte en un espacio banal y superficial, cualquier argumentación que intenta discriminar entre el buen y el mal obrar, entre lo correcto y lo inadecuado es considerada un ataque. Se confunde la crítica con la pseudo crítica. Así, cualquier juicio del primer tipo es considerado una falta o directamente un atentado; y muchas veces se responde sin argumentos, con el ataque personal, en un acto de suprema necedad.

Cada uno de los dirigentes deberíamos preguntarnos con sinceridad qué nivel de receptividad a la crítica tenemos y en qué medida la practicamos de modo adulto y serio. En esas proporciones podremos calcular nuestra disposición al cambio y la transformación que necesitamos realizar. La creatividad

La crítica debe señalar lo que existe y requiere reparación; y la creatividad debe acompañar el proceso de cambio y proyectar lo que no existe. Creatividad es “facultad de crear” y crear es “establecer, fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado”, según la RAE.

Lo nuevo se presenta para algunos como la alternativa a lo tradicional en lugar de la oportunidad de recreación de la tradición auténtica. Es lo que viene a desplazar lo que existía; y, por eso, genera antagonismos. Así, lo novedoso no siempre se presenta con la cara de lo bueno y adecuado, sino muchas veces con el rostro de lo desconocido y peligroso.

Por eso, debemos hacer un esfuerzo, especialmente quienes se han acostumbrado con el paso del tiempo a un modo particular de llevar adelante las instituciones, a generar espacios para lo nuevo, para el cambio, para la incertidumbre.

La mejor manera de ahondar los problemas actuales es mantenerse inactivo y seguir haciendo lo mismo que veníamos haciendo hasta el presente y de la misma manera, como acordamos muchos dirigentes en la última edición del Programa Gaztemundu.

Seguramente las instituciones de la diáspora serán dentro de diez años organizaciones muy distintas a cómo las conocemos hoy en día. O no serán. Debemos preguntarnos qué es lo que debe continuar y cuánto debemos cambiar. ¿Cómo le abriremos la puerta a las nuevas ideas? ¿cómo aseguraremos que las nuevas concepciones lleguen a las instancias de decisión de modo inmediato? ¿cómo generaremos procesos intensamente participativos que aseguren una rica creatividad? El diálogo

Para alcanzar las metas de modo armónico, es necesario un diálogo profundo, variado, auténtico entre todos los asociados, entre las distintas generaciones, entre perspectivas políticas que presentan matices, entre instituciones, etc., etc.

Se requiere una apertura creciente a la deliberación democrática en cada institución, como base para un intercambio fructífero y con consecuencias de importancia. Como todo espacio de participación es una instancia de juego político, la apertura al diálogo debería partir en primer lugar de quienes ocupan las posiciones decisivas en la actualidad, de modo de generar procesos armónicos. Para ello es necesario darle entidad y autoridad al otro, al que piensa distinto, al que quizá no tiene experiencia pero puede aportar nuevas ideas, al más joven… si no reconocemos en el otro a un sujeto con entidad para la formulación de políticas, de proyectos… jamás podremos crear un espacio de diálogo auténtico.

También serían muy provechosas oportunidades de intercambio activo entre dirigentes de uno y de varios países. Algunos proyectos en marcha intentan crear y animar esos espacios que serían un espejo adecuado para que cada institución contrastara su situación con otras realidades, perspectivas diversas, soluciones alternativas a cuestiones similares, etc. Los protagonistas del cambio

“Desde las instituciones, podemos diseñar la infraestructura pero, a la larga, necesitamos personas independientes que lleven a cabo los proyectos. A fin de cuentas la diáspora vasca está compuesta por individuos”, señaló Gloria Totoricagüena en el último Congreso Mundial. Estamos de acuerdo. Efectivamente, necesitamos encontrar a los protagonistas individuales que impulsen la reforma.

Hace unos cuántos años Julián Marías publicó un artículo en el diario La Nación de Buenos Aires en el que señalaba que Edmund Schramm -profesor de la universidad de Mainz- le había dicho una vez: “Me gustan las personas que no son enteramente de este mundo”. A raíz de ello, Marías realizaba una reflexión muy provechosa en la que indicaba que evidentemente “de este mundo” somos todo, pero que como complemento del esfuerzo por perfeccionar este mundo era necesario no ser “enteramente” parte de él para “mirar más allá”: “No sólo al ‘otro mundo’ –lo que me parece esencial- sino algo más: a lo que no existe pero debería existir, a lo que no se encuentra pero se busca, a lo que se desea, aunque sea con poca esperanza, a lo que –sobre todo- no tiene que ver directamente con nosotros ni con nuestra conveniencia”, señalaba Marías.

Seguramente necesitamos personas que no sean “enteramente” de este mundo para llevar adelante el cambio que se nos presenta como urgente; para hacer “lo que no trae cuenta ni será agradecido” -en palabras de Marías- en contraposición con los “mundanos” que persiguen su interés personal.

Quienes desarrollan actividades en múltiples organizaciones no gubernamentales de distintos tipos (civiles, religiosas, sociales, culturales, etc.) saben que esta clase de entidades se presta para varias situaciones que no son positivas para el desarrollo institucional, algunas de carácter patológico. Una de esas problemáticas es el espacio ocupado por los “figurones” –según como se los denomina en Argentina-, personajes en cierto modo equivalentes a los “mundanos” de Marías. Mario Bunge, filósofo argentino residente en Canadá, los describió de manera precisa y ácida: “Figurón o figurona es quien hace poco más que figurar en listas de personajes, ocupar cargos sin carga y aparecer en actos públicos. No se sabe con precisión qué hace o qué hizo para merecer tales honores, Sólo se sospecha que, si figura, por algo será. Quizá porque alguna vez, hace mucho, hizo algo. O tal vez fue importante porque impidió hacer. Nunca se sabe a ciencia cierta. Esta ignorancia de los antecedentes del personaje no importa a la hora de hacer una lista de invitados o candidatos a cualquier cosa: a formar parte de un directorio o una comisión directiva, a completar una lista de oradores, a opinar sobre el acontecimiento del día, o simplemente a ocupar un sillón en un estrado o una silla en un banquete. Basta haber figurado alguna vez en una lista de notables, para ser candidato permanente a lo que venga”.

Para el cambio es necesario contar no sólo con personas que sueñen y realicen el futuro, que no sean “enteramente” de este mundo; sino también con directivos que puedan presentar credenciales adecuadas en la gestión de unas instituciones que están en estado crítico: dirigentes cuya actuación no sea “pura espuma”, sino un cúmulo de dedicación proactiva, provechosa, de hechos reconocibles y, sobre todo, adecuados a las organizaciones y su contexto.

Ahora bien, los que no son “enteramente de este mundo” son pocos. Y es ley en todos los órdenes. Quienes producen el cambio son siempre minoría. Jacques Maritain señalaba en Humanismo Integral, refiriéndose a la revolución social, que “las revoluciones son obra de un grupo de hombres relativamente poco numerosos que les consagran todas sus fuerzas”. Si consideramos que el colectivo vasco de la diáspora necesita un cambio urgente y sabemos que las mayorías no producen el cambio debemos impulsar en nuestras instituciones –o eventualmente en nuevas entidades, como en algunos casos está sucediendo- a las minorías que llevan adelante la crítica abierta al diálogo creativo, que proponen unidad, sinergia y crecimiento; y traen las nuevas ideas que nos sacarán del sopor.