Francisco Javier Sáenz de Oíza, nacido en Cáseda, Navarra, el 12 de octubre del 1918 ha sido uno de los arquitectos mas influyentes de la arquitectura moderna española del siglo XX. Fue alumno, profesor y director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid. Ha formado a tres generaciones de alumnos, entre los que se encuentran algunos de nuestros mejores arquitectos del momento.
Estudiante de curiosidad extrema hacia su entorno, inteligencia y muy comprometido con el conocimiento; al finalizar sus estudios recibió una beca que le permitió viajar a Estados Unidos y según sus propias palabras, esta beca le sirvió a “aprender a aprender”: se interesó por la tecnología, instalaciones, sistemas constructivos, técnicas…. Centrándose en la función de los mecanismos e inventos y descubrió que para resolver problemas había que plantearse otro mayor.
A la vuelta de Estados Unidos ingresa en la Escuela de Arquitectura como profesor de Salubridad e Higiene. El artículo del vidrio y la arquitectura publicado en la revista Nacional de Arquitectura del año 1952 nos demuestra su aptitud científica y precisa de análisis y su narrativa ante el problema del lenguaje moderno de la arquitectura asociado a la técnica y función y sus contradicciones con la arquitectura tradicional y que le promociona a profesor de Proyectos Arquitectónicos.
Su primera gran obra construida es la Basílica de Aránzazu en Oñate en 1950. Oíza y Laorga ganan el concurso. Esta obra le permite trabajar y conocer a otros artistas como a Jorge Oteiza, Eduardo Chillida, Lucio Muñoz, comprometidos con el arte, participando en el mismo proyecto. Esta colaboración han ido a la Basílica de Aránzazu en una obra de “Arte Total” en la que se encuentran todas las artes. Su esquema de planta de cruz latina desarrolla un espacio abstracto moderno, una gran caja espiritual interior y una coraza de puntas de diamante talladas en sus fachadas rematada por torres que defienden como el erizo su interior de ese paisaje y entorno abrupto de montañas y bosque.
Santuario de Arantzazu, Oñati (Gipuzkoa), obra del arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oiza.
Durante los años 50 realiza un gran número de vivienda social de dimensiones mínimas y experimentales, con escasez de recursos fruto de concursos nacionales presentados y ganados para los barrios periféricos de Madrid, El Poblado dirigido de Entrevías, Fuencarral, el Batán , Loyola… Estas viviendas siguen los cánones de la tradición moderna apoyadas por las enseñanzas de la Bauhaus.
En los años sesenta inicia sus trabajos para la familia Huarte a través de su amistad con Jorge Oteiza, y para la que realiza las obras que le consagran como arquitecto. Las viviendas de Torres Blancas y los apartamentos en de la Ciudad Blanca de Alcudia marcan una línea de trabajo en hormigón siguiendo los esquemas de Le Corbusier y del Team X, que le colocan en la vanguardia internacional.
Torres Blancas desarrolla la idea de torre de viviendas patio apiladas en vertical que guarda la privacidad de los usuarios y el sueño de vivir en una vivienda aislada. La entrada al edificio se proyecta bajando como si tuviese crecimiento orgánico. Una utopía de jardín vertical monumental llevada a un molde de hormigón que se muestra hacia el exterior. La fachada alude a una topografía tallada, un árbol con diferentes troncos en la que se inserta el garaje cuando se hunde en el suelo por su periferia.
Alcudia desarrolla un esquema de apilamiento escalonado descendente de bloques de hormigón, sobre el mar y en un entorno plano. El trazado del bloque de viviendas es ondulante y discontinuo que genera una geometría para orientar todos los apartamentos al mar.
Las obras de vivienda social en las que la autoconstrucción y la pobreza de los materiales se paliaban con la mediada seriación de espacios intermedios para ampliar la casa y la posibilidad de adaptar la casa a los usuarios. En Torres Blancas y Alcudia, viviendas para ricos y de veraneo tratan de conciliar estas ideas con otras que a veces resultan contradictorias: espacios flexibles contra tabiquería sustentante; la libertad de proyectar una torre y la libertad de vivir en una vivienda unifamiliar, la calle elevada, el espacio público y el espacio privado, el horizonte…
Oíza, en el año 1972, gana el concurso para la torre de oficinas del Banco de Bilbao en el Paseo de la Castellana que alberga un reto estructural por la existencia debajo del solar de los túneles de la línea de ferrocarril. Una torre de planta rectangular con estructura de acero cortén reticular a modo de puente para librar los túneles, que busca transparencia y ligereza hundiéndose en el terreno y dejando las trazas a su alrededor.
Los núcleos de ascensores se colocan en uno de los ejes de la torre y se separan convenientemente para garantizar que el espacio se pueda usar de diferentes maneras, buscando la idea de flexibilidad y adaptación a la función requerida. Sus fachadas son variaciones del significado de transparencia en la que la orientación rige su acabado; incluso añadiendo una “gafa de sol”, un vidrio de color verde, para contrarrestar la molesta luz de poniente de Madrid: la máquina de habitar se convierte en la máquina de trabajar.
Fotomontaje de A. Fernández y E. Pemjean: Foto institucional de director ETSAM y dibujo de Oíza de Ville Savoie.
Oíza comunicador insaciable, con sus obras de estilo cambiante, de la auto-construcción al hormigón, al acero…, nos da una lección: que las formas imaginadas son un cuerpo vivo dispuesto a ser estudiado que incluyen multiplicidad, contradicción, repetición, la tarea del oficio, el concierto de materiales y técnicas para llegar a un orden humano y del tiempo que la sustancian e independizan del creador.
La integración del carácter simbólico y técnico de la arquitectura, para Oíza la convierte en un arte como a la poesía: Esta es su aspiración mas alta. Y así como en la literatura, una obra se convierte en universal y trasciende a su época.
Oíza, nuestro Maestro, nos recuerda, citando a James Joyce, que entre el creador y su obra debe de existir una distancia que le permite observar el problema. Es la aventura de descifrar los enigmas para abrir la arquitectura a la libertad sin límites: Así el proyectar se alimenta de todos los esquemas interpretativos, con citas a otros autores, para encajar los grandes tipos arquitectónicos con precisión microscópica a temporalidades diversas que permiten entender y dar respuesta a nuestro mundo cambiante.
El artista como el Dios de la creación, permanece dentro, o detrás, o mas
allá, o por encima de su obra, trasfundido, evaporado de la existencia…,
indiferente..., entretenido en arreglarse las uñas.
James Joyce: Retrato del artista adolescente