661 Zenbakia 2013-03-13 / 2013-03-27
Juan Larrea Celayeta (Bilbao, 1895 Córdoba, Argentina, 1980) es una de esas figuras fascinantes y paradójicas que, de vez en cuando, produce la cultura. A lo largo de sus 85 años de vida tomó parte en un buen número de las aventuras intelectuales sin las cuales sería difícil entender el siglo XX y que le asocian en España, Francia, México, Estados Unidos y Argentina a figuras como Vicente Huidobro, César Vallejo, Pablo Picasso, Pablo Neruda o Luis Buñuel. Él mismo fue un escritor extraordinario que eligió el francés para la escritura de su único libro de poemas, Versión Celeste. A partir de los años treinta dedicó medio siglo a componer ensayos no menos poéticos y atrevidos sobre asuntos tan distantes como la arqueología peruana, el Apocalipsis de San Juan, El Guernica de Picasso o la obra de otros poetas. Aventurero, republicano eminente en el exilio, coleccionista de arte precolombino, agitador cultural y fundador de revistas, erudito, profesor universitario... su obra, conocida solo en parte, sigue encontrando fórmulas para hacerse presente. El profesor y poeta Benito del Pliego ofrecerá el seminario “Juan Larrea: vanguardia y pensamiento poético” que tendrá lugar entre el 18 y el 22 de marzo en la Universidad Nacional de Córdoba, en la que el propio Larrea enseñó e investigó entre 1956 y 1978. Con este motivo recuperamos el artículo publicado en el número 4 de la revista Hablar Falar de poesía en el 2001.
Comenzar estas líneas dando por supuesto el desconocimiento general de la obra de Juan Larrea no deja de resultar injusto para ese grupo de lectores que no solo le conocen a fondo sino que han hecho de su obra un objeto de culto. Ocurre con Juan Larrea algo semejante a lo que en opinión de Valery sucedía con Mallarmé:
Yo decía algunas veces a Mallarmé: Hay quienes critican a usted y quienes le desprecian. Al cronista le resulta fácil divertir a la gente a expensas suyas, mientras sus amigos menean la cabeza. Pero ¿usted no sabe, usted no siente que en cada ciudad de Francia hay escondido un joven que se dejaría cortar en pedazos por sus versos y por usted? Usted es su orgullo, su misterio, su vicio. Se separa de todos por el amor exclusivo y por la confianza en su obra, difícil de encontrar, de entender y de defender.
Estas palabras, citadas en el conocido ensayo sobre las vanguardias de Renato Poggioli (Teoría del arte de vanguardia —traducción de Rosa Chacel— Revista de Occidente, Madrid, 1964), sirven aquí para señalar la necesidad de un doble punto de partida en la consideración del influyente olvido en el que permanece la obra de Juan Larrea; pues para intentar explicar este fenómeno no solo hay que centrarse en el carácter singular de su escritura, sino también en el contexto literario en el que dicha obra se lee y en el modo en que se la juzga.
Las causas del estancamiento de la obra en ese limbo en el que Juan Larrea flota son complejas. Podemos decir que la falta de interés deriva de motivos históricos semejantes a los que han intervenido en la ignorancia de la obra de otros exiliados republicanos. Circunstancia que, sumada al litigio sobre los derechos de autor a que su obra se ha visto sometida, ha dificultado hasta hoy la edición o reedición de sus trabajos. Algunas de sus publicaciones, como es el caso de Rendición de Espíritu (México, 1943), no han vuelto a ver la luz en más 50 años, por lo que son, verdaderamente, difíciles de encontrar.
Pero existe además otro tipo de causas para este abandono que no derivan de la dificultad de acceso a la obra sino de la vigencia de un tipo de lectura que menosprecia los valores en los que se funda el trabajo de Larrea; tanto el poético —que es el más frecuentemente citado— como, sobre todo, el ensayístico al que se dedicó desde finales de los años 30 hasta su muerte en 1980. Este último es el que levanta entre los lectores la mayor perplejidad y el silencio más sospechoso. “Pero —decía al hablar de Larrea Luis Cardoza y Aragón —esas mismas resistencias a veces molestas y hasta insoportables, constituyen por sí la mejor comprobación de la fuerza encerrada en tales páginas”.
