720 Zenbakia 2017-06-07 / 2017-07-05

Gaiak

El pueblo gitano y su arraigo en el País Vasco y Navarra. Un estudio histórico introductorio del Antiguo Régimen para conocer el presente

MARTÍN SÁNCHEZ, David



El pueblo gitano, tradicionalmente tratado por la historiografía como un elemento más de la parte marginada de la sociedad, no ha recibido una atención principal por parte del investigador, como sí la han tenido judíos, moriscos e incluso agotes. Empero, las personas gitanas tienen un arraigo muy fuerte en Hego Euskal Herria, y es por ello que se hace necesario reconstruir su maltrecha historia para colocarlas en el lugar que se merecen. Imagen de un gitano vasco de Oiartzun reparando paraguas, un oficio habitual entre su pueblo.

Imagen extraída de: www.oiartzuarrenbaitan.com

La llegada a tierras vascas peninsulares del pueblo gitano se produce en el siglo XV. Este hecho queda reflejado en la documentación histórica, concretamente en un texto de Navarra en 1435. Se produce dentro de las migraciones que realizan desde el sureste europeo en dirección hacia el occidente continental. A través de supuestas peregrinaciones, los gitanos penetran en las provincias vascas y Navarra, siendo bien recibidos por las altas esferas de la sociedad. No es hasta el siglo XVI cuando esta actitud hacia ellos cambie, siendo entonces cuando la maquinaria legislativa empieza a funcionar emitiendo disposiciones en su contra.

No encajando en el modelo social vasco, los concejos deciden incluso pagarles, para que no se detengan en sus jurisdicciones, más allá de la existencia de la convivencia en momentos puntuales en los que sí hay un beneficio recíproco evidente, materializado en un intercambio de servicios: venta de animales, bailes en fiestas patronales, etc. De ese rechazo popular se pasa a uno institucional y que llega hasta el siglo XIX, prohibiendo la residencia de las personas gitanas, tanto en las provincias vascas como en Navarra. Sin embargo, las autoridades locales miran para otro lado cuando cumplen con ciertos requisitos como el arraigo, desvinculando así al sujeto en cuestión de tan deshonroso “título de gitano” y permitiendo su permanencia dentro de sus tierras y límites jurisdiccionales.

El pueblo gitano trae consigo una lengua, el romaní, que va desapareciendo paulatinamente en beneficio de los nuevos idiomas que van adquiriendo, como el euskera y el castellano. Considerada como una herramienta para despistar y confundir a las justicias y al resto de la población, las autoridades prohíben el romaní, acelerando su desaparición, aún cuando guarden ciertos vocablos y transformen su lengua en pogodalectos: el caló, cuando derive del castellano, y el conocido como erromintxela, cuando lo haga del euskera. Junto a la lengua, su traje y sus oficios tradicionales significan los otros rasgos identificativos. Su forma de vestir, no muy precisada en la documentación procesal, sí ha calado en la cultura folclórica de los vascos, plasmada en carnavales, mascaradas y pastorales de ambas partes de los Pirineos. Pero prohibido el traje, sólo ha podido sobrevivir, y se entiende que de manera exageradamente carnavalesca, en las citadas manifestaciones. También son prohibidos sus oficios tradicionales, por tener singularidades que chocan contra la vigilancia de sus miembros. Sin embargo, el chalaneo o trato de ganado, el esquileo y la venta ambulante sobreviven a las disposiciones que deniegan su ejercicio. Las leyes marcan como trabajo obligatorio el de labrador, atando al individuo a la tierra y evitando su movilidad. Pero es innegable que, aun habiendo continuos conflictos reflejados en los textos procesales, su trato es cercano y existe una reciprocidad beneficiosa que emana del mismo, de otro modo jamás el pueblo gitano hubiese subsistido todos los siglos pretéritos independiente del sistema económico de la mayoría de la sociedad.

Gitana húngara en Gipuzkoa a finales del siglo XIX.

Fuente: www.guregipuzkoa.eus.

Legislativamente, y comparando con otros gitanos residentes en otros territorios peninsulares, el caso de los gitanos en las provincias vascas y Navarra es especial, sencillamente porque no podían existir dentro de sus límites jurisdiccionales. Las disposiciones se orientan entonces, no a legislar su comportamiento o a contrarrestar los posibles delitos que pudiesen cometer con tipificación exclusiva, sino a evitar su entrada dentro de los límites para ellos prohibidos, y llegado el caso, determinar su expulsión. Obviamente, las leyes no se cumplen de manera estricta y, de este modo, el pueblo gitano no sólo se asienta en tierras prohibidas, sino que enraíza y se mezcla entre los autóctonos, superando las barreras legales, denotando la laxitud de dichas medidas, y la capacidad también de los propios gitanos de esconder su condición étnica.

Los gitanos vascos practican la itinerancia y no el nomadismo típico que tenemos en el imaginario común. Esos cortos desplazamientos, aunque sí continuos, por la geografía vasca y navarra, van convirtiendo a los grandes grupos gitanos migrantes en pequeñas familias que buscan lugares donde establecerse, aún siendo de manera temporal, en muchas ocasiones. Lo hacen a ambos lados del río Bidasoa, no entienden de fronteras, y la presencia de estas mismas familias gitanas en Iparralde es muy notoria. En algunos lugares como Ziburu o Donibane Lohizune, los gitanos han dejado una profunda huella. El camino no es fácil y la represión por parte de la administración francesa es constante, siendo la redada conocida como la “rafle de 1802” el paradigma de la misma, apresando cerca de quinientas personas consideradas gitanas en un mismo día. El “Txuntxunero” gitano Javier Echeverría Navarlaz, tocando en las fiestas de San Fermín de Iruña a comienzos del siglo XX.

Los Aguirre, Yturbide, Bustamante o Urtezaval, son las familias consideradas gitanas que más aparecen en la documentación histórica del Antiguo Régimen, y que dan paso a los Etxeberria, Valdés o Berrio a partir del siglo XIX. Los gitanos vascos de hoy en día son producto del mestizaje con las gentes del lugar. Personas externas a “lo gitano” —no originarios de los primeros individuos que llegaron a Occidente— se mezclan con los gitanos, y a la inversa. Estos mestizajes recíprocos son fruto de la progresiva asimilación en una convivencia cotidiana con el resto de la sociedad vasca. Se produce así una paradoja: mientras algunos autóctonos pasan a formar parte del pueblo gitano, otros que sí lo eran étnicamente, dejan de serlo. Actualmente, algunos de los gitanos que habitan en el País Vasco y Navarra y que se reconocen como gitanos, no lo son de origen, aunque sí culturalmente. Sin embargo, individuos que no dudan de su condición única de vascos “de toda la vida”, tienen como antepasados a personas gitanas, aunque lo desconozcan.

Con estas breves pinceladas, se muestra que, aunque se tiende a realizar una homogeneización del pueblo gitano, no es así. El pueblo gitano vasco, es diferente del castellano, o del andaluz, pero también dentro del mismo, hay una heterogeneidad. Por poner un ejemplo, artísticamente, el gitano vasco ha sido txistulari o bertsolari, y no representante del flamenco, como mucha gente puede pensar. Se deben romper las barreras que encierran el estudio de dicho pueblo dentro de un campo exclusivo de la marginalidad y de la disciplina penal del derecho histórico. Hay que abrir, además, las puertas a futuras investigaciones que sigan indagando sobre un grupo humano que ha incidido en la creación de nuestra sociedad vasca actual más de lo que tradicionalmente se ha pensado.