Álava Medieval / Erdi Aroko Araba
Hubo un tiempo en el que en el cielo de Vitoria-Gasteiz se recortaban una gran cantidad de campanarios que, a lo largo de los siglos, fueron decayendo hasta quedar únicamente las cuatro torres con las que hoy reconocemos el perfil de la ciudad. Muchos conventos sucumbieron a las guerras y a las desamortizaciones, algunas iglesias centenarias se desmantelaron piedra a piedra para reutilizarlas como material de construcción, y otros enclaves fueron pasto de la naciente especulación inmobiliaria, como ocurrió con el convento de San Francisco.
Podría considerarse que San Francisco fue uno de los edificios más relevantes, tanto a nivel artístico como histórico, de los muchos que perdió en época reciente la ciudad de Vitoria-Gasteiz. Entre sus muros se condensaba toda la carga histórica que había ido acumulando desde su fundación a inicios del siglo XIII hasta su reconversión en cuartel militar durante el XIX y su posterior derribo en el fatídico año de 1930. Un punto final dictado por la dinamita que ha estado a punto de condenar al olvido para siempre no sólo al edificio, sino también a todo aquello que aconteció en su interior.
Vista del interior de la nave (Fundación Sancho el Sabio Fundazioa, C.V._C.M._CAJA MUNICIPAL,S.1,SS.5.1_0026).
Según una tradición forjada en época moderna fue el propio san Francisco de Asís el que, en 1214, a su paso por Vitoria en uno de sus viajes por la península ibérica, fundó el convento que llevaría su nombre. Pese a que este hecho es puramente legendario, el momento de la fundación no debe estar demasiado lejos de ese año, dado que los primeros indicios documentales que nos hablan de este cenobio datan de 1234-1236. En esta fecha ya se nos habla de la existencia de una iglesia y unas casas pertenecientes a la orden franciscana, por lo que, para la década de los treinta, debía existir un complejo finalizado.
Hacia finales del siglo XIII el convento de San Francisco vivió una ampliación gracias al mecenazgo de dos personajes de primer orden dentro de la vida social y política de finales de la centuria: el monarca castellano Alfonso X el Sabio y Doña Berenguela López de Haro. La participación de Alfonso X consistió en otorgar a los frailes ciertos terrenos colindantes a los muros del convento para su posterior ampliación. Por otro lado, la obra que dio forma al templo que conocemos por las fotografías tomadas antes de su derribo vino financiada por Doña Berenguela López de Haro, en cuyo testamento de 1296 encontramos la donación de una importante cantidad de dinero con el objetivo de dar todo lo necesario para la conclusión del cenobio.
Vista del ábside (Fundación Sancho el Sabio Fundazioa, C.V._C.M._CAJA MUNICIPAL,S.1,SS.5.1_0028).
Después del impulso constructivo desarrollado en los siglos medievales, la llegada de la Edad Moderna traería consigo una serie de reformas que transformarían la apariencia y los usos del templo. La iglesia se llenará de capillas en sus muros norte y sur, creando una imagen de desorden que los frailes intentarán corregir con una importante remodelación llevada a cabo en 1691 con criterios barrocos. El poder y la riqueza que tenía el convento en estos siglos le permitió adaptarse con rapidez a los cambios estéticos y a las nuevas tendencias del momento dando pie al fervor constructivo que vivió el convento entre los siglos XVI y XVII.
Las grandes familias vitorianas pugnaban entre sí por crear la capilla más grande o con las mejores obras artísticas, encargadas a los principales maestros y artistas del momento. El caso más paradigmático es el de la capilla de la Anunciación, fundada en 1569 por el matrimonio formado por Juan de Arana y Mencía Manrique de Villela que, debido a su tamaño y actividad religiosa llegaría a obtener el estatus de iglesia por parte del papa Gregorio XIII. Muy vinculado a esta capilla encontramos también el colegio de la Anunciación, creado por los mismos patronos con la intención de fundar en el convento una escuela para las élites intelectuales del franciscanismo.
Otro de los principales espacios de ostentación privada fue la capilla de la Magdalena, lugar sometido a múltiples pleitos por su propiedad que enfrentó a los Hurtado de Mendoza, a la familia de los Ruiz de Vergara y a la propia comunidad del convento. Debido a las disputas en torno a esta capilla, fundada entre los años 1476 y 1482, los franciscanos crearon la leyenda de que san Francisco en persona había fundado el primitivo convento en el lugar de la capilla de la Magdalena. Tras un sinfín de periplos y de obras de acondicionamiento, los condes de Lacorzana, últimos dueños de la capilla, cegaron su arco de acceso a la iglesia para irla en un espacio independiente. De esta forma, la Magdalena permaneció como propiedad privada al margen del cuartel que se instalaría en el siglo XIX, llegando a ser utilizada como carbonera y como vivienda particular, motivo por el cual ha logrado llegar hasta nuestros días.
Acceso a la Capilla de la Concepción (Fundación Sancho el Sabio Fundazioa, C.V._C.M._CAJA MUNICIPAL,S.1,SS.5.1_0080).
Desde comienzos del siglo XIX los frailes del convento de San Francisco convivieron con militares en diversas ocasiones. Uno de los momentos más críticos se vivió en agosto de 1809, cuando, en plena Guerra de Independencia y cumpliendo con uno de los decretos exclaustradores de José I, la comunidad franciscana se disolvió, siendo el recinto ocupado principalmente como cuartel y hospital militar. Tras la expulsión definitiva de los franceses, pasada la Batalla de Vitoria, Fernando VII ordenó en mayo de 1814 que las comunidades recuperaran sus bienes y propiedades, echando a andar nuevamente el cenobio vitoriano. La clara implicación política de varios integrantes de la comunidad en los levantamientos absolutistas acaecidos en territorio alavés durante el trienio liberal, y la radicalización de sus posturas y sermones durante la denominada Década Ominosa, hizo que, una vez iniciada la Primera Guerra Carlista, el convento fuera considerado un “foco de rebelión”. Esta fue una de las razones principales esgrimidas en la ordenanza que, el 17 de abril de 1834, exigía la evacuación inmediata de los cenobios vitorianos en el preciso termino de tres días, utilizándose desde entonces y hasta su derribo como cuartel militar.
Entre 1927 y 1928 se suceden una serie de movimientos destinados a lograr el derribo del convento. El Ayuntamiento de la ciudad había comprado los terrenos que ocupaban los antiguos cuarteles y el cenobio, y quería a toda costa deshacerse de ellos para llevar a cabo una serie de trasformaciones urbanísticas. En noviembre de 1926 se había incoado un expediente de protección del templo por lo que, con la ley en la mano, su demolición no era posible. A pesar de tratarse de un derribo ilegal, en marzo de 1930 se constata la destrucción del claustro gótico y, poco después, el 7 de abril, se envían desde Madrid sendos telegramas intentando detener los intentos de demolición. Haciendo caso omiso, el 10 de abril se decidió crear una brecha en el ábside de la iglesia, que recibió como respuesta una enérgica protesta desde Madrid. Hacia finales de mes, las relaciones entre la capital y la ciudad alavesa se van enturbiando hasta provocar la dimisión colectiva de todos los concejales y el alcalde como medida de protesta. Finalmente, el 18 de junio se procedió a la demolición con dinamita del templo, dejando un inmenso solar que estuvo 18 años vacío.