210 Zenbakia 2003-05-16 / 2003-05-23

KOSMOpolita

Fondas vascas para vascos

FERNÁNDEZ, Renée MAYTIA ROMERO, Danilo

Fondas vascas para vascos Fondas vascas para vascos Renée Fernández & Danilo Maytía Mucho sabemos de los avatares padecidos por los vascos inmigrantes, durante el viaje hacia un Uruguay en formación. Hoy, acostumbrados a las comodidades que nos brinda nuestra sociedad de consumo y ante las múltiples posibilidades de estar bien informados y comunicados, nos asombran los sufrimientos vividos por quienes dejaban todo lo suyo para partir hacia lo desconocido. Sabemos los motivos que obligaban a los vascos a partir: ora la necesidad de buscar nuevos ingresos, obligados a dejar el caserío por la disposición de mayorazgo, o por falta de ofertas de trabajo; ora la necesidad de escapar al servicio militar obligatorio o a las guerras civiles y sus secuelas. Sabemos cómo fueron atraídos a nuestra tierra: los motivos que alentaron los gobiernos uruguayos a fomentar la inmigración de mano de obra capacitada, los intereses de particulares que impulsaron la venida en una mentira despiadada de fácil acceso a la riqueza, que luego esclavizó a los inmigrantes en una forzada deuda de pasaje y gastos no considerados al partir. Los relatos de los viajes y la explotación pecuniaria de los agentes involucrados resultan agraviantes al sentido humano. El hacinamiento, el hambre, la mugre, las enfermedades e incluso la muerte, envolvían a los vascos en su trayecto hacia su destino en nuestra tierra; destino muchas veces frustrado en el camino. Sin embargo, a pesar de las cartas dolorosas recibidas por los familiares residentes en el País Vasco, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos para frenar la emigración que a su vez los dejaba sin brazos para el trabajo, los vascos continuaron poblando el Uruguay. Muchos encontraron el futuro imaginado, tal vez incluso, un futuro más promisorio que el buscado. Así se plasma de nombres vascos la historia del Uruguay naciente, las páginas de los libros se enaltecen con la figura de aquellos vascos que se amoldaron en la explotación agrícola, ganaderao industrial, que descollaron como militares, o políticos o profesionales de diversas ramas, o grabaron la memoria de sus conciudadanos con el renombre de su comercio. De todos ellos se puede conocer su actuación y resulta accesible reconstruir su trayectoria. Pero cuántos han quedado en el olvido de la historia, perdido incluso su nombre entre sus contemporáneos que los identificaban bajo el apelativo más amplio de "la vasca" o "el vasco" que los enorgullecía porque implicaba mucho más que la identidad de la boina, la faja, el pañuelo atado al cuello y las alpargatas, esa identificación los calificaba por igual como tesoneros, trabajadores y la honestidad empeñada en su palabra. Cómo se movieron e insertaron en el trabajo, queda tan sólo en la nómina de los desembarcados, en el número de apellidos vascos en los registros de las empresas, en el asombro ante las numerosas boinas en los relatos de los viajeros, en las actas de matrimonios y defunciones en las iglesias; pero la historia cotidiana de sus vidas se nos ha perdido. Sin embargo, a pesar que sus nombres no aparecen como ilustres en las páginas de la historia, ni quedan enmarcados en el nomenclátor de las calles, ni es mojón poblacional en las rutas, perdura aún en su múltiple descendencia. Son esos vascos a quienes nosotros imaginamos concurriendo, en su nostalgia, a la diversidad de fondas vascas dispersas por el territorio nacional. Estibadores en el Puerto de Montevideo. En aquella segunda mitad del siglo XIX, cuando la inmigración europea se torna masiva, surgían, además de pensiones y hoteles, las fondas, que se convierten en punto de encuentro de los coterráneos de los propietarios. Modestamente acondicionadas con sencillas mesas y sillas, resultaban acogedoras para los obreros, ya que en ellas encontraban el aire popular de su tierra, y el aroma distintivo de callos y paellas, elaborados con el característico sabor casero. Así nos llegan los registros de la fonda de Bernardo Anchordoqui, existenteen el "Cerro" ya en 1852 y años más tarde, las de Erramuspe y Recart; seguramente concurridas por los peones vascos de los saladeros que entusiasmados por