Juan Larrea nace en Bilbao el 13 de marzo de 1895 y fallece el 9 de julio de 1980 en Córdoba (Argentina).
El nombre de Juan Larrea representa un desafío a los parámetros que articulan la visión historiográfica de la literatura española. Así, por ejemplo, la originalidad de su propuesta choca con la aceptación acrítica del concepto “generación del 27” utilizado para describir la situación literaria de sus coetáneos y en la que Larrea sólo puede entrar como excepción. Por otra parte, el uso del francés como lengua literaria en Versión Celeste dificulta la comprensión de la tradición literaria española en términos de unidad lingüística y le coloca del lado de poetas latinoamericanos como Vicente Huidobro, César Moro o el ecuatoriano Alfredo Gangotena, que persiguieron la trasformación de sus tradiciones a través del uso de otras lenguas. Más aún, como forma de oposición a toda demarcación nacionalista de lo literario, una de las líneas básicas de su discurso aparece delineada por el interés continuo por América, continente que entendió metafóricamente como lugar en que se produce al mismo tiempo la muerte de los impulsos casticistas de España y la trasfiguración liberadora de su tradición en aras de la universalidad. Sus obras se adaptan con dificultad a las categorías en las que los estudios de literatura se empecinan en situarle.
Los ensayos, esa parcela que ha venido siendo especialmente desatendida, coincide con la parte de su obra que con mayor dificultad se atiene a géneros y disciplinas. Orbe (redactado entre 1929-1933), obra en la que se originaron buena parte de los temas desarrollados después durante décadas, se sitúa en el punto de contacto entre el diario, la poesía y el ensayo1. Los escritos del exilio mexicano (1939-1949) entre los que podemos destacar Surrealismo entre viejo y nuevo mundo (1944) y Videncia del Guernica (1945), constituyen al tiempo que un ejercicio crítico sobre las raíces del arte contemporáneo una de las visiones más singulares de la historia española que desemboca en la Guerra civil y el exilio2; estos trabajos han querido entenderse desde la perspectiva filosófica del idealismo alemán, sin duda necesaria pero, como el propio Larrea reclamó, insuficiente. Corona Incaica (Argentina, 1960) reúne artículos sobre arqueología y arte precolombinos en los que erudición académica e imaginación son indisociables. En la misma línea, La espada de la Paloma (redactado en Nueva York y publicado en México en 1956) mezcla a partes iguales historia y mitología en una trama simbólica que pone en evidencia el reduccionismo impuesto sobre la imaginación por las instituciones culturales, especialmente las religiosas.
Independientemente del tema tratado, todos los ensayos comparten una unidad de sentido derivada de la lógica que los articula y que Larrea calificó acertadamente como “poética”. Esta conciencia literaria es tan aguda que le lleva a entender toda realidad como un producto del lenguaje y a hacer de éste el verdadero protagonista de sus ensayos, rigurosos en la demostración de una verdad válida solo en cuanto se fundamenta en un sistema de principios legitimados por la imaginación poética. Sus ensayos son tan “creados”, tan autónomos respecto de la “realidad positiva” como los mejores poemas de Vicente Huidobro; la intención de su conocimiento podría resumirse en términos semejantes a los utilizados por otro de sus maestros, el pintor Juan Gris, quien hablando sobre pintura declaró: “Espero llegar a expresar con gran precisión una realidad imaginada con puros elementos del espíritu: en suma, a hacer una pintura inexacta y precisa, todo lo contrario de la pintura mala, que es exacta e imprecisa”.
En fin, para terminar de dar una idea de lo que supone la obra de Juan Larrea con relación a nuestro contexto literario basta decir que en pocos casos como en el suyo se manifiesta con tanta claridad esa intención de conjuntar poesía y existencia; toda su obra podría cifrarse en el intento de hacer coincidir los contenidos de la imaginación y las prácticas históricas, y ambos con la poesía entendida como la manifestación esencial de lo humano. En Larrea las actividades, individuales o colectivas, de la humanidad responden a un solo impulso: ponerse a la altura que las propias expectativas culturales han creado. El mundo es para Larrea un texto donde, como el Apocalipsis ha venido haciendo creer a los cristianos en metáforas teológicas, se desencadenan los signos de una crisis de liberación que se encuentra a punto de realizarse (siempre a punto de realizarse) aquí y ahora.