los tintillos entonarían, alrededor de las mesas, viejas y queridas canciones en euskera. En cambio, los obreros vascos vinculados a la explotación de canteras de piedra en la zona de "La Teja", concurrían a la fonda de Iribarne, cercana a su lugar de trabajo . En tiempos de la Guerra Grande, cuando el país se encontraba dividido en dos, el gobierno sitiador con sede en el "Cerrito", había creado su propio puerto en la bahía próxima denominada "del Buceo", donde fondeaban buques mercantes de ultramar que le abastecían de variadas mercaderías. En sus inmediaciones se instalaron varios comercios entre los cuales no pudo faltar una fonda vasca, la de Etcheverría, la que actuaba también como posible alojamiento . En la zona céntrica de Montevideo, donde la densidad lo justificaba, las fondas vascas se multiplican. Entre ellas ubicamos a la "Goriztia", cercana a la Rambla Sur (calles Durazno y Río Branco), próxima a los barrios obreros y la de Pablo Bañales, oriundo del pueblo de San Salvador del Valle, instalado a partir de 1883 en el Mercado Viejo, ubicado en las entonces existentes murallas de la fortaleza del Montevideo colonial; a ella dedicaba todas las horas del día, saliendo de su hogar muy temprano a la mañana y regresando a la medianoche . Mercado Viejo. A mediados del siglo XIX existía una fonda en la actual zona céntrica, lindera a la Ciudad Vieja (calle Andes entre las de Uruguay y Mercedes), en la cual el dueño recibía a sus con nacionales, en los días de asueto, con bailes acompañados por txirulas y tamboriles, tal como lo disfrutó en plena juventud y lo recordara Juana Deville de Casasús, al trasmitirle sus memorias al periodista Rómulo Rossi . Doña Juana Deville de Cassassús. Es justamente este periodista quien nos describe en otro de sus artículos la fonda "Al Laurak Bat" del vasco don Ignacio,ubicada en plena ciudad Vieja (calle Bacacay entre las de Sarandi y Buenos Aires). Pero eran otros tiempos, nos ubicamos ya en el siglo XX y los parroquianos no se distinguían por la boina y la faja, usuales en los obreros vascos inmigrantes, eran señores de levita y galera que se acercaban a la fonda por su renombre. Renombre adquirido por la abundancia de los platos, por los precios accesibles y la diligencia del vasco que atendía directamente a los comensales según el orden establecido en la casa: sin repetición, ni posibilidad de sobremesa, ni la oportunidad de un fiado. La diferencia queda marcada en la propia filosofía de don Ignacio al explicar sus motivos cuando se le recriminaba que hiciera trabajar por igual a su hijo, estudiante universitario por ese entonces: "Ahora empieza a tratarse con muchachos de la aristocracia...de esa aristocracia de aquí, que se vino metida en pechos de inmigrantes y que los descendientes hacen que olvidan lo que fueron sus abuelos... Esos amigos, cuyos padres ya son aristócratas, serán médicos, abogados, ingenieros, ¡qué sé yo! ¿sabes? Las cosas cambian ¿y quién te dice que mañana, el mío, cuando sea hombre de título, pueda avergonzarse de su padre porque fué fondero? Y así, como va marchando la cosa, no, porque él también está arreventao, ¡sí, sí! porque también habrá sido fondero como su padre" . Para José María Oronoz Zabaleta, oriundo de Leiza, Navarra, la fonda fue más que un lugar de encuentro con paisanos y costumbres de su tierra, fue su primer lugar de trabajo y su primer hogar en Uruguay. Escapando del servicio militar, viajó a nuestro país con 18 años, llegando en 1920. No sabía castellano, pero tenía acá dos hermanas, una de ellas trabajaba en la Fonda Española, al frente de la cual estaba un vasco, una fonda muy popular por aquel entonces, lugar de encuentro de muchos vascos. Apenas llegado, José María comenzó a trabajar en la Fonda, donde se quedó a vivir. De noche hacía de sereno, cansado de la larga jornada entreplatos y mesas, colocaba una cama detrás de la puerta y así cumplía con la tarea. Aprendió el castellano en los ratos libres, los poco que tenía, con una maestra que había contratado a ese fin. Luego de un tiempo, fue llamado por un cuñado, Santos Andiarena a trabajar en otra fonda más céntrica, la Fonda Elizondo, donde permaneció hasta que cambió de oficio, yéndose a trabajar a un tambo en el mismo Montevideo, propiedad de otro vasco . La Fonda Española es recordada aún por aquellos vascos y vascas llegados después de las guerras, Civil Española y Mundial. Por ese entonces, tanto su dueño como el encargado eran vascos, Errasun e Igoa. Alejandra Tejería, guipuzcoana, la recuerda como lugar de encuentro de un grupo que seguiría vinculado, incluso luego de separase por motivos laborales, trasladándose muchos a tambos y chacras ubicados en las cercanías de Montevideo. No resulta sorprendente que entre los años cuarenta y cincuenta, llegaran a la Fonda Española, jóvenes solteras de las provincias vascongadas; el hijo de Oronoz ya nos aclaraba que en época del arribo de su padre tal era la costumbre. Venían de a cinco o diez por tanda; muchas a trabajar provisoriamente en la propia Fonda, otras a servir en casas de vascos conocidos del propietario o del encargado. Fue significativo, por lo tanto, el número de matrimonios que en ese recinto se concretaron: los asiduos solteros encontraban compañeras que compartían sus costumbres y sus creencias. Muchos de ellos eran navarros y siguieron encontrándose, con el tiempo, en el Centro Euskaro Español. La Fonda continuó funcionando hasta comienzos de la década del 50. La importancia de las fondas en la vida de los inmigrantes vascos, es tomada con claro realismo por Carlos Larralde en su novela "Un vasco en Uruguay", (1966). Ésta responde a su inquietud por romper el silencio que sobre los vascos existía en la literatura nacional. Para lograrla, tomó historias, cuentos y chistes que le trasmitieron vascos y descendientes. Lavida de los protagonistas tiene mucho de lo expuesto: un joven vasco que llega al Uruguay, a fines del siglo diecinueve, a incorporarse en las tareas del tambo de un pariente, un pariente que no lo trato como a un igual. Al pasar unos años se independiza y se instala momentáneamente, en una fonda compartida por un socio vasco y otro gallego. Es en esa fonda donde el protagonista conoce otros coterráneos y a través de las anécdotas y chistes que en ella se intercambian, el autor muestra cómo las fondas significaban un punto de reunión para los vascos, donde podían compartir horas de vino, partidas de mus, canciones de su tierra y recuerdos . Hoy, las costumbres han cambiado, la rutina diaria se convierte en una suerte de corridas que no permite el tiempo de compartir comidas caseras en los acogedores recintos de las fondas. Las exigencias son distintas: un plato de comida al paso, permitido en el tiempo de recreo en medio de la jornada de trabajo. Hoy las fondas han desaparecido; tal vez alguna quede en el interior del país, donde los tiempos de traslado son menores y permiten más horas de relación social. Pocos son además los vascos naturales y aunque muchos son los descendientes, su inserción en la vida propia del país no propicia la nostalgia del grupo. Sí se mantiene la costumbre de los cantos en euskera alrededor de una mesa compartiendo un buen vino, mientras otros mienten envidos al mus; pero eso no condiciona ningún espacio, cualquiera es bienvenido. Foto de Archivo del Cabildo de Montevideo, en "A través del siglo", 2000, El país S.A. p. 81. SISA, Emilio, 1976 "Tiempo de ayer que fue...", Montevideo, Ediciones Vanguardia, p. 133. BARRIOS, Aníbal y REYES, Washington, 1994 "Los barrios de Montevideo. VI. El Cerro, Pueblo Victoria (La Teja) y barrios aledaños",Montevideo, Intendencia Municipal de Montevideo, pp.45, 50 y 131. BARRIOS, Aníbal y REYES, Washington, 1994 "Los barrios de Montevideo VII De Pocitos a Carrasco", Montevideo, IntendenciaMunicipal de Montevideo, p.95. PEDEMONTE, Juan Carlos, 1987 "En el Centenario del Cuerpo de Bomberos, Don Pablo Bañales y sus legendarios colaboradores" en "Almanaque 1987" del Banco de Seguros del Estado, Montevideo. MENCK, Carlos y VARESE, Juan, 1996 "Viaje al Antiguo Montevideo" , Linardi y Risso, p.95. ROSSI, Rómulo, "Recuerdos y crónicas de antaño. III", Montevideo, Imp. Peña Hnos., pp. 84 87. Ibídem, p 85. ROSSI, Rómulo, "Recuerdos y crónicas de antaño. IV", Montevideo, pp. 55 57. Entrevista a Carlos Oronoz, realizada por Danilo Maytía en mayo de 2002. LARRALDE, Carlos, 1966 "Un vasco en Uruguay", Montevideo. Euskonews & Media 210. zbk (2003 / 05 / 16 23) Euskomedia: Euskal Kultur Informazio Zerbitzua Eusko Ikaskuntzaren Web Orria