Su reivindicación “poética” de los poderes creativos le conduce por este camino a la utopía; es decir, a la creación de la historia desde el espacio de la imaginación, a la afirmación del espacio imposible de coincidencia con el otro, espacio del que el lenguaje es a un tiempo indicio y realización. En el ámbito cultural español, esa promesa de liberación se cumple, según Juan Larrea, en América; más exactamente en la palabra de dos poetas a los que dedicó ensayos decisivos en su singularidad: Rubén Darío y César Vallejo. Su utopía es disensión social que se alza desde lo que es privativo de la poesía.3
Corona Incaica (Argentina, 1960) reúne artículos sobre arqueología y arte precolombinos en los que erudición académica e imaginación son indisociables.
La exigencia que suponen los criterios mencionados es al mismo tiempo el mejor aliado de su obra y su más acervo enemigo. Sucede en la lectura de sus ensayos lo que dice José Bergamín que ocurre con su poesía “tan directa y tan pura que puede aplicársele aquella opinión de Debussy sobre un trozo de Bach: que no sabe uno cómo ponerse ni lo que hacer para sentirse digno de escucharla”. Cierto, tanta dignidad se hace a veces difícilmente soportable. De otro lado, su lectura obliga a una toma de partido. Si perdemos la perspectiva de que sus opiniones se manifiestan en relación con un sistema “poético”, sus ideas parecen absolutas, intolerantes (pero surge a veces la sensación de que el propio Larrea pierde esa perspectiva en el transcurso de su obra). Es imposible la imparcialidad, apenas puede concebirse un término medio que nos permita mirar desde la comodidad de la ficción las opiniones expresadas, como sucede, para acudir a un ejemplo ilustre, en los relatos de Borges, donde las hipótesis más descabelladas se hacen tolerable por su expresión literaria. En Larrea, que consuma el alcance de la poesía a costa de aniquilar cualquier apariencia literaria, no hay red. O se está con la poesía en todas sus impredecibles consecuencias, o se está contra ella, y en ese caso nos ofrecemos a la amputación del principal miembro intelectual. En “Presupuesto vital”, la poética que encabezó la revista Favorable París Poema que junto a Vallejo editaron en 1926, dejó sentada la necesidad de ser selectivo (“Así como en estos tiempos de ideas facilitadas y a cualquier alcance, sabio sólo puede ser el que conscientemente se deslastre de lo que debe no saber, el artista sólo existirá en cuanto conciencia de lo que debe no expresarse”). En esto al menos coincide con Ortega y Gasset para quien una de las características centrales del “arte nuevo” es su cualidad de dividir al público “en estas dos clases de hombres: la de los que lo entienden y la de los que no lo entienden”.
Aún si un día somos capaces de corregir nuestra estrechez de miras críticas y los problemas materiales que han puesto a Juan Larrea fuera de circulación incluso en su país de origen, resulta difícil pensar que su obra vaya a encontrar un reconocimiento generalizado. Probablemente hablar de Juan Larrea seguirá siendo, igual que hoy, un reto difícil de asumir, pero un reto saturado de sentido.
1 Existe una edición parcial de Orbe editada por Pere Gimferrer en Seix Barral, 1990. Otro largo extracto apareció en el monográfico dedicado por la revista Poesía a Juan Larrea bajo el título “Orbe (Testimonio poético)”, nos 20-21, primavera de 1984, págs. 77-124
2Surrealismo entre Viejo y Nuevo Mundo fue incorporado al ensayo titulado Del surrealismo a Machupicchu, Joaquín Mortiz, México, 1967, págs. 13-100; Videncia del Guernica, junto a otros artículos dedicados al tema apareció por primera vez en español en el volumen titulado Pablo Picasso: Guernica, Edicusa / Alejandro Finisterre, Madrid, 1977, págs. 29-94
3Algunos de los ensayos dedicados a estos y a otros poetas se encuentran reunidos en Torres de Dios: poetas, Editora Nacional, Madrid, 1982. En su extensa bibliografía sobre Vallejo puede destacarse también César Vallejo y el Surrealismo, Madrid, Visor, 1976